«¡Libertad e igualdad para la mujer! Qué esperanzas y aspiraciones despertaron estas palabras cuando se pronunciaron por alguna de las más nobles y valientes almas de aquellos días (…) Mi esperanza se encamina igualmente hacia ese objetivo, aunque mantengo que la emancipación de la mujer, como se interpreta y se pone en práctica en la actualidad, ha fracasado en conseguir ese gran fin. Ahora la mujer debe hacer frente a la necesidad de emanciparse a sí misma de la emancipación si realmente desea ser libre». Emma Goldman, «La tragedia de la emancipación de la mujer».
«Yo no soy feminista; nunca lo fui y muchas veces he hecho ya esta declaración. No obstante, empieza a preocuparme el feminismo, porque comienza a manifestarse en la mujer un sentimiento de preocupación de su significación social y está muy expuesto a que sufra desviaciones lamentables.(…). El feminismo implica masculinismo y lo único que faltaba, en el actual caos social, es que la mujer, al querer reivindicar sus derechos, se colocara enfrente del hombre, en actitud hostil, y que éste se mofara y hasta se preparara a combatirla en éste, su resurgimiento social». Antonia Maymón, pedagoga anarquista 1881-1959.
Punto de partida
Ha llovido mucho desde nuestro escrito Juntas contra el sexismo y la opresión. En él, un grupo de compañeros que habíamos ido reflexionando durante más de un año juntos sobre nuestras experiencias en las relaciones entre sexos y sobre la forma de entender y abordar los conflictos de género en el seno de los feminismos y los movimientos sociales, tratábamos de hacer una crítica constructiva y proponer un nuevo enfoque, que denominábamos antisexista, para aproximarnos a unos temas muy sensibles y controvertidos, que desde entonces no han dejado de serlo.
Nuestro punto de partida era y es que queremos construir una vida común, una vida libre, fuera de las imposiciones del mercado, el Estado y de toda forma de autoridad autoproclamada e incuestionable, donde prevalezca la comunidad frente al individualismo y el sostenimiento de la vida frente a la acumulación capitalista. Poner en el centro otros valores y formas de hacer, totalmente opuestos a las dinámicas actuales, que nos obligan a competir entre nosotros, a buscar siempre el mínimo común divisor, a castigar y excluir todo lo que no nos gusta, a desconfiar de la sabiduría popular y creernos la teoría de moda del momento, a sumarnos a cualquier movilización numerosa por la simple fuerza de los acontecimientos, etc.
Después de dos huelgas feministas, de la aplicación de varios protocolos en centros sociales y colectivos para intentar defenderse de agresiones machistas percibidas, de la persecución de músicos, artistas, intelectuales y activistas con acusaciones a menudo infundadas, sin derecho a defensa y con condena de cualquier réplica, del #metoo y del auge de un nuevo puritanismo sexual, del predominio de una versión del feminismo punitiva, autoritaria, protocolarizada (que trata de asegurar las relaciones sexuales por medio de un consentimiento explícito), del súbito interés de medios de comunicación, partidos políticos y gobiernos de toda clase y condición por la emancipación femenina, de la educación sexual de los jóvenes en escuelas e institutos en paradigmas que se centran más en adoctrinar y prevenir que no en fomentar el pensamiento crítico y educar… todo ello nos hace desconfiar profundamente de que la evolución de la lucha feminista nos esté llevando por el camino de la liberación de género y de unas relaciones entre sexos más libres, equitativas y armoniosas.
Pensamos que con las temáticas feministas y de género se ha creado un clima de alarma social y polarización que no deja espacio al debate ni a nuevas formas de concebir los problemas que queremos abordar. Ciertas tesis de los feminismos se han convertido en dogmas, en templos de una nueva religión a la cual parece que sólo nos queda someternos si no queremos ser lanzadas a la hoguera.
En este artículo nos gustaría poder explicar por qué creemos que vamos «por mal camino» y cómo pensamos que podríamos desarrollar un enfoque crítico y autocrítico, libertario, restaurativo, que parta más de experiencias y reflexiones humildes que no de grandes teorías, que no sólo vea la mitad del problema sino el todo y que se plantee una superación del capitalismo, saliendo de una visión que proyecta sus mismas ideologías y valores a su análisis de esta sociedad y de otras y que a menudo reproduce las dinámicas actuales aplicando una mera capa de barniz femenino al sistema.
