CEPRID

Chile: EL CARÁCTER DE LAS ELECCIONES DEL 2009

Martes 1ro de diciembre de 2009 por CEPRID

Manuel Acuña Asenj

Amerlat/CEPRID

Finalmente, como lo hace una operación matemática, el panorama político chileno parece no sólo simplificarse ante las elecciones de diciembre próximo sino, además, presentar un común denominador. Porque de todos aquellos candidatos que saltaran a la arena pública, a principios de este año, para disputar su mejor derecho a ocupar el sillón presidencial a los demás, no solamente cuatro han permanecido en calidad de tales sino guardan, entre sí, asombrosos parecidos. En torno a ellos, a sus personas, a sus tesis programáticas y alianzas, se ha centrado el debate actual que, sin embargo, tiene alcances limitados: no trasgrede las fronteras de la ‘escena política’ del país, que es el espacio dentro del cual se desplazan los actores políticos, a saber, personalidades, partidos, instituciones del estado y, en general, sujetos individuales o colectivos organizados bajo la regulación estatal. No podría ser de otra manera: en el modo de producción capitalista, el acontecer histórico se arrincona dentro de ese estrecho marco de referencia y cualquier análisis más o menos aproximado de la realidad social se hace poco menos que imposible. Porque la ‘escena política’ no sólo oculta las luchas que se libran dentro de la misma estructura del sistema, sino abre el campo de ‘la política’, área social dentro de la cual se realizan las ‘prácticas políticas’; refleja, por ende, y en gran medida, los alcances de la lucha de clases en el país. Con las debidas licencias, como se verá a continuación. Pero aún así nos permite esbozar una descripción más o menos aproximada de los posibles escenarios que deberían hacerse presentes en las próximas semanas. Intentemos, pues, acometer esa tarea, en el entendido que se trata, simplemente, de desvelar las veleidades del sistema.

PRESUPUESTOS NECESARIOS PARA REALIZAR EL ANÁLISIS

Una estructura social jamás se presenta como un simple ensayo de organización que puede modificarse a voluntad de quien se mueve en su interior; por el contrario: sus formas de funcionamiento no sólo se manifiestan como las únicas posibles, sino además descalifican a todas aquellas que puedan, presuntivamente, reemplazarlas. Esta constante deriva de aquella regla de oro de la organización según la cual ‘esse persistere in esse est’ (‘el ser que persiste en lo que es continúa siéndolo’) que es el principio de la identidad. Este principio impide desnudar los ejes sobre los cuales se apoya el funcionamiento del sistema: porque si así sucediese, la forma de transformarlo quedaría al desnudo y se haría en extremo vulnerable.

En el modo de producción capitalista (considerado como modo de dominación), la clase que ejerce su poder material y espiritual sobre el conjunto social establece reglas destinadas a fijar el funcionamiento democrático del mismo. El debate no puede realizarse sobre otra área que no sea la ‘escena política’; el ‘ciudadano’ debe poseer la convicción absoluta que es en ese campo, y no en otro, donde han de resolverse los problemas de las grandes mayorías nacionales. En otras palabras, se prefiere suponer que el juego político de las personalidades, de las organizaciones políticas o de las instituciones estatales, decide los intereses de todos y cada uno de los ciudadanos de una nación.

Digámoslo más directamente: el individuo ha de CREER que tal es su realidad, que fuera del ‘rayado de la cancha’, de los límites de ese tablero de ajedrez social, nada más es posible; que solamente eso es lo único que existe y a que se debe.

Tal creencia no deja de ser una realidad cuya naturaleza es necesario considerar para un mejor análisis. Porque lo que sucede en una sociedad de dominación (vertical, jerárquica, autoritaria) no puede suponerse ha de suceder en otro tipo de estructura social. Es un hecho cierto que, en el modo de producción capitalista, las personalidades pertenecen, por regla general, al estamento de las clases dominantes. Y cuando aparecen o se manifiestan lo hacen en forma de clase reinante, mantenedora del estado o de apoyo al Bloque en el Poder.

