CEPRID

El eterno abismo de la grieta chilena

Lunes 29 de noviembre de 2021 por CEPRID

FACUNDO ORTIZ NÚÑEZ

Revista Crisis

Chile no da ni un segundo de respiro. Hasta la mañana del domingo, en las redes, los jóvenes seguidores del Frente Amplio daban por supuesto una victoria arrolladora. Algunos se atrevían incluso a pronosticar la victoria de su candidato en primera vuelta, para lo cual hubieran necesitado más del 50% de los votos. Habían arrasado en el plebiscito, en las elecciones constituyentes, y habían ganado las primarias. Pero la noche terminaba con un jarro de agua fría, devolviéndolos a tierra.

La ultraderecha de José Antonio Kast y su coalición (el Frente Social Cristiano), ganaba la primera vuelta con casi el 28% de los votos. Su principal contendor, Gabriel Boric, del pacto de izquierda Apruebo Dignidad (Frente Amplio + PC), quedaba cerca del 26%. Apenas dos puntos porcentuales de diferencia. Pero una artimética rápida muestra que, por primera vez en treinta años, el universo de la centroizquierda chilena pierde en número de votos totales frente a la derecha, ya que la sumatoria de sus tres candidatos aventaja por medio millón de votos a las cuatro candidaturas del progresismo.

Chile lleva dos años repitiendo el mantra “no lo vimos venir”. ¿No había “despertado” Chile? ¿No estaba escribiendo una nueva constitución que venía a resolver sus problemas y a saldar las deudas del pasado? ¿Cuán rotunda es la victoria de los conservadores? ¿Cuál es la disyuntiva que se abre ante los chilenos de cara a la segunda vuelta? En esta estrecha franja de tierra, en la que todo tiembla desde hace dos años, nada es nunca lo que parece.

Una ola reaccionaria permanecía latente

La victoria de Kast resulta todavía más sonada habida cuenta de su errático desempeño durante el último tramo de la campaña. El candidato conservador dijo que Pinochet celebró elecciones y nunca encarceló a opositores (hace un año iba más lejos y defendía la “gran obra del gobierno militar”). Fue acusado en los debates, en base a citas de su propio programa, de pretender disolver el Ministerio de la Mujer, obligar por ley a adolescentes violadas a dar a luz a sus hijos, o crear dispositivos de persecución contra activistas de izquierda. Se reunió con familiares de carabineros acusados de violaciones a los derechos humanos (crímenes que él niega), aplaudió en toda ocasión a las Fuerzas Armadas mientras eran enviados a tirar tiros en la Araucanía (algunos de sus miembros lo escoltaron cuando fue a votar), y abogó por fortalecer el sistema de pensiones privadas de las Administradores de Fondos de Pensiones (AFP) y “achicar el Estado”, privatizando definitivamente el cobre, uno de los últimos recursos naturales cuya titularidad sigue en manos del país y no de las transnacionales.

Mientras que el grueso de los votos de Boric proviene de los grandes centros urbanos, Kast pescó en las provincias y zonas rurales. En la Araucanía, en pleno Estado de Excepción, y en un clima guerracivilista que en los últimos meses ya se ha cobrado nuevas bajas humanas entre los mapuches, incluyendo brutales ejecuciones, el candidato que aboga por apretar el acelerador de la represión contra la rebeldía de las comunidades locales marca un récord, superando el 42 % de adhesión.

Su camino lo coloca en una clara oposición bélica no solo frente al proyecto progresista de Boric, sino contra la Convención Constitucional y todo el movimiento social que nació en octubre de 2019. Uno de sus diputados electos ha llegado a criticar el derecho a voto de las mujeres. Kast surfea una ola reaccionaria que estaba latente, y gracias a la cual logró barrer al candidato oficialista Sebastián Sichel, representante de los liberales moderados. Dividió a la derecha tradicional, se ganó el apoyo de figuras de la UDI (principal partido de la coalición de Gobierno), el de los evangelistas y el de sectores populares de las zonas rurales.

El odio al Estado, cocido lentamente durante décadas, el rechazo a los inmigrantes, el sueño de una “mano dura” autoritaria contra el narcotráfico, la oposición a las políticas ambientalistas, y el terror al “comunismo violentista”, como el Gobierno y los medios calificaron al impulso colectivo que pedía superar el neoliberalismo, ha superado a la retórica frenteamplista que buscaba más feminismo, más ecologismo, más inclusividad y “cambios tranquilos” para reducir la desigualdad. Al “despertar de Octubre” le sigue ahora una pesadilla: la posibilidad de que Chile retroceda décadas en conquistas sociales.