Muchas personas actualmente sentimos un malestar, tanto por el diagnóstico como por los remedios que se proponen desde la mayoría de planteamientos feministas. Malestar frente a la generalización en dos bloques opuestos: la clase de las mujeres y la clase de los hombres. Malestar también por la condena en bloque de un sexo, que se parece mucho a un sexismo de signo opuesto al que pretendíamos evitar. Malestar porque con una máscara distinta nos llegan mensajes que parecen de otros tiempos, reinventados: el hombre es un lobo para la mujer… la mujer es el nuevo sujeto revolucionario del siglo XXI… la clase elegida para hacer la revolución…
A pesar de las críticas que podamos hacer al sistema, lo que más nos duele es ver cómo se reproducen de forma acrítica y destructiva las mismas tendencias que criticamos dentro de los movimientos sociales y alternativos. Así, en la mayor parte de sectores que se autodenominan feministas, aunque se consideren autónomos o libertarios, en general se llega como mucho a cuestionar ciertas acciones, pero no a discutir las ideas fundamentales en las que se basan las mismas, el paradigma de fondo. Sin cambiarlo no se podrán superar los conflictos existentes. Para cambiar el mundo primero tenemos que intentar comprenderlo. Para comprenderlo, tenemos que observarlo. No podemos conocer el mundo a través de una lente ancorada en un punto fijo que enfoca sólo a otro punto fijo y nos impide ver el conjunto y otros puntos de vista.
Por mal camino
Si queremos escapar del callejón sin salida en el que nos encontramos, tenemos que cambiar de perspectiva, de discurso y de praxis, creemos que lo que tenemos ahora no nos ayuda. No queremos plegarnos a la corrección política que hoy impera pero tampoco caer gratuitamente en lo políticamente incorrecto porque sí. Sólo queremos poder pensar y debatir con serenidad, e intentar actuar con autonomía y espíritu crítico.
Actualmente, en lo que se llama España, las tendencias predominantes dentro de los feminismos dedican casi toda su energía a la lucha contra la violencia de género y el patriarcado. Existen una serie de premisas que no se cuestionan, a saber: vivimos en un sistema donde se puede separar clara y totalmente el sexo biológico del género social; el origen de este sistema y de las diferencias sexuales es ante todo social y bebe de una intencionalidad de dominación de los hombres hacia las mujeres como colectivo, que se ha convertido en una estructura que lo impregna todo desde tiempos inmemoriales, denominada Patriarcado; todas las relaciones de género son estructuralmente de dominación del hombre hacia la mujer y hacia otras identidades sexuales no normativas. La demonización de la sexualidad masculina, la lucha por una determinada concepción de la igualdad y el uso de la censura y la delación son también características de los movimientos feministas contemporáneos, al menos de las tendencias que nos quedan más cerca en el espacio-tiempo.
Sistema sexo-género
La distinción sexo-género que el movimiento feminista ha puesto sobre la mesa ha sido un avance histórico para poder cuestionar el esencialismo naturalista impuesto y remarcar el lado cultural que tiene toda construcción sexual. Pero esta distinción ha llevado también a un exceso de constructivismo que niega la diferencia sexual equiparándola con la desigualdad. La separación taxativa entre el sexo biológico y el género social se ha convertido en un abismo, en lugar de ser un continuum. Así, si bien la identidad sexual va más allá de la determinación biológica, tampoco la podemos considerar independiente de ella. Los sexos pueden ser de igual valor o tener los mismos derechos, pero sin duda no son iguales. La diferencia de los sexos es un hecho (sexare significa precisamente diferenciar), pero no predetermina roles ni funciones. En la concepción actual todo lo relativo a la vida íntima de los sexos: maternidad /paternidad, amor, cuidados, pareja, vida doméstica, etc., donde las diferencias se hacen más evidentes, se interpreta como fruto de la desigualdad patriarcal, evitando otras miradas que podrían ser mucho más explicativas.
No por superar los estereotipos de género o por pensar los sexos de una forma menos limitadora tenemos que negar las diferencias entre sexo masculino y femenino. ¿Cómo sostener el dualismo de los sexos sin caer en el binarismo, sin reconstruir la prisión de los géneros? Para luchar contra la desigualdad negamos la diferencia, queremos acabar con la condición sexuada como si fuera ésta el problema. «Muerto el perro muerta la rabia».
