TERAPIA Y SALUD MENTAL

En primer lugar, antes de nada, quería felicitar a los compañeros que escribieron este artículo y realizaron las jornadas «Lejos del Manicomio». Con esta contestación no quiero contradecir lo que creo que está expresado de una forma concreta, asequible y directa, ya que no podría estar más de acuerdo en la mayoría de los puntos de dicho artículo. No obstante, nada más leerlo, creí que podría ser bueno escribir una contestación, en forma de otro artículo, para tratar de completar ciertos aspectos con otro punto de vista complementario.

Muchas veces se plantea el problema del sufrimiento psíquico desde un punto de vista paternalista. Por el hecho de estar «sanos mentalmente» -en la mayoría de los casos, ateniéndonos a los criterios de los manuales significaría tan sólo el no haber caído en las manos de ningún profesional-, debemos volcarnos en la ayuda a tal o cual compañero que tiene esto o aquello en la cabeza. Esto, realizado desde el apoyo solidario entre iguales, puede suponer una incuestionable ayuda, pero se corre el peligro, y a menudo se cae, en la sobreprotección, que se puede manifestar de muy diversas formas, pero que se manifiesta, sobre todo, en un falseamiento de la relación con el compañero afectado. Si es así, la relación se vuelve vertical, y reproducimos exactamente lo que queremos evitar, al menos como anarquistas, en el resto de relaciones de nuestra vida. Las consecuencias principales de esta sobreprotección serían:
– La no validación como persona autosuficiente a quien ayudamos, estamos negando su propia capacidad para salir adelante. Todos necesitamos de los demás, la autosuficiencia total es imposible, y eso no quita que, como personas autónomas no tengamos capacidad de raciocinio y de decisión y responsabilidad con aquello que hacemos. Dónde está el punto de inflexión entre cuidados y sobreprotección no es el asunto de este artículo, y aquí entra la voz de los afectados.
– La sobrecarga del que ayuda. Muchas veces se enfrenta a cosas que desconoce, sin medios, y teniendo que lidiar además con sus propios problemas personales, familiares, sociales, etc.

Con esto, insisto, no quiero decir que haya que pasar del sufrimiento de los demás, sino que como intentamos ver, se trata de buscar la relación de apoyo desde una perspectiva igualitaria.
En este punto, el problema al que nos enfrentamos es el encontrar una fórmula para poder hacer frente a situaciones que se alargan en el tiempo, o que por su frecuencia o intensidad llegan a desbordarnos, propiciando que o bien se rompa la relación -ya que la parte «fuerte» huye- o bien se rompa la relación de igualdad. En mi experiencia personal esto último nunca se ha llegado a dar, y no creo que sea bueno generalizar desde situaciones más o menos extremas -esto le corresponde a los psiquiatras y psicólogos más reaccionarios-.

La única forma de ayudar a alguien a superar, o al menos a sobrellevar su sufrimiento psíquico, es tratarla como a un igual, un igual «sano», o al menos verle desde su parte «no patológica», que es la parte desde la que él mismo puede salir del hoyo. La otra cara de la moneda es la que nos puede jugar malas pasadas: El sufrimiento de los demás refleja nuestro propio sufrimiento. Todos hemos llegado a ver «las orejas al lobo», y es que la diferencia entre lo normal y lo patológico es muy difusa, tanto que las personas totalmente «sanas» no aparecen ni en los cuentos. El no poder vernos reflejados en la angustia del otro refleja una debilidad nuestra, que normalmente negamos y no queremos ver, pero que está ahí. Por el contrario, la capacidad de conectar emocionalmente con el sufrimiento del otro, no sólo ayuda al otro en cuanto a que le permite establecer unos lazos raros de conseguir ya entre gente que no tiene que soportar el estigma del diagnóstico.
Con esto quiero decir que necesitamos transformar nuestra forma de relacionarnos con los demás, no ya para tratar o evitar el sufrimiento psíquico, sino para transformar, como queremos, la sociedad. Lo que impide que nuestras relaciones sean terapéuticas, es decir, que nos permitan crecer como seres humanos, viene de la no aceptación incondicional de los demás, muchas veces propiciada por la no aceptación incondicional de nosotros mismos. Es necesario dejar de ver a los demás como «ellos» para empezar a verlos como «tues»1, es decir, como personas completas con voluntad y deseos propios, capaces de transformar el mundo, válidos en sí mismos. Llegar a este punto no es una tarea fácil, requiere desaprender muchos modelos que nos han inculcado desde la infancia, entre ellos el del «hombre conquistador».

El que la autorrealización se puede conseguir en solitario es una de las muchas mentiras en las que vivimos gracias a la sociedad capitalista en que estamos inmersos. Sólo podemos conseguirla desde los vínculos y son los vínculos los que pueden generar nuestro sufrimiento.

Los vínculos no se forman intercambiando información, aunque esto ayude. Los vínculos se establecen desde lo emocional. No es cuestión de andar contando nuestras debilidades a cualquiera por el hecho de estar en nuestros círculos, el ser recelosos a contar nuestros puntos débiles es un indicador de salud, y no lo contrario. Se trata, como dije, de cambiar el modelo de relaciones, esto se consigue cambiando nuestra forma de ver a los demás, y esto depende de nosotros mismos.

Este modelo de relación se basa en el poder ponerse en el lugar del otro. No se queda en la «empatía», sino que va más allá. Lo que Moreno2 llama «el encuentro». No es sólo ver al otro desde su punto de vista, sino vernos, desde los ojos del otro, a nosotros mismos. Esto resulta bastante incómodo, ya que desde ahí vemos nuestros propios defectos. La contrapartida es que desde ahí no es necesario racionar la «información íntima», las debilidades. Cuando la relación se crea desde ahí -teniendo en cuenta que la relación es con un «tu», y el vínculo es un lazo emocional-, fluye de manera espontánea.

Respecto a lo que se podría llamar «contención terapéutica», que no es sino aquello que se deriva del cuidado de nuestro compañero, sería utópico -en el sentido de ideal a alcanzar- que tan sólo entre compañeros se pueda llevar a cabo, y en algunos casos puede llegar a resultar, en el actual estado de las cosas, imposible.

Lo que tenemos entre manos es demasiado complejo como para reflejarlo en su totalidad en unas páginas -aunque en las revistas de la psiquiatría oficial lo traten con una ligereza asombrosa para los que hemos visto como psiquiatras y psicólogos «a la defensiva» tratan de sacar punta a nuestros argumentos-. No obstante, quería hablar por último de la línea de trabajo que llevo realizando en este campo ya desde hace unos pocos años.

Se trata de poner en común una crítica a la psicología y psiquiatría del control social, en todas sus vertientes, atacando el concepto de enfermedad y de adaptación.

Crear un tejido social, aunque sea desde «nuestros círculos», que pueda contener, o al menos ayudar, cuando se presenta la necesidad de prestar ayuda a un compañero. No obstante, el crear grupos de apoyo mutuo es asunto de los propios afectados. Desde mi posición sólo puedo animar a que se formen y prestar esos «conocimientos técnicos» sistematizados.

Otro punto importante es la necesidad de poner en común los conocimientos necesarios para poder hacer frente mejor a las situaciones. El hecho de ponerlo en común es ya una forma de hacer que el conocimiento más o menos difuso que podemos tener se sistematice.

Raúl P.
www.psicritica.blogspot.com

Referencias:
1.- Buber, Martin: Yo y tu.
2.- Moreno, Jacob Levi. Psicodrama.

[related_posts_by_tax posts_per_page="4"]

You May Also Like