CUMBRE DE NIZA

La movilización antineoliberal de Niza del 6 y 7 de diciembre ha sido la última de una larga serie de manifestaciones masivas que, con arranque en las protestas contra la OMC en Seattle en noviembre de 1999, han tenido lugar en distintos puntos del planeta durante todo el pasado año 2000 en contra de lo que se ha venido en definir como “globalización neoliberal”. Si bien es cierto que las protestas contra la globalización y el neoliberalismo no son nuevas, apareciendo con distintas intensidades y muy variadas expresiones a lo largo de toda la pasada década (desde el levantamiento indígena en Chiapas en enero de 1994 coincidiendo con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, hasta las movilizaciones de los campesinos franceses contra los alimentos transgénicos y las multinacionales del sector), la movilización de Seattle ha supuesto un antes y un después en el conjunto del movimiento.

Mucho se ha escrito ya sobre los motivos de esta relevancia: el importante número de personas que se movilizó, la pluralidad y complejidad de orígenes, intereses y tendencias que confluyeron en una misma lucha contra un enemigo común, lo “novedoso” de los métodos de organización (totalmente horizontal, autonomía de los grupos…) y de lucha (utilización de la “acción directa no violenta” para bloquear una reunión, impidiendo el paso a los asistentes), utilización de las nuevas tecnologías (Internet) para la coordinación y el intercambio de información, importante repercusión mediática…

Todos estos elementos fueron rápidamente asumidos y repetidos con éxito en otros puntos del planeta (Washington, Melbourne, Praga…) durante los meses siguientes. Sin embargo, la última de ellas, la de Niza, ya ha empezado a poner de manifiesto alguno de los aspectos más problemáticos o retos a los que tendrá que hacer frente en lo sucesivo el nuevo movimiento. A ellos me referiré en las siguientes líneas.

En primer lugar, es evidente que no sólo l@s activistas hemos aprendido de estas experiencias: también el poder aprende, y buena prueba de ello es el diferente trato mediático que ha recibido la movilización de Niza, donde la noticia de las protestas aparecía en un segundo plano respecto a las informaciones acerca de la propia cumbre, quedando toda la contracumbre alternativa reducida a simples enfrentamientos entre “terroristas callejeros” y la policía.

Previsible-mente, en el futuro los medios (que, no olvidemos, pertenecen a quien pertenecen salvo honrosas excepciones) se cuidarán muy mucho de repetir ese halo de romanticismo, altruismo y simpatía que envolvía los muchos reportajes sobre el movimiento de l@s “globalifóbic@s” tras las cumbres de Seattle y Praga.

Por otra parte, una de las principales cuestiones tiene que ver precisamente con esto último, la excesiva dependencia que se está generando de la existencia de cumbres de las grandes instituciones financieras internacionales. Sería bueno que, en adelante, se rompiera con esa dependencia (que hace que el movimiento pierda continuidad, desapareciendo prácticamente por completo en los espacios entre las cumbres) y seamos capaces de buscar nuevas formas de aparición pública más “locales” y que ayuden a ir dando forma a un movimiento todavía demasiado difuminado. Además, dicho sea de paso, que repetir el éxito de Seattle o Praga pasa inevitablemente por una buena organización, que requiere meses de trabajo previo y la conjunción de múltiples esfuerzos: el contraste entre la preparación previa existente en Seattle o Praga y lo ocurrido en Niza muestran a las claras el peligro que tiene pretender acudir a todas y cada una de las cumbres, organizándolo todo rápido y mal.