Pero eso no lo advierte el individuo corriente, acosado por la urgencia del trabajo, agobiado por la situación económica o desorientado por el exceso (o falta, en su caso) de información. El análisis, por ende, se dificulta; tiende a predominar lo que informa la prensa oral escrita o de imágenes, lo cual no es extraño pues a través de ella se manifiesta la ideología del sistema. Sin embargo, tras todo ese espectro de circunstancias, los intereses de las clases fracciones de clase jamás dejan de hacerse presentes.

Las palabras precedentes pueden sorprender a quienes poseen una visión un tanto restringida de lo que es la confrontación de intereses de clase. Porque las clases sociales no se enfrentan únicamente en la tradicional y conocida oposición entre vendedores y compradores de fuerza o capacidad de trabajo; también esa lucha se libra entre las diferentes fracciones de ellas en defensa de sus particulares intereses.

Dentro del segmento de las clases dominantes, las luchas de sus fracciones por obtener la hegemonía dentro del Bloque en el Poder pueden, en no pocas oportunidades, adquirir trágicos ribetes como sucede, por ejemplo, cuando se llega al asesinato de algunos de sus líderes o personajes públicos.

Constituye, por consiguiente, un error de proporciones suponer que la lucha de clases tiene lugar solamente entre ‘proletarios’ y ‘burgueses’; por el contrario: atraviesa verticalmente a todo el espectro social. Las luchas de las clases y/o fracciones de clase dominante pueden ser tanto o más virulentas que aquella pues su objetivo no es otro que asegurar, precisamente, la dominación de todas sobre la generalidad del conjunto social. La escena política de la nación, es decir, el teatro de operaciones en donde se desenvuelven los actores políticos, muestra con extraordinaria crudeza estas pugnas que enfrentan a los diversos sectores de la burguesía. Allí operan con destreza los sectores sociales que van a convertirse, una vez instalado el gobierno de la nación, en clases reinante, mantenedora y apoyo al Bloque en el Poder, hegemonizado por la fracción dominante.

La lucha de clases se da, por consiguiente, entre las diversas fracciones de la burguesía en su intento de conducir con mayor eficacia al conjunto social. Y eso se obtiene luego de someter al proletariado a una derrota más o menos prolongada que, en algunos casos, adquiere el carácter de estratégica. Como ha sucedido, y aún sucede, en el Chile post-dictatorial. El escenario electoral se entiende, pues, situado en ese marco de derrota total y dentro de las luchas de las fracciones burguesas entre sí.

En palabras más simples: será inútil buscar en este análisis la representación de los sectores sociales postergados pues aquella se encuentra fuera de los límites establecidos para las elecciones de diciembre próximo en Chile. Las luchas dentro de la escena política nacional son, en resumidas cuentas, contiendas interburguesas, marco obligado dentro del cual han de desenvolverse los candidatos de marras.

ESTRUCTURA DEL BLOQUE EN EL PODER

El Bloque en el Poder que existe al interior del estado chileno se encuentra fuertemente hegemonizado por la fracción bancaria de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo, aliada a la burguesía comercial y ligada a la gran burguesía internacional; al contrario de lo que sucedía en las fases anteriores recorridas por el sistema capitalista mundial (SKM), la influencia que puede ejercer la fracción industrial de la clase de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo se encuentra notoriamente disminuida. La disputa política, por consiguiente, en la fase actual, tiene lugar entre quienes pretenden representar con mayor o menor fidelidad los intereses de la fracción hegemónica al interior del Bloque en el Poder (la bancaria; o financiera, si se quiere, aliada a la comercial y a la gran burguesía internacional). Hasta este momento, y desde el advenimiento de la democracia post dictatorial, dicha tarea fue realizada por la llamada Concertación de Partidos por la Democracia o, simplemente, Concertación. Conformada por partidos que, simbólicamente, habían de representar a un vasto segmento de las clases dominadas, dicha coalición tuvo -y ha tenido, hasta estos momentos- en sus manos, además, y por esa circunstancia, la posibilidad de controlar las veleidades del movimiento sindical, de los pueblos originarios y el escabroso tema de la violación de los derechos humanos. Ha sido, por consiguiente, necesidad del empresariado y de las clases dominantes, contar con el apoyo de la Concertación para poder exitosamente continuar con el proceso de dominación sobre el conjunto social instaurado a partir de la dictadura en 1973.

