Las distintas iniciativas que han ido surgiendo en los últimos años en torno a la producción y consumo responsables demuestran una inquietud creciente respecto a la cuestión de la producción alimentaria y sus consecuencias sociales, económicas y medioambientales a escala planetaria. Esto se suma a la crisis del paradigma de producción agraria basado en los criterios de la denominada “revolución verde”, altamente dependiente del consumo de hidrocarburos, contaminante y erosiva. Este modelo promueve además la concentración de la propiedad en manos de multinacionales, la expulsión o abandono de sus tierras por parte del campesinado, la pérdida de los conocimientos tradicionales y, en general, una mayor dependencia alimenticia de la población, dentro de un proceso general de desposesión.
Frente a esto, conceptos como soberanía y seguridad alimentarias, productos biológicos o ecológicos, agricultura ecológica, agroecología, huertas comunitarias, biodiversidad, bancos de semillas, transgénicos, circuitos o canales cortos de comercialización, decrecimiento, etc. son cada vez más conocidos y difundidos. A ello se suma en nuestro ámbito la preocupación por la merma y envejecimiento del colectivo dedicado a la agricultura y el creciente surgimiento de iniciativas organizativas tanto en el campo de la producción como del consumo: grupos que impulsan el sector primario, cooperativas, redes autogestionadas de consumo, asambleas agroecológicas, asociaciones de consumidores, grupo de consumo, etc., a lo que hay que añadir las políticas institucionales en esta materia y la formación de un importante sector económico en torno a lo “bio” cada vez más pujante. No se debe olvidar, por otra parte, que en un mundo sometido a múltiples nocividades y formas de contaminación global que afectan a aire, mar y tierra en diversos grados y formas, se impone una relativización de lo ecológico como algo que se pueda abstraer del contexto general, por más que sea un camino a seguir.
El objeto de este texto es acercarse modestamente, desde la experiencia, al fenómeno de los grupos de consumo en Euskal Herria, ya que a través de él se reflejan algunos aspectos de nuestro actual modelo social y también de las distintas respuestas posibles, con sus posibilidades y límites.
Un grupo de consumo se podría definir como un colectivo de personas que se juntan para poder consumir sano y seguro en base generalmente a tres ejes fundamentales: el consumo de productos biológicos y/o cercanos, el apoyo y conocimiento de iniciativas agrícolas locales y la supresión en la medida de lo posible de los intermediarios. Dentro de esta etiqueta se pueden establecer diversas tipologías y matices, algo que veremos más adelante.
Los grupos de consumo han ido surgiendo y creciendo continuadamente en los últimos años hasta superar en muchos casos la oferta local, sobre todo en lo que se refiere a productos frescos. Las motivaciones por las que las personas se acercan al consumo ecológico y de productos locales son heterogéneas: búsqueda de salud, conciencia social y ecológica, moda, estatus, miedo, tras el nacimiento de un hijo, buscando un entorno relacional, por patriotismo, etc. De esa inquietud surgen los grupos, impulsados en muchas ocasiones por gente más concienciada dentro del colectivo de consumidores, para luego extenderse y abarcar un amplio espectro de necesidades y actitudes personales. Por otro lado, este tipo de grupos responden también a una corriente organizativa que parte desde los productores.
Consumidores y productores
El del consumidor es un rol fundamental -quizás el principal- en la actual sociedad capitalista. Gran parte de nuestra vida gira en torno a esta actividad y, por tanto, es lógico que el consumo sea un factor de agregación, inclusión y cohesión social, que a menudo trasciende el mero hecho de la adquisición de un tipo de productos.
