Entrevista con Emilio López Adan (Beltza), a raíz de la publicación del libro “ETAren estrategia armatuaren historiaz”
1) ¿Cuáles son las motivaciones que te han llevado a publicar “ETAren estrategia armatuaren historiaz”?
Respuesta: Primero, la conciencia del final de un ciclo, el de la lucha armada. Para varias generaciones, incluida la mía, la existencia de la lucha armada ha sido una constante vital y referencial. Ha habido otras organizaciones armadas, destruidas por la represión o que han elegido la auto-disolución; ETA ha sido la única en estos últimos años y ahora su decisión parece definitiva. El final de la lucha armada es el de un ciclo lleno de acontecimientos, contradicciones y significados. ¿Ha servido para algo? ¿Ha tenido un sentido dentro de lucha de liberación nacional y (o) social? Su final autoriza y obliga a una reflexión: mi libro es un análisis memorial de ese ciclo y, sin pretensiones de ser una historia “definitiva”, espera contribuir a su comprensión.
Luego, yo pertenezco a los patriotas enemigos del estado, de cualquier estado, que buscan las razones de su acción local en los valores generales de la revolución social. Su referente más conocido en Euskadi han sido el gran movimiento popular y obrero autogestionado de los años setenta, los movimientos sociales anticapitalistas y antiautoritarios, incluyendo al ecologismo radical, y, en el plano de la lucha armada, los Comandos Autónomos Anticapitalistas. En general, hemos sido críticos con una ETA que considerábamos autoritaria, etapista y nacionalista, y, al mismo tiempo, hemos sido solidarios con los militantes víctimas de la represión y copartícipes en muchos frentes. Esta situación particular de crítica y solidaridad ha tenido poco eco en la prensa, incluso en la militante. El libro pretende también reivindicar la memoria de esa parte abertzale y de izquierda que no es la Izquierda Abertzale orgánica.
2) ¿Cuáles serían las señas de identidad de ETA a nivel organizativo?
Respuesta: La ETA de la que habla el libro es ETA-m (militar), o, para ser más precisos, la Organización Socialista Revolucionaria Vasca de Liberación Nacional, ya que la palabra “militar” desaparece oficialmente después de la fusión con los “Bereziak” (comandos provenientes de ETA político-militar) en 1977. Mucha gente, incluso los militantes cercanos, le ha seguido llamando así, militar. ETA se autodefine como eje y vanguardia de la revolución socialista vasca, revolución que tiene una estrategia político-militar basada en una lectura marxista (e incluso leninista) de la organización, pero con una particularidad: el núcleo dirigente no lo forma el partido sino la organización armada. Esta lectura organizativa se encuentra dentro de opciones importantes, como el Bietan Jarrai (separación de las organizaciones armadas y las políticas) o el KAS-Bloque Dirigente; es también el fondo de la crisis del partido marxista HASI en 1988, quien ulteriormente desaparece. Se trata, en mi opinión, de una lectura militarista y autoritaria, causa de muchas depuraciones y de muchos silencios internos, y, hacia afuera, mecanismo de las crisis repetidas en los movimientos sociales, donde la gente de la Izquierda Abertzale oscila entre la sana participación abierta y el intento de control: en este último aspecto la historia de los ASK[[ASK: Abertzale Sozialista Komiteak. Aparecen en 1977, ligados al movimiento asambleario y autogestionario; se integran en el KAS (bloque dirigente de la Izquierda Abertzale) en 1978. En 1983 abandonan la estructura tipo movimiento de masas para pasar a constituirse en una organización revolucionaria; su función, clara desde el V Congreso de 1986, es dinamizar a ecologistas, partidarios de la amnistía, colectivos de enseñanza del euskara, organizaciones vecinales, etc, dinamización que incluye la penetración de los movimientos sociales o la creación de otros específicos, al servicio de la línea general. Desaparecen en 1992 tras la depuración del partido HASI, que parecía inclinado a sustituir a la organización armada como cabeza del bloque. La labor de dinamización y dirección de movimientos la asume el propio KAS hasta la creación del grupo EKIN en 1999. Este último ha desaparecido durante el cambio democrático actual. ]] al final de los años ochenta es ejemplar y en el actual movimiento contra el TAV todavía se ven flecos.