Transcurridos casi 20 años del término de la dictadura, nuevas generaciones, nuevos actores políticos, y un sostenido proceso de renovación de cuadros políticos impulsado por la Concertación para sepultar las viejas aspiraciones de los antiguos, ha permitido que la representación natural de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo comience a disputarle con virulencia su mejor derecho a conducir políticamente al país. Desde este punto de vista, las angustias de la Concertación ante su eventual derrota no son sino consecuencia de sus propias acciones en beneficio de las clases y fracciones de clase dominantes. Lo que le pueda suceder no es, por tanto, sino fruto de sus propias acciones y/u omisiones.

EXTRACCIÓN DE CLASE DE LOS CANDIDATOS

Los candidatos a la presidencia de la República son cuatro: Sebastián Piñera Echenique, Eduardo Frei Ruíz-Tagle, Marco Enríquez-Ominami Gumucio y Jorge Arrate Mac Niven. En torno a ellos se centra el debate nacional. Son sujetos que no se desplazan sobre la escena política porque sí. Representan determinados intereses de clase en juego. Intentemos desnudarlos.

Sebastián Piñera Echenique es el candidato del conglomerado llamado Alianza por Chile, conformado por los partidos Unión Demócrata Independiente UDI y Renovación Nacional RN. Ambas coaliciones representan políticamente los intereses de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo. La primera es un partido político con una fuerte división en su interior. El sector más comprometido con las ideas de su fundador Jaime Guzmán (hombre del Opus Dei) está representado por Pablo Longueira, Joaquín Lavín, Luis Cordero, entre otros y ha considerado la militancia dentro de esa entidad en el carácter de apostolado: se integra a los sectores poblacionales, se vincula con los campesinos y trabajadores, y no tiene mayores problemas en hacer pactos con la Concertación o crear una fracción ‘aliancista-bacheletista’. Se puede decir del mismo que representa con fidelidad la aspiración a estatuir, en la tierra, la sociedad celestial con sus escalas jerárquicas de potestades divinas y el autoritarismo propio que emana de los Evangelios. El otro sector es el que encabezan los diputados Cristián Monckeberg, Iván Moreira, el senador Alberto Espina, el ex senador Sergio Fernández, etc., más vinculado a los grupos empresariales y al estamento militar. Este sector se ha alineado con bastante fuerza a Piñera; no así el otro.

La Alianza por Chile tiene un segundo partido que es Renovación Nacional RN. Este sí, se puede decir, apoya a Piñera en su totalidad. Constituye, de por sí, una organización que tiene directa vinculación con el interés empresarial.

La Alianza por Chile es un conglomerado que hemos descrito en otros documentos como ‘representantes naturales’ del capital o, si se quiere, de los intereses de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo. La denominación no es casual. Sostenemos que, por regla general, la composición de clase de estas entidades proviene mayoritariamente del sector de compradores de fuerza o capacidad de trabajo, lo que les otorga el carácter de ‘natural’. Representan, sin lugar a dudas, la defensa de los intereses de las fracciones bancaria y comercial, hegemónicas, dentro del Bloque en el Poder y disputan representarlas alegando su legitimidad.

Piñera Echenique es descendiente de una familia de funcionarios estatales; puede alegar, por cierto, que es de extracción ‘clase media’ -como lo hace hasta el proletario que no quiere ser tal-; pero, por sus adquisiciones y su inserción en el mundo empresarial, pertenece al estamento de la ‘gran burguesía comercial’.