Por otro lado, está la cuestión de lo ecológico, lo cercano, etc. dentro del actual modelo económico mundial[[En la lógica del sistema capitalista el consumo ecológico se limita a ser una mera operación de estética, un elemento perfectamente complementario y una nueva -e importante- fuente de negocio eco.]], que se fundamenta, entre otros aspectos, en la división internacional del trabajo y en un sistema de comercio dependiente de un sistema de transporte globalizado. Dicho modelo, en la práctica y en el marco de Euskal Herria[[Una Euskal Herria que ha optado por un modelo económico basado en la generación de grandes infraestructuras (Tren de Alta Velocidad, carreteras, plataformas logísticas, superpuertos, etc.) y en una industria orientada hacia la exportación (alta tecnología, automóvil, máquina herramienta, etc.), así como hacia otros sectores como la construcción, el turismo, la organización de congresos, etc. Una apuesta en la que el territorio se “ordena” en función de dichas necesidades, destruyendo y limitando la superficie (ya de por si exigüa, sobre todo en la Comunidad Autónoma Vasca) que puede ser destinada a la agricultura o a otros menesteres más respetuosos con el entorno.]], supone una enorme dependencia energética y alimenticia exterior, que condiciona ya de base la apuesta por la soberanía alimentaria. Por tanto, la edificación de dicho modelo alternativo de producción y distribución de productos ecológicos, aunque en creciente expansión, no da ni de lejos para cubrir las necesidades alimenticias de la población y se limita en la práctica a un pequeño sector de la misma más o menos acomodado o concienciado. El consumo ecológico sigue dependiendo, pues, en buena medida de la importación de productos, muchos de los cuales son traídos desde grandes distancias. Por lo tanto, frente a algunas idealizaciones e ingenuidades, conviene ubicar este tipo de proyectos en su contexto y con sus límites actuales.
Los grupos de consumo se constituyen con diversas motivaciones y objetivos, y ello determina una tipología muy diversa y el propio actuar del colectivo. En algunos casos, lo que lleva a formar parte de un grupo de consumo es un interés político, que busca dar una respuesta en clave colectiva, reivindicativa y transformadora. En otros casos, las personas se mueven por motivaciones meramente de consumo (estatus, salud, etc.), de forma utilitaria y sin ningún interés organizativo o político. Entre ambos modelos se dan diversas intersecciones.
Un aspecto fundamental es el modelo organizativo del que se dota el grupo, y en este sentido podemos destacar tres modelos:
– La organización pivota sobre los propios consumidores.
– El productor es quien toma la responsabilidad de coordinar u “organizar” a los consumidores.
– Productores y consumidores se organizan en conjunto.
Otra valoración del aspecto organizativo tendría que ver con la dimensión, estructura, infraestructuras y recursos de los que se dotan consumidores y productores. En este caso, podríamos citar varios ejemplos:
– Las asociaciones de consumidores autoorganizados que disponen de un local propio o en alquiler, con tendencia a una cierta profesionalización (suelen disponer de una o varias personas encargadas de labores gestión) y un número de socios relativamente grande (ej. varios cientos) que también pueden colaborar de forma voluntaria en labores organizativas. En Euskal Herria existen algunas experiencias de este tipo con una larga trayectoria, como Bizigai o Marisatsa en Bizkaia, Otarra en Gipuzkoa, Bio-Alai en Araba o Landare en Nafarroa.
– Los grupos de consumo con estructuras más ligeras, sin local propio y cuyos integrantes tienen un ámbito de residencia más o menos cercano entre sí (por ejemplo, barrial). Suelen tener una estructura reducida (entre 10 y 40 familias o casas) que permita el mejor funcionamiento de una gestión asamblearia y participativa en cuanto a las tareas a realizar. Este aspecto de organización e implicación colectiva varía notablemente entre los grupos, algunos de los cuales la reducen a su mínima expresión o se coordinan práctica y técnicamente casi solo a través de la red. Este tipo de colectivos se suele organizar para dotarse de cestas de frutas o verduras de productores locales, así como para la compra directa de otro tipo de mercancías (legumbres, aceite, pasta, arroz, patatas, lácteos, fruta, miel, artículos de limpieza e higiene, etc.).
– Dentro del mundo agrario organizado ha habido una amplia preocupación por la crisis general del sector, tanto por las consideraciones de tipo político, ético y filosófico antes mencionadas, como por motivos de rentabilidad económica, por la pérdida de explotaciones o por la dependencia respecto a las condiciones que imponen los grandes grupos de distribución. En este sentido, el impulso a la agricultura ecológica y cercana y la apertura a mercados locales se ha visto como una posible salida a esta situación. Así, ferias agrícolas, tiendas locales, comedores escolares, asociaciones de todo tipo o grupos de consumo representan una oportunidad para dar salida a los productos del entorno en unas condiciones de mayor justicia y asegurando a la vez la continuidad de los proyectos agrarios. En el caso de los grupos de consumo, una línea impulsada desde sectores sindicales[[ Este es el caso, por ejemplo, de la red social Nekasarea, impulsada por el sindicato agrario EHNE.]] agrarios es la que sea el propio productor el que los “coordine”, es decir, que se dote de una red de distribución para sus productos y para los de otros productores afines. En este caso, los consumidores -aunque puedan estar informados y ser partícipes de las orientaciones y filosofía del proyecto- parecen adquirir un rol más pasivo (al no tener que autoorganizarse) y su labor se reduce, en bastantes casos, a la recogida de los productos y alguna visita periódica a la explotación.
