PERO, ¿QUÉ ES UN FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE?

Para unas personas supone poder ver un montón de películas, para otros, el glamour de contemplar en vivo a las estrellas del celuloide, para la ciudad organizadora significa darse a conocer y para los films que concurren, la posibilidad de comerzializarse mejor.

Un festival internacional de cine es un poco todas estas cosas, sólo que las dos últimas son la causa de que el festival se celebre, mientras que las dos primeras, sólo su consecuencia. Es decir, un festival internacional de cine, como el de Cannes o Berlín, es la unión de los intereses de una ciudad y de unas películas para mejorar su imagen y venderse mejor.

UN EJEMPLO, BERLÍN

En las décadas 6O, 7O y 8O, Berlín Oeste era una ciudad que necesitaba venderse por dos razones. Por una parte era poco atractiva para las clases medias y altas. La ciudad se encontraba aislada y rodeada por otro país, la RDA o Alemania del Este. Toda la vida se debía hacer dentro de los límites del municipio (salvo que se solicitara un visado para visitar por unas horas Berlín Este). Si no, la alternativa consistía en desplazarse hacia el oeste unos 150 km, por una única vía ya preestablecida, a través de la RDA, recorrido durante el que estaba prohibido detenerse o desviarse. Tampoco suponemos muy agradable para el ciudadano medio de Berlín Oeste la presencia, sólo a unas decenas de metros, de los tanques del Pacto de Varsovia. Símbolos de un comunismo que podía penetrarles por el jardín trasero en cuestión de minutos.
Por otra parte, la situación de la ciudad en plena Europa del este la convertía en un lugar privilegiado para exhibir las maravillas del mundo occidental, para funcionar como “el escaparate del capitalismo”. Subvenciones e incentivos tanto estatales como de empresas privadas tratarán de hacer de esta remota ciudad un lugar más atractivo, no sólo para los alemanes del oeste, remisos a mudarse a ella, sino también para muchos de los del este, quienes tras cada pequeña frustración cotidiana la idealizan un poquito más. El Festival Internacional de Cine de Berlín será uno más de los atractivos de esta Disneylandia, no en Florida, frente a Cuba, como Miami, sino en plena Europa socialista.

LA INDUSTRIA TAMBIÉN QUIERE VENDER

El mercado del último lunes de Gernika nos puede parecer muy tradicional, muy estético con sus gallinas, las mazorcas de maíz o las alubias rojas del país, una auténtica fiesta vamos, pero en el fondo no deja de ser un negocio. Igualmente un festival internacional de cine no es sino un gran mercado, al que concurren los últimos productos de la huerta cinematográfica. Unas películas buenas unas y otras no tanto. Y, ¿con qué objetivo? Pues con el de llevarse a críticos y grandes distribuidores al huerto. Se libran dos batallas. Por una parte hay que convencer al gran público, con la inestimable intermediación de los críticos, de que la nuestra es una buena película, digna de ser vista. Pero claro, de nada sirve que la crítica española, presente en el festival de Berlín, alabe la delicada poesía de un film de Taiwan, si luego ningún distribuidor de ese país se va a arriesgar a proyectarla en su cadena de cines porque cree que no va a ganar dinero. Pues esta es la fauna que se mueve en los grandes festivales. Ejecutivos de distribuidoras que tienen que decidir si compran los derechos de la última de Bruce Willis, pagando un pastón, por supuesto, o se arriesgan por esa interesante producción de Islandia, pero que igual deja sus cines más vacíos que las promesas electorales de Aznar. Si miráis las carteleras de los cines observaréis sus decisiones finales. Por cierto, en el último Festival de Berlín había películas de Indonesia, Dinamarca, Holanda, Hungría, Finlandia, Corea del Sur, Noruega, Suecia, Suiza, Brasil, Sri Lanka, India, Ecuador, Japón, Polonia, Turquía, Hong Kong y un larguísimo etcétera.

Y, el arte, qué papel tiene el arte en todo esto, os preguntaréis. Pues, más o menos, como Berlín Oeste ahora. Simplemente pasó a la historia.

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