CEPRID

FARC: de la guerra de guerrillas a la guerra de posiciones

Viernes 3 de junio de 2016 por CEPRID

Horacio Duque Giraldo

Desdeabajo

La movilización política de las Farc en el post conflicto implicara un salto de la guerra de guerrillas a la guerra de posiciones para la construcción de una hegemonía nacional-popular.

Los retos políticos que se vienen.

Entre los puntos del “fin del conflicto” que se tratan en la actualidad en la Mesa de diálogos de paz de La Habana está el de la movilización política de las Farc en el postconflicto armado.

Dice así el texto correspondiente:

“2. Dejación de las armas. Reincorporación de las FARC-EP a la vida civil –en lo económico, lo social y lo político–, de acuerdo con sus intereses”. Sin duda, éste será el paso más trascendental para la terminación de la guerra y la construcción de la paz.

Quiere decir que las Farc harán en adelante política sin las armas; sin embargo, tal paso no implica la renuncia al programa político de transformación estructural de la sociedad colombiana, para lograr la democracia ampliada y la justicia social, mediante el reconocimiento efectivo de los derechos de las mayorías populares.

Habrá un tránsito desde la guerra de guerrillas a la guerra de posiciones, a mi modo de ver.

Intentemos entender este cambio desde el pensamiento de Gramsci.

Al efecto, Gramsci distingue entre dos tipos de sociedades: sociedades de tipo oriental y sociedades de tipo occidental. No son términos geográficos, ni siquiera étnico culturales; son conceptos políticos.

¿Cuáles son las sociedades de tipo oriental?

Sociedades como la Rusia de los zares, con escaso desarrollo de la sociedad civil, de debate político abierto, de opinión pública, de sindicatos u otras organizaciones de nivel económico corporativo, de partidos políticos de oposición.

¿Cuáles serían las otras sociedades, las de tipo occidental?

Sociedades con amplio debate público, con parlamento, generalmente, o con otros espacios de debate, con una sociedad civil desarrollada. ¿Qué ocurre? ¿Cuál era la diferencia importante, que venía de esta distinción? Que en Oriente cabía lo que Gramsci llama guerra de movimientos o maniobras: el ataque frontal, la insurrección contra el Estado, la lucha que podía destruir más o menos rápidamente a todo el orden social existente y reemplazarlo por otro. El asalto al poder, el "hagamos como en Rusia": un grupo, un partido que toma el poder, que asalta el Estado, que "toma el Cielo por asalto", dicho en términos más románticos.

Gramsci sostiene que cuando tenemos sociedades de tipo occidental esto ya no es posible, el sistema de dominación tiene hegemonía: muchas más herramientas para defenderse, más casamatas, más fortalezas construidas en torno al núcleo duro del poder económico y su sustento militar.

“Occidente”, no es, pues, un término geográfico sino político‐cultural, que hace referencia a las sociedades capitalistas avanzadas con sociedades civiles desarrolladas y un peso importante de los componentes “superestructurales”.

Bien se podía pensar que Colombia fue durante buena parte del siglo XX una sociedad de tipo oriental, con poco desarrollo de la sociedad civil; parecía un espacio social, político y cultural de tipo oriental. Estado y gobiernos autoritarios, escaso desarrollo de la opinión pública, sociedad de escasa complejidad todavía.

Si no nos quedamos en los años 50 y 60, y pensamos en la Colombia de comienzos del siglo XXI, nos encontramos con que se trata de un país más desarrollado, es una sociedad de tipo occidental. Con amplio desarrollo de la sociedad civil, con movimientos populares, con opinión pública, pero también con gobiernos que tienen partidos políticos que les sirven, parlamento, sindicatos de masas burocratizados. Hoy hay una conformación social de Colombia que nos lleva a pensar que el escenario no es el de una guerra de movimientos y maniobras sino de una guerra de posiciones, la que cuenta con un óptimo margen.

Desde luego, esas dos no son categorías polares, son para guiarse: que una sociedad sea de tipo occidental no significa que no pueda haber irrupción armada o que no pueda haber una interrupción de la vida parlamentaria.

Lo que sería un equívoco es pensar, que sociedades de tipo occidental equivalen necesariamente a parlamentarización definitiva y pacífica de la vida política (como sucedió por décadas en Colombia), e igual de erróneo sería pensar que la occidentalización de las sociedades equivale a que el capitalismo se vuelva un sistema inamovible, insustituible y definitivo.

Guerra de posiciones.

¿Qué quiere decir guerra de posiciones? Dice Gramsci que la misma requiere una concentración inaudita de hegemonía, necesita de la participación de las más amplias masas; no puede ser resuelta por un golpe de mano, por imperio de la voluntad, requiere un desarrollo largo, difícil, lleno de avances y retrocesos, pero tras lo cual, si se logra la victoria, ésta es más decisiva y estable que en la guerra de maniobras. Gramsci está pensando la revolución, la transformación social, como algo que ya no está centrado en un determinado acontecimiento sino que es un proceso complejo y contradictorio, y que además requiere disputar el consenso, las voluntades, el sentido común, el modo de pensar del conjunto de la población, de las más amplias masas.