Sin embargo, el número de votos que reúne Kast se corresponde casi exactamente con los que optaron por la opción “rechazo” al proyecto constitucional del plebiscito de 2020. Chile no se ha “dado la vuelta”. La base electoral de Kast no ha crecido, sino que se mantiene estable. Son los votos del “Apruebo”, esta vez repartidos en el resto de candidaturas, los que han definido el resultado. Y son también los que más se han quedado sin expresar su preferencia presidencial.

La mitad más uno se abstuvo

La participación en las que fueron consideradas “las elecciones más importantes del país en 30 años” se ha quedado en un 47,4%. Nuevamente más de la mitad del padrón no ha acudido a las urnas. Es cierto que hubo personas que se quedaron sin votar, pues a las 18:00 horas –y aunque la ley obligue a los colegios electorales a permanecer abiertos si hubiera electores esperando en la puerta– muchos centros comenzaron a cerrar. Así culminaba una jornada caótica en la que se registraron aglomeraciones y largas filas donde los votantes debieron esperar bajo el sol durante horas. Pero de poco sirve acusar un boicot: es posible que también haya votantes de la derecha que se quedaran sin sufragar.

Al margen de los obstáculos, la abstención coincide con la de los últimos años. Desde que el voto se convirtió en voluntario, la mitad del país dejó de participar. El plebiscito constitucional del año pasado, motivado por un terremoto social sin parangón, apenas logró frenar la constante: hubo 51% de electores inscritos. La tendencia descendente retomó su curso en las elecciones que eligieron a los constituyentes para integrar la Convención Constitucional, cuando los candidatos del Frente Amplio obtuvieron un gran resultado y se convirtieron en los árbitros del proceso.

Muchos de ellos habían llegado con un discurso atronador. La Convención venía a cambiar el país, a acabar con la constitución de Pinochet, pero sobre todo abriría las puertas para mejorar la vida de los chilenos. Otros, los candidatos del octubrismo más impugnador, prometieron no sesionar hasta que fueran liberados los detenidos de las protestas. Pero nada de lo anterior sucedió. La Convención ha quedado atrapada en un espacio deliberativo, lleno de grandes discursos progresistas, de discursos inclusivos y hasta de integrantes tocando la guitarra para amenizar el debate. Algo quizá difícil de entender para los que los fueron a votar pensando en sus dificultades para llegar a fin de mes o en sus pensiones.

Si parte del pueblo esperaba que la Convención Constitucional “cambiara las cosas”, se vio rápidamente enfrentado a la realidad de que quizás pueda ofrecer un camino al futuro, pero es incapaz de dar soluciones a las necesidades más inmediatas de la población. Algunas de las propuestas más “rebeldes”, como los plebiscitos populares dirimentes, o la sola posibilidad de ampliar el tiempo para redactar la nueva carta magna, opciones que deberían ser ratificadas por el nuevo Congreso, pueden darse ya por perdidas. El nuevo Congreso presenta un empate técnico entre la izquierda y la derecha en la que ninguno tendrá mayorías fáciles. En el Senado, los votos ubicados a la centroderecha alcanzan su récord desde el regreso de la democracia.

Además, el avance de Kast coloca a la Convención ante el peligro del referéndum de salida que se produciría al terminarse el texto constitucional. El miedo a que gane el “rechazo” llevará a muchos de sus integrantes a buscar todavía más el beneplácito del polo conservador. Y considerando que, a diferencia del plebiscito de entrada, el de salida será con voto obligatorio, ¿qué votará entonces este Chile tan dividido?

Un holograma muy real

En medio de esta desafección frente a las instituciones surge el Partido de la Gente (PDG), una formación política que nació de una empresa de asesoría financiera que explicaba a sus clientes cómo engañar al sistema de las AFP para sacarles más plata moviendo sus aportes entre unos fondos y otros. El camino del PDG se ha labrado con escasa o nula mención en los grandes medios de comunicación, pero amplio despliegue en redes sociales, captando a una parte importante de la clase media aspiracional, mediante largas conversaciones en lives de Youtube, Instagram, Twitter o Tiktok.

Aferrados a un espíritu de “que se vayan todos”, atacando a la “elite chilena de derecha e izquierda”, y prometiendo rebajar los sueldos de los parlamentarios, eliminar el IVA y otros impuestos, el Partido de la Gente abraza la democracia digital y las criptomonedas siguiendo los pasos de Nayib Bukele. Con un programa que apuesta por los emprendedores y las pymes, y una fuerte agenda antiinmigración, se convirtió en el heredero institucional de la vertiente más liberal del estallido y parece haber logrado reunir una parte significativa del “voto protesta” y la antipolítica. Todo eso sin que su candidato haya puesto siquiera el pie en el país.

