CONTRA BOLONIA

Andan las universidades revueltas con lo de Bolonia. Pues Europa sigue imparable con su proceso de creación de una superestructura estatal a imagen y semejanza de los tradicionales estados-nación. Este Macro-Estado europeo avanza bajo el signo de la imposición. También en la Universidad.

Pues Europa crece como se parió: proyecto de élites rapaces, imponiendo sus necesidades estratégicas como si de voluntades populares se tratase. «Hemos hecho Italia; ahora hemos de hacer los italianos», decía Massimo d’Azeglio a finales del siglo XIX. Hoy el lema es igualmente carnavalesco: «Estamos haciendo Europa, ya haremos los europeos». Porque lo cierto es que sí que están haciendo Europa: primero imponen un mercado, luego una moneda; pronto, quizás, una Constitución, y un ejército y una policía unificadas… Y bajando y unificando, llegamos a la misma universidad. Así se construye, poco a poco, la decadente Europa. Luego ya montaremos el circo democrático: ese triste desfile de ciudadanos dirigiéndose religiosamente hacia urnas perfectamente esterilizadas de cualquier decisión popular.

Pero aquí lo que queremos abordar es una imposición quizás algo más transparente: la de la creación del «Espacio Europeo de Educación Superior», también conocido como «Proceso de Bolonia», ahora que los universitarios han dicho, según parece, basta.
El objetivo de este «proceso» es reestructurar el sistema universitario europeo. Y ello implica todo: desde la investigación científica al desarrollo tecnológico; desde la metodología docente a la dedicación estudiantil. Pero, ¿quién ha decidido esto?
Nuevamente, es el movimiento estudiantil quien pretende abrir un debate que nunca ha existido, como con todo lo que afecta a la construcción europea (según parece, Europa será, si o si). El objetivo más proclamado del movimiento estudiantil sería defender eso llamado «Universidad Pública» frente a una supuesta agresión que sufre por parte de un agente difuso llamado «Proceso de Bolonia». Éste proceso, se dice, tendría por objetivo «privatizar» y «elitizar» dicha Universidad, de lo que no estamos tan seguros. Por lo menos este proceso, de fondo, no inaugura mucho, sino que más bien sigue tendencias y mecanismos ya vigentes y profundamente arraigados.

Pero, ¿qué es y qué supone Bolonia? ¿Quién está detrás de esto que atenta contra la Universidad Pública? ¿Qué es, en definitiva, la Universidad Pública ?

Que sea «pública» quiere decir que se financia con «dinero público», esto es, el extraído a la sociedad por el Estado. Y lo que se teme es que se produzca un cambio en la titularidad de la Universidad (que pase a ser de titularidad, o por lo menos de gestión, privada). Dicha «privatización» sólo es posible si la Universidad produjera realmente una cantidad de beneficios que hiciera atractiva dicha operación, pero en realidad esto no sucede así. Quizás se pueden llegar a privatizar algunos servicios que, efectivamente, sí dan beneficios, pero ¿desde cuándo se privatiza una actividad que no da dinero? La Universidad Estatal (vamos a llamarla por su nombre) responde más bien a una política algo diferente: es el cargo sobre la sociedad de una estructura universitaria que debe producir «conocimiento técnico-científico».
Pero, ¿para quiénes? Lógicamente, y esto es lo que esperan la mayoría de los estudiantes, la Universidad estatal debe proporcionar unos conocimientos, simbolizados en un cartón llamado título o diploma, para poder trabajar «en lo que a uno le gustaría». Sólo unos pocos apelan a una idealización (que compartimos) de lo que tendría que ser una universidad. Esto es, un espacio de formación integral, humanística, científica, liberadora etc. cuyo objetivo sería desarrollar un conocimiento al servicio de la construcción de una sociedad de libertad e igualdad. Pero esta carga ideológica se encuentra únicamente en algún aula perdida, y por el ímpetu de algún profesor extraviado. La universidad pasada, y actual, no tiene nada que ver con esto, hecho que pueden acreditar todos aquellos que han pasado por sus entrañas.

Sin entrar más en qué espera cada uno del paso por la Universidad, lo que sí está más claro es qué espera el Estado del paso de uno: competencia para servir a los mecanismos de explotación humana (el Mercado) y/o de la dominación humana (el Estado en sí). Se trata de las dos únicas «salidas» de los estudios, las malditas «puertas» cuyas llaves nunca vienen con los títulos ni diplomas. Dichas llaves, siempre están en manos de otros.
Hasta Bolonia, este proceso se ha desarrollado a partir de una «explotación extensiva de estudiantes» bajo cobertura de un supuesto derecho al acceso al conocimiento que, por otro lado, ha sido sistemáticamente vulnerado por los procesos de Selectividad. Es decir, se entendía que la Universidad Estatal debería gestionar el máximo de estudiantes para proporcionar una formación cualificada que, en realidad, acababa por desvalorizar la formación misma por sobreoferta. Y ello, claro está, se traducía (para alegría de algunos pocos) en sueldos tensionados a la baja en el mercado laboral.

