RACISMO EN EL BILBAO METROPOLITANO

UNA RADIOGRAFÍA SOCIAL A PERTIR DE LAS MANIFESTACIONES ANTI-GITANAS

Se suceden las manifestaciones anti-gitanas en el Bilbao metropolitano. Primero fue en Erandio, luego en el barrio barakaldés de Lutxana y en las calles Rivas y Txabarri de Sestao. El último episodio hasta la fecha se ha registrado en el barrio barakaldés de Retuerto. Recientes quedan los conflictos, de naturaleza más compleja, en el barrio bilbaíno de San Francisco. Los nombres indican que no estamos hablando de Puerto Banús, Sweet Valley ni Negurigane. Por el contrario han sido y son barrios de tradición obrera y precisamente por eso sufren los efectos sociales de la desindustrialización.
Hay tres reacciones automáticas a esta situación, que no empezó aquí ni ayer precisamente, o que se lo pregunten a los vecinos de Mancha Real. La primera es obviar los problemas convivenciales entre payos y gitanos tildando a los primeros de racistas. La segunda es el rechazo de esa etiqueta por parte de los vecinos que exigen a las autoridades la expulsión de familias gitanas. La tercera es la universalización de un conflicto entre ambas comunidades, como si cada caso no tuviese especificidades locales ni estuviera protagonizado por personas con nombres y apellidos.

GITANOS EN EL PARAÍSO

Situamos pues la problemática en barrios de la periferia del Bilbao metropolitano en los que nunca fijarán sus residencias, para entendernos, José Luis Perales ni Rosario Flores. Las familias gitanas que se instalan en ellos son de baja extracción social, y acuden ante la oferta de vivienda barata. No son los únicos en los tiempos que corren, pero a falta de ruandeses o dominicanos son los más llamativos. Su presencia materializa la degradación a que llega un barrio, y saca a la superficie las frustraciones de los vecinos tradicionales que han sufrido ese proceso día a día. Las situaciones personales que acompañan a esos procesos (paro, fracaso escolar, alcoholismo u otras drogodependencias…) se pueden imaginar.

Esos barrios son polvorines sociales, y la llegada de poblaciones como esas familias gitanas (en otros lugares sudacas, magrebíes…) viene a echar leña a un fuego muy encendido. Por supuesto, responsabilizar a esas poblaciones inmigrantes de la degradación previa es una injusticia flagrante. Pero en momentos de crispación es más habitual la búsqueda de chivos expiatorios que el análisis sereno de las auténticas responsabilidades. Empezando por las propias.
La caza del chivo expiatorio, sea éste cual sea, es un fenómeno irracional. El cazador no atiende a razones, e interpreta los hechos a su antojo. No se trata de que sea tonto y se equivoque por su falta de luces, sino de que renuncia a la autocrítica. El cazador se justifica permanentemente a sí mismo, a sus acciones, a sus opiniones. Para él el chivo expiatorio no es tal, sino algo o alguien a eliminar, a apartar de su vista y su vecindad. Sin más consideraciones. Pero ese proceso no se elabora sobre el vacío, sino sobre un soporte cultural muy preciso. El payo que esté libre de recelar del gitano con quien se cruza en un lugar oscuro (racismo a ojos vista, puesto que no recelaría de la generalidad de los payos), que tire la primera piedra.
Somos herederos de siglos de rechazo a la etnia gitana. Existe un imaginario colectivo que nos dice que son sucios, pendencieros, mentirosos, ladrones, lascivos y, sobre todas las demás consideraciones, siempre forasteros. Rechazables, en definitiva, por su condición de desconocidos. Para un país de cristianos viejos como España los gitanos son ahora los otros por antonomasia. Quien quiere afirmarse, necesita un otro a la vez temible y despreciable (los rostros pálidos a los indios; los nazis a los judíos, maricas y demás; los nacionalcatólicos a los rojos, separatistas y masones; los humanos como Harrison Ford en Blade Runner a los replicantes…).