Violencia de género
El discurso de la violencia contra las mujeres por el hecho de serlo -lo que se ha venido llamando «violencia de género»- se ha instaurado como una verdad social incuestionable1. Se hace de ella una lectura politizada e ideologizada que no deja distingir luces y sombras: no se diferencia entre grados ni intensidades, cualquier matiz se entiende como un atenuante hacia el agresor; lo mismo da un piropo que una mirada, un tocamiento o una violación, un acoso o una manera patosa de ligar, todo se pone en el mismo saco, todo es violencia patriarcal.
El enfoque de gestión de conflictos bajo el prisma de género victimiza a las mujeres y criminaliza a los hombres. La violencia de género se entiende como unidireccional, siempre del hombre hacia la mujer, por ese motivo en la mayor parte de los casos se niega la mediación. Un mismo hecho se lee diferente si lo lleva a cabo un hombre o una mujer, y no se tiene en cuenta el contexto ni la intención. Se cree que la víctima por el mero hecho de serlo tendrá siempre la razón. Bajo el prisma de género, toda violencia de los hombres hacia las mujeres se considera por motivos de género, obviando otros indicadores. Así, por ejemplo, existen muchos factores que se interpretan como síntomas de machismo cuando en realidad son emociones humanas o impulsos biológicos (los celos son una emoción humana que se tendría que entender y gestionar y no reprimirse sin más; el deseo sexual es perfectamente normal siempre y cuando se tenga en cuenta también el deseo de la otra persona, etc.).
Por otro lado, no nos deja de sorprender que la violencia contra las mujeres con el discurso asociado de motivos y formas de enfrentarla se ponga en primer plano, pasando por alto o minimizando otras violencias que existen en nuestro entorno. Así, existen maltratos de criaturas y ancianos, que están principalmente a cargo de mujeres. Existen hombres maltratados. Hay muchas violencias que se ignoran, algunas de las cuales las sufren mucho más los hombres que las mujeres (suicidios, homicidios, accidentes laborales…). Sin negar la gravedad de los asesinatos de mujeres, la decisión de ponerlos en primer plano es una decisión política y es necesario tenerlo en cuenta. El hecho de que se hable de esto y no de otra cosa, en un país que tiene un índice de homicidios muy bajo en comparación con tasas europeas y mundiales, tiene que ver con la creación de una narrativa, de un discurso y un clima social que crea una distorsión cognitiva que no es inocente. Pensamos que sólo podremos entender la violencia de género cuando no la magnifiquemos interesadamente y cuando la encuadremos en todas las otras violencias que existen y que sufrimos.
La cuestión sexual
El clima de alarma social frente al machismo y un discurso de la igualdad mal entendido que niega la diferencia y la alteridad, entre otros, han ido imponiendo una concepción en la cual la sexualidad masculina se considera per se machista, se entiende como violenta, mala, dominante… mientras que la femenina sería supuestamente respetuosa, buena, equilibrada… Hoy se están normativizando la sexualidad y la seducción, cosa que provoca una crisis de la erótica en una era que algunos ya denominan «post-sexual». Lo que antes era pecado ahora es delito. Tanto hablar de abusos y agresiones se nos está olvidando hablar de eros, de deseo.
Actualmente parece que el mito es alcanzar una sexualidad domesticada, civilizada. Una sexualidad transparente, democrática, contractual. Todo se tiene que decir, explicitar, clarificar. Ceder no es lo mismo que consentir (…). Curiosamente, sólo se habla del no que quiere decir no y del sí que quiere decir no. Nadie se interesa por el sí que quiere decir sí, y aún menos por el no que quiere decir sí2. Una sexualidad que no deje espacio a la imaginación y a la espontaneidad significa el fin del erotismo. La negación de la alteridad nos conduce al infierno de lo igual3. La sexualidad no obedece sólo a la conciencia y a imperativos morales sino que tiene mucho de inconsciente y transgresor. Tiene muchas zonas grises, complejas y contradictorias. No se puede poner al día la sexualidad como si se tratara de una simple moda.
