Desgraciadamente, la “crisis” no trae consigo una “emancipación” garantizada. Hay mucha gente furiosa porque ha perdido su dinero, o su casa, o su trabajo. Pero esa furia en cuanto tal, a diferencia de lo que la izquierda radical siempre ha creído, no tiene nada de emancipadora. La crisis actual no parece propicia a la aparición de tentativas emancipadoras (al menos, en una primera fase), sino al sálvese-quien-pueda. Por otro lado, tampoco parece propicia a las grandes maniobras de restauración del orden capitalista, a los totalitarismos, al surgimiento de nuevos regímenes de acumulación a golpe de látigo. Lo que se avecina tiene más bien aspecto de una barbarie a fuego lento, y no siempre es fácil. Antes que el gran crash, podemos esperar una espiral que descienda hasta el infinito, una demora perpetua que nos dé tiempo para acostumbrarnos a ella. Seguramente asistiremos a una espectacular difusión del arte de sobrevivir de mil maneras y de adaptarse a todo, antes que a un vasto movimiento de reflexión y de solidaridad, en el que todos dejen a un lado sus intereses personales, olviden los aspectos negativos de su socialización y construyan juntos una sociedad más humana. A fin de que tal cosa se produzca, debería darse en primer lugar una revolución antropológica. Difícilmente puede afirmarse que las crisis y los hundimientos en curso facilitarán semejante revolución. E incluso si la crisis implica un “decrecimiento” forzado, éste no tiene por qué ir en la buena dirección. La crisis no golpea primero a los sectores “inútiles” desde el punto de vista de la vida humana, sino a los sectores “inútiles” para la acumulación del capital. No será el armamento el que sufra reducciones, sino los gastos sanitarios; y una vez que uno acepta la lógica del valor, resulta bastante incoherente protestar contra ella. ¿Hay que empezar entonces con cosas pequeñas, con la ayuda entre vecinos, los sistemas locales de intercambio, el huerto en el jardín, el voluntariado en las asociaciones? A menudo, tienen su gracia. Pero querer impedir el derrumbe del sistema mundial con tales medios equivale a querer vaciar el mar con una cuchara.
Extraído del libro “Crédito a muerte. La descomposición del capitalismo y sus críticos” Anselm Jappe (pag. 128-129). Pepitas de calabaza ed. (Ver apartado reseñas).
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