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Argentina: Desnutrición y hambre en el país de los alimentos (lo que la soya se llevó)

Domingo 20 de abril de 2008 por CEPRID

Mariela Zunino 20 - IV - 2008 Ecoportal/CEPRID

Argentina se posiciona como el tercer productor mundial de soya transgénica después de Brasil y Estados Unidos. Hoy, de cada 100 argentinos, unos 27 viven bajo la línea de la pobreza. En las provincias del norte argentino esta cifra asciende al 40%. Paradójicamente, son estas provincias norteñas las que en los últimos 10 años percibieron un mayor avance del monocultivo de la soya.

"El reordenamiento de los procesos de producción y circulación de mercancías y el reacomodo de las fuerzas productivas, producen un excedente peculiar: seres humanos que sobran, que no son necesarios para el "nuevo orden mundial", que no producen, que no consumen, que no son sujetos de crédito, en suma, que son desechables..." Subcomandante Marcos (1)

Introducción

En el caso de la provincia de Chaco, las comunidades indígenas tuvieron que abandonar su hábitat original por la presión de la ampliación de la frontera agrícola y ganadera. La incorporación de nuevas tierras, sumado al desmonte y la deforestación, sumado a la venta de tierras estatales a compañías agrícolas, no dejó otra alternativa a las comunidades más que reubicarse en nuevas zonas, generalmente marginales. Con la diferencia que en los nuevos asentamientos las condiciones geográficas y ambientales eran diferentes, obligándolos a una reestructuración de sus costumbres y pautas alimenticias. En su hábitat natural, dependían de los bosques para su alimentación. De allí obtenían plantas alimenticias y medicinales, algunos frutos y miel. También podían cazar y pescar, y practicaban la agricultura en pequeña escala. Hoy, acorralados en zonas desfavorables, no tienen otra opción más que convertirse en asalariados, migrar a los cordones de pobreza de las ciudades, o simplemente morir de hambre. Muchos se convirtieron en banquineros: familias desplazadas que construyeron viviendas precarias en los márgenes de las rutas provinciales. Como lo señala Nuñez: "El éxodo se produjo por la pérdida de tierras y el deterioro del bosque nativo chaqueño, del cual obtenían alimentos, medicinas y los restantes elementos necesarios para su existencia. Amplios sectores de la comunidad indígena prefirieron trasladarse a los asentamientos urbanos que existen en torno a la capital provincial y a las ciudades más importantes del Chaco".

Pero en la ultima década, en Argentina y más específicamente en Chaco, ha comenzado un proceso que viene a acentuar estas tendencias hacia los desalojos y el empobrecimiento de las comunidades. Se trata de la "soyización" del país, el avance desmedido de los cultivos de soya a lo largo y ancho del territorio argentino.

Soya: pan para hoy, hambre para mañana

En otros tiempos Argentina era conocida como "el granero del mundo", así llamada por su extensa producción de cereales, trigo y maíz, carnes, leche, entre otros, con lo cual se alimentaba no sólo a los argentinos sino a habitantes de varios países del mundo. Sin embargo hoy, el país no está pudiendo alimentar ni a su propia población. ¿Qué ha pasado? Sucedió que Argentina pasó a formar parte de un gran engranaje mundial cuyo motor es la lógica neoliberal globalizadora y excluyente, que lo alejó de la sustentabilidad social y lo encauzó dentro de un modelo útil sólo para los grandes actores económicos. El poder de decisión pasó a estar en manos de las grandes empresas, y desde entonces el pueblo no ha hecho más que sufrir las consecuencias.

En el año 1976, bajo la última dictadura militar, se abrió en Argentina el camino de la desindustrialización nacional y la modernización agraria. Fue así como comenzó a sembrarse comercialmente la soya, debido a la gran demanda internacional y por la necesidad de generar divisas para sanear la enorme deuda externa contraída. Luego, los programas de ajuste estructural de corte neoliberal provocaron un repliegue del Estado que dejó desamparados a miles de pequeños productores, al tiempo que generó el favor gubernamental hacia los grandes actores económicos. Así fue como, en 1996, durante el gobierno de Carlos Menem, se aprobó la siembra comercial de semillas transgénicas. Empresas como Monsanto y Cargill comenzaron la producción y comercialización de sus semillas modificadas genéticamente, en especial la semilla RoundUp Ready, variedad transgénica propiedad de la transnacional Monsanto, resistente al herbicida glifosato, también de Monsanto. En pocos años, el país se convirtió en un gran desierto verde: las plantaciones de soya arrasaron con montes y ecosistemas, dejaron en la ruina a miles de pequeños productores y campesinos, y terminaron con la tradicional riqueza y biodiversidad del país.