Este modelo se cambia ligeramente en 1995 con la Alternativa Democrática, dándoles a Herri Batasuna y a las otras organizaciones no armadas de la Izquierda Abertzale un mayor protagonismo en la confrontación con el Estado; entra luego en crisis a partir de la época de Lizarra-Garazi (1998-1999), y parece que a partir de la Declaración de Anoeta es la parte civil de la Izquierda Abertzale quien toma las riendas. Esto coincide con el final del ciclo armado.
3) ¿Puedes analizar la evolución de la estrategia armada de ETA frente a cambios socio-políticos?
Respuesta: Al hablar de “estrategia armada” el libro se refiere específicamente a la que a partir de 1974 pone en marcha ETA-militar y continúa con la ETA actual. Su objetivo es obligar a los “poderes fácticos” (los mandos militares y la oligarquía que, según ETA, controlan el final del franquismo y la transición) a aceptar la llamada “alternativa táctica KAS”, es decir las condiciones para realizar (siempre según ETA) una “democracia auténtica”. Esas condiciones, que luego se repetirán en la Alternativa Democrática y de las que oiremos hablar hasta hace pocas fechas, pueden condensarse en tres: reconocer el derecho del pueblo vasco a la autodeterminación, unificar a las cuatro provincias de Euskadi Sur en una sola entidad política y administrativa (“territorialidad”) y la amnistía completa (asociada, evidentemente, a una legalización sin recortes de las opciones políticas independentistas). La vía para lograrlas no es vencer militarmente al Estado: ETA descarta las opciones de insurrección y de guerra revolucionaria, para las que no ve condiciones ni sociales ni estratégicas. La vía es una repetición constante (“prolongada”) de acciones armadas dolorosas y controladas contra poderes fácticos y fuerzas de represión, acciones que provoquen tal “desgaste” que el enemigo se avenga a aceptar las condiciones de la organización revolucionaria. Llegaríamos así a la “democracia auténtica”, donde ETA dejaría las acciones armadas (sin desaparecer ni desarmarse) y quedaría como garante para que el Estado no se vuelva atrás; comenzaría así una nueva etapa con “objetivos estratégicos” (independencia, reunificación, socialismo y euskaldunización) para la que no se postula una continuidad necesaria de la acción armada.
Esta estrategia aparece como realista y tiene una aceptación popular muy amplia hasta (más o menos) 1982. La confirmación de España como “democracia europea”, la entrada de gobiernos socialistas en el Estado y del PNV en la Comunidad Autónoma de Euskadi, el reforzamiento de la protección de los objetivos militares de ETA, la modernización de la represión de la mano de expertos como Cassinello, la barbarie represiva tipo GAL… todo se conjuga para hacer comprender a ETA que su estrategia armada no iba a dar los frutos esperados. Para forzar la negociación, ETA modifica sus acciones armadas buscando un mayor impacto, y lo hace introduciendo dos variantes: acciones más sofisticadas mediante temporizadores y coches-bombas, y extensión de sus acciones a las grandes ciudades del estado español. Como consecuencia de esos “atentados masivos” la población civil resulta directamente amenazada, y la proporción creciente de víctimas no implicadas crea una modificación en las opiniones sociales: el término “terrorismo” deviene aplicable a esas acciones y algunos lo extienden a toda la actividad armada. Añadamos que en 1986 ETA había ejecutado a su antigua militante María Dolores Gonzalez Katarain, Yoyes, fecha que fue para muchos el detonante en el paso del sostén incondicional al malestar crítico. El cambio de apreciación social y la respuesta represiva del Estado, que detiene en Bidart (1992) al Comité Ejecutivo de ETA, echan por tierra las esperanzas puestas en 1992-1993, tope donde la Izquierda Abertzale esperaba que la plena integración de España en la Comunidad Europea no se haría sin solucionar previamente el conflicto armado vasco.
