En su libro La Révolution (1907), el anarquista judío alemán Gustav Landauer ofrecía esta definición del Estado: “la forma histórica que sustituyó a la vida en común”. Desde la simplicidad, es la definición más precisa que yo conozca, porque define al Estado no sólo como organismo represivo, sino también como el modo de reproducción de una sociedad alienada. En consecuencia, para destruir el Estado hay que desmantelar a la vez sus instituciones coercitivas (burocracia, policía, ejército, magistratura, cárceles, etc.) y sustituir sus funciones “sociales”. Si los seres humanos no consiguen controlar autónoma y libremente el producto de sus relaciones sociales, el poder coercitivo siempre tenderá a reproducirse.
La vida hoy día es más lejana de “la sociedad de las sociedades” preconizada por Landauer como el resultado de una revolución que debía haber retomado y cumplido con los elementos positivos del comunalismo de la Edad Media. Para los “eremitas de masa” que somos, relegados a vivir en una tecno-esfera, no hay nada más opaco que la sociedad.
Es por cuanto que las luchas que liberan una porción de territorio de la soberanía del Estado y que restablecen una forma de “comunidad” rompiendo con la normalidad cotidiana capitalista son tan importantes. Ese es el caso de la lucha contra el proyecto de línea de TAV Turín-Lyon, en el Valle de Susa; lucha que cumple veinte años y de la que hablaré a continuación.
El propósito de este texto no es el de establecer una cronología de la lucha, ni un análisis profundizado de su composición, de sus giros o de sus debilidades. Se trata más bien de una tentativa de reflexión sobre la Comunidad sin Estado a partir de una experiencia vivida.
Fueron dos representantes del poder los que comprendieron de la manera más instructiva lo que está en juego en la lucha alpina del Valle de Susa: el secretario del Partido Democrático y la presidenta de la Unión de industriales italianos (es decir, la izquierda y la patronal). Sus declaraciones son del verano del 2011, cuando tuvieron lugar duros enfrentamientos entre los NO TAV y la policía. “Lo que se juega hoy día en el Valle de Susa ya no es un tren, sino la democracia”, dijo el primero. “Que estas gentes no quieran el TAV, puede incluso comprenderse, pero que ocupen un trozo de territorio, lo declaren República Libre, alcen barricadas en él y no dejen entrar a la fuerza pública es inaceptable, porque marca el fin de la soberanía del Estado”, añadió la segunda. A eso se le llama “hablar claro”. Si el “pueblo” ya no es una mistificación, puesto que indica la fuerza de los individuos unidos decidiendo por ellos mismos, muere la democracia. Si la vida en común retoma terreno sustrayéndoselo al aislamiento social y a su policía, entonces se perfila el enemigo: el Estado. Debemos ante todo barrer una interpretación bastante difundida sobre el movimiento NO TAV. No es la comunidad la que ha determinado la lucha, sino la lucha quien creó una comunidad. Sin ruptura del orden social y de su normalidad –el más frío de los monstruos fríos- no hay comunidad posible. El enemigo de toda “vida en común” no es algo exterior a la sociedad, sino el poder incorporado al propio medio material en el que vivimos y que reproducimos sin cesar. Cierto, la vida en el Valle de Susa era un poco menos alienada que en una metrópoli como Turín. Cierto, la historia del Valle de Susa –desde la guerrilla partisana hasta las luchas de los años 70- es un poco particular. Pero el territorio valsusino tenía ya pesadas infraestructuras y sus habitantes habían sido transformados desde tiempos en trabajadores y estudiantes del extrarradio. Los pueblos se volvieron lugares de encuentro a partir de las exigencias prácticas de la lucha contra el TAV.
La invención más original del movimiento NO TAV ha sido sin duda la de los presidi (palabra que puede traducirse lo mismo por “reunión” o “concentración” que por “guarnición”), creados para impedir la apertura de obras del TAV y que se volvieron progresivamente chabolas, pequeños pueblos y “Repúblicas Libres”. Así, un “no” rotundo y no negociable frente a un proyecto destructor del capital creó un espacio de vida a la vez que de lucha. Como sucedió a menudo a lo largo de las historias de las revueltas, las exigencias poéticas y prácticas del presente trajeron al orden del día palabras y episodios del pasado. La expresión “República Libre” que prácticamente nació de una broma cerca de la barricada del “Sol Naciente” en Venaus, en diciembre del 2005, porque ahí terminaba el Estado italiano, nos retrotrae a experiencias concretas de los valles de montaña del norte de Italia, acaecidas durante la segunda guerra mundial. Entre la caída de Mussolini (julio del 1943) y la llamada Liberación del fascismo (abril-mayo 1945), la población insurrecta de varios valles de la montaña experimentó formas de auto-organización llamadas, en el lenguaje de la época, “Repúblicas Libres Partisanas”, concebidas por algunos como la base de una nueva sociedad. Se mezclaban varios elementos: la reivindicación de una autonomía local con respecto al Estado central y centralizador (del cual el régimen fascista no representaba sino la versión más brutal), el restablecimiento de las antiguas instituciones comunalistas, el proyecto de sociedad federalista basada sobre los Consejos Locales y la milicia popular… Estas experiencias –que habríamos preferido llamar Comunas- fueron posibles gracias a una insurrección armada y a continuación destruidas por la represión nazi y la restauración democrática de la república, (fundada, para más INRI, sobre el trabajo…). Puede decirse por lo tanto que su memoria- es decir, la persistencia de su “mito”- necesitaba, para resurgir, una nueva ruptura, una nueva suspensión del tiempo histórico, nuevas barricadas. El polvo sobre las revueltas pasadas no son sino humillación y resignación acumuladas. (Para dar otro ejemplo, más significativo, podemos pensar en la insurrección de Kabilia en el 2001 quien retomó los aarch- suerte de asambleas de pueblos- que en 1871 fueron aniquiladas en un baño de sangre por las tropas napoleónicas).