Un ejemplo: la Rusia de 1900, que era un país con un nivel importante de desarrollo capitalista (no era asiático-feudal) pero tenía más del ochenta por ciento de su población en el campo, en su mayor parte analfabeta, al margen totalmente de instituciones de la vida política moderna. Formal y no sólo formalmente era monarquía absolutista, tenía una forma de gobierno de tipo despótico oriental, tenía una iglesia que funcionaba como apéndice del Estado, no como un aparato generador de hegemonía autónomo y con su propia política y sus intelectuales como la Iglesia Católica en Occidente. ¿Cómo es la Colombia de hoy? ¿Más parecida a la Rusia de 1900 o a la Italia de 1930, la que ve Gramsci en su momento?

El concepto gramsciano de “guerra de posiciones” es central en este punto. Con él, el intelectual italiano pretendía describir el tipo de intervención política revolucionaria principal en los países “occidentales”. Para Antonio Gramsci, a diferencia de los Estados tradicionales, sostenidos fundamentalmente por la coacción y la represión, los modernos se sostienen, en primer lugar, por la capacidad de integración y articulación de la sociedad civil y sus instituciones (educación, iglesia, ocio, prensa, etcétera) a favor del régimen existente. Se trata, en términos de Gramsci, de: Estados más avanzados, donde la “sociedad civil” se ha vuelto una estructura muy compleja y resistente a las “irrupciones” catastróficas del elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etcétera); las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras en la guerra moderna, ni las tropas asaltantes, por efecto de la crisis se organizan fulminantemente en el tiempo y en el espacio, ni mucho menos adquieren un espíritu agresivo; a su vez los asaltados no se desmoralizan ni abandonan las defensas, aunque se encuentren entre ruinas, ni pierden la confianza en su propia fuerza y en el futuro (Gramsci, Cuadernos, V, 1975 [2000]: 62).

En estos Estados, el monopolio de la violencia es sólo la última ratio, pero es el consenso, la consecución de la aceptación pasiva o activa de los gobernantes por parte de los gobernados, el pilar central en el que descansa el poder político.

Es la Colombia que tenemos hoy, en la segunda década del siglo XXI.

Según esta interpretación, la tarea de quienes quieran construir poder político para los sectores subalternos, no es tanto el asalto violento de las instituciones y centros físicos de poder, como el asalto paulatino y prolongado del sentido común. Empleando una metáfora bélica, Gramsci señala que en los Estados modernos las élites dirigentes tienen las fuerzas de seguridad y el ejército sólo como última línea de defensa, antes de la cual se encuentran los nidos de alambradas y ametralladoras, todo el terreno aparentemente “apolítico” de la sociedad civil, que en realidad legitima y naturaliza el régimen existente, reproduciendo y ampliando los consensos en los que se sostiene (Gramsci, Cuadernos, III, 1975).

¿Cómo, entonces, construir una hegemonía popular y nacional una vez se termine la guerra de guerrillas en Colombia? ¿Cómo lograr que quienes tienen el consenso de la población para desarrollar, reproducir y defender su poder lo pierdan, y lo pierdan a favor de otra construcción social, de otro bloque o polo de poder?. ¿Que un bloque histórico, término clave en Gramsci, pueda ser reemplazado por un nuevo bloque histórico?. ¿Que las clases sociales que hasta ese momento hicieron avanzar y organizaron la sociedad sean desplazadas por otras clases que puedan asumir la responsabilidad de reorganizar la sociedad?

Recogiendo la conceptualización gramsciana del poder político, podemos decir que en adelante la acción política de las Farc implicara el estudio de los fenómenos de “construcción” (más que de conquista) de ideas‐fuerza y sentido común que defiendan y sostengan un proyecto de sociedad determinado. La “guerra de posiciones” será hacia el futuro la actividad de articulación que compondrá los bandos y los movilizara.

A esos “bandos” les llamamos identidades políticas, y la movilización puede ser demostrativa, social o electoral, sin que ninguno de esos repertorios se excluya mutuamente o exorcice el conflicto como fundamento último de los alineamientos.

La hegemonía es, en esta “guerra de posiciones”, por la generación de sentidos compartidos, la capacidad de un actor político particular para encarnar el universal de una sociedad. Puede afirmarse que un actor es hegemónico cuando ha construido una “voluntad colectiva nacional‐popular” o un interés general que le permite presentar sus demandas y proyecto político como en beneficio de toda la comunidad política o de su inmensa mayoría.

Estamos, por tanto, ante la forma suprema de dirección: una articulación política que asegura el consenso de los grupos dirigidos. En el caso de los grupos dominantes, es el ejercicio del poder político basado en la integración de parte de las demandas de los subalternos en su proyecto de dirección, la ampliación de su bloque histórico con la integración subordinada de una parte amplia de estos últimos, y el aislamiento y desarticulación de los núcleos resistentes de manera frontal, opuestos a su régimen.

En el caso de los grupos subalternos y populares, la posibilidad de pasar de la contra hegemonía a la hegemonía tiene que ver con la creación de una subjetividad propia, un “nosotros” enfrentado al status quo, que pueda reclamar para sí la legitimidad de la representación de la sociedad, integrando a los grupos cuyas demandas han sido postergadas o frustradas, y a aquellos privados de horizonte de futuro, en una nueva coalición de poder que los recombine; que no los sume como partes a un todo en forma de alianza, sino que los construya como materias primas que dan lugar a algo nuevo: un bloque social emergente con voluntad de poder.

Ese el gran reto para los nuevos movimientos políticos que surjan en el postconflicto por el salto de las Farc a la paz.

Tamaña tarea.


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