Hoy en día, los cultivos de soya ocupan cerca del 55% del total del área sembrada, y las ganancias relacionadas a la soya y sus derivados generan el 30% de las divisas que se generan en el país. Argentina hoy se posiciona entre los primeros exportadores de soya a nivel mundial.

Durante la campaña 2006/2007 la producción de soya batió un nuevo record histórico en el país: se cosecharon 47,5 millones de toneladas. La superficie sembrada de soya pasó de 10.664.000 hectáreas en la campaña 2000/01 a 15.200.000 en 2005/06. Y se espera que para el año 2014 la superficie cultivada llegue a los 22 millones de hectáreas. Mientras aquellos beneficiados por el boom soyero festejaban los records de cosecha, se conocían datos alarmantes en el país. Argentina produce la mayor tasa de alimentos por habitantes del mundo: aproximadamente unos 3.500 kilos de alimento por habitante cada año. Sin embargo, en los 13 años que van de 1990 a 2003 se conoció la muerte de cerca de 450.000 personas por causas que tienen que ver con el hambre. Hoy, de cada 100 argentinos, unos 27 viven bajo la línea de la pobreza y no pueden cubrir sus necesidades alimenticias básicas. En las provincias del norte argentino esta cifra asciende al 40%.

Paradójicamente, son estas provincias norteñas las que en los últimos 10 años percibieron un mayor avance de la frontera agrícola del monocultivo de la soya sobre sus territorios.

Cuando se advirtió que las provincias centrales, correspondientes a la región pampeana, ya estaban saturadas de cultivo de la soya, se inició un proceso de expansión de la frontera agrícola hacia zonas tradicionalmente no aptas para este tipo de cultivos, principalmente las provincias del norte del país, como lo es Chaco. Esta "pampeanización" consistió en la imposición del modelo agrícola de exportación característico de la pampa hacia otras regiones del país. El resultado: la profunda modificación de los paisajes rurales regionales en favor del avance del monocultivo de la soya orientado al mercado externo.

En la provincia de Chaco, la superficie sembrada de soya creció de 50.000 hectáreas en 1990 a 410.000 en 2000. El área sembrada fue incrementándose aún más hasta llegar a las 700.000 hectáreas en la última campaña 2006/07. Y se estima que para 2014/15 el área cultivada de soya en la provincia será de 1.088.000 hectáreas.

Chaco: los costos sociales de la fiebre de la soya

Mas allá de las situaciones de conflicto en torno a la tierra, estas organizaciones intentan recuperar prácticas campesinas desarrollando experiencias de reproducción social y construcción de alternativas. Cabe destacar las experiencias en torno a nuevas formas de intercambio: las ferias campesinas de la Red Puna en la norteña provincia de Jujuy, o las ferias francas del Movimiento Agrario Misionero, provincia de Misiones, que busca el comercio directo entre consumidores y productores. También se dan redes de comercio justo y solidario, donde se debaten los precios, se establecen las formas de traslado de los productos y se establecen criterios comunes de calidad. Vale mencionar también las ferias de semillas que se dan en Chaco, Misiones y Buenos Aires, donde los productores pueden intercambiar libremente semillas provenientes de regiones diversas. Su objetivo: el mejoramiento genético de las semillas entre las mismas familias y la conservación de la biodiversidad que es pilar de la agricultura campesina. Otra práctica que ha cobrado fuerza es la educación de los jóvenes por parte del MOCASE, a través de la Universidad Campesina, donde gente de diferentes comunidades llega para realizar practicas de convivencia y tomar cursos acerca de formación agropecuaria, sustentabilidad y recursos naturales.

En Chaco, comunidades indígenas y campesinos se han agrupado para hacer frente al modelo que los empobrece y así crear alternativas y planes de lucha. La Unión de Campesinos Poriajhu - "pobres" en lengua guaraní- es un movimiento integrado por 200 familias de Chaco, que forman parte de la CLOC, que a la vez es integrante de la Vía Campesina. Todos los meses de julio, organizan un encuentro para reflexionar acerca del futuro de la agricultura familiar y campesina y proponer acciones concretas por la Soberanía Alimentaria. Asimismo, la Organización Unión Campesina, aglutina comunidades indígenas y campesinos que fueron expulsados de sus tierras. Su lucha se centra en la recuperación de sus territorios perdidos y en una reforma agraria profunda e integral que no sólo resuelva la problemática del uso y tenencia de la tierra sino que además apoye la agricultura familiar y reconozca a la tierra como un bien social. Existe también en la provincia el Movimiento de Trabajadores Desocupados 17 de Julio, el cual lleva adelante luchas de acción directa, como la toma de dependencias estatales de las que se espera respuesta a sus reclamos, y la ocupación de tierras improductivas. A su vez el MTD desarrolla emprendimientos productivos como criaderos de cerdo y otros animales de granja.