Eduardo Frei Ruiz-Tagle es el candidato de la Concertación de Partidos por la Democracia, que integran los partidos Demócrata Cristiano PDC, Por la Democracia PPD, Socialista PS, Radical Social Demócrata PRSD, y restos del MAPU OC. Es, al mismo tiempo, el candidato del gobierno, su continuador legítimo. Al momento de escribir estas líneas, la oposición interna de la Concertación se ha decantado en gran parte y es poco probable que se presenten nuevas defecciones en el futuro. Se puede asegurar hoy, por consiguiente, que tanto Concertación como gobierno se encuentran alineados tras el candidato Frei.

La Concertación ha sido definida por nosotros como ‘representante espurio’ de los intereses del sector hegemónico del Bloque en el Poder. No representa, por consiguiente, los intereses de los vendedores de fuerza o capacidad de trabajo, con muchas de cuyas organizaciones ha sostenido -y sostiene- violentos enfrentamientos por mejoras salariales y mayores libertades políticas. La denominación tampoco es casual: la composición de clase de la Concertación abarca mayoritariamente a los descendientes de ex empleados fiscales (hijos de embajadores, diputados, senadores, presidentes, ministros, jefes de servicios, profesionales) que desean seguir participando de la administración del estado y reservar cargos de esa naturaleza para su descendencia y amistades. El nepotismo es, por consiguiente, parte consustancial de este sector.

Al igual que la Alianza por Chile, representa la Concertación el interés de las mismas fracciones bancaria y comercial del capital; disputa con la anterior coalición, sin embargo, su derecho a representarlas por su mejor posición para controlar las veleidades de los movimientos sociales. En otras palabras: la Concertación asegura una mayor tranquilidad social. Pero ¡cuidado! En estos casi veinte años de gobierno concertacionista, muchos de quienes integraban la Concertación han derivado, de ‘personajes de la clase media’, a exitosos empresarios, merced a las exacciones ilegales, sobornos, convenios ventajosos aprovechando los contactos, información privilegiada, créditos obtenidos directamente del estado gracias a sus influencias, en fin.

Frei Ruiz-Tagle es hijo de un ex presidente de la República; es hijo, por tanto, de un ex empleado fiscal. Como todos los chilenos que no quieren reconocer su pertenencia a determinado segmento social, puede alegar, como Piñera, ser ‘clase media’, bolsón incierto de grupos sociales, receptáculo inconmensurable de individuos capaz de albergar lo que se quiera. Sin embargo, como ingeniero ha incursionado en el mundo empresarial. Es un empresario industrial; pertenece, por consiguiente, al estamento de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo cuyos asalariados crean capital productivo. Puede considerársele como perteneciente a la burguesía industrial mediana. Marco Enríquez-Ominami Gumucio no pertenece a partido político alguno. Militó en las filas del partido Socialista y renunció a esa colectividad para presentarse como candidato independiente. Su candidatura no representa interés alguno de clase (aparentemente), sino el descontento mayoritario de una población cansada de las arbitrariedades de la Concertación. Se puede afirmar, por consiguiente, que es el ’candidato del descontento’. Por eso, junta en torno suyo a sectores tanto o más reaccionarios que los que apoyan a Piñera junto a los nostálgicos del MIR, que ven en su persona la encarnación del líder de esa colectividad Miguel Enríquez Espinosa. A Enríquez-Ominami no le repugna tal concepción; por el contrario, la alienta y estimula vinculándose una y otra vez a sus antepasados estableciendo, con su comportamiento, una nueva forma de hacer política basada en la discutible tesis de la transmisión genética de la vocación social. Los postulados del candidato independiente se han centrado, principalmente, en establecer una clara diferencia entre los viejos y los jóvenes.

"No hablo a los jóvenes", asegura. "Soy joven. No intento captar a los jóvenes: soy joven". Educado en Francia durante los difíciles años de la dictadura, parece haber asimilado exitosamente las ideas de Herbert Marcuse relativas a la lucha generacional. De todas maneras, no se diferencia de los anteriores en cuanto a que su finalidad es proteger los intereses de las fracciones hegemónicas del Bloque en el Poder. Como sucede con la Concertación, el conjunto social que Enríquez-Ominami encabeza no encarna otra representación que no sea la de un advenedizo más en la defensa de esos intereses. Porque la candidatura del ‘no-viejo’ nace de las disputas al interior de la Concertación y no de un planteamiento teórico significativo.