El imaginario colectivo incorporó nuevas situaciones en los últimos quince años en el Bilbao metropolitano. Los que eran vendedores ambulantes, propietarios de atracciones de feria, leedoras de manos, echadoras de cartas, dueños de osos amaestrados o de cabras danzantes pasaron de nómadas a sedentarios. Familias gitanas, clanes numerosos, fijaron su residencia en barrios concretos, las zonas más baratas, que no podían ser más que las de habitación obrera (Otxarkoaga, San Francisco, Bilbao la Vieja y Zorroza en Bilbao, junto al campo de fútbol de Erandio, San Juan en Santurtzi, Kareaga y la falda del Argalario en Barakaldo…). Porque la población obrera ha olvidado que ellos mismos eran los otros para la gente bien del Ensanche y Getxo no hace tantos años. Y acaso siguen siéndolo ahora que su condición económica ha empeorado, y las clases medias/pudientes meten en el mismo saco social a gitanos y a quienes desean echarles.

Clanes gitanos ocuparon a principios de los años ochenta los eslabones inferiores del narcotráfico local, y la mayor parte de sus jóvenes se engancharon entonces a la heroína. Las manifestaciones anti-droga que recorrieron los barrios guardan, con un componente anti-gitano más o menos camuflado por sus portavoces, un parentesco impresionante con las que nos ocupan. Pedían la desaparición de la droga y los yonquis como piden la de los gitanos. Sin preguntarse por qué los tienen ante sus ojos.

De hecho, y para abrir una espita a la polémica, sus protagonistas eran los mismos. En general, amas de casa, madres y abuelas sacudidas por el ejemplo de tragedias familiares provocadas por las drogodependencias. Al parecer las madres gitanas, cuando conocemos índices de drogodependencias estremecedores dentro de su comunidad, no sufrían. Posteriormente en Retuerto las manifestaciones anti-gitanas se han transformado por arte de birlibirloque en manifestaciones anti-lindane. Con las mismas premisas. Señores de las instituciones, quiten de nuestra vista el lindane. No queremos frivolizar. En estos barrios se ha desbordado la capacidad de aguante contra las instituciones. De ahí la noción de polvorín.

¿DÓNDE MIRA LA OPINIÓN PÚBLICA?

Sucios, ladrones y camellos. Así ven los payos del área metropolitana de Bilbao, y no sólo las amas de casa, a los gitanos. Gente con la cual la convivencia es imposible. Dejaremos para otra ocasión la asociación gitana-guarra-prostituta. También la acusación de que el Estado mantiene a los gitanos (les cede pisos de propiedad pública, no actúa cuando los ocupan, les regala el salario social que niega a los ciudadanos con pedigrí, los ayuntamientos les reservan los puestos de trabajo para parados de larga duración…). Es un chollo ser gitano, vaya. Es más fácil tomarla con ellos, así en general, que con algo tan difuso como el Estado. Esos bulos han prosperado sin ningún tipo de aclaración por parte de los agentes públicos.
Se echa de menos la publicidad de los criterios con que se otorgan las ayudas sociales. Ya que no por boca de los cargos políticos, al menos por parte de los funcionarios, las asistentas sociales (universalizado su género), las ONGs laicas, las vinculadas a la Iglesia, los medios de comunicación. Tanto silencio en torno a la beneficencia en el tiempo de los nuevos pobres y la exclusión social abre las puertas a la sospecha. A pocos se les ha ocurrido abrir la puerta que separa las situaciones de pobreza de los contratos-basura.

Encima sobre algunos barrios se cierne la amenaza de las excavadoras. Qué mejor que dejar que los propios vecinos pregonen sus miserias y definan su entorno como inhabitable. Los adalides de la especulación inmobiliaria se frotan las manos. Con la imagen que se está dando, ¿quién va a dudar de que lo mejor es el borrón y la cuenta nueva? Ahora bien, los vecinos harían bien en preguntarse si el borrón se les llevarán en su remolino a ellos, a sus viviendas, a sus formas de vida. No vaya a ser que el nuevo San Francisco, el nuevo Lutxana, la nueva zona ribereña de Olabeaga a Sestao se haya pensado como el nuevo San Juan para quienes puedan pagarse un chalecito con vistas al mar o una oficina comercial con vistas al Guggenheim y la estación intermodal.
Esbozada la radiografía, de la que hemos obviado los rasgos positivos de la etnia gitana porque no vienen a lo que nos ocupa, queremos evitar la tentación de buscar otro chivo expiatorio en la población trabajadora. Aunque el rechazo se mantenga larvado, los conflictos explotan por motivos concretos en cada lugar. Los problemas de convivencia existen, y las dos partes son responsables. No dos partes universalmente enfrentadas, sino personas. Lo triste es la constatación de las dimensiones de las causas primeras. Peleas de niños, bolsas de basura abiertas, animales sueltos, insultos, amenazas, en ocasiones agravadas por atracos, golpes o, cada vez menos, trapicheo de sustancias ilegales.
Sobre esas bases se construyen conflictos preocupantes en el Bilbao metropolitano, en el que los vecinos, más bien las vecinas, piden el ingreso en prisión o la expulsión de familias enteras. En ocasiones las agresiones se producen ya iniciadas las movilizaciones vecinales. Con esos detonantes actúa el imaginario colectivo, y a partir de ahí, con la prensa que acude como las hienas a la carroña, todo se dispara y se deforma. Las acusaciones suben de tono. Que si no son propietarios de sus viviendas, que si viven en condiciones infrahumanas, que si llevan navajas, que si conducen sin carnet, que si tienen perros salvajes sueltos, que si abastecen de heroína a media Unión Europea.