Bolonia, si representa algo, es un cambio estratégico del Estado europeo en vistas a la batalla global, para el que se acompaña una supuesta «racionalización» de sus estructuras universitarias. Es decir, se intenta no buscar duplicar esfuerzos humanos ni tecnológicos, sino tender hacia cierta especialización geográfica: se entiende como despilfarro que haya varias universidades intentando ser punteras en un mismo ámbito. Se persigue un escenario universitario donde existan centros de investigación y desarrollo altamente especializados en ámbitos de conocimiento, concentrando esfuerzo humano, material y tecnológico para la competencia global. Se cree que así se podrá exprimir más la casta del saber y se adquirirán mejores resultados científico-técnicos, los cuales tendrán que reflejarse en mayores capacidades competitivas tanto para el Estado como para el tejido empresarial europeos. Pues, como ahora, se busca vincular la producción universitaria con el mundo de la empresa y del Estado, pero perfeccionando los mecanismos ya vigentes. Se calcula que el proceso de reestructuración pueda culminar en los próximos quince años.

De este diseño teórico resultan los dos grandes ítems del proceso boloñístico: movilidad y competitividad. Puesto que el conocimiento europeo se quiere concentrado y especializado, el mecanismo de la competitividad debe ir puliendo el nuevo mapa científico europeo a nivel de universidades. Así, se potencia la batalla interuniversidades, o mejor dicho, entre carreras para captar los mejores cerebros y llegar a esa figura mitológica llamada «Excelencia». La competitividad como principio, como medio y como objetivo. Bolonia, en este sentido, no implica ningún cambio significativo a lo sufrido hasta ahora.

Este objetivo de reestructuración geográfica exigiría tanto a profesores como a alumnos el desarraigo local (con perdón a las sensibilidades tribales) en pos de la nueva identidad nacional europea en construcción. Es decir, la lógica del nuevo espacio universitario exige una alta movilidad. Dicha movilidad provoca ya de entrada cierta selección social por criterios estrictamente socio-económicos que sólo un sistema generoso de becas, a modo de parche, puede parcialmente mitigar. En definitiva, lo que se quiere intentar potenciar es el programa Erasmus (programa internacional de intercambio de estudiantes), pero a gran escala. Digamos que Bolonia lo que pretende es erasmusizar la universidad.
Dicha movilidad está acorde con este interés de hacer de la actividad universitaria una actividad a tiempo completo, tanto para profesores como para alumnos brillantes. Pues hay que recordar que la metodología docente que implica Bolonia exige, teóricamente, dedicación completa tanto para alumnos como para profesores. Se entiende que la inversión en profesorado y becarios será rentable siempre que el conocimiento científico-técnico resultante sea aplicable a la actividad empresarial y/o estatal (donde se encuentra la misma universidad estatal como agente competidor).

A lo que apunta este nuevo escenario es, pues, a un sistema de becas más o menos generoso pero bastante restringido basado en la captación de potenciales cerebros que puedan servir a los intereses del sistema. En este sentido, Bolonia no representa ningún retroceso significativo, sino que busca perfeccionar la «selección» de los elegidos, para revalorizar así la titulación universitaria europea en la escena global. Digamos que busca afinar un poco más las vías de acceso en vistas a una mayor movilidad de estudiantes y profesores. Como los tiempos no están para alegrías presupuestarias (al menos para educación, otra cosa es para temática bélica, disciplina que goza de salud y futuro), se confiaba en el boyante sistema crediticio-endeudador bancario, que ha durado hasta reventar. Ahora aumentan las dudas.

Pues hay que recordar qué se espera de la Universidad: salida laboral diferencial, ya sea en el Mercado como en el Estado mismo, respecto a otros individuos que no disponen de las titulaciones obtenidas. Así, pues, la estrategia boloñística es pasar de una explotación extensiva de los cerebros universitarios (la famosa masificación), a una explotación más bien intensiva. En definitiva, nos movemos dentro de una lógica que más que privatizar la universidad estatal (los ricos ya tienen sus propios centros universitarios cuando los necesitan), busca privilegiarla.
Todo el sistema universitario entra en una vorágine competitiva donde nadie tiene claro a dónde se va a llegar. Muy acorde a los oscuros tiempos que se avecinan. Porque, en realidad, nadie sabe muy bien hacia dónde se camina. Sólo se tienen claras cuatro coordenadas (auténticas copias del modelo norteamericano) y el motor que debe guiar el proceso: la competitividad.

Pues aquí está, precisamente, la clave de la cuestión. La Universidad es, en este sistema social, una de las principales fuentes de generación de privilegio. De legitimación de las desigualdades socio-económicas. Sólo hay que ver su estructura típicamente feudal: arriba, la casta privilegiada de catedráticos y profesores titulares, muchos de los cuales ponen los pies más fuera de la Universidad (ya sea en la política, ya sea en la empresa) que en sus clases, despachos e investigaciones. Por debajo, todo el personal docente e investigador precario (desde los lectores y ayudantes, hasta los asociados, becarios doctorandos y becarios con becas-basura) cuya aspiración (no hace falta mucha estadística) es hacerse con una plaza dentro de la casta privilegiada. Por debajo, los futuribles, es decir, los estudiantes. Y, como no, la grasa del engranaje, esto es, la burocracia, con su sistema meritocrático de escaleras promocionales y su propia lógica de privilegiados y precarios. Y eso sin olvidar a todo el personal subcontratado, con sueldos basura, como puede ser el personal de limpieza. He aquí los cuatro estamentos de la Universidad del Estado, percibida por casi todos como palanca meritocrática.