Enríquez-Ominami Gumucio es descendiente de funcionarios estatales como los anteriores; también puede alegar ser ‘clase media’ porque eso es lo que dice ser la élite de la alta burocracia estatal para olvidar su verdadera extracción. Ha incursionado en el campo de la empresa privada con un intento de hacerse dueño de una compañía cinematográfica que cerró por deudas. Por su adscripción al ‘aparato’ estatal, puede incluírsele como hijo de funcionario estatal y clase mantenedora del estado.

Jorge Arrate Mac Niven fue ministro de la Unidad Popular; también lo fue de la Concertación. Extrañamente, como ministro de Educación jamás se preocupó de resolver de una vez por todas el problema de la ‘deuda histórica’ que el estado tiene con los maestros. Lo viene a recordar ahora que es candidato. Es el más sereno de todos los aspirantes a la primera magistratura de la nación y pocas veces se le ve desprestigiando a los demás. Su discurso es claro y conciso, no da pie a interpretaciones antojadizas. Perteneció al partido Socialista y, después de renunciar a éste, pasó a engrosar las filas del partido Comunista donde actualmente milita. No es mal polemista. Tiene ideas precisas y de avanzada. Nadie se explica que solamente ahora, cuando ha sido nominado candidato, comience a explayarse sobre esas ideas que otrora parece haber olvidado. Como candidato del partido Comunista, tampoco representa a las clases postergadas pues el discurso de esa colectividad pasa, primero, por asegurar una determinada cuota de parlamentarios y disputar dentro del sistema vigente las cuotas de poder a las demás fuerzas políticas. El partido Comunista, hoy, no se plantea prioritariamente por la construcción de un poder desde la base, sino por acceder a ciertos cargos en el parlamento, lo que le significado perder una cuota considerable de militantes.

Las posiciones de Arrate, tendientes a robustecer al estado y a la industria nacional, le hacen estar junto a quienes defienden los intereses de esa fracción de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo. Es dable suponer que, si llegase a triunfar -lo que es improbable-, daría un fuerte impulso a la formación de una sólida burguesía interna, hoy sustituida por la importación de bienes. Como sus anteriores competidores, Arrate Mac Niven es hijo de funcionario estatal; se desempeñó siempre en cargos de gobierno y recibió, por ende, sueldos del estado. Pertenece, por consiguiente, como Enríquez-Ominami, al segmento de la clase mantenedora del estado y, por extracción, proviene de la alta burocracia estatal. Permítasenos, aquí, pues, reforzar la idea anteriormente expresada en el sentido que TODOS los candidatos NO representan los intereses de las clases postergadas, sino sus particulares deseos de representar y ejercer con la mayor eficacia el interés de las fracciones que se disputan la hegemonía dentro del Bloque en el Poder; representan, al mismo tiempo, y en caso de no cumplir su cometido, el deseo de transformarse en clase reinante, mantenedora o apoyo de esos intereses. Aunque, en la práctica, insistan en adoptar medidas en beneficio de los sectores populares. Con esto queremos aseverar que un grupo determinado -poco importa cuál- va a gobernar en nombre de la comunidad; ese grupo será la clase reinante. Otro, se incrustará en las instituciones del estado para coadyuvar en su administración buscando tener acceso a las rentas más elevadas; esa será la clase mantenedora. Finalmente, un último segmento social comenzará a organizar instituciones que van a depender de las ayudas que el estado les conceda para transformarse en ‘clase apoyo’ de los intereses del Bloque en el Poder. En todas esas maniobras, como es de suponer, los intereses de las clases dominadas se encontrarán por entero ausentes.