Sin pruebas materiales de ningún tipo. Sin personalizar las acusaciones. Acusando a toda la etnia de algo que te contaron que sucedió en 1612 y que tenía por protagonista a un tano. O de la fiesta que montó tal día una caravana, que dejaron el lugar hecho una pocilga. Como todos son familia… Así se organizan manifestaciones ruidosas que no han acabado en linchamiento por los pelos (Lutxana). Todo vale para echar de tu barrio a los calés, que es de lo que se trata. Y, vaya por dios, a veces los calés no se resignan y responden con la misma moneda de las amenazas y las mentiras.

POR DONDE EMPIEZA EL FASCISMO

Las instituciones y las formaciones políticas (HB e IU incluidas), temerosas de posicionamientos impopulares, en el mejor de los casos escurren el bulto. El tratamiento que queda es el policial. Si los gitanos viven en el edén de la propiedad y la ley (Retuerto), de apaciguamiento relativo. Aún no ha llegado nada a los tribunales, porque el asunto se ventila discretamente en otras instancias. En Sestao se ha expulsado a los okupas por gitanos y por okupas. En Erandio y Lutxana se ha indemnizado a las familias para que se vayan. Como son nómadas… Nadie, salvo excepciones, se ha puesto en medio para conciliar posturas. Claro que, ¿quién debía hacerlo?

Acabamos con una llamada de atención. La izquierda tradicional ha perdido su influencia en lo que se llamó cinturones rojos de las ciudades. Sus líderes no tienen predicamento. Esa izquierda se ha quedado sin clientela puesto que al no haber industria no hay trabajadores en el sentido convencional. En la comarca de Bilbao, que no recibe población de otros colores de forma masiva, el alejamiento quizá se camufle mejor que en otras regiones. Por eso no nos vemos, todavía, con skin-heads ultras ni posicionamientos nítidamente racistas. Otros conflictos políticos ocupan a la opinión.

Pero se haría mal cerrando los ojos a los movimientos sociales de fondo. Los movimientos presuntamante apolíticos, que se publicitan como portavoces de los vecinos una y otra vez estafados por los partidos y las instituciones, ya han aparecido. Y lo han hecho en San Francisco, favoreciendo digan lo que digan sus portavoces la asociación inmigrante-traficante. Y lo han hecho en Lutxana, tras su pogrom anti-gitano, con una candidatura vecinal a las elecciones municipales. Unos y otros son los independientes, que ya están mereciendo la atención de Ekintza Zuzena. Iluminados que simplifican la cuestión social con chivos expiatorios que ofrecer en sacrificio a unos vecindarios que no aguantan más, pero cuya cultura política tampoco da para más.

En Marsella, metrópoli posindustrial y también portuaria, Le Pen ha aglutinado esos sectores sociales predispuestos a seguir lo que dicte el líder, que habitualmente es trazar la frontera patria entre buenos y malos, blancos y oscuros. Por las Españas ha asomado el hocico una candidatura política denominada PIE, Partido Independiente Español. En Bilbao hasta la fecha tenemos más suerte. El populismo lo enarbola con notable éxito Gorordo, cuyas ambiciones patrias todavía no han rebasado el Pagasarri.

Soledad Frías
(Barakaldo)

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