El acercamiento a la cuestión sexual durante la adolescencia se hace generalmente desde un enfoque preventivo y no educativo, no se cuestionan los valores de base partiendo de un trabajo ético, sino que se da por supuesta una lectura determinada de la realidad y se trata aparentemente de prevenir los peligros percibidos. Esto a menudo refuerza más los estereotipos de aquello que precisamente se querría evitar e impregna las relaciones de una sensación de amenaza e inseguridad que las hace más complicadas de vivir en libertad.
Lucha por la igualdad
Otra característica del feminismo actual es la lucha por la igualdad, pero ésta entendida de forma distinta a su revindicación en otros momentos históricos. Hoy en día igualdad se podría traducir como «neutralidad sexual», es decir, que se minimicen las diferencias por razón de sexo. La teoría supone que a más igualdad, más armonía entre hombres y mujeres, menos violencia, más libertad y por lo tanto una sociedad mejor. A pesar de ello, la «paradoja nórdica» muestra que no siempre es cierto que a más igualdad menos violencia; tampoco en nuestro contexto cada vez más igualitario parece disminuir la violencia en pareja. Eso se puede entender como señal de la existencia de un orden simbólico de dominación masculina o bien nos puede servir como una evidencia de que la interiorización de valores patriarcales no es un argumento suficiente para explicar la diferencia de los sexos, también cuando ésta se torna desigual y violenta, y buscar nuevas formas de abordarla. Sobre este tema y también sobre la educación sexual durante la adolescencia nos da muchas pistas la tesis doctoral de Lucía G. Mendiondo, resumida en el libro La imposición del discurso contra la violencia de género como verdad social3.
La igualdad entendida como neutralidad sexual es una tendencia que se encuentra muy en sintonía con la evolución del sistema actual: la androgínia, la tendencia unisex, es cada vez más asimilada y necesaria. La reducción de la diferencia se puede entender como un aumento de la uniformidad entre los individuos, ya indistingibles, de la neutralidad ciudadana.
Las propuestas «xenofeministas» emergentes combinan la adoración por la (bio)tecnología con la creencia de que un sistema post-género comportaría menos desigualdades y más libertad, proposiciones que encuentran mucha resonancia en un capitalismo en constante mutación y adaptación.
La igualdad se pretende alcanzar enmascarando las diferencias que pueden significar resistencias para el sistema actual. Los feminismos y las ciencias sociales siempre ponen el enfasis en los espacios de prestigio masculino y proyectan las ideologías y valores capitalistas en sus análisis. Por ejemplo, cuando rescatamos la historia de las mujeres invisibilizadas sobre todo nos fijamos en las mujeres que han hecho historia: científicas, aventureras, escritoras… no en las mujeres que han hecho de la cotidianidad su lucha histórica. O cuando se revindica la igualdad de acceso a los puestos de poder y no se revindica asimismo la igualdad con los peones de obra. Cuando se habla de «techos de cristal» y no de «suelos de barro». Cuando se clasifica por género entre privilegiados y oprimidas y no se tiene en cuenta quién, cuando, en qué y por qué. Cuando la perspectiva de género se convierte en un condicionamiento feminista que sólo tiene en cuenta el género como factor explicativo, obviando las relaciones de poder u otros indicadores, cegándonos en una opaca y omniexplicativa lectura de la realidad. Cuando los cuidados se consideran «cargas» frente a los supuestos «privilegios» de quien se libra de ellas.
Censura y castigo
Otra triste característica de los feminismos actuales, que va en aumento a medida que crece su auge, es la actitud censuradora, el pensamiento dicotómico y el maniqueísmo que imperan entre algunos colectivos y personas que se autodenominan feministas, desde las corrientes más sistémicas hasta las más alternativas. No es que esto sea consubstancial al feminismo más que a cualquier otra ideología, pero tampoco es casualidad que precisamente ahora ésta haya tomado estos tintes totalitarios, puesto que cuanto más poder tiene una tendencia más legitimada se ve para aplicar sus visiones y prácticas y más difícil se hace su cuestionamiento. Sabemos también que toda militancia choca con una dificultad: la de asumir la diversidad y la complejidad de la realidad.