Si la “República Libre” de Venaus sólo duró una semana, la de la Maddalena (mayo-junio 2011) fue desalojada manu militari tras cuarenta y tres días de jalas, asambleas, debates, turnos de guardia y fiestas. En ella se respiraba un aire de reparto, de ganas de vivir, de comunismo práctico como raramente se ha vivido en las luchas, al menos en Italia, desde hace decenios. Y es todo ello –y no solamente pues, el enfrentamiento con los maderos o el ambiente más o menos agradable de una “guerrilla” en el bosque- lo que ha hecho del Valle de Susa en lucha un polo de atracción para l@s subversiv@s de todas partes. Como en todas las “comunidades en lucha”, a los momentos de decisión más “formales” -la coordinación de los comités, la asamblea del campamento, la asamblea popular- se añadían otros más informales, sobre el modo de la afinidad, en una armonía bastante fouriérista entre ideas, capacidades y prácticas diferentes.
Si la “República” de la Maddalena está en exilio desde el 27 de junio del 2011, resurgió durante las acampadas de verano y sobre todo durante el bloqueo a la autopista durante tres días en febrero del 2012 (incluso sobre una autopista bloqueada por barricadas se puede comer, reír, hablar, dormir…). Y es precisamente cuando lugares de lucha y lugares de vida se entrelazan cuando el movimiento alcanza la cima de su potencia afectiva y ofensiva, transformando la vida en común en verdadero enemigo del Estado. Es justamente esta consistencia del espacio-tiempo auto-organizada la que a menudo les ha faltado y les falta a algunas experiencias de revuelta, por otra parte mucho más fuertes en el enfrentamiento contra la policía. Las bellas llamaradas de revuelta -que son cada vez más frecuentes en este sistema en plena putrefacción- tienen dificultades para durar porque no consiguen tejer lazos sociales, es decir no logran erradicar “la forma histórica que sustituyó a la vida en común”: el Estado. Nuestra manera de vivir, he ahí el enemigo que debemos abatir al tiempo que las comisarías, las cárceles, los centros comerciales, los bancos…
Debemos juzgar la calidad de un movimiento de lucha no sólo en base a los objetivos que se propone alcanzar, sino también -incluso sobre todo- por las relaciones que genera. Si durante años en el Valle de Susa se trataba principalmente de explicar las razones específicas y generales de la oposición al TAV, desde hace un tiempo es toda otra cosa de lo que se juega: el todo. Una anciana del Valle, entrevistada por un periodista, declaraba recientemente que se oponía al TAV porque para ella la vida no es solamente mirar la tele o ir al centro comercial. Un pescadero, unos días después de un ataque colectivo a las obras del TAV, nos decía: “Antes de la lucha NO TAV, para mí los jóvenes como vosotros eran escoria, ahora pienso que sois la mejor juventud de este país”. Queda claro que el conocimiento directo corta la hierba bajo los pies a la criminalización mediática y policial; queda claro que cuando una lucha empuja a toda la clase política a ligarse contra ella (como en el caso del movimiento NO TAV), ya no está en juego un tren o unas capas freáticas, sino un proyecto sobre el mundo, es decir una manera de vivir. Una lucha es potencialmente insurreccional en la medida en la que aumenta el placer de vivir de los y las que participan en ella, así como cuando radicaliza las percepciones y los deseos de las gentes no radicales. Una lucha es potencialmente anarquista –mejor, anárquica- en la medida en la que muestra que el Estado no es solamente un opresor, sino también inútil. Es potencialmente comunista cuando asume la tipología de un “movimiento colectivo de realización individual”. Y para llegar ahí ha sido necesario cometer bastantes errores, vivir conflictos, rupturas, porrazos, mentiras políticas y mediáticas, granadas lacrimógenas, alambres, compañer@s encarcelad@s -en suma, experiencias- en un mundo que las desintegra todas. Entonces, la teoría ha tomado a menudo el tono del relato y de la poesía, justamente porque había algo para contar e imaginar.