RASGOS QUE IDENTIFICAN A LAS CANDIDATURAS

Los candidatos más arriba indicados representan los intereses de las diversas fracciones de la burguesía al interior del Bloque en el Poder. Sus discursos, por consiguiente, no contienen otros elementos que no sean aquellos que dicen relación con la defensa de tales intereses. Se hermanan, por consiguiente, en numerosos temas que han proscrito de sus programas o, al menos, si los han incorporado, rodean con una aureola de incertidumbre y vaguedad. Digámoslo de otra manera: se hermanan por omisión.

Por consiguiente, es inútil intentar encontrar referencia alguna en sus programas sobre temas relativos a la participación de los trabajadores en la dirección de las empresas tanto públicas como privadas; también se hermanan al no incluir en esos programas formas que digan relación con la recuperación de los dineros previsionales expropiados a los trabajadores, resolver los problemas de la salud y, en general, de las grandes mayorías nacionales. Para muestra un botón: el día 12 del presente mes, en los salones del Teatro Municipal de Santiago que ocupa el Café Tavelli, se realizó una reunión de la Asociación Chilena de ONGs ACCION, con representantes de los comandos de las 4 candidaturas presidenciales. El objetivo de la reunión era conocer el pensamiento de cada una de las candidaturas acerca de la participación de la ciudadanía en la toma de decisión sobre los grandes problemas nacionales y el financiamiento que los candidatos darían a las ONG, cuestión por lo demás obvia. Las respuestas fueron, sin excepción, positivas. Aparentemente. Porque, si bien todos los comandos contestaron que la participación ciudadana debía ser considerada un derecho de todos los chilenos, al definir la forma de ejercer ese derecho, se advirtieron las limitaciones.

1. Marco Enríquez-Ominami: la participación es un derecho y para ejercerla hay que aumentar la representación política de los chilenos en los cargos de representación popular: los intendentes y gobernadores deben ser elegidos, hay que fortalecer al defensor del pueblo, en fin.

2. Jorge Arrate: la participación arranca de la dictación de una nueva Constitución que debe ser fruto de una Asamblea Constituyente integrada paritariamente por hombres y mujeres, empresarios y trabajadores, jóvenes y viejos, huincas y pueblos originarios. Debe contemplar iniciativas populares para la dictación de leyes.

3. Eduardo Frei: la formación del Comando de su candidatura es la mejor forma de mostrar cómo debe ser la participación, con ministros que no superarán los 40 años.

4. Sebastián Piñera: la participación se hará con Comisiones de expertos, jóvenes y profesionales, pues así se redactó su Programa de Gobierno, con consulta a los sectores populares.

No parece necesario insistir más, al respecto.

Otra de las circunstancias que hermana a las candidaturas de marras es aquella que proscribe toda referencia al tema de los derechos humanos. En realidad, la generalidad de los aspirantes a presidente parece pensar, como los chinos, que ‘lo dicho, dicho está y lo escrito, escrito está’. El pasado es pasado y casi no vale la pena remover viejas heridas. Es, por lo demás, el pensamiento que ha guiado al gobierno de la Concertación en su paso por las avenidas de la historia.

Tampoco existe en el discurso de los candidatos una mención a lo que ha de ser la política internacional del gobierno que han de encabezar; mucho menos una mención a la política de integración latinoamericana y al rol de Chile en dicho contexto, en un mundo que se globaliza cada vez más.

Las pocas referencias a la crisis económica mundial se orientan en una dirección que no difiere mayormente de la que sustenta el Ministerio de Hacienda: mostrar alegres cuentas que pasan de un lado a otro sin considerar para nada las oscilaciones de la economía mundial. Si bien el optimismo invade los mercados hoy en día, los investigadores se muestran cautos en cuanto a sostener que la crisis ha sido superada.

Por el contrario, la enorme cantidad de dólares que ha necesitado emitir Estados Unidos para hacer frente a la crisis mundial hace suponer que los efectos de la misma solamente se han pospuesto y que pueden presentarse nuevos problemas. Sin embargo, los candidatos chilenos no consideran tales circunstancia sino parecen, hasta la fecha, estar cada vez más convencidos de estar disputándose el cargo de mayor representatividad en ‘el país de las maravillas’.