Frente a la situación de desastre humanitaria que se vive en Chaco, los primeros días de agosto de este año, cientos de delegados de las comunidades indígenas llegaron marchando a Resistencia, la capital provincial, para exigir la renuncia del Ministro de Salud chaqueño, Ricardo Mayol, a quien responsabilizaron por la situación de abandono total y el colapso sanitario y alimentario en que se encuentran las comunidades indígenas al interior de la provincia. Un año antes, comunidades tobas habían acampado frente a la sede municipal denunciando que el gobierno local no distribuía los alimentos y la ayuda alimentaria proveniente del gobierno nacional para asistir a familias afectadas por fuertes inundaciones. Al no recibir respuesta, se sumaron a la protesta wichis y mocovies.

Fueron cortadas rutas provinciales y se realizo una huelga de hambre por 33 días, para protestar contra la venta irregular de tierras estatales, y el modelo que reproduce pobreza extrema y discriminación para las comunidades indígenas. En agosto fueron firmados acuerdos con el gobierno, que se comprometió a entregar tierras con escrituras, con lo cual se puso fin a la movilización. Pero las promesas no fueron cumplidas y a finales de 2006 se suspendió el dialogo entre los indígenas y el gobierno. Frente a la indiferencia gubernamental y el avance de los procesos económicos, las comunidades han optado por organizarse con un doble objetivo: hacer frente al avasallamiento que el actual modelo de producción representa para sus derechos y formas de vida, y construir alternativas que dignifiquen su ser y permitan la recuperación de prácticas y saberes ancestrales.

A modo de conclusión...

El actual modelo soyero imperante en Argentina ha arrebatado a la población, y sobretodo a las comunidades indígenas, su soberanía alimentaria, sus tierras y montes. Los territorios donde vivieron por generaciones y eran fuente de vida, han sido saqueados e invadidos y hoy, cercos y alambres impiden su paso. Los montes y bosques han sido arrasados por topadoras, y aquellos que no, sufren un continuo deterioro de los suelos por los métodos de siembra directa e intensiva, más la contaminación de tierras y aguas por parte de los agrotóxicos incluidos en los paquetes tecnológicos. Además, el desequilibrio ambiental que ha provocado el monocultivo de la soya es responsable de que la provincia pase frecuentemente de grandes inundaciones a sequías extremas.

Un sistema que genera cada vez más producción para el mercado externo y menos comida para la población no puede provocar más que el hambre generalizada y la desnutrición de generaciones enteras. Una población con déficit nutricional, aparte de padecer de sus derechos más elementales insatisfechos, al no poder pensar más que en su subsistencia inmediata, pierde su potencialidad plena para crear alternativas diferentes al modelo. Así, queda atrapada en la dependencia extrema.

La muerte de indígenas en Chaco parece responder en un primer momento a la indiferencia gubernamental, al colapso de las instituciones y las prácticas de corrupción y discriminación instaladas en el gobierno. Pero sus raíces están ancladas en un modelo de fondo, aquel que busca porfiadamente las ganancias para unos pocos y deja a su paso hambre, pobreza extrema y desarraigo.

El modelo de la soya no da cabida a ninguna concepción de mercado interno, por el contrario, representa un avasallamiento de cualquier forma de organización digna y auto-sustentable. El monocultivo de la soya no hace más que promover la dictadura de las multinacionales.

De este modo se va minando las bases de la agricultura campesino-familiar, de raíces ancestrales, diversa y auto-sustentable. Valiosos saberes y técnicas tradicionales van quedando en el olvido. El repliegue de las economías regionales y la expulsión de comunidades indígenas y campesinas de sus tierras va dejando espacios de pauperización, erosión ambiental y vaciamiento cultural. Todo ello frente al silencio negador de una sociedad que no da cuenta de la aniquilación de los derechos más elementales.

Mariela Zunino es licenciada en Ciencia Política por Universidad de Buenos Aires. Actualmente es cooperante de CIEPAC.

Nota:

1. Subcomandante Marcos, "Siete piezas sueltas del rompecabezas mundial", Ejército Zapatista de Liberación Nacional.


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