Alrededor de 1995, con una idea menos etapista de los objetivos (la construcción de una “Euskal Herria independiente y socialista” no debía demorarse hasta el momento en que ETA consiguiera arrancar del Estado español la negociación, sino que ambos procesos, negociación y construcción nacional, constituirían procesos “independientes pero complementarios”) y una mayor participación de las organizaciones civiles en la confrontación (“Oldartzen”), ETA piensa que los “poderes fácticos” equivalen ya al gobierno del Estado, y dentro de la estrategia de “socialización de las consecuencias del conflicto” deja la acción callejera en otras manos y se concentra en los responsables del “núcleo central del conflicto”. Aparecen así las acciones contra cargos electos, responsables políticos, funcionarios no armados, creadores de opinión (periodistas…), etc. Esta estrategia no sólo no da los frutos esperados, sino que determinadas acciones (muerte del concejal del PP Miguel Ángel Blanco o secuestro prolongado del funcionario de prisiones Ortega Lara) son conmociones sociales seguidas por movilizaciones anti-terroristas amplias y eficaces. La “doctrina Garzón”, o sea considerar que toda la Izquierda Abertzale e incluso sus aledaños forman parte de ETA y perseguirlos en consecuencia, es parte de una posición neta del estado, que ya será fija: abandonar toda veleidad de negociación y concentrarse en una estrategia única de victoria policiaca y venganza social (Pactos Antiterroristas). En Herri Batasuna aparece la opción de finiquitar la lucha armada, y da la impresión de que las rupturas de tregua en los periodos de Lizarra-Garazi (1999) y Loiola (2006) obedecen más a un intento de ETA para frenar la hegemonía creciente en Herri Batasuna de esa tendencia que a una nueva orientación estratégica de la organización armada. Pero nos faltan datos para considerar ese último periodo con distancia, conocimiento y ecuanimidad.
4) Se podría decir que ETA ha abandonado la actividad armada sin conseguir ninguno de sus objetivos estratégicos y dejando un panorama difícil para la resolución de ciertas cuestiones acuciantes, como, por ejemplo, la de los presos. Por otro lado, la coyuntura de crisis económica ha relegado en parte, el protagonismo mediático y social que acaparaba el conflicto vasco. ¿Qué análisis se puede hacer al respecto?
Respuesta: Fríamente, así es: ETA ha abandonado la actividad armada sin que ninguno de sus objetivos se haya realizado. Ni territorialidad, ni autodeterminación, ni amnistía. Hay que recordar que esos objetivos no eran negociables: el estado tenía que aceptarlos para que la acción armada cesara. Muchos han pensado que en la coyuntura de 1989, o sea las negociaciones de Argel, ETA tenía que haberse dado cuenta de que la estrategia armada centrada en la negociación no iba a dar los frutos deseados y que era hora de saber “vender la moto”, o sea, aceptar una “negociación técnica” de amnistía por cese de la actividad armada entre ETA y el estado y confiar los otros objetivos a la acción de partidos políticos y movimientos sociales. De hecho, las primeras manifestaciones serias de crítica interna aparecen después de Argel: son Iñaki Esnaola, Txema Montero, Iulen Madariaga, Txillardegi, la ponencia “Urrats Berri”, las críticas públicas de Txelis Alvarez Santacristina… Porque para negociar hay que estar en pie y armado; de rodillas y desarmado no se negocia nada. La declaración de Anoeta (2004), iniciativa de Herri Batasuna aceptada por ETA, adopta el esquema de los críticos de 1982, pero ya es tarde para negociar de igual a igual y la organización abandona la lucha armada con 700 presos dentro y sin ningún compromiso para sacarlos. Creo que la cuestión de los presos es una tragedia, sobre todo porque durante largos años, cuando la negociación técnica aún era realizable, se hizo creer que aceptarla era una especie de traición liquidacionista.