Muchas de las afirmaciones que formulan en el plano económico son bastante discutibles; construidas para un público dócil y poco exigente, los candidatos disputan entre sí por ofrecer mejores mercancías. Piñera ha llegado a comprometerse con los vendedores de la Vega ofreciéndoles dictar para ellos un estatuto que contempla siete puntos.

¿Qué ofrecerá a los zapateros remendones? ¿Y a las lavanderas? ¿Y a los demás segmentos de las clases postergadas?

No hay menciones más o menos aproximadas al problema de los recursos naturales ni al de la educación (que comprende el de la investigación), y cuando se hace, los datos que acompañan son incompletos, sus afirmaciones son antojadizas y pocas veces se advierte cierto dominio sobre los temas que acometen. Las formas de hacer campaña política vigentes hasta hace un tiempo están olvidadas. El mercado domina en todos los aspectos y el candidato debe venderse de la manera que sea. El imperio de las formas farandulescas para cazar al elector incauto y asegurar su adhesión irrestricta al candidato de turno hace de toda la elección un espectáculo grotesco.

Frei baila al compás de su naríz y el slogan de su campaña es, precisamente, ‘vamos a ganar por naríz’.

Marco Enríquez-Ominami aparece en la franja televisiva en su hogar, tendido en la cama, en una idílica escena junto a su mujer, abrazado a su pequeña hija. Y, como si eso fuera poco, ofrece renunciar a su dieta parlamentaria (entiéndase bien, ‘dieta’, no los dineros adicionales a la dieta que son, a menudo, superiores a aquella) y la dona a una institución de apoyo a personas con problemas. Tierno, ¿verdad? Poco más de 3 millones de los casi 14 que recibe de ingresos. Pero, ¿es eso un sacrificio para el único miembro de una familia cuyos integrantes no parecen estar en la más completa indigencia? Su padre, Carlos Ominami es senador, con un ingreso que se eleva por sobre los 14 millones de pesos y antes fue presidente del Consejo de Televisión Nacional; su madre, Manuela Gumucio, dirige el programa de la Televisión Digital y es muy probable que su remuneración supere con creces la renta mínima de 160.000 pesos establecida para el chileno corriente. Su mujer, Karen Doggenweiler, pertenece al ‘jet set’ de la farándula y es funcionaria de la Televisión Nacional, área donde los sueldos no son en absoluto mezquinos. Pero estos gestos conmueven y el uso de los mismos arroja buenos dividendos electorales.

Piñera, por su parte, canta y baila junto a los mercaderes del Mercado Central prometiéndoles ser el presidente de todos ellos en tanto su canal (ChileVisión) lo muestra en casa, como un buen padre de familia, abrazado a su mujer.

Finalmente, Jorge Arrate, en pantalones cortos y mostrando sus piernas delgadas y pálidas, juega fútbol en una de las canchas de las poblaciones del gran Santiago.

Todo un espectáculo para convencer al elector incauto acerca de la necesidad de no ‘perder’ el voto. Como si éste fuese una inversión cuyo buen resultado es imperativo asegurar.

EL ESCENARIO DE DICIEMBRE DETERMINA EL DE ENERO

El escenario de diciembre ofrece tan sólo dos alternativas: que Frei Ruíz-Tagle gane el segundo lugar o que lo haga Enríquez-Ominami Gumucio. Piñera tiene asegurado el primer o segundo puesto; es decir, Piñera va de todos modos. La incógnita se coloca al lado de los candidatos de la Concertación (tanto Frei como Enríquez-Ominami y Arrate son candidatos de la Concertación, aunque estos últimos lo nieguen: de una u otra manera se sienten herederos de la política de la presidenta Bachelet y se aferran a su figura.). Que gane uno u otro es importante para el escenario de una segunda vuelta.