Como gran parte de los catedráticos y profesores titulares de las universidades participan activamente en el mundo de la política y de la empresa, se puede decir que Bolonia no toca, en absoluto, sus privilegios y que, en cambio, no hace sino reforzarlos en gran medida. Puesto que todo conocimiento que emana de la Universidad debe pasar, imperativamente, por la firma de alguno de sus representantes, la mayor vinculación de la Universidad con la empresa y el resto del Estado no puede sino acarrearles más privilegio y, por lo tanto, poder.

De aquí el cambio estructural de los planes de estudios: se inician con el grado de cuatro años (en lugar de licenciaturas, ingenierías y diplomaturas), para luego saltar, una vez graduados, a los másters oficiales. Estos másters representan, en realidad, el cambio académico por excelencia de Bolonia, y que de hecho suponen una estatalización de los antiguos másters que se estaban gestando en las entrañas de las universidades, y que sí representaban una privatización encubierta. Los nuevos másters oficiales, efectivamente, van a suponer un aumento del coste de los estudios estatales, pero muy inferiores a los másters-chanchullos. De hecho, la creación de másters oficiales suponen cierto «golpe» de Estado (al menos en España) contra cierta casta de profesores que estaban aprovechando los estudios de postgrado como una vía alternativa de explotación privada de alguna rama del conocimiento. Así pues, lo que Bolonia provoca es más bien una estatalización, no una privatización.

Finalmente los más elegidos saltan al doctorado, cuya titulación es necesaria para poder optar a la casta de privilegiados. Pero su acceso depende de las vinculaciones académico-personales que uno tenga con la casta privilegiada, dentro de una auténtica batalla sin cuartel. Se establecen, así, redes de sumisión y servilismo al más estilo feudal (por no decir mafioso), donde se canalizan todas las energías hacia los puntos de interés de la casta privilegiada (que no dejan de ser sus propias carreras, investigaciones, opciones políticas y/o contratos empresariales). De hecho, muchos han usado la Universidad como pantalla para negocios y contratos cuyas investigaciones tienen más de mafiosas que de científicas.
De hecho, el inconveniente principal para la mayoría de esta casta es que Bolonia implica una metodología docente que va exigirles (¡a ellos!) eso tan pesado que es dar clases (¡y prepararlas!) y, para colmo, volcarse en seguimientos continuos de los alumnos para realizar correcciones habituales (¡con lo que eran los exámenes tipo test corregidos informáticamente!).

Pero Bolonia, en realidad, lo que les ofrece es la posibilidad de explotar intensivamente a toda la estructura de estudiantes de grado, másters, doctorado y del profesorado complementario con aspiraciones, y sin tener que actuar con el descaro y sinvergüencería con la que han actuado hasta la fecha. La misma metodología prevé cargar de trabajo al alumno fuera de las aulas, con la opción de reducir la docencia presencial. Como se entra en lo opaco de lo virtual, nunca se sabe muy bien quien está al otro lado de la pantalla. Así, becarios e investigadores en precario ya pueden ir preparándose para todo un calvario. Sin duda, algunos ya no tendrán que ir con los pantalones en los tobillos. Podrán dejarlos directamente en casa.

Evidentemente, tal servilismo y sumisión académico-personal, apuntillado por el mecanismo de competitividad, hace prever que el sistema mafioso vigente llegue a extremos insospechados. Pero no lo provoca Bolonia. Hace mucho tiempo que está instalado en las universidades, sean estatales o privadas. La universidad nunca ha dejado de trabajar para el Mercado y para el Estado mismo.
Sólo algunos pocos docentes y alumnos universitarios trabajan a contracorriente para sacar el conocimiento de la Universidad del Estado y devolvérselo a la sociedad. Existen serios intentos de generar institutos, universidades libres y populares, centros de formación, etc. destinados a la lucha contra la desigualdad social, y por la libertad. Y no para servir a la explotación y a la dominación. Quizás con Bolonia esta recuperación del conocimiento que el Estado usurpa a la sociedad va a ser cada vez más dificultosa, pues el mecanismo competitivo tiende a cerrar el conocimiento en los círculos del privilegio y del poder. Pero el acceso al conocimiento no pasa ya necesariamente por la Universidad. La explosión tecnológica ha puesto el conocimiento en circulación abierta, y no ya sólo en las bibliotecas universitarias. Las metodologías de aprendizaje y los objetivos pedagógicos y sociales podemos articularlos desde las instancias que seamos capaces de construir. Quizás ha llegado la hora de dejar de defender la Universidad del Estado, y prepararnos para defendernos de ella, y sus efectos.

Jaume Balboa

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