Que una revista con espíritu de fanzine como esta llegue a cumplir 25 años quiere decir mucho, pero, al mismo tiempo, sólo es una cifra. Perdurar no es necesariamente algo positivo, pero, a la vez, es una muestra de trabajo y voluntad, a la par que de suerte y azar. Una leve huella en esa historia con minúsculas a la que queremos y creemos contribuir en un anhelo contradictorio por transformar nuestra vida y nuestro presente social.
¿Cómo resumir en pocas líneas tantos momentos vividos, tanto esfuerzo, tantas dudas y certezas, algunas pequeñas miserias y grandezas menores, tantos aciertos y fracasos? No son tiempos ni de nostalgias ni de autocomplacencia, aunque quizá sí de memoria y de recuerdo, de reflexión y de experiencia para mirar hacia adelante. Una experiencia como la de esta publicación que a lo largo de estos cinco lustros ha ido acudiendo a su cita con la irregularidad de sus propios medios y con el amparo y el oxígeno de ese mundo libertario y antiautoritario que es tanto vitalidad y promesa de futuro como zozobra, desorientación y pasado.
Llegar a cierto punto simbólico y real a menudo implica una parada para calibrar el peso que se carga o la inercia que nos arrastra. Buscar sentido a lo que hacemos tiene un inevitable componente de fe o de esperanza, que se sustenta en empeños, convicciones e ideas, pero cuyos frutos son a menudo inciertos e inesperados. Esa tensión en la que nos movemos nos da vida y a la vez consume nuestras fuerzas, sabiendo que somos lo que hacemos y que la vanidad y la soberbia viajan en una vía muerta.
Celebramos pues que estamos vivos y que seguimos impulsados por nuestras ganas y por las de otras personas. Con la humildad de estar siempre en la cuerda floja, de ser mucho y nada y de saber que nuestros proyectos aspiran apenas a ser parte de una larga e inacabada lucha por la libertad para que no perezca eso que llamamos humanidad.
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