En efecto, en este escenario, si Piñera y Frei son los ganadores en diciembre, lo más probable es que la presidencia de la República caiga en manos del segundo y no del primero. Hay razones para suponerlo: la gran mayoría del contingente electoral que apoya a Enríquez-Ominami está constituida por funcionarios estatales, o sujetos que realizan sus negocios a través de los contactos con altos funcionarios estatales; la estabilidad de sus ingresos depende, en gran medida, del gobierno de turno. Al ver amenazada su fuente de vida, ante un eventual gobierno de Piñera, volcarán a Frei su apoyo, aunque sea a regañadientes. Por su parte, los seguidores de Arrate también entregarán sus votos al candidato oficial de la Concertación. Históricamente, la militancia del partido Comunista, profundamente conservadora, siempre lo ha hecho; también, gran parte de los humanistas. No hay razón para suponer que en esta oportunidad adoptarían un comportamiento diferente; con mayor razón si celebran un convenio con los partidos de la Concertación que les asegure ciertos cupos parlamentarios, y tienen la posibilidad de constituirse en parte de la burocracia estatal.

Sin embargo, si los ganadores de la primera vuelta son Piñera y Enríquez-Ominami, en una segunda las cifras parecen sonreír al candidato de la Alianza por Chile. Las razones también son obvias. Las fuerzas de la Concertación están integradas, entre otras organizaciones políticas, por el partido Demócrata Cristiano DC cuyas bases no se sentirán muy a gusto votando por el candidato independiente; por el contrario, es dable suponer que sí lo harían por Piñera. Puede suponerse que, colocados en ese dilema, gran cantidad de comunistas apoye a Enríquez-Ominami, aunque no sea posible afirmarlo con seguridad. En ese caso, tanto el candidato como su equipo asesor deberán tragarse todo lo que han dicho en cuanto a rechazar cualquier tipo de acuerdo o negociación a fin de obtener cualquier tipo de apoyo que les permita ganar a Piñera. Pero ello conlleva un riesgo: puede precipitar el apoyo masivo de los demócrata-cristianos al candidato de la Alianza por Chile. Lo cierto es que, en este escenario, parece más probable que Piñera sea el próximo presidente y Enríquez-Ominami termine, en esta oportunidad, su carrera presidencial haciéndose acreedor al triste calificativo de ‘sepulturero de la Concertación’, lo cual no parece ser algo que le preocupe en demasía. Así, en definitiva, la lucha por representar los intereses de las fracciones hegemónicas del Bloque en el Poder se ha desatado y debe resolverse en breve. Los sectores populares sólo deberán enfrentarse a la alternativa de conformarse con ser clientela electoral de los candidatos limitándose a ‘comprar’ las imágenes que éstos venden de sí mismos o restarse a ello. Las elecciones a realizarse próximamente, aunque se manifiestan como aparentemente sencillas, no lo son en la práctica.

Porque pesa en la mente del elector la carga cultural y la ideología vigente. Pero lo cierto es que, gane quien gane, no serán los sectores populares quienes lo hagan. Por el contrario: como bien lo expresara Reynaldo Temprano Azcona hace más de 50 años, ‘reine quien reine y gobierne quien gobierne, siempre dependerá de los humildes servidores que se sientan en los sillones de la banca’. Porque, una vez más, el triunfador volverá a defender eficazmente el interés de las fracciones bancaria y comercial al interior del Bloque en el Poder. Lo repetimos, una vez más: los candidatos no representan a los sectores populares, aunque se CREA lo contrario. La sentencia aquella según la cual ‘la fe mueve montañas’ no es más que una simple alegoría. No basta CREER para suponer que un candidato va a representar los intereses de las clases postergadas; es necesario que lo haga real y efectivamente, y que tras su candidatura, nacida de una deliberación popular, organizados a su manera en sindicatos, organizaciones sociales, partidos, movimientos, se alineen las legiones de trabajadores, cesantes, pobladores, jubilados, estudiantes, dueñas de casa, pueblos originarios, inmigrantes y, en general, todas las víctimas del sistema vigente y quienes desean crear una sociedad más humana, solidaria y fraterna.


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