– Cooperativas agroecológicas: Este es un modelo más integral que reclama una relación estrecha e entre productores y consumidores asociados y una implicación y responsabilidad colectivas, en el desarrollo de las diversas tareas (planificación de cultivos, aprobación de cuentas, toma de decisiones, trabajos colectivos en la tierra). Un ejemplo de este tipo de organización son, por ejemplo, el veterano proyecto Bajo el Asfalto está la Huerta de Madrid [[BAH! es un colectivo dedicado a la agroecología que propone un modelo alternativo de producción, distribución y consumo agrícola. Este modelo se basa en la autogestión, sustentado en una estructura asamblearia y un funcionamiento horizontal que hace posible la relación directa productor/a – consumidor/a, implicando la participación tanto del colectivo de trabajadores/as como de los diferentes grupos de consumo de distintos barrios, localidades y colectivos de Madrid que han ido constituyendo y ampliando el proyecto (extraído de su página web: bah.ourproject.org).]] u otros como Uztaro, Gorakada o Bare-Alaia en Euskal Herria.
– Los “pseudo”grupos de consumo. La popularización y difusión de este tipo de iniciativas y la perspectiva de abrir una nueva fuente de ingresos lleva a que se utilice esta denominación para realidades que en cierto modo “pervierten” alguno de los principios filosóficos con los que surgieron y que guían a bastantes grupos de consumo. Este sería el caso, por ejemplo, de algunas tiendas privadas de productos ecológicos y locales, que organizan “grupos de consumo” a los que ofertan cestas semanales con una pequeña rebaja en el precio. De este modo, aspectos que para algunos colectivos pueden ser importantes, como la autoorganización o la no intermediación, quedan suprimidos.
Los tres primeros modelos dan pie a que los consumidores se acerquen y se vayan familiarizando con el mundo agrario (ej. conocer cómo se cultiva la tierra y cuáles son los frutos estacionales, ayudar en las labores agrícolas, distinguir plantas, etc.)
Algunos problemas
Un aspecto interesante es el de la relación que se establece entre productores y consumidores y algunos problemas o limitaciones que surgen por ambas partes:
– Por parte de los consumidores. En general, y refiriéndonos a la experiencias autoorganizadas, cuanto más activas e implicadas están las personas en un grupo, mejor funciona y más clara es su apuesta. Esto evidentemente requiere tiempo y dedicación, así como labor de discusión, de profundización teórica, de investigación y de clarificación de criterios. El aspecto más formativo se ve en muchos casos dificultado por las labores prácticas de gestión y coordinación, que suelen ocupar buena parte del tiempo de las reuniones, y requiere a veces citas extras que no siempre son posibles. Esta labor activa del grupo facilita la relación y la comunicación con los productores locales, con quien es posible afianzar una relación basada en la confianza y el conocimiento mutuo. Cuando esto no se da y existe una actitud pasiva e indolente, eso repercute tanto en un empobrecimiento general del proyecto, como en la relación con el productor (que puede apreciar un desinterés o falta de seriedad o de compromiso) o en la coordinación o apoyo mutuo hacia otros grupos o espacios cedidos por otros colectivos[[En Bilbao, por ejemplo, varios grupos de consumo utilizan la Ekoetxea, local del colectivo Ekologistak Martxan.]] para desarrollar su labor. Esto nos remite nuevamente a cuestiones más generales, como las verdaderas motivaciones por las que se hacen las cosas, el delegacionismo, el utilitarismo, el individualismo, la banalidad, la irresponsabilidad, etc. Por otro lado, también es importante la cuestión de las costumbres y rutinas de consumo, acostumbrados como estamos a adquirir todo tipo de productos en cualquier época del año. En este sentido, la apuesta por lo cercano también casi implica una transformación de los hábitos de consumo y una adaptación a un consumo preferente de lo que se produce en cada zona. Esto, en un mundo en el que estamos acostumbrados a buscar una satisfacción casi ilimitada de las necesidades, implica un cambio profundo al que muchas personas no están dispuestas y, por tanto, lo ecológico se convierte simplemente en una opción más de ese amplio abanico.