De otra parte, y aceptando que la amnistía no puede hoy llegar como consecuencia de la presión armada, es casi evidente que su realización tendría que llegar de la mano de una profunda modificación de la estructura mediática y ejecutiva en España. Los gobernantes de hoy tienen demasiado integrada la idea de que la victoria policiaca es total y de que la venganza es legítima y rentable. Una revolución social en todo el estado español, o al menos una profunda transformación que pusiera fuera de juego a la actual casta política y a sus colaboradores mediáticos, esa sí podría integrar una amnistía, como el Frente Popular en 1936, que hasta los anarquistas le votaron. Pero la motivación no sería la “radicalidad de la lucha armada”, sino la auténtica participación solidaria de los vascos independentistas en ese movimiento social conjunto. Y, por desdicha, la propuesta estratégica de los representantes políticos del colectivo de presos no es la solidaridad internacionalista sino separarse cuanto antes de esa España a quien consideran responsable de todo mal, incluida la crisis actual.
5) ¿Cómo se ha producido el cambio de correlación de fuerzas entre el sector político y el militar?
Respuesta: Como he dicho antes, no tenemos ni la información ni la serenidad suficientes como para hablar del tema. Los propios protagonistas se expresan con cuentagotas; personajes de primera importancia como Arnaldo Otegi han comentado recientemente las acciones de ETA contrarias al proceso: ahora sabemos que no estaban de acuerdo, pero cuando en su momento hablaron no lo parecía.
Hay que entender que la antigua fidelidad y la ausencia de crítica pública han estado muy presentes: a una organización clandestina y autoritaria no se le critica desde dentro, tanto por miedo a ayudar al enemigo como por convencimiento de que fuera del grupo elegido que construye el porvenir no hay nada… ni nadie. Los críticos externos también, y me refiero evidentemente a los críticos que pertenecen a la izquierda abertzale en su sentido amplio, han andado con pies de plomo, todos por miedo a alimentar la doctrina Garzón y algunos por temor personal al rodillo de la Izquierda Abertzale. Txema Larrea decía que para hablar de ETA sólo no dejaban dos posibilidades: apologista o traidor. Y era mucha incomodidad.
Por mi parte, veo dos factores a analizar: uno, las razones que llevan a un grupo amplio de cuadros y dirigentes de la Izquierda Abertzale a convencerse de la necesidad de liquidar el exponente armado; otro, las modificaciones en las condiciones de existencia y reproducción del núcleo referencial (y/o) dirigente de la organización armada, que les llevan primero a combatir y luego a aceptar la primacía de los dirigentes civiles. Sobre el primer punto, se ha hablado de las consecuencias de la represión y de las ilegalizaciones, que introducen un desfase total entre las posibilidades de ocupar puestos de poder y la realidad de una marginación política absoluta; también se ha insistido sobre las condiciones de vida de cuadros y dirigentes, tanto sobre su apreciación cercana y realista de la sociedad vasca como sobre su integración en una pequeña burguesía influyente. Con respecto a la organización armada, se puede barajar la posibilidad de que la necesidad táctica de preservar de la represión al núcleo referencial pueda haberse convertido en un alejamiento físico de la realidad local y en una visión ideologizada a través del prisma de los países de refugio; el cambio político “realista” de los últimos años estaría así en relación con la propia transformación de los países de acogida.
Pero todo eso no son más que hipótesis.
6) En paralelo al anuncio de ETA (y quizás por esto) se produce el éxito electoral de las fuerzas abertzales. Dentro de la nueva estrategia se renuncia a mantener activos de la trayectoria revolucionaria. En esta actual deriva hacia la socialdemocracia, ¿cómo crees que se conformarán las bases de la I.A.? ¿seguirá manteniendo esa cohesión histórica? ¿se podría hablar de disidencias desde sectores más radicales? ¿Qué peso puede tener en ello la actual postura oficial de la I.A. con respecto a la violencia política?
