Cambiarlo todo, ahora

Los profetas de la decepción, del desánimo, de la impotencia y de la desidia, que tanto predicamento tienen en la izquierda occidental-y en el conjunto de su sociedad-, no nos sirven más que anestésicos y potentes drogas discursivas, con los que se evita que quienes de verdad quieren cambiar las cosas, se pongan manos a la obra. La tesis de la inmutabilidad de la coyuntura y del estado depresivo de la izquierda, o la pretensión ilusoria de que el colapso creciente del sistema capitalista haga el trabajo que lxs revolucionarixs no quieren hacer, son llamadas a la pasividad que no deberíamos escuchar.

Hemos de recordar, pues, que como decía Mao: «El futuro es luminoso, pero el camino es sinuoso». Es decir, que las cosas pueden cambiar, pero hay que hacer un trabajo ímprobo y un esfuerzo brutal para conseguirlo. La voluntad popular puede abrir puertas aun frente al enemigo más potente. La Humanidad sólo se plantea los problemas que puede resolver. Frente a nosotros tenemos planteado -en toda su crudeza-, el problema de la supervivencia de la especie y de la construcción de una sociedad libre y justa.

Pero, para conseguir resolver esos problemas hace falta fe, determinación y organización. Y la última fe que empujó a las masas de Occidente a abandonar su letargo fue el comunismo. Cuando cayó ya no hubo nada por lo que los jóvenes occidentales estuvieran dispuestxs a pasar años de penurias y de lucha sin garantías.

El neoliberalismo no es una fe. Un neoliberal siempre estaría dispuesto a pagar a otra persona para que fuera a combatir en su lugar, pero nunca arriesgaría nada más que su dinero. Tampoco lo es el «angelismo buenista» de la izquierda alternativa, que se basa en la idea de que las manifestaciones tienen que ser un juego lúdico, y apuesta por la infantilización de la protesta. Abomina de la militancia y del compromiso sostenido en el tiempo, denuncia todo intento de organización como una forma de opresión y, al tiempo, encumbra a los figurones mediáticos como si fueran infalibles y omnipotentes por el solo hecho de ser famosos.

El movimiento identitario de la ultraderecha es otra engañifa, poblado fundamentalmente por políticos oportunistas y corruptos, y grupúsculos de jovenzuelos trastornados. Reaccionarios con los bolsillos demasiado llenos, buscando hacer una profesión del ataque al inmigrante, o del insulto a la clase obrera. Jóvenes separados de su clase y de sus necesidades reales por una propaganda virtual que sólo pretende embrutecerles.

Pese a todo, lxs que pretendemos seguir luchando contra las injusticias no debemos olvidar una cosa: quien diga que las cosas no pueden cambiar, que todo está perdido, es un reaccionario. Y quien diga que cambiarán sin un esfuerzo brutal, sin riesgos, pérdidas y sufrimientos, es también un reaccionario.

Como dice un proverbio del pueblo africano Fang, que me enseñó mi amigo Abuy Nfubea, «por mucho que el agua este caliente si no enciendes el fuego, no se cocerá el arroz».

Pongámonos manos a la obra.

José Luis Carretero Miramar

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