Actualmente la crítica o el cuestionamiento de cualquier cuestión relacionada con el feminismo se convierte en una ardua tarea con serios perjuicios y, desde algunos sectores, se aprovecha un clima de sensibilización con esta temática para perseguir y acusar a quien se quiera con impunidad5. Las personas que no comparten o que cuestionan los análisis, los posicionamientos y las prácticas actuales son tachadas directamente de machistas (si son hombres) o bien de ignorantes de su opresión y viles cómplices del patriarcado (en el caso de las mujeres). Creemos que esta estrategia de blindaje y pensamiento dicotómico es perjudicial para la evolución social. Siempre que creamos y promovemos algo, al mismo tiempo promovemos lo contrario, lo que se opone aello. Hoy el debate público está lejos de ser un terreno de reflexión serena para guiar el bien común, sino que se ha convertido en un juego de defensa identitaria donde cada cual protege su parcela de poder.
Las personas (hombres) que son acusadas de machismo o de agresiones machistas demasiado a menudo no tienen derecho a apelación, son deshumanizadas, se les niega la palabra y se ignora su percepción, se las aísla, se las relega al ostracismo social y se las condena a la hoguera de por vida si hace falta. En una forma de actuar policíaca y punitiva muy propia del sistema actual, se pide el peor castigo, la peor pena, a veces hasta sin prueba alguna, dando por buenas acusaciones anónimas. En el mejor de los casos se les recetan cursos de reeducación y deconstrucción de su «masculinidad tóxica», en el peor no se les otorga ni tan siquiera el beneficio de la duda ni la posibilidad de la rectificación.
Nuevos senderos
Aunque no tenemos recetas ni respuestas evidentes a la altura de la crítica realizada, aquí esbozaremos algunas pinceladas de cómo podríamos plantear otros enfoques de la lucha feminista más acordes a la construcción de una vida común.
Frente al binarismo sexual, planteamos el continuum de los sexos. Centrarnos en ser el hombre o la mujer concreta que queremos ser, no el que nos imponen. No tiene por qué ser malo ser sexuados, la cuestión es de qué forma serlo sin atribuirle unos estereotipos culturales limitadores. La no diferenciación de roles no es la indistinción de las identidades. Más bien al contrario, es la condición de su multiplicidad y de nuestra libertad. Los seres humanos tenemos carácteres sexuales específicos, otros predominantes pero no únicos, otros que compartimos… En una interacción de cada individuo entre naturaleza y cultura, nos construimos como identidades sexuales específicas y libres.
En relación a la violencia de género, sin negar que esta exista y combatirla con firmeza, pensamos que es preciso acotar el concepto y entender que no toda violencia contra las mujeres es por motivos de género, de machismo o de desigualdad patriarcal. Ampliar la mirada, tener en cuenta la intencionalidad, comprender las situaciones en toda su complejidad y no sobredimensionar esta violencia por encima de las otras, ni separarla de las otras en un sistema estructuralmente violento.
La tan preciada igualdad que anhelamos no pasa solamente por reconocer la invisibilidad de las tareas tradicionalmente femeninas, sino por valorarlas. Básicamente lo que ha hecho el sistema de poder es negar el valor de estas tareas; sería de esperar, pues, que no hagamos nosotros lo mismo. Lo que tenemos que cuestionar, y el feminismo lo ha hecho muy bien a lo largo de su trayectoria, es la imposición de unos roles únicos en función del sexo, pero no negar y renegar de estos roles y analizar las situaciones desde los mismos parámetros que pretendíamos evitar.
El criterio de igualdad que se impone en la esfera pública resulta tramposo en la esfera privada e íntima, y acaba por contrariar a hombres y mujeres frente a la imposibilidad de ser iguales y ser sexuados.
La lucha por la igualdad, cuando se ha eliminado al otro (porque se ha aniquilado el mundo femenino, sus valores, sus prácticas, su particularidad, su poder… ) sólo puede ser una forma de acabar acentuando las jerarquías en una única escalera de valores6.
Igualdad en el marco actual será lo que el sistema pueda aprovechar en su propio beneficio: que las mujeres exijan un trabajo asalariado y posiciones de poder, que los hombres se disciplinen y se comporten, que todos aprendamos a ser más neutrales, menos violentos, más estandarizados… este es el sistema post-sexual y post-género que seguramente llegará, y no la visión de igualdad en positivo que muchas tenemos en la cabeza cuando pensamos en un mundo sin discriminaciones sexistas.
