Liberté ou Mort

Las revueltas de Saint Domingue (Haití) 1789-1805

Cuando se habla de la Insurrección de Haití no se sabe si se hace referencia al movimiento de resistencia a la esclavitud, la desigualdad social y el capitalismo o al movimiento político y social que impulsó reformas parecidas a las desarrolladas en la denominada Revolución Francesa 1789-1795, tras las que la clase burguesía se hizo con el poder.1 En Haití se mezcló la lucha revolucionaria con las reformulaciones burguesas del Estado para adaptarse a los nuevos tiempos; la resistencia histórica a la explotación del hombre por el hombre, con la independencia nacional que, como la anterior de los EEUU y las posteriores en el resto de América, siguió dividiendo la sociedad entre propietarios de tierras y exhaustos braceros.

Otro aspecto interesante sobre el desarrollo de ciertos términos, es lo ocurrido con la palabra anarquismo, pues si bien hoy, se entiende como un movimiento histórico de resistencia al capitalismo y un posible sistema social sin clases, en su origen era un concepto del que nadie se reivindicaba, aunque luchara por esa realidad; era un insulto de los opresores hacia los rebeldes.2

Ingenio azucarero francés

La Corona española explotó a los nativos de La Española desde 1492. El trabajo forzado en minas, ganadería y plantaciones, sumado a las enfermedades, para las que los nativos no tenían defensas, exterminaron a la población autóctona. Sin embargo, para los intereses de la corona significó prosperidad y riqueza. La gran isla fue durante las primeras décadas de la conquista americana el centro militar y administrativo colonial. Entre otros aspectos, debido a que se suplantó la desaparecida mano de obra indígena por esclavos traídos de África.

Durante el siglo XVI, los bucaneros, en gran parte de procedencia francesa, fueron asentándose en la parte Oeste de la Española, la zona más despoblada y olvidada de la isla. En un momento dado fueron una fuerza tan importante, que Francia, con la idea de colonizar ese territorio, tejió una alianza mediante diferentes estratagemas y emisarios. A partir de 1665, con el nombramiento de D’Ogeron como gobernador de Tortuga y la zona Oeste de la Española, se puede afirmar que la corona francesa controla más que la española dicho territorio. En 1697 el tratado de Ryswick formaliza la cesión a Francia, tomando el nombre de Saint Domingue. Poco a poco, aventureros y piratas empezaron a dividir la tierra en pequeñas parcelas para cultivar azúcar, cacao y añil a mediana escala, convirtiéndose en prósperos colonos agrarios. Primero explotaron a otros trabajadores europeos con condenas o pobres en régimen de engagé, dispuestos a trabajar tres o cinco años con la ilusión de, pasado ese tiempo, realizar carrera hasta llegar a convertirse en un gran plantador caribeño. Una vez más, la conciencia de clase, de oprimidos y arrinconados, brilló por su ausencia.

Convencidos de que los esclavos traídos de África producirían más beneficios cambiaron a unos por otros, produciéndose un enriquecimiento vertiginoso de algunos colonos. Viendo el fácil negocio, grandes comerciantes de Francia se trasladaron a la isla para organizar enormes ingenios con cientos de esclavos que trabajaban catorce horas diarias seis días a la semana. La esclavitud siempre estuvo justificada por el catolicismo, que prohibía trabajar los días festivos y exigía alimentación y cobijo de los amos a sus trabajadores. Hacia 1700, época en la que llegan cuarenta mil africanos al año, aumentó la brecha social entre los colonos, debido al aumento de aranceles para la exportación de tabaco a la metrópoli. Gran parte de los pequeños propietarios quebraron y pasaron a engrosar las filas de los blancos pobres de las colonias, a la vez que los latifundistas centrados en el cultivo de azúcar, aumentaron su poder y riqueza. Dos tercios del azúcar que se comerciaba a nivel mundial provenía de este rincón del planeta. Saint Domingue se convirtió de la noche a la mañana en un enorme ingenio productivo de café, tabaco, cacao y sobre todo, azúcar. En 1750, son cuatrocientos mil esclavos: la concentración de trabajo forzado más grande del mundo. Hay un látigo blanco por cada dieciséis esclavos y forman el 86 % de la colonia. Con esa acumulación de capital se financia la burguesía que hará la «Revolución» en Francia y el desarrollo industrial de esa parte de Europa.

A Cap François (la principal localidad portuaria ubicada en el Norte) le llaman el París de las Antillas, se construyen teatros, puentes de arcos y acueductos de piedra, al estilo romano. Los latifundistas viven en suntuosas mansiones en los puertos o, directamente en la metrópolis. Las haciendas están dirigidas por duros capataces que, en ocasiones, son los hijos bastardos de los dueños de la isla. Mulatos, fruto de relaciones entre blancos y negras, en mayor medida, de violaciones o de la extendida y obligada prostitución negra3. Mulatos que, de generación en generación, van a conformar un sector social nuevo: el de propietarios sin derechos políticos. En este sector se situarán muchos de los negros libertos; que obtuvieron la libertad a la muerte del dueño o por otras razones como la de que se convirtieran en aliados de los amos ante el creciente y dispar, número de esclavos. A todos ellos, sean pobres o ricos, se les conoce como affranchis. A su vez, algunos disfrutaron de formación académica o fueron educados en París, adoptando las costumbres y las ideas liberadoras y proderechos ciudadanos de allí. Década tras década, van heredando propiedades y comprando su libertad y la de sus hijos. En 1780, llegan a poseer una cuarta parte de la masa trabajadora y una tercera parte de los cultivos de Saint Domingue. Sin embargo, su raza no les permite prosperar como quisieran. Solo pueden comprar tierras en la parte menos fértil de la colonia, en el sur, donde se especializarán en el cultivo de tabaco. Llevan la cuenta exacta del porcentaje de «sangre francesa» que circula por sus venas; cuanto más, suelen tener un nivel social más alto. Esta clasificación era tan precisa que llegó a haber treinta y dos niveles, con diferentes nombres para cada tono de color de piel.