Se suele oponer lo “local” a lo “universal”. Se trata de una oposición bastante deudora de la lógica dominante (la misma que sacrifica los bienes individuales en nombre del “bien común”). Sin embargo, no es lo universal sino más bien lo abstracto, lo que hay que oponer a lo local (“Lo Abstracto que objetiva” decía William Blake). En un mundo uniformizado y desertificado por la mercancía y por las infraestructuras del poder, vivir y defender con orgullo los lugares es un ataque al Progreso y a sus obras infinitas. Quién sino el ciudadano, ese ser democráticamente modificado, puede vivir en cualquier lugar. Como lo “común” es un movimiento de atracción entre individuos concretos, lo universal en la vida de los hombres y de las mujeres es la “topicidad” (el “tener lugar”) de sus existencias. En este sentido puede decirse que los límites de infinidad de luchas se hallan justamente en el hecho de que no tienen nada de local, engullidas como está por los espacios (y los tiempos) determinados por el Estado y sus medias.
Estamos hechos los unos por los otros, por los árboles y por los ríos. Solamente seres sin raíces pueden aceptar sin pestañear todas las heridas infligidas a la tierra sobre la que viven. La tarde en la que fuimos a ver los castaños desenraizados por los obreros de las obras, protegidos por la policía, los viejos del Valle que habían crecido en esos bosques, lloraban. Esos castaños eran más antiguos que la Revolución francesa, habían resguardado a los partisanos, sobrevivido a dos guerras mundiales, pero no a los bulldozers del TAV. Una viejita, decía, con lágrimas en los ojos: “ganaremos esta guerra, estoy segura, pero para estos castaños será demasiado tarde”. El enemigo conocía el lazo que unía a los valsusinos con esos árboles, y el hecho de haberlos desenterrado y dejado ahí mismo con las raíces al aire se inscribe en la guerra psicológica. Lo Abstracto que objetiva sabe que los afectos son el humus de esta lucha.
Son principalmente los viejos los que guardan la memoria de los lugares y los que participan en las asambleas. A los jóvenes del Valle -para quienes las asambleas son demasiado familiares sin duda- se les ve cuando hay hostias con los txakurras. Aún así, es el encuentro entre generaciones lo que vuelve esa lucha tan “popular” y tan duradera. L@s compañer@s encarcelad@s por su participación en los días de revuelta en los bosques son llamad@s “Hij@s del Valle”. Desde ahora, ser valsusin@ no tiene que ver con los datos del estado civil, sino con un libre posicionamiento de combate y de solidaridad. L@s compañer@s (l@s chaval@s, como dicen los viejos allá) son simplemente los últimos en irse cuando llegan las cargas policiales.
Sea cual sea su futuro, esta lucha ya ha aportado bastante buenas nuevas en el ámbito de la pacificación social. “No” significa “no”. Frente a un nuevo desastre capitalista en perspectiva, podemos organizarnos para impedirlo -y no para volverlo más “sostenible” ni para desplazarlo de unos cuantos kilómetros. Nada de reivindicaciones, negociaciones infinitas, ni de compromisos. Al enemigo se le dice simplemente que “no”. Todos los “sí” que se afirman en la lucha no son presentados al Estado, sino simplemente vividos.
El “no” inventa un territorio y una comunidad que, a través de las experiencias de enfrentamiento y de ayuda mutua, desafían a la soberanía del Estado. El bloqueo de las obras y a continuación de todo el valle se vuelve un espacio de lucha y de vida. “Llevar el Valle a la ciudad” -un lema difundido un poco en todas partes en marzo del 2012- acompañó la ola de bloqueos más masiva de los últimos años en Italia: TAV, estaciones, autopistas, periféricos, sedes de partidos, prefecturas, obras… Los lugares bloqueados favorecen otras formas de acción directa, como si el bloqueo fuera una especie de diapasón que permite a cada un@ tocar la música que prefiere.
La lucha da “citas secretas entre las generaciones pasadas y la nuestra” y transmite una necesidad y un deseo de relato (panfletos, cartas, libros, tebeos, documentales, radios libres, canciones…) que consiguen rasgar la jerga militante y hablar a todo el mundo.
El movimiento comenzado por un pequeño valle (80 000 habitantes, aproximadamente) coaliga a toda la clase dominante, empujándola a mandar a un pequeño bosque de los Alpes soldados hasta entonces empleados en Afganistán, desvelando de esta manera la verdadera naturaleza de la guerra contemporánea; un lenguaje hasta entonces reservado a l@s anarquistas y subversiv@s (“terroristas”, “violent@s”, “minoría que tomaba rehén al país”…etc.) empieza a calificar a una población entera que no reconoce al Estado el monopolio de la violencia y que opone lo que ella considera justo a lo que es legal.
Otro rasgo interesante es que los eslóganes típicos del mundo de los atracadores de bancos de los años 70 o de los hooligans -como “Vamos y volvemos junt@s” y “Un día sin riesgos es un día no vivido”- han sido retomados y cantados por un movimiento de masas… Y todo ello a partir de un tren de Alta Velocidad, sucedáneo del verdadero viaje, el símbolo del Progreso y de la Modernidad. Se puede quizás decir, tomando prestada una expresión marina, que la comunidad en lucha contra el TAV avanza de vuelta. Una expresión que sin duda no le habría desagradado a Landauer.
Iparretako Ak,
Val de Susa,
Otoño 2012.