Rusia-Unión Europea: dudosa asociación 20 años después
Domingo 29 de diciembre de 2013 por CEPRID
Pyotr Iskenderov
Fundación para la Cultura Estratégica
Traducido para el CEPRID (www.nodo50.org/ceprid) por María Valdés
La firma de una declaración política conjunta de colaboración y cooperación entre la Federación de Rusia y la Unión Europea hace veinte años en Bruselas tuvo una enorme significación en su tiempo. Este documento sentó las bases para un futuro desarrollo de las relaciones entre Moscú y Bruselas sobre cuestiones clave para la seguridad europea, la cooperación y el desarrollo. Al año siguiente, 1994, las partes firmaron un Acuerdo de Asociación y Cooperación (AAC) que entró en vigora el 1 de diciembre de 1997 concebido para durar diez años. Pero las partes no han llegado a firmar un nuevo documento, que habría hecho que Rusia y la Unión Europea fueran socios estratégicos durante los últimos siete años…
Es como si los autores del Acuerdo de Asociación y Cooperación hubiesen previsto las venideras complicaciones en las relaciones entre las partes y, por lo tanto, introdujeron una renovación anual automática del acuerdo. Así, las relaciones entre Moscú y Bruselas mantienen su base legal aunque el AAC expiró el año 2007.
Durante los últimos años los negociadores han estado discutiendo acerca de la necesidad de que Rusia y la Unión Europea firmasen un Acuerdo de Asociación Básica Estratégica. Sin embargo, en cada cumbre de Rusia y la UE el tema es siempre pospuesto y siempre por iniciativa de Bruselas.
En 2001 durante una cumbre Rusia-Unión Europea, el entonces presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, sugirió la creación de un Espacio Económico Común Europeo (EECE) con la participación de países miembros de la Unión Europea y Rusia. Su fundación iba a ser la creación de una zona de libre comercio entre Rusia y la UE. Esta sugerencia también se planteó en el Acuerdo de Asociación y Cooperación del año 1994. Sin embargo no se creó ninguna zona de libre comercio ni mucho menos un EECE.
Un callejón sin salida se presentó con respecto a otra cuestión clave en las relaciones entre Moscú y Bruselas: el establecimiento de un régimen sin visados. El Consejo de la UE planteó el posible establecimiento de relaciones sin visado con Rusia en el mes de septiembre del 2002 como una “perspectiva de largo plazo”. Luego, en 2003, Romano Prodi declaró que el sistema vigente de visados para que ciudadanos rusos ingresaran a los países de la UE podría ser eliminado “dentro de los próximos cinco años”. Desde entonces, incluso a los ciudadanos de la volátil región de los Balcanes se les ha otorgado el derecho a viajar a los países de la Unión Europea sin visado; entre ellos, Albania, Bosnia y Herzegovina, Macedonia y Serbia, este último país sujeto a una fuerte presión por parte de Bruselas. Sin embargo, a los ciudadanos rusos se les aplican todos los requisitos para la obtención de visados. El Representante Permanente de Rusia en la Unión Europea, Vladimir Chizhov, respecto a esta cuestión, considera que “continuar hablando sobre perspectivas de largo plazo, se está convirtiendo en algo más bien “indecente.”
Tal “indecencia” es típica en las relaciones entre Rusia y la Unión Europea en muchas áreas. En los últimos años, las relaciones se han tornado mucho más complicadas. Muchas de las acciones de Bruselas están dirigidas no a expandir la asociación con Rusia sino más bien a expulsarla de Europa y crear un cinturón de estados tapones en sus fronteras. El papel de tales estados tapones se les está asignando a las repúblicas de la antigua URSS incluidas en el programa de Asociación Oriental de la Unión Europea, especialmente Ucrania. A pesar del fracaso de la cumbre de Vilnius, Bruselas ha puesto gran interés en que Kiev firme a toda costa un acuerdo de asociación de libre comercio con la Unión Europea, sin tener en cuenta las pérdidas financieras y económicas mil millonarias que en ese caso sufriría la economía de Ucrania, estrechamente vinculada a la economía de la Federación de Rusia.
En resumen, el Occidente está llevando a cabo una política subversiva con respecto a Ucrania y otros países de Europa del Este. Esto lo comprenden mucho mejor aquellos países como Egipto o Turquía que han experimentado el impacto de las manifestaciones callejeras anti gubernamentales organizadas por fuerzas exteriores durante el año pasado. Por ejemplo, Ibrahim Karagul, comentarista de la publicación turca Yeni Safak, hace la comparación “Tahrir, Taksim, Kiev”: “Ahí está Alemania, ahí está Francia y otros países europeos. Ellos son los que deciden cuanto tiempo vivirá el gobierno de Ucrania; ellos son los que amenazan, ellos son los que castigan”, enfatiza el experto turco.
Naturalmente en esas condiciones es poco probable que se desarrollen relaciones en la esfera económica entre la UE y Rusia. Tomemos, por ejemplo, el campo de la cooperación energética. La Comisión Europea aporta unas cifras que señalan la participación de Rusia en la estructura del consumo nacional de los países miembros de la UE: Estonia, Finlandia, Letonia y Lituania, 100%; Eslovaquia, 98%; Bulgaria, 92% ; República Checa, 78%; Grecia, 76%; Hungría, 60%; Eslovenia, 52%; Austria, 4 %; Polonia, 48%; Alemania, 36%; Italia, 27%; Rumania, 27%; Francia, 14% y Bélgica, 5%. La dependencia de la Unión Europea en su conjunto del suministro de gas de Rusia se estima en 39%. Además, los países de la Unión Europea importan de Rusia alrededor del 33% del petróleo que consumen.
Sin embargo, en vez de expandir la cooperación y retirar las actuales barreras y apoyar los proyectos rusos, incluyendo el gasoducto “Manantial del Sur” (South Stream) , la UE está planteando exigencias de un carácter completamente diferente, tratando que Rusia acceda al denominado “Tercer Paquete Energético” que insta a Rusia. Esencialmente, a abandonar la participación en proyectos de transporte y distribución de gas ruso a los países de la UE y separa la producción de la distribución de los recursos energéticos, es decir, se rompe con los actuales mecanismos para la interacción de la UE y Rusia en el campo energético.
Con motivo del vigésimo aniversario de la contradictoria “asociación” entre Rusia y la UE, el Ministro de Energía y Recursos Naturales de Turquía, Taner Yildiz, hizo una sintomática declaración: según sus datos, la demanda de la Unión Europea de gas natural es de 500 a 525 millones de millones de metros cúbicos por año, en tanto que el gas natural se extrae en gran escala en Europa solo en Noruega, país que no es miembro de la Unión Europea. Por eso, en palabras del ministro, el proyecto ruso “Manantial del Sur” es importante para Europa desde el punto de vista de la seguridad en el suministro de gas. “Nosotros creemos que sería razonable facilitar la labor de Rusia a este respecto”, subraya Yildiz. Desgraciadamente la dirección política de la Unión Europea carece del mismo sentido común.
Por cierto, la agencia oficial de estadística de la Unión Europea, Eurostat, publicó recientemente sus propios datos sobre la evolución de los precios de gas en Europa. Según estas estadísticas, los precios del gas en los países de la UE subieron un 10’3% por ciento en el segundo semestre de 2012, y esta tendencia se va a prolongar durante los próximos años. Así que el problema de satisfacer la creciente demanda energética de la Unión Europea será aún más agudo con el tiempo.
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