Esto último pone de manifiesto el que es hoy por hoy, sin duda, nuestro mayor reto: el de la coordinación. Hasta ahora, y seguramente que en adelante en una gran medida, la espontaneidad y la horizontalidad han sido las principales características del movimiento contra la globalización neoliberal. Sin embargo, es evidente que, si no queremos caer en una excesiva precipitación a la hora de plantear los diferentes pasos a dar (me refiero sobre todo a la tendencia que cada un@ tenemos a intentar que la próxima gran movilización sea en nuestro pueblo, por lo que se está saturando el calendario de convocatorias para actos, contracumbres, movilizaciones… sin que de momento seamos capaces de ponernos de acuerdo para acudir tod@s junt@s a una de ellas, de forma que el éxito de participación esté garantizado) es necesario un mínimo de coordinación. Ahora bien, cada vez es más clara la existencia de dos tendencias, la de quienes pensamos que, habida cuenta la complejidad y pluralidad de colectivos y gentes que formamos esta “gran troupe”, la única manera de aglutinar y no dejar a nadie fuera es la existencia de una coordinación “mínima” y abierta, que se limitara a fijar unos objetivos comunes y a la preparación de las movilizaciones, permitiendo que luego cada cual acuda a las mismas con sus propias reivindicaciones y problemáticas; y la de quienes demandan la existencia de una mayor organización, una especie de “internacional de la solidaridad”, con contenidos y perfiles más claros, pero que, a mi entender, correría por eso mismo el peligro, por una parte de dejar fuera a un montón de gentes que no se identifiquen del todo con esos contenidos, y por otro de caer en dinámicas de funcionamiento (portavocías, secretariados…) que tienen poco que ver con el espíritu que alimenta este nuevo movimiento.

El tema de la pluralidad no es baladí, y se ha visto reflejado en todas las movilizaciones: diferentes formas de organizarse, de expresarse, de entender la lucha y sus métodos… Diferentes generaciones de activistas de todos los países y continentes, cada una con su propio universo simbólico y cultural, con sus formas y sus maneras… Evidentemente que la tarea de aunar todo este amplio espectro de experiencias no es nada fácil, pero Seattle y las demás movilizaciones han puesto de relieve que es perfectamente posible, y que el resultado es de lo más gratificante. Ahora bien, de lo que se trata en adelante es de trasladar esta experiencia, este “ponernos de acuerdo” todos y todas (ecologistas, sindicalistas, campesinos, anarquistas, indigenas, feministas, okupas, marxistas, “sin papeles”…) para plantar cara al neoliberalismo, al ámbito local. No deja de resultar curioso que muchas de las personas que marchaban juntas por las calles de Seattle o de Praga para protestar contra la OMC o el FMI, luego no sean capaces de ponerse de acuerdo en sus respectivos países para hacer frente a las mismas políticas neoliberales que aquellas instituciones defienden. Por cierto, que otro reto que este movimiento debe plantearse en el futuro, al menos en Euskal Herria, es el de conseguir la implicación “real”, más allá de las palabras y de los gestos, de toda la izquierda. Lo ocurrido tras las detenciones en Niza, cuando a pesar de que formalmente en la contracumbre de Niza tomaron parte miembros de todo el espectro de la izquierda política y social de nuestro país, a las movilizaciones por la puesta en libertad de l@s dos detenid@s apenas acudimos las mismas personas que viajamos en los autobuses organizados por “Hemen eta Munduan”, pone a las claras, en primer lugar, la escasa implicación del conjunto de la gente organizada con esta lucha (a pesar de que formalmente todo el mundo nos sintamos identificados con ella), y en segundo, que no estamos suficientemente preparad@s (por carecer de “colchón social”, a pesar de que seguramente la simpatía que el movimiento despierta en la población y la identificación con sus reivindicaciones sean grandes) para responder a la represión.

Y, por último, quisiera terminar con una reflexión acerca de otro de los pasos que, a mi entender, debiera dar este movimiento, por más que sea una tarea compleja y en buena medida contradictoria con su carácter plural: el pasar de la “cultura del No” (de la oposición y el rechazo a las políticas neoliberales, a la explotación, a la deuda externa…) a la “cultura del Sí”, a ofrecer alternativas al modelo actualmente existente. De hecho, uno de los objetivos del Foro Social Mundial que, al momento de escribir estas líneas, está teniendo lugar en Porto Alegre (Brasil) es precisamente demostrar lo recogido en su lema: “Es posible construir un mundo diferente”. Esperemos que con el esfuerzo de todos y todas esa afirmación pueda ir poco a poco convirtiéndose en realidad.

En fin, como conclusión decir que, pese a que los aspectos que he tocado en este artículo pueden rezumar un excesivo negativismo, en absoluto es esa la valoración que yo hago del movimiento contra la globalización neoliberal. Antes al contrario, creo que el afianzamiento y la extensión de lo que se ha venido en llamar “espíritu de Seattle” permite abrir nuevos espacios de lucha a unos colectivos y gentes que llevamos muchos años peleando contra un enemigo común pero cada uno por su lado. Sólo queda esperar que esa pelea comience a dar sus frutos.

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