1789 es un año clave para el devenir de Saint Domingue. Si bien es falso que las ansias emancipadoras en la isla son un eco de la Revolución Francesa (ya mucho antes habían acontecido revueltas y cimarronaje), los acontecimientos históricos que se producen en la metrópoli salpican a cada momento el devenir de la colonia. En ese año hay 480 mil esclavos, formando ya casi el 90 por ciento de la población. El diez restante, son treinta mil mulatos y treinta mil blancos, de distintas clases sociales. En ese año y, a grandes rasgos, la sociedad colonial se dividía en:

  1. Funcionarios de la corona y poderosos terratenientes que poseían dos tercios de las plantaciones y eran de origen europeo. En la época, recibían el nombre de «Grandes Blancos» y se dividían entre criollos y ausentistas (que vivían en Europa). Tuvieron contradicciones menores con respecto a la autonomía regional, la pugna contra el monopolio comercial francés, las ideas ilustradas y las políticas emanadas de la Revolución Francesa.
  2. Pequeños blancos (artesanos, comerciantes menores y empleados de los ingenios) sin tierras y con fuertes recelos de unos mulatos, a quienes consideraban inferiores, pero que, en muchas ocasiones, poseían fortunas superiores. Como su único capital era el color de su piel, se mostraron casi igual de racistas que los Grandes Blancos, con los que tenían contradicciones de clase.4
  3. Mulatos o Affranchis Grandes: propietarios, importantes capataces, militares de alta graduación… Durante dicho proceso histórico se aliaron tanto con los Grandes Blancos, para proteger la propiedad privada y el régimen esclavista, como con los esclavos insurrectos, para acabar con el racismo y el colonialismo.
  4. Mulatos pequeños y negros libres (asalariados, pequeños capataces…) fue un sector muy desfavorecido en lo que a economía y derechos se refiere, de ahí su simpatía y participación en las revueltas de esclavos.
  5. Esclavos negros. La mayor parte de la población y la más oprimida y explotada.

A lo largo del Oeste de la isla había casi ochocientos grandes ingenios de azúcar y algodón y seiscientos enormes cultivos de víveres. Las plantaciones de índigo y café llegaban a tres mil, aunque eran de menor tamaño. También había 182 destilerías y pequeños terrenos dedicados a ganadería o autoabastecimiento. Todo estaba repartido en tres zonas bien delimitadas. La del Norte, la más rica y fértil, donde se concentraban los latifundios azucareros y la mano de obra negra. Allí estaba Cap Français, el puerto más grande y el mayor núcleo comercial y de tráfico de esclavos. La región Oeste era la segunda en importancia económica, sobre todo debido al cultivo de algodón y a que albergaba la capital de la colonia, Port-au-Prince, la casa del gobernador y gran parte de las tropas. La región Sur era la más olvidada. Estuvo casi despoblada hasta el siglo XVIII, cuando se produce un boom del consumo de café y se instalan allí importantes grupos de affranchis para crear cafetales y cultivar cacao, algodón y azúcar no refinado. Como se ha mencionado, los comerciantes del sur tenían menos privilegios que los del Oste y el Norte, no obstante, todos los explotadores de la colonia padecían l’exclusif: la obligación de vender las materias primas únicamente a las compañías francesas. Entidades vinculadas a la Corona y la alta burguesía que disponía de asientos esclavistas propios en la costa de África. Estas imposiciones y restricciones económicas por parte de la metrópolis fueron creando un afán de independencia (para poder vender al mejor postor) que jugaría un papel importante en los posteriores sucesos.

Insurrección y guerra

Durante el período de revueltas 1789-1805, los mulatos fueron los primeros en echarse a la calle. Al mismo tiempo que en Francia se luchaba por la igualdad de derechos, en Saint Domingue ante el aumento del poder económico de los affranchis, se dictaron ordenanzas para que no pudieran llevar espadas o no se les pudiera tratar de Monsieur o Madame; lo que sumó causas para su malestar y ansias de rebelión. Los mulatos no podían ejercer profesiones liberales ni ser oficiales del ejército y, además, estaban obligados a prestar tres años de servicio militar en la gendarmería rural. Este cuerpo policial estaba destinado a reprimir los conatos de rebeldía y perseguir a los esclavos fugados. Paradójicamente, el hecho de que la mayoría de sus miembros fueran affranchis o negros libertos, a la postre les dio poder. Eran portadores de armas y estaban relacionados con una importante fuerza militar. La mayoría asumía la cosmovisión del colonizador y despreciaban a los esclavos por su origen africano, considerándolos bárbaros e indignos de vivir en libertad. Con respecto a Francia tenían un doble sentimiento, pues si bien despreciaban el monopolio comercial que imponía, adoraban su Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano, que defendía los intereses de hombres libres: varones, propietarios y blancos… aunque esto último estaban seguros de poder cambiarlo.

