THUGATÉR

«Thugatér ordeñaba las vacas de su padre, y las ordeñaba bien, porque de la leche que llevaba a casa salía más mantequilla que de la que llevaban sus hermanos. Voy a explicar por qué: Quien ordeña pacientemente hasta el final, saca una leche grasa, pero el que lo hace de prisa y corriendo se deja en las urbes mucha nata. Pues bien: Thugatér no tenía ninguna prisa, pero sus hermanos sí. Porque argüían éstos que tenían derecho a hacer otra cosa que a ordeñar las vacas de su padre. Pero a ella no se le ocurría ni pensar en este derecho.

-Mi padre me ha enseñado a disparar con flecha y arco -decía uno de los hermanos-. Yo puedo vivir de la caza, quiero rondar mucho y trabajar por mi cuenta.
-A mí me ha enseñado a pescar -decía un segundo-. Bien tonto sería si no me dedicara más que a ordeñar para otro.
-Y yo he aprendido de mi padre a hacer barcas -añadía un tercero-. Sé cortar un árbol, ahuecarlo y acerlo flotar sobre el agua. Yo quiero saber qué hay por ver a la otra orilla del lago.
-Pues yo tengo ganas de ir a vivir con una rubia Guné -declaró un cuarto-, de tener casa propia con “thugatérs” para que ordeñen mis vacas.

Cada hermano tenía, pues, un deseo, una aspiración, un afán. Y así estaban tan llenos de impulsiones que no tenían tiempo para sacarles la crema a las vacas del padre, las cuales deberían sentirse muy desconsoladas con ellos, por no ser de utilidad para nadie. Pero con Thugatér estaban muy contentas, porque les sacaba hasta la última gota.

-¡Padre! -clamaron a una los hermanos-. Nos vamos.
-¿Y quien ordeñará las vacas?-preguntó el padre.
-Pues Thugatér -contestaron.
-¿Y qué será sí también ella tiene ganas de navegar, de pescar, de cazar y ver mundo? ¿Que será si también a ella se le mete en la cabeza ir a vivir con un rubio o moreno con quien tener casa propia? Puedo prescindir de vosotros, pero no de ella…, porque la leche que me trae a casa es muy cremosa.

Y los hijos después de consultarse un rato, respondieron:
-Padre, es muy sencillo: no le enseñes nada a Thugatér, y así seguirá ordeñándote las vacas hasta el fin de sus días. No le enseñes cómo lanzar una flecha muy lejos y con furia una cuerda tensada sobre un arco, y así no tendrá ganas de cazar. No le descubras la condición de los peces que se tragan el anzuelo si está recubierto de cebo, y de ese modo no le entraran ganas de echar la caña ni las redes. No le digas cómo se ahueca un tronco para hacer de él una barca, y no se le podra ocurrir querer pasar al otro lado del lago. Y no le hagas saber nunca cómo obtener una casa propia viviendo con un rubio o moreno. Que no aprenda nunca nada de eso, padre, y se quedará contigo para sacarles la nata a tus vacas. Y ahora, déjanos, padre, marchar cada uno a nuestro empeño.

Así hablaron los hijos.

Pero el padre, que era un hombre muy prudente, insistió:
-Decidme, por favor, ¿quien le va a impedir que aprenda lo que yo no le enseñe?¿Que será si ve navegar a la mosca azul sobre una ramita flotante?¿Y qué si el hilo de su telar se vuelve a poner dos veces en la misma longitud y se pone a retorcer rápidamente y expulsa la lanzadera violentamente como el arco a la flecha por casualidad?¿Y qué si, a orillas del arroyo, se fija en el pez que va a tragarse el cimbreante gusano a su alcance y, llevado por el apetito, no advierte una astilla de caña en que queda enganchado?¿Y qué, en fin, si encuentra el nido que las alondras urden entre el trébol el mes de mayo?.
Los hijos volvieron a juntarse para pensar. Y contestaron:
-Padre: ella no aprenderá nada de todo eso. Es demasiado estúpida para tener deseos de saber. Tampoco nosotros habríamos aprendido nada si tú no nos hubieses iniciado.

Pero el padre replicó al punto:

-No; ella no es estúpida. Más bien me temo que aprenda por sí misma lo que vosotros no habríais aprendido nunca sin mí. Thugatér no tiene un pelo de tonta, no.

Entonces los hijos se pusieron a pensar una vez más, pero ahora con más profundidad, y volvieron a proponer:

-Padre, dile esto: que saber, comprender y anhelar… es pecado para una joven.

Y esta vez el prudentísimo padre quedó satisfecho. Les dejó marchar a todos sus hijos, cada cual a su antojo: el uno a pescar, el otro a cazar, el otro a bodas y a ver mundo… Pero le prohibió a Thugatér todo saber, entender y desear. Y Thugatér siguió ordeñando vacas inocentemente, hasta apurar bien las ubres.

Y las cosas quedaron así por el momento.»

Eduard Douwes Dekker (Multatuli) (1820-1887)

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