Respuesta: Bueno, el éxito electoral sí que está ligado al abandono de la lucha armada. No hay sino que comparar los 333.620 votos de 2011 con los 100.000 “votos de oro” resistentes de 2009, o con la caída manifiesta de los votos abertzales en la época de los atentados masivos (de 776.706 en 1986 a 575.629 en 1994). Por otra parte, la recuperación parcial de aquellos votos significa que la izquierda abertzale, en su sentido amplio, representa a una parte muy grande de la sociedad vasca, que es un grupo social capaz de mantener su identificación con los objetivos últimos (independencia y socialismo) y con la radicalidad de ETA contra el estado, y eso a pesar de los errores gravísimos de la actividad armada. Más aún, ese sector social es capaz de seguir pidiendo la amnistía para los actores de acciones terroristas, lo que sería inexplicable sin una empatía profunda con esos actores. Precisamente, una de las razones de la publicación de este libro es intentar explicar las razones de esa empatía, que, en mi opinión, tanto porque es profunda como porque no es acrítica, honra a la izquierda abertzale.
Por mi parte, celebro el abandono unilateral de la lucha armada, y no porque sea contrario a la violencia revolucionaria sino porque dentro de la actual correlación de fuerzas y de los objetivos que ETA misma marcaba, lo que se hacía en Euskadi le hacía más daño a la revolución que a la reacción. Luego, como vosotros señaláis, las propuestas políticas actuales de la Izquierda Abertzale parecen una deriva socialdemócrata. Ciertamente, hace dos o tres años el deseo político de abandono unilateral de la lucha armada se compensaba con una llamada a la confrontación abierta y extendida contra el estado; hoy en día parece que la confrontación se reduce a la confrontación electoral y que los campos de intervención privilegiados son las instituciones. El Congreso fundacional de Sortu está por celebrar y ya veremos que da, mientras que las críticas contra la deriva socialdemócrata se multiplican. ¿Saldrán de la confidencialidad?
Soy incapaz de hacer pronósticos. Es muy probable que si deriva socialdemócrata haya, la habrá bajo la dirección de los antiguos cuadros leninistas y esto traerá que la fidelidad a la organización, a sus muertos y a sus presos traiga una aceptación de la continuidad, sea cual sea, y una ausencia de alternativa.
Restaurar la lucha armada, no creo que nadie quiera hacerlo siguiendo la línea anterior. En una nueva línea de confrontación violenta con los gestores de la crisis actual, y eso sería harina de otro costal, tal vez no implicaría a los mismos grupos sociales.
7) Al hilo de lo anterior, y tras la larga trayectoria radical en las formas y en el fondo ¿Desde qué nivel de conciencia actuaran las nuevas generaciones?
Respuesta: Ya os dije al concertar la entrevista que, si bien todavía tengo algo de memoria y bastantes documentos del pasado, me veo muy mal como analista del porvenir. De las nuevas generaciones me separan casi cincuenta años, y eso no lo arregla nadie… Tengo la impresión de que en la Izquierda Abertzale se ha insistido demasiado en que el colectivo portador de soluciones tiene que buscarlas priorizando una salida nacional, en particular creando un estado propio. En cierta manera, se ha aceptado que cuanto más nacionalista (“abertzale”) se sea, más revolucionario se es. La crisis actual, por el contrario, está profundamente ligada a la internacionalización del capital y de sus gestores, y yo participo en la idea de que contra ellos el remedio no es crear pequeños estados hipotéticamente liberados sino aunar fuerza en estrategias transnacionales (que serían respetuosas totalmente de las particularidades locales). Por eso soy pesimista sobre el porvenir revolucionario de la Izquierda Abertzale.
Por otra parte, años y años de desconfianza contra estado e instituciones, tanto por extranjeras como por extrañas, es un buen terreno de cultivo para identificar democracia con auto organización y confrontación; las clases y grupos sociales que se implicarán en esos procesos existen en Euskadi, respiran, se mueven, son jóvenes y nos abren un porvenir.
8) No se puede negar que ETA se convirtió en el referente de resistencia y lucha en Euskal Herria y que ha generado simpatías fuera de su entorno político y geográfico, sobre todo entre quienes defienden el uso de la lucha armada, en ocasiones de forma mitificada y acrítica. En este sentido ¿Qué tipos de acciones sería necesario desmitificar o criticar?