– Por parte de los productores. Entre los productores también se dan diferentes actitudes y niveles de politización, interés, implicación o individualismo. En cualquier caso, disponer de una red de grupos de consumo u otras redes de distribución alternativas asegura a los productores una mejor planificación de su trabajo y la venta asegurada de sus productos a un precio justo. El modelo elegido determina, como se decía más arriba, la forma de organizarse y la relación con los consumidores. En muchas ocasiones, y aunque comparta una filosofía común, lo que el productor desea es básicamente ganarse la vida de manera digna con lo que le gusta y asegurarse una forma y unos canales de distribución regulares, sin entrar en profundidad en cuestiones organizativas o de debate que le reclamen más tiempo. En este sentido, resulta cómodo contar con estructuras constituidas y profesionalizadas (como por ejemplo, un sindicato, personas que se encargue de tareas coordinativas, etc.) que le faciliten la labor y donde su participación sea más laxa, aunque sea a costa de establecer una relación más “aséptica” con los consumidores. Sin embargo, cuando el lazo se establece con pequeños grupos autogestionados, hay quizás un mayor margen o posibilidad para entablar con los consumidores una relación diferente y más cercana, que puede aportar elementos de enriquecimiento mutuos, pero también -y ello derivado quizá de ciertas debilidades estructurales- puede presentar aspectos conflictivos. Entre estos estarían el de la inestabilidad o endeblez organizativa que presentan en ocasiones este tipo de colectivos, además de plantear a menudo una demanda limitada e irregular. Esto hace que para algunos productores estos grupos sirvan de mero complemento a otras formas de distribución. Por otro lado, desde el productor también se dan circunstancias que generan tensiones con los consumidores, como la deficiente comunicación, la mala organización, el uso utilitario o un trato desigual [[Por poner un ejemplo, se dan casos en que el productor al tener asegurada la distribución de parte de la mercancía entre los grupos de consumo, desvía hacia ellos productos que, dado su estado o presentación, no los llevaría a una tienda.]].
Algunas cuestiones a futuro
Parece que el impulso de una producción local y/o ecológica de alimentos y otros productos va a experimentar un auge considerable, no solo por una voluntad expresa y por una demanda social, sino incluso por pura necesidad[[Teniendo en cuenta las incertidumbres que nos plantea el futuro parece clara la necesidad no solo de impulsar decididamente una agricultura local, sino incluso la extensión de una amplia red de huertas urbanas (ejemplos significativos son los de Cuba o los de la ciudad norteamericana de Detroit). Dicha transición precisa, lógicamente, de un proceso formativo previo que facilite la adquisición de conocimientos básicos en materia agrícola.]]. En este sentido, se está produciendo un proceso de replanteamiento de muchas cuestiones relacionadas con nuestra forma de vida, sin que existan respuestas o salidas claras. Al contrario, son muchos los elementos que apuntan a un inquietante declive sistémico que no asegura una apuesta social en clave autoorganizada y solidaria. Por tanto, estamos lejos, por el momento, de una nueva conciencia que se abra a opciones transformadoras y revolucionarias. Cualquier experiencia concreta o proceso de cuestionamiento se presentan como contradictorios y limitados. Lo que quizás resulte más interesante a futuro es la orientación o la lógica que se de a lo que se hace. En lo que se refiere al tema que nos ocupa, la crisis global en la que nos vemos envueltos hace que surja una corriente que valora la importancia estratégica del llamado sector primario y una nueva forma de producción y de consumo dentro de un proceso de cuestionamiento social mayor. Estamos todavía en un proceso inicial, de formación de un nuevo modelo, en el que se están experimentando diferentes formas organizativas. En este sentido, existe el peligro de querer privilegiar un pragmatismo miope que valore la rentabilidad o la “eficacia” por encima de cualquier otro criterio. Igualmente, se pueden plantear tentaciones como la de la centralización, el monopolio, la jerarquización, la institucionalización o un cierto gigantismo que acabe imitando modelos preexistentes “en alternativo”. Por otro lado, se da una acción del propio sistema económico capitalista que trata de integrar a todo este sector dentro de su propia lógica de acumulación, convirtiendo lo “bio” o “local” en parte de una oferta sometida a sus criterios y condicionantes.
En este sentido, en la medida en que se creen, potencien y se difundan experiencias colectivas reales que apunte hacia formas de autogestión integral y de defensa de la tierra, será posible quizás empezar a trazar otros caminos. Estos intentos deben tratar de resolver problemas concretos, pero a la vez servir de espacio para la crítica radical y para la concienciación, la experimentación, la formación y aprendizaje comunitarios de otras formas de vida.
Argia Landariz
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