Desde Francia llegan gritos de revolución y noticias de los buenos resultados que produce la lucha violenta del pueblo: en 1776 se había producido la Independencia de los EEUU y en 1780, las rebeliones indígenas más importante del continente, en el Virreinato de Perú; además de las revueltas de esclavos en Martinica en 1789 y en la Guayana Francesa y Guadalupe en 1790. En este contexto los Grandes Blancos provocan acciones armadas y reorganizaciones políticas para conseguir el libre comercio y el autogobierno y se produce el levantamiento de mulatos. En 1790, el affranchi Vicent Ogé, un terrateniente que había vivido en la Francia prerevolucionaria, dirige un alzamiento de doscientos cincuenta combatientes. Tras dos meses de escaramuzas, Ogé, acorralado, decide buscar refugio en el lado español de la isla; pero es deportado y ejecutado.

En 1791, los esclavos, que llevan siglos esperando el momento, pasan a la acción. En bosque Caïman, cimarrones5 y negros de distintas plantaciones hacen un pacto de sangre, prometiendo luchar juntos. La sacerdotisa vudú Cécile Fantiman fue la encargada de iniciar la arenga contra los amos pero el líder de la rebelión fue Book Man Dutti, un esclavo que sabía leer y ejercía de pequeño capataz. Dutti había recogido la experiencia de la resistencia jamaicana y durante años había sido chofer de carretas, por lo que conocía rebeldes en muchas plantaciones y había escuchado numerosas conversaciones tanto de blancos como de mulatos. Según el historiador Jean Fouchard, en ese momento, Book Man ya era un activo cimarrón, puesto que se había fugado de su amo hacía algunos meses.

La conspiración de los esclavos no se produce de la noche a la mañana, son años y años resistiendo y odiando el sistema de opresión y estrechando lazos de confianza y comunidad. Fue necesario reconstruir la unión que los propietarios destruían al separar los núcleos familiares y dividiendo, lo máximo posible, a los miembros de una misma etnia rebelde. Poco a poco se fueron gestando estructuras de resistencia y elementos culturales cosmopolitas propios.

«Así, por ejemplo, surgió de manera sui generis el creole, una lengua sincrética, constituida por elementos de diversos dialectos africanos y del francés, hablada sobre todo (aunque no exclusivamente) por los esclavos. Similar génesis tuvo la religión vudú, nacida de interrelación de cultos y creencias de origen africano (especialmente dahomey) con elementos del cristianismo [….]. Dos factores centrales en las vidas de los esclavos, pues les dieron cohesión social y cultural, rompiendo con las divisiones étnicas que los amos buscaban imponer y una cosmovisión de oposición frente a la dominación […]. Los cautivos realizaban reuniones clandestinas en las que bailaban al ritmo de los tambores y al son de cantos en creole, efectuaban rituales vudús, socializando sus penas y armándose de esperanzas para un futuro mejor».6

Al principio son algunos cientos de insurrectos, días después dos mil rebeldes demuestran su sed de venganza prendiendo fuego a mil plantaciones, destruyendo máquinas y matando a los amos que se encuentran por el camino.7 Muchas mujeres participan en los combates. Además de la extendida participación de las cimarronas de América, en los enfrentamientos, según Martínez, esto fue más extendido en dicha región porque un número considerable de luchadoras provenían de Dahomey donde era común que las nativas integrasen el ejército. Uno de sus enemigos describió de la siguiente manera las milicias negras en armas:

«Sus tropas alcanzaban un número de seis mil hombres, algunos desnudos, algunos en calzones y otros grotescamente vestidos con lujosas ropas robadas en nuestros guardarropas. Estaban armados con pistolas, cuchillos, palos y con utensilios punzantes de cocina y de granjas. Como artillería tenían quince cañones de nuestras ciudades […]. Sus músicos hacían un horrendo ruido de tambores».8

En cuanto a los objetivos inmediatos Martínez, en pág. 149, vuelve a ofrecernos dos interesantes testimonios rebeldes: «Todos los negros de las colonias saben que el plan es prender fuego a las plantaciones, matar a los blancos y tomar el control del país […]. La destrucción de todos los blancos, excepto algunos que no tenían propiedad, algunos curas, algunos médicos y algunas mujeres». El número de esclavos alzados crece día a día, algunos hablan de cien mil. En todo caso, no parece una fuerza suficiente para doblegar a las tropas de los Grandes Blancos que, en varios lugares, logran reprimir la revuelta. Al igual que hizo Roma con los seis mil prisioneros de la revuelta de gladiadores del 71 a. c. (Espartaco…), en Saint Domingue colgaron a diez mil prisioneros a lo largo del camino hacia Cap François. Sin embargo, decenas de miles de antiguos esclavos se retiran a otras zonas donde se hacen fuertes, manteniendo el pulso de la revuelta.

El papel de los mulatos durante la insurrección negra fue dispar, mientras algunos fueron ejecutados, acusados de instigar a los braceros, otros participaron en la defensa de las principales ciudades con la intención de salvaguardar el orden esclavista.