Por lo que hace al sexo, la sexualidad, el amor y la erótica, nos tendríamos que preguntar si una vida común se puede sostener si en las relaciones humanas más básicas, primarias, impera un clima de inseguridad, rechazo, miedos y malestar como el actual. Hay quién habla de una guerra de sexos. Cuando se estancan los roles de opresor y víctima, cuando reclamamos al poder que nos proteja de nuestros iguales, cuando interpretamos cualquier acercamiento indeseado como un abuso machista, algo se está muriendo en nuestro interior, estamos aceptando el control por encima de la libertad.
Politizar el deseo no quiere decir que haya que establecer cómo es correcto desear, sino tener claros los límites del respeto al otro. La gestión del deseo desde el respeto es clave, pero no su negación ni su criminalización. En la actualidad se definen ciertas características masculinas como machistas y susceptibles de modificarse mediante la educación en la igualdad, culpabilizando el deseo masculino. La teoría de la «masculinidad hegemónica» y el patriarcado omnipresente señala a todos los hombres como maltratadores y violadores en potencia, criminalizando a todo un colectivo determinado por motivo de su sexo.
Necesitamos urgentemente una forma de afrontar los conflictos en las relaciones entre sexos más allá del punitivismo y la censura. Es interesante que estos hayan empezado a abordarse de forma colectiva y horizontal entre algunos sectores sociales, sin recurrir a las instituciones estatales por defecto. A pesar de ello, esto por sí mismo no garantiza una mirada compleja ni soluciones adecuadas. En nombre del feminismo se está protocolarizando todo acercamiento de los hombres a las mujeres, convirtiendo los espacios colectivos y festivos en lugares kafkianos y los espacios liberados en espacios acordonados. La aprobación de protocolos puede ser una medida urgente, pero no debería sustituir el trabajo cotidiano y el seguimiento de proximidad y larga duración, que tiene que permitir escuchar todas las versiones.
En el tema de la censura, se supone que todo colectivo y persona que se considere libertaria tendría que situarse en contra de cualquier ideología impuesta y tener siempre a mano la herramienta de la autocrítica, más allá de los discursos identitarios. No construir templos para no tener que deshacerlos. Si históricamente se nos ha impuesto el patriarcado, ahora se nos quiere imponer el feminismo. La propaganda actual no es concienciación real porque no permite interiorizar ni entender el por qué de las cosas (es como si le dijeras a un niño que no ponga los dedos en el enchufe, sin explicarle el por qué). El enfoque actual es meramente preventivo y no ayuda a comprender los fenómenos ni a tratarlos de raíz.
A nivel más global, parece que la lucha contra el sexismo sea la nueva lucha de clases del siglo XXI y que la mujer sea el nuevo sujeto revolucionario por excelencia. Todo ello suena demasiado a la antigua teoría científica de la revolución.
Hoy se busca que cada cual luche por su pequeña parcela de poder y representación, entendiendo los conflictos de unos como ajenos a los de los otros, individualizando las respuestas para seguir controlando las preguntas. Para hacer frente a esto, parece clave unir aquellos aspectos de la vida que se encuentran más fragmentados que nunca: las familias con la comunidad, las criaturas con los jóvenes y estos con los mayores, el pensar y el hacer, lo útil y lo bello, lo público y lo privado, las mujeres y los hombres, el trabajo y el ocio, el amor y el sexo, la vida y la revolución…
Se puede luchar contra el machismo sin luchar contra ellos7. Pero en nuestros tiempos se cierra la puerta a toda esperanza de comprender la influencia recíproca entre hombres y mujeres y medir su común pertenencia a la humanidad. Esto es una gran victoria para el sistema actual, puesto que sólo luchando juntos podríamos superar los poderes que nos someten.
Laia Vidal
Grupo de reflexión y apoyo antisexista
NOTAS:
1. Lo que intento hacer en este apartado no es negar la violencia contra las mujeres sino cuestionar el discurso omniexplicativo y sobredimensionado que la suele acompañar. En la Tesis de Lucía G. Mendiondo (cuyo resumen se puede encontrar aquí: https://antisexisme.cat/wp-content/uploads/2018/11/El-discurso-contra-la-violencia-de-g%C3%A9nero-2018.pdf), se cuestiona el tratamiento que se da a la violencia de género sobre todo en la Ley Integral contra la Violencia de Género. La perspectiva de género hace que se analice la violencia contra la mujer-pareja como diferente del resto de comportamientos violentos, ya sea violencia contra otras mujeres, incluso del entorno doméstico, o hacia «personas vulnerables», u otros comportamientos violentos independientemente del sexo de la víctima.
