TRABAJO (ASALARIADO) e IZQUIERDA (VIRTUAL)

En el Estado Español, hace 20 años que hay cerca de dos millones y medio de parad@s. Las políticas de flexibilización del empleo, que se presentaron como soluciones del paro, sólo han conseguido multiplicar por tres la precariedad y exponer a la mayoría de las personas a una vida de incertidumbre.

La prosperidad económica de los sectores sociales dinámicos, tiene su origen en el empobrecimiento de amplias franjas de la sociedad. La precariedad y el paro, dos caras de la misma moneda, no tienen solución desde el desarrollo económico porque el éxito de la economía tiene como condición el paro y la precariedad.

Si los parados y precarios se alzaran exigiendo sus derechos, “los mercados” se retirarían con sus inversiones y se acabaría la prosperidad. La inversión rentable exige un ejército de trabajadores siervos, convenientemente disciplinados, que piensen que las promesas constitucionales de una vida digna no llegan hasta ellos por no ser suficientemente listos o diligentes.

Quienes no aceptan esta “mala suerte” de manera sumisa y deciden participar en la fiesta sin convertir su vida en una esclavitud a tiempo parcial, toman su parte por métodos ilegales (ya que no ilegítimos). Constituyen, sin saberlo, un factor de desarrollo económico y estabilidad social porque impulsan algunos de los llamados “nuevos yacimientos de empleo”: policías, militares, carceleros, guardias jurados, videovigilantes, etc., y, con ellos, un Estado cada vez más fuerte frente a cualquier intento de cambio real.

Los sectores beneficiados, la mayoría personas asalariadas de altos ingresos, compran a su vez tiempo de vida encargando tareas de limpieza, cuidado de jardines, cocina y vigilancia a otros sectores asalariados por ellos, a menudo por la vía ilegal.

Estos contingentes de nuevos trabajadores constituyen, junto con los técnicos de la socioburocracia, muchos también precarizados, que controlan a los pobres y les reparten las limosnas, otra gran fuente de puestos de trabajo.
Por último, un puñado de diseñadores de páginas Web y de expertos en informática triunfan como nuevos yuppis en el mercado laboral junto con otros menos favorecidos como: repartidores de objetos vendidos por internet, trabajadores eventuales de las fábricas de teléfonos móviles, de ordenadores y empleados en grandes superficies.

El número de los empleos nuevos no supera a los empleos destruidos en las pequeñas explotaciones familiares agrícolas y ganaderas, en el comercio minorista y en los pequeños talleres. A estos, hay que sumar los miles de asalariados despedidos (con indemnización y prejubilaciones en muchos casos) por las megafusiones, las privatizaciones o los planes de viabilidad impuestos por la competencia de los más grandes en empresas de transportes, comunicaciones, energía, sector financiero y servicios en general.

Resumiendo, para la gente que trabaja lo que hay es, o trabajos muy bien remunerados que absorben toda la energía vital, con la recompensa del acceso a un consumo opulento, o una existencia sometida a empleos esporádicos, con ingresos insuficientes para una vida autónoma. Este sistema, hoy generalizado, coloca a la gente joven en una rueda de la que es difícil salir, incluso portándose de forma servil, como muchos intentan. En él no se respetan las leyes laborales, ni se puede hacer uso de los derechos políticos por parte de quien necesita el empleo y quiere conservarlo.

Interrogarse sobre la finalidad del trabajo constituye un lujo que nadie osa disfrutar. Por eso se ha perdido la costumbre. Sin embargo, si pensamos que el trabajo debe ser una forma de cooperar con la sociedad y no la forma de vivir como un ser aislado ¿cómo nos vamos a desentender del hecho de ganarnos el sustento sólo para engordar beneficios privados, o para defender a los ricos de los pobres, o para reprimir violentamente a quienes protestan por todo esto, o han sido encarcelados por negarse a admitirlo como un destino fatal? ¿Cómo podemos admitir que el cuidado de la salud, la protección de los viejos, la formación de los jóvenes para ser buenos ciudadanos y la organización de la producción social tengan como condición radical y como fin último el beneficio privado?

Si para ser decente hay que trabajar en estas condiciones, eso quiere decir que para ser decente hay que actuar sin interrogarse por las razones que hacen que el trabajo sea como es, ni interrogarse sobre las consecuencias. Es decir, para ser decente hay que trabajar y vivir como un cabestro. El paradigma de la decencia es el individuo que sólo vive para trabajar, comer y realizar algunas otras funciones fisiológicas. Mansedumbre bovina y fidelidad perruna son las virtudes que adornan al buen proletario de la modernidad y la nueva economía. Pero eso no es moderno. Estas virtudes ya adornaban a los esclavos que hace dos mil años no querían probar el látigo.

La diferencia es que hoy, el látigo no está en manos del esclavista, hecho insólito en una democracia, sino que, disfrazado de “libertad”, se basa en la condición económica y social que te obliga, si quieres sobrevivir, a venderte al precio que fija el mercado y cuando el mercado lo necesita, no cuando tú lo necesitas, ni con los recursos que necesitas. El látigo es la deliberación interior que te hace “elegir libremente” entre la miseria del paro, y el abuso y la humillación de un empleo basura que te permitirá comer una comida basura y vivir, decentemente, una vida basura.
Lo importante para el mantenimiento y la su-puesta normalidad de un orden social que presenta estas incongruencias, consiste en mantener el estado de necesidad que obligue a millones de personas a recorrer este camino, mostrándolo, en base a la propaganda y la represión, como el único posible.
La interiorización por las personas asalariadas del consumo superfluo que el sistema necesita inocular para impulsar la circulación de mercancías, es esencial para autosometerse a la disciplina del empleo basura. Sin este componente, mucha gente se enfrentaría a este modelo de sociedad y a los políticos, economistas, predicadores y guardianes que lo sostienen. Es necesario interrogarse también por la diferencia entre las necesidades reales y los deseos sin ningún límite racional.

La distancia creciente entre el tiempo de vida y el tiempo de trabajo asalariado, no favorece la actividad humana, sino que la comprime al introducir inestabilidad, pobreza y agitación para la búsqueda de cualquier empleo. El capitalismo necesita cada vez menos cantidad de trabajo para producir la misma cantidad de mercancías. Pero al mismo tiempo el capitalismo, cada vez sujeta más la totalidad del tiempo de vida de la gente a sus necesidades de valorización. Es decir, el trabajo asalariado (su falta, su cantidad, su calidad) organiza de forma creciente la totalidad del tiempo de vida.
Reduciendo la dependencia del capitalismo, por la vía de reducir las “necesidades” superfluas y mediante la construcción de redes de apoyo mutuo que permitan sobrevivir con más facilidad, se libera un inmenso potencial de sociabilidad alternativa. Por ese camino la precariedad y el paro pueden suponer una fuerza que impugne la barbarie creciente del capitalismo global. Al aumentar nuestra autonomía material y psicológica respecto al trabajo asalariado, tendremos más capacidad de lucha contra los contratos basura y más tiempo para crear espacios de cooperación alternativos.

Por el contrario, enfrentarse con el paro pidiendo un empleo como solución, es como pedir Moneda Única Europea pero con derechos sociales, algo tan inútil como sacar el santo para que llueva. Los empresarios nos hacen caso y nos dan lo que pedimos. Millones de empleos basura.

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