Tras la represión se produce un confuso periodo de alianzas interclasistas y guerra interburguesa, en el que las distintas potencias mundiales (España, Francia, Inglaterra y EEUU) van a implicarse en la realidad de la isla, dando apoyo a uno u otro de los sectores en disputa. También se producen constantes y crueles escaramuzas «raciales» y sagradas uniones nacionales. El sector privilegiado de blancos y mulatos decide unirse con el fin de evitar una nueva revuelta de esclavos. Hay juntas de patriotas, asamblea de notables, banquetes comunes y gestos «fraternales» de albos hacia morenos:

«Somos hermanos, olvidemos nuestros mutuos errores, perdonémonos nuestras injurias, trabajemos juntos por la paz de Francia y el bienestar público […]. Las disensiones que han reinado hasta hoy pasan a la historia: aquí no tenemos diferencias de color: sólo habrá ciudadanos libres y esclavos. En cuanto a los esclavos, es obvio que no vamos a traerlos de África, gastando inmensos capitales, para hacerlos ciudadanos franceses libres en Haití».9

Por su parte los mulatos affranchis manifiestan que el hecho de que se les otorgase la ciudadanía que tanto anhelaban no tenía por qué ayudar a generalizar la revuelta de esclavos. En la siguiente cita dejan claro con qué sector querían estar aliados:

«¿No son los negros libres quienes forman actualmente las milicias que tienen a raya a los esclavos y dan caza a los fugitivos? ¿Cómo su elevación a la dignidad de ciudadanos provocaría una revolución de los esclavos? ¿Acaso creéis a los mulatos lo bastante locos, poseyendo como poseen, la cuarta parte de los esclavos y la tercera parte de las tierras para exponer en una alianza monstruosa su fortuna, su vida y el título de ciudadano nuevamente conquistado? ¿Qué importa que seáis blancos? ¿Qué importa que nosotros seamos mulatos? Unos y otros somos propietarios, unos y otros poseemos esclavos y tierras y somos por consiguiente aliados naturales».10

Cuando los affranchis participaron en los enfrentamientos defendiendo a una u otra potencia o a uno u otro sector francés (del nuevo o del Antiguo régimen) lo hicieron reclutando a sus esclavos, bajo promesas de libertad. El armar a los oprimidos por parte de los propietarios, que los usaban de carne de cañón para dirimir sus contradicciones interburguesas, a la postre trajo muchos problemas para los amos de la isla: sus enemigos de clase ahora sabían usar armas de fuego.

En diciembre de 1791, la rebelión de esclavos está estancada, como guerra de trincheras. Los caudillos negros no saben cómo seguir avanzando y temen la llegada de tropas imperiales. Deciden escuchar las propuestas de paz de las autoridades que les proponen la manumisión (carta de libertad) de cuatrocientos de ellos (empezando por los jefes) y la amnistía general de todos los insurrectos que volvieran al trabajo. Los líderes formales de la revuelta aceptaron las condiciones, aconsejando a autoridades y propietarios que ilegalizaran el maltrato y abolieran las prisiones de las plantaciones. «Traten de mejorar las condiciones de esta clase de personas tan necesarias para la colonia y les aseguramos que volverán a trabajar y el orden se reestablecerá».11 Amplios sectores de sublevados se opusieron al acuerdo y a la entrega de armas y rehenes al enemigo. Se lo hicieron saber a sus dirigentes y a los prisioneros blancos que estaban en su poder. Un colono francés cautivo llamado Gros recuerda el crispado ambiente de aquéllos días: «En nuestro camino a Le Cap vimos negros reunidos y corriendo hacia nosotros con sables en sus manos, amenazando de enviar solamente nuestras cabezas a Le Cap, insultando la paz de sus generales».12

La Asamblea colonial, debido a las fuertes presiones de los mandamases de la isla, finalmente también decide romper la negociación y pedir refuerzos para someter a los «bárbaros». «El fracaso de las negociaciones traería el fin de la moderación de los líderes […]. Toussaint Loverture [quien ya había luchado junto a Book Man Dutti] también torpedeó tras bambalinas el acuerdo, entendiendo que ante la resistencia de sus compañeros de armas, el único camino era la emancipación universal».13 Convirtiéndose, por este y otros hechos, en el jefe más importante de los rebeldes.

Las constantes escaramuzas entre esclavos insurrectos y el ejército siguió provocando enormes pérdidas a los dueños de la región por lo que algunos delegados del proceso «revolucionario» francés recomendaban aceptar la amnistía y la abolición de la esclavitud a cambio de paz y vuelta al trabajo, esta vez, asalariado. Sin embargo, los «radicales» jacobinos que gobernaban Saint Domingue, portavoces ilustres de la Libertée, Égalité et Fraternité, rechazaron dichos consejos: «Declaramos que la esclavitud es necesaria para el cultivo y prosperidad de las colonias, que no está ni en los principios ni en la voluntad de la Asamblea Nacional de Francia tocar estas prerrogativas de los colonos”.14

En 1793, las tropas coloniales, enviadas por los jacobinos y ayudadas por los Grandes Blancos y los Grandes Mulatos progresaron en la represión de la rebelión esclava, echando a los insurrectos de las planicies a las montañas. Sin embargo, cuando España e Inglaterra atacaron Francia, por la ejecución de Luis XVI, los Grandes Blancos aprovecharon para intentar volver al antiguo orden social. Con la ayuda de las incursiones británicas y españolas en Saint Domingue, aristócratas y latifundistas se hicieron fuertes y atacaron las tropas leales francesas. Los mandamases jacobinos, solo entonces y para no ser derrotados, prometieron la abolición de la esclavitud si los insurrectos les ayudaban a ganar aquella guerra.15 En este contexto algunos sectores mulatos, negros insurrectos y nuevos esclavos en armas pasan a la ofensiva. En 1794, la alianza entre negros, mulatos y «jacobinos franceses» vence a los Grandes Blancos, algunos de los cuales habían enarbolado las ideas de independencia nacional. Miles de negros y mulatos se ven libres y celebran en las calles. En París, la Asamblea Legislativa promete extender la abolición de la esclavitud a sus colonias. Touissant es ascendido a General en Jefe de las tropas de Saint Domingue y se convierte en uno de principales gobernantes de la isla.