Respuesta: Las críticas a acciones armadas que aparecen en el libro están ligadas a las discusiones que sobre la violencia revolucionaria y el terrorismo han tenido lugar en la tradición revolucionaria marxista y, particularmente, libertaria. No son nuevas en sí, ni nuevas por mi parte; están ya recogidas en el libro que los amigos de Likiniano me publicaron en 1998 (Terrorismo eta biolentzia iraultzailea). En general, podemos decir que una buena parte de esa tradición revolucionaria distingue muy claramente entre las acciones contra opresores y fuerzas represivas y las acciones que, aunque estén destinadas a hacer ceder a las clases dominantes, se dirigen contra los humildes, los trabajadores o los no implicados en el conflicto. Así mismo, esa tradición, aunque afirma la legitimidad de la revuelta violenta e incluso armada, execra el militarismo y la disciplina ciega. No es la única, y dentro de las referencias contradictorias que hay en las izquierdas las mías son Engels, Kropotkin, Victor Serge, George Orwell, Albert Camus… Quiero dejar claro, y espero que los lectores lo hayan visto así, que la crítica a las acciones terroristas está hecha para defender la violencia revolucionaria y no para servir a los estados democráticos actuales.
Una atención particular merecen las justificaciones de la violencia que excluyen toda responsabilidad del activista: la única culpa sería del sistema, del capitalismo o del estado, que “obligan” al activista a actuar. El libro las trata ampliamente para contradecirlas: el activista es responsable de lo que hace, y asumirlo es parte de su grandeza. Un capítulo específico son las acciones donde una fuerte carga explosiva contra un objetivo civil se deja en manos de la respuesta policiaca a un aviso telefónico. Es el caso de Hipercor (1987). ETA misma había ya respondido después de la segunda explosión que mató trabajadores de la central nuclear en construcción de Lemoiz: según aquella ETA, dejar la posibilidad de hacer víctimas civiles en manos de un enemigo despiadado, que puede aceptarlas con el fin de desprestigiar a la organización revolucionaria, no era una estrategia admisible. La pregunta es por qué se olvidaron esas reflexiones en 1985, y la respuesta de bastantes observadores está en el relevo generacional entre los antiguos “milis” y los nuevos dirigentes “berezis”. Es una hipótesis, como lo es la influencia de los puntos de vista de la escuela de Alain Badiou entre 1995 y 2005, cuando algunos intelectuales de la Izquierda Abertzale sostenían que el proyecto político emancipador encarnado en ETA, la Izquierda Abertzale y el Pueblo no tenía otros límites éticos que los de su propia victoria. Como he dicho, mis referencias son otras.
Pero, como en el tema del último periodo de las relaciones entre ETA y Batasuna, dar nombres y atribuir responsabilidades es incompatible con una situación donde el estado busca razones (o pretextos) para una política de venganza. Dejemos el tema así, impreciso, no es tiempo para la concreción.
9) ¿En qué términos podríamos situar hoy en día el debate sobre la violencia política desde una óptica revolucionaria?
Respuesta: Después de subrayar la existencia de unos límites éticos, el problema fundamental sigue siendo el análisis concreto de la situación concreta. La revuelta armada tiene en cuenta una correlación de fuerzas que permita esperar razonablemente la victoria, tiene en cuenta la disposición y las apreciaciones de la gente y estudia la proporcionalidad entre las acciones y sus consecuencias. Ciertamente, puede haber revueltas espontáneas tan crudas y tan sentidas donde incluso desesperando de todo hay que tomar las armas, pero una previsión analítica y estratégica es inconcebible sin análisis profundo y racional. Sin pretensiones de poseer la buena respuesta, diría que hoy en día y aquí mismo el sabotaje asumido es el límite de la violencia que la gente puede aceptar. Luego, más adelante y como la crisis siga agravándose y la violencia de las clases dominantes continúe, el cambio de paradigma puede ser absoluto. Mientras tanto, el principio del derecho a la violencia para conseguir la libertad, e incluso la obligación moral de asumirla, son cosas que la izquierda tiene que seguir defendiendo.