Franco Parisi, ingeniero y economista que ya intentó llegar a la presidencia en 2013 con escaso éxito, vivió la campaña desde Alabama. No participó en los debates. No recorrió el país. Y ha estado cerca de ser la primera mayoría en hasta tres regiones. La candidatura logró el tercer lugar después de Boric, obtuvo casi un millón de votos y se convirtió en el árbitro de cara al balotaje.

En Chile lo espera una orden de arraigo por haber dejado de pagar la pensión alimenticia a su exmujer e hijos, y previamente fue acusado de acoso sexual en dos universidades de Estados Unidos. Su electorado está compuesto en más de un 60% de hombres. ¿Estamos ante una contraofensiva patriarcal al empuje feminista?

Luego de que los periodistas, los opinólogos y los mismos políticos lo denigraran y ridiculizaran, ahora todos se preguntan qué hará Franco Parisi. Si tomamos en cuenta su programa, que también aboga por ponerle coto a la inmigración ilegal y defender a las pymes de la Araucanía contra el peligro mapuche, todo apunta a que sus electores verán una mayor cercanía con Kast que con Boric. El abanderado ya ha marcado la ruta: los dos contendores de la segunda vuelta están invitados a exponer sus propuestas ante la comunidad del PDG en unos de sus lives, de modo que las bases decidan mediante una consulta online “quién se convierte en el próximo presidente de Chile”. ¿El que se lleve más likes, gana?

El factor Campillay

Todo parecen malas noticias para el octubrismo que, hace dos años, parecía haber reavivado la fuerza de creación colectiva, sembrando un universo de símbolos y anhelos que estuvieron a punto de tumbar al Gobierno pero hoy se ve amenazada desde todas partes. Kast propone reforzar la vertiente más autoritaria del Estado, como por ejemplo darle al presidente la facultad de intervenir personalmente comunicaciones para impedir otro estallido, retener a detenidos durante días sin orden judicial, o la creación de dispositivos de persecución de la oposición callejera.

¿Hay algún motivo de esperanza para el movimiento popular en medio de esta hecatombe? Puede que sí, aunque se trate de una victoria pírrica. Fabiola Campillay, figura icónica de la revuelta, mujer trabajadora de una población obrera, que perdiera ambos ojos por el disparo de una lacrimógena durante la represión ejecutada por los carabineros, obtuvo la mayor votación obtenida por un senador en Chile en treinta años. Detrás de los candidatos a presidente (y superando incluso a alguno de ellos en número de votos), es la persona que con más fuerza llega a las instituciones.

A solas, como independiente, sin partido ni organización tras ella, obtiene más de 400.000 votos en la Región Metropolitana. Para hacerse una idea, los senadores de Apruebo Dignidad de la región, sumados, obtuvieron 500.000. A lo largo de su campaña, recorrió las poblaciones obreras de Santiago sin apoyo de sectores privados, apostando a actos autogestionados, manteniendo en alto las banderas del octubrismo más impugnador, al estilo de lo que hizo la Lista del Pueblo para las elecciones constituyentes antes de hacerse trizas. Y la apuesta parece haber triunfado.

Quizá esto revele que había margen para un camino alternativo. El relato rebelde y callejero, que se vio huérfano tras los escándalos que sacudieron a los candidatos independientes de la constituyente, podría quizá haber sacado a electores de la abstención y obtenido parlamentarios y senadores sin por ello dañar a la candidatura de Gabriel Boric. Pero sus divisiones y errores internos, sumados a la propia trituradora institucional, los dejaron fuera de carrera.

Con su escaño ya asegurado, Campillay dirigió su palabra a Boric antes de ir a celebrar su victoria a la Plaza de la Dignidad. Le exigió al candidato que mostrara un compromiso claro con la liberación de los presos de la revuelta, y con políticas de reparación a las víctimas de las violaciones a derechos humanos, anunciando que, sin dicha promesa, no le ofrecería su apoyo. ¿Ha encontrado el octubrismo a una líder a la que seguir? ¿Logrará Campillay eludir la deriva de la Lista del Pueblo, evitando ser devorada por la institucionalidad? ¿O quizá su ceguera, producto de la violencia institucional, le permitan escuchar y entender mejor lo que pide el pueblo al que encarna?

Un osito de peluche en Stalingrado

La atomización de la sociedad chilena nos ha llevado hasta aquí. La revuelta iniciada en 2019 había logrado crear un relato unificador, uno que pedía “cambios radicales”. Pero ninguna candidatura logró encarnar eso. Quizá el octubrismo no tuvo tiempo suficiente. Quizá la pandemia. Quizá la violencia. Quizá el guion de toda esta historia estuviera ya escrito hace tiempo.