Sin grilletes, pero encadenados al trabajo asalariado semiforzado

En un primer momento, los delegados franceses otorgan «la libertad» a todos los insurrectos que han luchado con ellos; incorporan a muchos de ellos a sus milicias y reparten tierras entre los generales afrodescendientes.16 Sin embargo, poco después, ante la debilidad que sigue teniendo su ejército frente a los exesclavos en armas, se ven obligado a abolir toda esclavitud en la zona Norte. Eso sí, dejando claro que «los negros actualmente trabajando en las plantaciones de sus antiguos amos deberán mantenerse allí» a cambio de un salario, y advirtiendo que “todo hombre que no tenga propiedad, no esté en el ejército, no trabaje en la agricultura, ni esté empleado en la casa de alguien o se lo encuentre vagando, será arrestado».17 Con esta clara amenaza la burguesía colonial se aseguraba la plusvalía de los asalariados, la no dispersión de los libertos, su autonomía alimentaria (cosechando para sí mismos) y que no se emplearan en lo que consideraran ocupaciones menos malas. Además, aplicaron la legislación necesaria para ilegalizar y perseguir a los miles de cimarrones, que ocultos en la montaña, rechazaron esa «liberación» y siguieron rebelándose, con la táctica de guerra de guerrillas.

De la esclavitud se pasa al trabajo servil, los exesclavos ahora se llaman «cultivadores» y no pueden ser golpeados con el látigo para aumentar la producción. Sin embargo, en algunos casos, las jornadas son tan largas como antes y solo se puede abandonar el ingenio con el permiso de los propietarios; algunos relacionados con los antiguos latifundistas y otros con la burguesía «revolucionaria» francesa o la nueva élite castrense mulata y negra. Esas condiciones de vida provocan constantes protestas y una revuelta especialmente dirigida contra esa nueva casta. La lucha la encabeza un sobrino de Toussaint, algo que no le salva de ser ejecutado.

La película Queimada (Gillo Pontecorvo, 1969) está inspirada en los acontecimientos históricos en esta isla y es el filme que mejor trata todo lo explicado en este texto. En la película, tras la abolición de la esclavitud y la proclamación de la Independencia, uno de los rebeldes que continúa la lucha —porque permanecen la explotación, la miseria y la desigualdad— afirma: «Si un hombre trabaja para otro, a pesar de que le llamen obrero, seguirá siendo esclavo; y seguirá siendo siempre así, mientras haya quien sea amo de la caña y mientras haya quien sea, únicamente, amo de un machete para cortar caña para el amo […]. En vez de cortar caña hay que cortar cabezas».

La explicación de por qué la revolución se quedó a medias hay que buscarla a lo largo de la historia de la humanidad, de los oprimidos, pues no fue ni la primera ni la última vez que pasó. Seguramente, como en otros episodios de la historia, las limitaciones fueron un cúmulo de factores: la falta de un contexto propicio, un programa auténticamente revolucionario y de minorías coordinadas con las cosas claras. Además, es importante recalcar que, en Saint Domingue a pesar de las decenas de miles de insurrectos armados, sus líderes, nunca evaluaron tener la fuerza suficiente como para vencer a los ejércitos de todas las potencias y, tal vez, por eso buscaron siempre un aliado imperial, aunque disfrazaran ese propósito con cantos de liberación.18

De 1796 a 1799 se fue consolidando la élite negra, vinculada a los militares y nuevos terratenientes, generando antagonismo entre propietarios y cultivadores. Esta casta, encabezada por Toussaint, además de haber impulsado que los insurrectos armados fueran desmovilizados, para la vuelta al trabajo permitieron que algunos de los Grandes Blancos exiliados volvieran y recuperaran sus ingenios para que compartieran los conocimientos técnicos con ellos. Según Martínez:

«Louverture siguió el modelo de trabajo implementado por [los jacobinos] Sonthonax y Polverel y estableció, en 1800, un férreo régimen laboral, por el cual se imponía a los ex esclavos el trabajo en las plantaciones, a cambio de un salario que representaba un cuarto de lo que se producía […]. Trabajaban menos horas [que antes], tenían protección en casos de enfermedad y de embarazo, y ahora el dueño no era un amo omnipotente sino un mero patrón que tenía que respetar los derechos de sus empleados. Aunque agotadora la labor en las plantaciones, se dignificó considerablemente, perdió sus características deshumanizantes como la esclavitud y la violencia sistemática».19

Este mismo historiador señala que Touissant intentó que los trabajadores obtuvieran más porcentaje de las ganancias de ingenios, aunque sistemáticamente se negó a parcelar las plantaciones, repartiendo la tierra en producciones familiares, por miedo a que la colonia cayera en una economía de auto abastecimiento. Mantuvo sus extensiones originales buscando la anterior eficiencia productiva y su economía de exportación. Se podría decir que este régimen (antes que el bolchevique o el castrista) fue el primero de lo que muchos llaman capitalismo de Estado (aunque fueran capitalistas a secas), es decir, un proyecto estatal socializante enemigo del librecambismo. El gobierno de Toussaint, además de construir escuelas para los hijos de los trabajadores, cobraba importantes impuestos a los dueños de los ingenios y llegó a administrar casi dos tercios de la tierra de la colonia. También tuvo que imponer un férreo control militar del régimen laboral, pues además de aumentar el número de personas que vivían fuera del sistema, asumiendo una vida de vagabundeo o en las comunidades cimarronas de las montañas, en muchas plantaciones los ex esclavos ocupaban parcelas para su cultivo personal, se negaban a trabajar, desobedecían las órdenes de sus patrones o, directamente, los atacaban.

