PASEN Y VEAN

1. «Hombre Gordo: -¿Has estudiado en la escuela?
Sandy: -No, no, en la escuela no estudié nada. Me estudiaron Ellos a mi». (Woody Allen, Slardust Memories).

La escuela. El instituto. A esas edades, todo el mundo lo sabe, reina la inmadurez. La gente es imprevisible y el capricho soberano. El presente resiste la aspiración colonizadora del futuro. Lo referente al deseo inmediato se aprende con alegría. Lo dictado por la obligación se aprende con intención de olvido. «Por un oído me entra y por el otro me sale», es la secreta sabiduría que comparten los que están vivos. Ya entonces había quien ejercía roles maduros. El empollón. El chulo. El cristiano. Pero lo habitual era el dulce gobierno de la tendencia infantil a experimentar.

La vigilancia ejercida por individuos concretos se hace globalmente innecesaria en la Universidad. Estar haciendo lo que se debe. El pensamiento atrapado por la conciencia de las obligaciones confunde su creo-que-debo con querer. Estar siendo lo que se debe. Ellos confían en que cada cual sea ya un eficiente policía de sí mismo. Un buen gendarme en sus encuentros con los demás o con los libros. ¡Sé realista! Así nos incitan a subordinarnos enteramente a la necesidad económica, ese rey letal como pocos. ¡Sé realista! Y que cada cual crea que recorre un camino no trazado de antemano.

Ellos no son sino las ideas dominantes, que gobiernan sin hilos tanto a dirigentes como a súbditos. Ideas conocidas bajo muchos nombres: Ideología, Progreso, Promoción, Fe, Nacionalismo o Futuro. Y su esencia es la misma: el absolutismo del círculo -la necesidad-, el aplazamiento del placer presente. Ellos continúan vigilando, reprimiendo, castigando a quien cuestiona lo absoluto de sus referenciales. Estudiando. Ahora espían a través de su agente más secreto: uno mismo. Un funcionario con licencia para matar, desde luego. Misión: mutilarse en el interior de los centros del saber. STOP. Someterse al implante de ojos muertos. STOP.

2. La Universidad es una de tantas instituciones al servicio del Dinero. Y como ellas se protege atacando con armas forjadas de un mismo material. Ese espíritu de seriedad. Ese aura de gravedad que amuralla su recinto. Y un mensaje en las paredes…

¡Eso es, eso es! ¡Éste es el camino, el único camino, el natural, el científicamente probado! ¡ Venid a mí y fundíos en mi abrazo!

…que debe ser descifrado.

3. El papel de estudiante es una más de las formas fosilizadas. Radiografiado por la ironía resulta idiota y risible. Pero no parece que esto sea suficiente: la tendencia dominante sigue siendo encontrar la comodidad en el traje a medida de los imperativos de Arriba.

Dice no con la cabeza
pero dice sí con el corazón
dice sí a lo que desea dice no al profesor
está de pie
le interrogan
le plantean todos los problemas
y de pronto estalla en carcajadas
y borra todo
los números y las palabras
los datos y los nombres
y sin cuidarse de la furia del maestro
ni de los gritos de los niños prodigio
con tizas de todos los colores
sobre el pizarrón del infortunio
dibuja el rostro de la felicidad.
(Jacques Prévert: Paroles).

4. «Los alumnos comen lo que los maestros digieren» (Karl Kraus).

Asimilar y hacer asimilar. El estudiante está sometido al dictado de ese monstruo económico de dos cabezas -necesidad y tedio-. La necesidad aplasta toda creatividad que suponga renacimiento. Amenaza con ahogar la posibilidad de lo no programado. El tedio es consecuencia inevitable. Nada aburre tanto como la orden trascendente del hay-que.

Profesores y alumnos firman el contrato de una mísera comodidad asentada sobre el servilismo a los Fines. Se extirpa el deseo y se implanta la obligación. El profesor está encadenado a su salario y «ese interés material es demasiado fuerte como para ser abandonado voluntariamente… Mientras las cosas, pues, sigan así, la ortodoxia tendrá de su parte al tropel, en constante aumento, de los papagayos y los chupatintas a sueldo tan incapaces de pensar como de abrigar intereses superiores» (Hegel). Y el alumno, por su parte, se encadena al profesor.

Nada nuevo en el asilo climatizado para zombis.

«En todos los casos hay una respuesta aprendida para cada pregunta. Lo cual significa que no hay preguntas» (Greil Marcus).

Cuando se formule una duda de verdad todos lo sabremos. Tal será el calor que desprenda el incendio. El incendio de la burocracia y de esa sucursal suya que habita en cada cabeza: el concepto del deber, el espíritu de obediencia. Literalmente estallará en llamas. Y todo quizá por el contagio de una risa.

5. «El examen no es más que el bautizo burocrático del saber» (Marx). Un juicio. Una necesidad. El examen, por ser el Fin, es lo primero en importancia. Vas a clase, tomas apuntes, el curso entero se dirige hacia el examen. Su presencia es firme regulador de todo. Desde la perspectiva del Fin todo está hecho porque todo debe llegar inevitablemente hasta Él. Impide la diversidad de caminos, reduce lo anterior a medio, fomenta el temor y la esperanza. Libertad, conocimiento y alegría exigen acabar con los juicios de Dios.

Los eslabones de la cadena única pagan tributo a la Muerte. En la Universidad todo es una y otra vez lo mismo. Y realmente cuesta imaginar a Sísifo dichoso. No nos engañemos: asistencia, clase, profesor, apuntes, examen… son peldaños iguales en la escalera del Saber.

¡Pasen y asimilen, señores! ¡El que sabe se aprovecha!
¡Lo que aquí se reparte es cultura! ¡Cultura de la buena!
¡Cultura para cada uno, cultura del todo! ¡Pasen y asimilen!

No queremos esto ni aquello, un poco más de aquí o de acá. Todo eso ya está hecho. Aspiramos activamente a lo de más allá.

«…¡Se rompió la bisagra mística! La mano del servidor cayó sobre el semblante del Amo… La inmadurez se derramó por todas partes» (Gombrowicz, Ferdydurke).

Apuntes del Subsuelo
(Madrid)

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