Me parece también importante cuestionar las cifras por cómo se contabilizan, que es muy sesgado: hoy en día no es que haya más violencia contra las mujeres que nunca, sino que hay más grupos de presión que hacen que sus quejas y demandas sean escuchadas. Existe un aumento de quienes se consideran victimarios y de la mayor cantidad de hechos que se consideran violencia de género, por lo que las cifras se disparan. Las distintas macroencuestas ponen todo en el mismo saco, desde situaciones graves de violencia hasta la violencia verbal muy imaginable en cualquier pareja. De esta manera, si respondes «frecuentemente» o «a veces» al menos a 1 de 13 cuestiones planteadas, eres catalogada como víctima de violencia de género, aunque el 12,4% no se considere como tal. En estas macroencuestas, 8 preguntas son sobre violencia psicológica, y seguramente se darían los mismos resultados si se pasara la encuesta a hombres, porque en violencia psicológica los dos sexos estan muy igualados.
Por otro lado, cabe decir que no en todos los casos de homicidio existen malos tratos previos. Sólo 1 de cada 20.000 maltratadores acaba matando a su mujer. 1 mujer de cada 300.000 mueren a manos de su pareja cada año, mientras 1 de cada 7000 mueren en accidentes de tráfico.
Por último habría que hablar también de violencia en parejas homosexuales, y de hombres maltratados. Reconocer que las mujeres no son solo víctimas sino que pueden ser victimarias de sus parejas no significa negar la evidencia que la violencia en pareja es mayoritariamente ejercida por hombres y tenerlo en cuenta no resta gravedad a la violencia cometida contra las mujeres.
Toda esta información y más se puede encontrar en el apartado «La ampliación del concepto y las cifras» y en «¿Es la violencia contra las mujeres independiente de otros tipos de violencia?» de la citada tesis.
2. Durante el auge de la campaña de denuncias del #metoo algunas personalidades francesas escribieron un manifiesto revindicando otra concepción del asunto: Defendemos la libertad de importunar, indispensable para la libertad sexual. En él decían cosas como esta: «Como mujeres, no nos reconocemos en este feminismo que, más allá de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio a los hombres y la sexualidad. Creemos que la libertad de decir no a una propuesta sexual no existe sin la libertad de importunar. Y consideramos que debemos saber cómo responder a esta libertad de importunar de otra forma que no sea encerrándonos en el papel de la víctima».
3. Byung Chul Han, La Agonía del Eros.
4. https://antisexisme.cat/2018/11/25/el-discurso-contra-la-violencia-de-genero-como-imposicion-de-una-verdad-social/
5. Últimamente algunos sectores dentro del movimiento libertario en Cataluña están levantando la voz de alarma frente a situaciones insostenibles y que se perpetúan en el tiempo, como se puede ver por ejemplo en No nos encontraréis: sobre violencias de género y gestiones colectivas, en Projectx, o bien en Abajo nuestros muros, en Basurerxs de Gràcia.
6. Rita Segato en su libro La guerra contra las mujeres, distinge el patriarcado de baja intensidad pre-moderno y el de alta intensidad actual. La autora explica: «Si el eslogan moderno es «diferentes, pero iguales» (que al final es una ficción, porque en la estructura binaria eso es imposible, no hay lugar para el otro, el otro es una función del uno), en el mundo tribal el eslogan sería «desiguales, pero diferentes», el mundo es francamente plural… La modernidad tiene un discurso igualitario que enmascara la desigualdad… En el mundo tribal, hombres y mujeres son dos naturalezas diferentes. No existe el postulado de un equivalente universal, de un ser humano universal, con todos los problemas que pueden derivarse. Hombres y mujeres no son jerárquicamente iguales, pero en esa desigualdad los dos son plenos en su ser, en su diferencia, en lo que son. Y tienen su mundo propio. Entonces, son desiguales, pero en un mundo plural. Decir «desiguales, pero diferentes», es una alerta, un desafío.
7. Ejemplos históricos de esto podemos encontrarlos, por ejemplo, en las luchas de las mujeres de los astilleros Euskalduna o bien en las huelgas de la minería de Nuevo Méjico en 1951, como muestra la película «La sal de la tierra». Nada que ver con las manifestaciones y revindicaciones de las corrientes predominantes de la lucha feminista actual.
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