«Nuestra casa fue prendida fuego, la canoa que usábamos para cruzar el río fue dada vuelta por hombres pagados para asesinarme, sufrí emboscadas y me dispararon varias veces sin herirme. Nuestras vacas fueron asesinadas o robadas, nuestros caballos, liberados. Cuando estábamos sufriendo enfermedades causadas por el veneno que los negros nos daban, se realizaban escandalosos bailes calendas».20

En cuanto al desarrollo de las pugnas interburguesas, cabe destacar la Guerra de los Cuchillos, producida en 1799. Un enfrentamiento iniciado por los Grandes mulatos que viéndose reforzados por las nuevas autoridades francesas, que se mostraron más esclavistas y colonialistas, pretendieron retomar cuotas de poder. Como analizó uno de los historiadores referentes de este largo proceso, Laurent Dubois, no fue una guerra racial ni social, pues los proyectos económico-sociales eran muy similares y en los dos bandos había negros, mulatos y blancos. Fue una contienda relacionada con el poder político y territorial. En pleno conflicto, en Francia se produjo un golpe de Estado (El 18 brumario) liderado por el joven general Napoleón Bonaparte. En 1801, Touissant, ajeno a los planes del nuevo gobierno francés, envalentonado por sus éxitos militares y harto de que los comerciantes y militares españoles robaran negros para traficarlos como esclavos, conquistó Santo Domingo, la parte española de la gran isla.

Independencia y creación de la República de Haití

En 1799, Napoleón termina con la «Revolución Francesa» y en 1802 pretende reimplantar el Antiguo Régimen también en las colonias.21 Manda veinticuatro mil soldados a Saint Domingue, al mando de su cuñado Leclerc, quien obtienen rápidas victorias y la rendición de Touissant, que cayó en una trampa y fue hecho prisionero, muriendo posteriormente en una cárcel parisina.22 Tanto en la Metropoli como en la colonia, se pretende reestablecer la esclavitud. Miles de afrodescendientes armados siguen dispuestos a combatir al nuevo ejército esclavista francés. «A pesar de las rendiciones de los líderes militares más relevantes, muchos oficiales de segundo rango siguieron luchando junto a soldados de línea en alianza con los guerrilleros cimarrones, convencidos de que los invasores no cumplirían sus promesas».23 Ante la muerte del todopoderoso Leclerc, por fiebre amarilla —y en medio de una guerra entre Inglaterra y Francia— líderes mulatos y negros, expertos en la guerra, inician una nueva lucha que se convertirá en la batalla por la independencia. Esta vez negros y gran parte de los mulatos son comandados por el general Dessalines. Si hasta entonces los insurgentes habían combatido bajo el estandarte tricolor francés, a partir de ahora lo harán solo con los colores azul y rojo por el rechazo al color blanco, símbolo del opresor. El hecho de que los negros cantaran la Marsellesa, dándole un sentido antiesclavista y buscando confraternizar con los soldados que tenían en frente, unido a las dudas e insubordinaciones que llevaron a cabo las tropas napoléonicas al descubrir que «el enemigo» no era más que la población que resistía al invasor, dificultó la acción armada francesa. Cabe destacar la lucha militar protagonizada por mujeres, así como el aporte logístico, organizativo y contrainformativo de muchas de ellas y sus hijos menores.

A la postre, Dessalines y su ejército vencieron a los soldados franceses comandados por el general Rochambeau, aún más duro que Leclerc y responsable de la introducción de los perros feroces traídos de Cuba, entrenados para cazar y aniquilar esclavos fugados. Por su parte, las tropas dirigidas por Dessalines realizaron matanzas de civiles blancos que escandalizaron a la opinión pública mundial. Tras la victoria, se persiguió, excluyó y expulsó a casi todos los colonos blancos y, por un tiempo, se prohibió comprar tierras a personas de piel blanca. Dessalines se coronó como emperador y en 1804 proclamó la Independencia, sin apenas reconocimiento mundial, apareciendo en escena el nombre de Haití, palabra nativa que significaba «Tierra Alta». Todas las potencias europeas, temiendo un contagio de revueltas en sus colonias, las reforzaron militarmente. Dessalines, no obstante, prometió no fomentar revoluciones y reprimió a los grupos de cimarrones «recelosos de su autonomía y que siempre habían mantenido un proyecto propio social y político muy distinto y más radical».24 En 1805 la 1ª Constitución Haitiana, buscando establecer la paz entre mulatos y negros, decreta que todos los ciudadanos haitianos, sea cual sea su color de piel, serán denominados negros.

Tras la muerte de Dessalines, la pugna entre la nueva oligarquía negra y la antigua burguesía mulata se agudiza, desatándose una guerra y más fracturas en Haití. En el norte se va a consolidar el reino de Henri Cristof y en el sur, una República encabezada por el mulato Alejandro Cotion. El proletariado mulato o negro, como lo hizo también el blanco, sirvió, una vez más, de carne de cañón entre las contradicciones interburguesas.