El octubrismo podía vencer en la calle. Aquella era su casa y campo de batalla. Allí podían unirse y colaborar los furibundos jóvenes de las poblaciones obreras en su guerra contra los pacos, los trabajadores endeudados de pensamiento liberal que soñaban con el negocio propio, los campesinos a quienes las empresas roban el agua, los antipolíticos desideologizados que solo querían ver arder el Congreso, y las organizaciones de izquierda que soñaban con un renacer del proyecto allendista. En la calle podían ser todos aliados en torno a ideas claras y entendibles: “Fuera Piñera”, “Cambios ahora”, “No a las AFP”. Pero llevados al terreno de “la política”, tras el acuerdo del 15-N, otra vez envueltos en los códigos de la democracia institucional, los debates, las tertulias, los interrogatorios públicos de candidatos, programas electorales de páginas y páginas, fake news, convidados a seguir la batalla desde el sofá, solo podían acabar hechos pedazos.

Desde que Gabriel Boric ganó a su contendor Daniel Jadue en las primarias de julio de 2021, su estrategia fue clara: moderar el discurso para convertirse en el principal candidato de la centroizquierda. Sin embargo, las elecciones le han deparado una ironía. Los votos que obtuvo el domingo son casi idénticos a la suma de los votos que obtuvo el Frente Amplio y el PC en las primarias. En estos cuatro meses apenas ha logrado sumar 60.000 apoyos. La diputada más votada de la coalición es Karol Cariola, del Partido Comunista. Y el PC se convierte en la bancada más fuerte del Congreso al interior de Apruebo Dignidad.

Sin embargo, su discurso al terminar la jornada electoral, y sus declaraciones posteriores ante los medios, apuntan a que mantendrá su estrategia. Buscará asegurar los votos del resto de partidos progresistas, otorgados a Yasna Provoste, Marco-Enríquez Ominami y Eduardo Artés (que no le bastan para superar a la derecha), y espera convocar a más sectores dándole un giro a su discurso para atender a las preocupaciones de los que han optado por otras preferencias o no fueron a votar. Las claves de la presidencial han cambiado. Ahora Boric busca encarnar la democracia frente al radicalismo de Kast, quien, a su vez, se considera el defensor de la democracia frente al radicalismo de Boric.

El conservador ya le ha declarado la guerra, dando muestras de lo que serán sus banderas: “libertad o comunismo”, “patria”, “orden” y “fe”. Presenta a Boric como un extremista que se reúne con “terroristas asesinos” y que quiere entregar el país a Cuba o Venezuela. Mientras, Boric defiende la “esperanza y la ilusión”. Esta disyuntiva devuelve a Chile al referéndum de 1988, en el que ganó el “No” a Pinochet. Pero el tiempo ha pasado y Chile no está saliendo de vivir una larga década de dictadura.

Mientras que el electorado conservador parece haber asumido a las claras la situación de “guerra social” que vive el país, Boric está convencido de poder seguir convocando mediante un discurso moderado, rechazando la polarización. Incluso, aunque eso pueda dificultarle la convivencia con su propia base electoral. De momento, ha buscado antes la foto con la Democracia Cristiana que con Fabiola Campillay.

Sea como sea, todas las miradas están puestas ahora en él, y cada quien tiene un recado para el “muchacho” que quiere cumplir con todos sin quedarse atrapado por nadie. Algo que será muy difícil, puesto que, incluso en caso de ganar, Boric se encontraría ante un Parlamento tutelado por la derecha, que podrá entorpecer cualquiera de sus propuestas. Quizás sea el miedo lo que marque la segunda parte de esta histérica carrera hacia la Moneda, mucho más que la “esperanza” que él ensalza. Para unos, miedo a los cambios. Para otros, miedo a la vuelta al más oscuro pasado.

Al margen de lo que haga o diga Boric, las organizaciones barriales, sociales, feministas y los gremios más combativos ya han comenzado a activarse con la intención de convocar, convencer, llegar hasta los últimos rincones de sus barrios para sacar a sus vecinos de la abstención y lograr que voten en diciembre contra el candidato conservador. No por los políticos, sino a pesar de ellos. Ese tejido asociativo es lo que llevó a la victoria del ”No” en el 88 para sacar al dictador de La Moneda. Esa misma fuerza popular gestó la victoria del “Apruebo” en el plebiscito de 2020. ¿Podrán repetir su proeza? Porque, nuevamente, y como siempre en este Chile eternamente frenético y al borde del abismo, les va la vida en ello.


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