10) Después de la guerra sin cuartel que se ha desarrollado en E.H., y tomando como ejemplo el debate actual sobre “la reconciliación y el perdón a las víctimas”, ¿cómo entender cuestiones tan peliagudas desde una moral revolucionaria?
Respuesta: El problema de las víctimas, con la actualidad y las connotaciones que tiene, es reciente, y la literatura revolucionaria sobre el tema, escasa, al menos en lo que yo conozco. Mis referencias conceptuales son más bien “liberales” (en el sentido que el término tiene no en Europa sino en los Estados Unidos, por ejemplo). O sea, las víctimas tienen derecho a una presencia política y legal que en la época de las grandes ideologías se les negaba, pero es un absurdo colocarlas en el epicentro de las respuestas a situaciones conflictuales. Reparación y reconciliación, así mismo, son terrenos que no se recubren, tienen protagonistas y tiempos distintos y es muy probable que la segunda siga a la primera.
Pienso que ETA debiera, como el IRA, distinguir entre víctimas implicadas y no implicadas, reconocer el dolor causado a las primeras y pedir perdón a las segundas. La declaración del IRA (2002) decía: “(Es justo) que reconozcamos todas las muertes y heridas que hemos causado a los no combatientes: sinceramente, pedimos perdón y ofrecemos nuestras condolencias a todas sus familias. (Asimismo sabemos que) ha habido muertes entre los combatientes de ambos bandos; reconocemos también el dolor y la pena de sus allegados”. Un comunicado de este tipo, creo, permite respetar el sentido de un enfrentamiento armado que, sin renunciar al heroísmo de sus combatientes, es capaz de criticar sus propias derivas terroristas; facilita además la tarea de los presos políticos que, sin equilibrios para perdones individuales, pueden referirse a la declaración de la organización armada; y, en última instancia, busca un gesto equivalente de los gobiernos para traer una ley orgánica (o equivalente) que, reconociendo las responsabilidades de la represión y en nombre de principios generales, debiera aunar el reconocimiento de las víctimas con la liberación de los presos, premisas para realizar el valor superior de la reconciliación.
No es una respuesta desde la moral revolucionaria, pero no tengo otra.
11) Más allá de cierta afinidad por prácticas concretas, simpatía por ciertos métodos de lucha o solidaridad en clave antirrepresiva, analizando globalmente la trayectoria política, organizativa y militar de la I.A. y sus fines (ej. construcción de un nuevo estado), parece difícil casarla con los planteamientos libertarios (algo que, sin embargo, ha resultado habitualmente confuso o ambiguo) ¿Nos puedes comentar tu postura al respecto?
Respuesta: Como he señalado al principio, me considero miembro de un colectivo que concibe la independencia nacional como la autogestión de comunidades autónomas y confederadas; al estado vasco, no gracias. Asimismo, me levanto contra las vanguardias dirigentes, particularmente contra las que se creen creadoras del porvenir y se otorgan una centralidad política y una libertad ética absolutas: identifican su triunfo con la historia y con la moral, y hacen así la cama del despotismo.
Sin embargo, el mayor enemigo del pueblo y de la libertad es el estado ya constituido, todopoderoso agente directo de la represión al servicio descarado de un capitalismo que, cada día que pasa, practica con mayor violencia una guerra de clases despiadada.
En Euskadi, ETA ha sido la mayor victima del estado y, por su carácter autoritario, ha querido ser su paredro. Contra la represión, merece una solidaridad que no debería flaquear ni fallar. Pero sus intentos para ejercer un control social de tipo estatal, como la triste policía de barrio que aplicaba la pena de muerte contra los trapicheos de drogas, o la intervención manipuladora en movimientos sociales que exigen libertad de acción y de crítica, eso no se puede pasar por alto.
Esa es, pienso, mi postura y la de muchos otros.