Ausencia de un proyecto realmente emancipador

Martínez —a quien debo gran parte de la documentación y las citas usadas en este texto y con quien comparto muchas de sus reflexiones— acaba su libro (en pag. 327, justo antes de las Conclusiones) alabando la Independencia de Haití y su declaración de intenciones, cuando ese acto (aunque pudo mejorar las condiciones de vida de los oprimidos) fue una vuelta de tuerca más para seguir explotando a la mayoría en beneficio de una minoría. «Nacía así la primera república negra del mundo y el primer Estado independiente de América Latina. El ciclo revolucionario se cerraba, la larga marcha por la libertad había concluido». Precisamente por eso, por esa finalización de la lucha y claudicación ante el nuevo régimen clasista negro, la población de esa isla siguió explotada por los siglos de los siglos.

La historia de Haití, además de una inigualable lucha contra la esclavitud, es la historia de absurdas guerras «étnicas», de sangre derramada a favor de uno u otro modelo burgués. Si bien hubo expresiones, estructuras y rebeliones netamente proletarias e internacionalistas, faltó la claridad con respecto al tema racial («unión entre razas, lucha entre clases») que, por ejemplo, tuvieron los insurrectos de los muelles de Manhattan medio siglo antes. En la revuelta de 1741 en Nueva York, se fraguó una lucha común contra la explotación colonial entre taberneras, prostitutas blancas, esclavos negros, soldados provenientes de Irlanda, mulatos hispanos, indios iroqueses y marineros de diferentes nacionalidades.

Afirmar que las ideas anarquistas, comunistas o socialistas vinieron de unos teóricos europeos es no tener en cuenta las lecciones sacadas por los propios revolucionarios en su lucha ni la defensa de la vida comunitaria indígena en América. Eso no significa que concretar el proyecto social por el que se combate no sea fundamental. Para que haya una liberación y transformación verdadera tiene que irse definiendo una sociedad antagónica a la dividida en clases sociales. En Haití, la gran mayoría de los líderes de los distintos sectores oprimidos carecieron de un programa realmente revolucionario, al menos así nos lo muestran sus actos y declaraciones. No solo porque se aliaron con una u otra potencia, según las conveniencias militares, sino porque, generalmente solo se preocuparon de su libertad, un concepto además que muchos le daban el mismo significado que los burgueses de la Revolución Francesa. Seguramente no conocerían la lucha de los Enragés y los miembros de la Conspiración de los iguales que lucharon en Francia contra la desigualdad social, la dictadura del trabajo asalariado y la propiedad privada. En el proceso revolucionario haitiano estas expresiones, más o menos, comunistas se expresaron entre los cimarrones y esclavos insurrectos, que se mantuvieron autónomos a los dirigentes reformistas y que, en el momento de las negociaciones (en las que se pedía amnistía para los luchadores y mejorar las condiciones de los esclavos) propusieron la aniquilación de sus amos, reivindicaron la libertad para todos los cautivos y, con su práctica, trataron de liberar al resto de oprimidos. También los que se opusieron a la nueva servidumbre asalariada de la cual la élite militar negra se beneficiaba. Como señala Martínez en página 283, Toussaint representó una vertiente moderada que por momentos puso limitaciones a las aspiraciones iniciales de las masas de ex esclavos. Sin embargo, faltó coordinación, fuerza y dirección de quienes querían ir más allá, como los cimarrones (los de antes o después de 1791), quienes no se constituyeron como un actor homogéneo, se mantuvieron desperdigados en diferentes comunidades o bandas móviles y, por lo general, rehuyeron de los enfrentamientos contra el nuevo régimen negro. «Más allá de esta falta de unidad, todos tendían a compartir una ideología y una práctica y cultura similar […] que implicaba un rechazo absoluto a la esclavitud, a la segregación racial, a las plantaciones, al poder estatal y al nuevo régimen semiforzado». Por último, es importante recordar, las revueltas de asalariados contra el régimen de Louverture, como la de la región Norte de 1801, en la que los cultivadores se levantaron en armas y mataron a los patrones, reclamando el reparto de tierras. Expresiones que fueron reprimidas por las autoridades de todas las épocas.

Rodri Robledal

CITAS

1. Lo mismo sucede cuando se habla de la Comuna de París, se suele usar el mismo vocablo para referirse al levantamiento revolucionario del proletariado de 1871 que a la reorganización del Estado bajo la forma republicana y a la defensa de sus pilares (propiedad privada, trabajo y dinero), realidad que sería mejor denominar como «Gobierno de La Comuna» y no, meramente, Comuna.

2. «La anarquía se convirtió en descalificador en boca de los ‘libertadores’ como Bolívar. Anarquistas decían los parlamentarios conservadores a aquellos que defendían una abolición inmediata y sin concesiones. ‘Anarquía es lo que pretendéis liberando a los esclavos’, decían los delegados de los propietarios de Saint Domingue en la asamblea Nacional Francesa. Anarquista pasó a definir todo enemigo del Estado Colonial Esclavista” (Miquel Izard, «La encrucijada antillana», Boletín Americanista, nº 49, p. 175-195, 1999, Universitat de Barcelona).

3. Jean Louis Vastey que aseguraba que «Las que oponían resistencia a sus ardores impúdicos, perecían en los tormentos; la mujer casada, o que vivía con su negro, la señorita inocente aún bajo las alas de su madre, nada podía parar al colono sin moralidad; ese amo orgulloso violaba sin piedad […]. El hombre veía a su mujer agarrada delante de él, sin poder decir nada, y la madre veía a su hija arrancada de sus brazos, sin poder quejarse de esto a nadie». Citado por Juan Francisco Martínez Peria en la página 57 de su magnífico libro ¡Libertad o muerte! Historia de la Revolución Haitiana. Ed. Wanafrica. Barcelona, 2019.

4. La historiografía consultada no recoge casos de participación de blancos en las revueltas de negros y mulatos, de ahí que en este texto no se mencione. Sin embargo, teniendo en cuenta lo sucedido en el resto del continente, debieron haber expresiones de solidaridad y lucha común que sería conveniente estudiar.

5. El cimarronaje en la isla se inició desde los primeros desembarcos de esclavos africanos, produciéndose en 1679 una revuelta dirigida por un fugado conocido como Padrejan. Otros líderes cimarrones fueron Michel (1719), Polydor y Makandal, quien para su lucha recurrió al envenenamiento sistemático de los amos blancos. Decenas de propietarios y cientos de cabezas de ganado perecieron pero, finalmente, Makandal fue apresado y quemado vivo. Martínez en la página 63 sostiene que los latifundistas a pesar del constante temor a las rebeliones negras, no creían posible que los «bárbaros» pudieran organizarse para protagonizar una verdadera revolución. Solían ver sus conatos de lucha como fenómenos puntuales, cuando no, individuales, en vez de tener una explicación estructural y social.

6. (Op. Cit. Martínez, 59).

7. Una de las explicaciones de la extensión de la rebelión y rapidez en su contagio, es que en ese momento, debido a la importación frenética de esclavos, casi dos tercios de la población cautiva eran bozales: africanos llegados hace poco, que apenas conocían el idioma francés y aun no estaban acostumbrados a ese sistema de vida; por lo que se mostraban feroces e indómitos, siempre buscando la forma de fugarse o rebelarse.

8. (Op. Cit. Martínez, pág. 126).

9. Exposición del alcalde de Cap en una de aquellas suntuosas comidas. (Op. Cit. Arcienagas, 226).

10. Declaración del líder affranchi Raimond citado por Martínez en pág. 93.

11. Carta de Jean François y Biassaou a los comisionados, 21 de diciembre de 1791 (Op. Cit. Martínez, pág. 160).

12. (Op. Cit. Martínez, pág. 161).

13. (Op. Cit. Martínez, pág. 164).

14. (Op. Cit. Martínez, pág. 179)

15. Ni las promesas de libertad a los insurrectos ni la abolición de la esclavitud fueron patrimonio de la Francia ilustrada, siguiendo la Declaración de los derechos del Hombre, promesas parecidas hizo la corona española a los rebeldes que luchaban a su lado u otras potencias cuando les convino económicamente pasar de la explotación esclava a la del trabajo asalariado.

16. A los líderes negros que habían decidido no apoyar a Francia en la guerra se les dejó marchar. Algunos acabaron en España, otros combatiendo en los ejércitos hispanos en La Florida o conformando comunidades, más o menos, libres, en Centroamérica.

17. (Op. Cit. Martínez, pág. 197).

18. «La única esperanza que tenemos es servir a la República Francesa. Es bajo su bandera que somos auténticamente libres e iguales» (Op. Cit. Martínez, pág. 197) palabras pronunciadas por Toussaint, después de haber estado meses aliado con España combatiendo las tropas francesas.

19. (Op. Cit. Martínez, pág. 269).

20. (Op. Cit. Martínez, pág. 272). Quejas del naturalista Michel Étienne Descourtilz, quien volvió a la isla para recobrar una plantación de su familia:

21. Napoleón declaró: “¿Cómo voy a otorgarle la libertad a los africanos, a hombres absolutamente incivilizados que ni siquiera sabían lo que era una colonia, lo que era Francia?” (Op. Cit. Martínez, pág. 291). Tantas alianzas se dieron durante todo el proceso, que no podía faltar la de los líderes affranchis, enemigos de Loverture y exiliados en Francia, con las tropas napoleónicas. Rigaud, Villate, Boyer, Pétion… aportaron su valioso conocimiento del terreno e intentaron ganar a los mulatos a su favor, muchos de los cuales vitorearon las victorias del ejército bonapartista.

22. La destrucción constante que aún padece Haití, debe sus inicios al régimen esclavista y las constantes guerras de todo tipo. También a las ansias de algunos de los derrotados de no dejar nada productivo. Loverture en una carta a Desalinées le escribía: «Recuerda que el suelo bañado con nuestro sudor no debe otorgarle a nuestros enemigos ni el más mínimo alimento. Destruye las rutas a cañonazos, tira cadáveres y caballos en todas las fuentes, quema destruye todo, en orden de que aquellos que han venido a reducirnos a la esclavitud tengan frente a sus ojos la imagen del infierno que merecen» (Op. Cit. Martínez, pág. 300).

23. (Op. Cit. Martínez, pág. 309). Leclerc prefirió no mantener con vida a muchos de sus prisioneros y los mandó ahogar en el mar. En una carta a Napoleón, donde le pedía refuerzos, le explicaba la política de exterminio necesaria para pacificar el territorio: «Debemos destruir todos los negros de las montañas, hombres y mujeres, y dejar solo a los niños menores de doce años, destruir a la mitad de los de las llanuras y no dejar un solo hombre de color que haya llevado galones militares. De otra manera la colonia nunca estará tranquila» (Op. Cit. Martínez, pág. 317). Como se ha explicado la revuelta de esclavos en Haití se produce, mucho más fuerte que en otras regiones, por la exagerada política de importación de africanos, quienes llegaron a ser el 90 por ciento de los habitantes de la isla. Leclerc, seguramente, percatándose de este fenómeno, defendió el genocidio como la única manera de revertir la insostenible situación.

24. (Op. Cit. Martínez, pág. 322, donde menciona el fusilamiento del grupo cimarrón liderado por Sans Souci).

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