CEPRID

Venezuela y América Latina después de Chávez: La revolución comienza hoy

Lunes 25 de marzo de 2013 por CEPRID

Daniel Chávez

TNI

Por definición, una revolución —una transformación radical de la estructura social, económica y política— es un proceso colectivo, no el producto de un único individuo. Ahora que Hugo Chávez ha muerto, la Revolución Bolivariana, intrínsecamente asociada a su imagen personal, se enfrenta a su prueba fundamental y verdadera. Pero el legado social y político de su líder es ya imborrable.

Hugo Chávez ha entrado al panteón revolucionario de América Latina ocupando un lugar entre Simón Bolívar y el Che, dos de sus personajes históricos favoritos. En un futuro próximo, su mausoleo se convertirá en un lugar de peregrinación para los activistas de izquierda de todo el mundo y, muy probablemente, como El Cid, incluso en la muerte seguirá cabalgando y ganará las próximas elecciones venezolanas. Pero el futuro de la revolución bolivariana no está garantizado.

Quizás hoy no es el momento adecuado para especular sobre el futuro y debamos concentrarnos en el legado de Chávez. Esta semana vamos a leer múltiples editoriales, donde serios analistas, desde perspectivas ideológicas muy diferentes, explicarán las muchas razones que podrían ayudar a entender cómo millones de venezolanos han confiado tanto en un comandante militar carismático e histriónico para regir el destino del país, y cómo muchos otros millones latinoamericanos lloran hoy su muerte como la pérdida de un amigo muy cercano.

En pocas palabras, la clave reside en la mejor calidad de vida que millones de venezolanos han alcanzado desde que Chávez llegara al gobierno en 1999. Es cierto que la economía nacional es débil y que la inflación es muy alta, que la tasa de criminalidad es horrenda, que el acceso al azúcar y a otros artículos de primera necesidad no siempre ha sido seguro, o que los cortes del abastecimiento eléctrico han sido insoportables en el pasado reciente. Pero es indiscutible que Venezuela es un país donde la pobreza en todas sus variantes y manifestaciones ha disminuido de manera constante y visible en las últimas dos décadas, desde el 71% de la población en el año 1996 al 21% en el año 2010, y que la indigencia se ha reducido del 40% al 7,3% en el mismo período. También es indiscutible que el ingreso real de los trabajadores ha aumentado, que los productos para el consumo familiar han sido subvencionados para llegar a sectores sociales anteriormente excluidos del mercado, y que la riqueza nacional en general hoy se distribuye de una manera más igualitaria que en la mayoría de los países de la región. Y todos estos cambios han derivado de la riqueza petrolera de Venezuela, la misma opulencia que antes de que Chávez asumiera el gobierno sólo servía para enriquecer a una cleptocracia parasitaria.

Los supuestos anteriores no se basan en meras opiniones de izquierda que celebran de forma acrítica las políticas de Chávez. Fuentes respetadas e independientes, como la Comisión de las Naciones Unidas Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), han reconocido que los programas sociales del tipo de las misiones bolivarianas han aumentado la tasa de alfabetización hasta el 98,5%, y que la tasa de matrícula se ha incrementado hasta el 92,7% en la enseñanza primaria y el 72,8% en las escuelas secundarias. La posición de Venezuela en el Índice de Desarrollo Humano ha mejorado de forma notable en la última década, a partir de un valor de IDH de 0,656 en el año 2000 a 0,735 en el año 2011. Entre 2000 y 2011, la esperanza de vida al nacer aumentó en cuatro años, la escolaridad media aumentó en casi dos años, y los años de escolarización prevista aumentaron en más de tres años. Estos avances ha sido reconocidos por el secretario general de Naciones Unidas Ban Ki-moon, quien en un comunicado distribuido después de la muerte del mandatario venezolano afirmaba: “El presidente Chávez dio respuesta a los retos y las aspiraciones de los venezolanos más vulnerables”.

Precisamente, los más vulnerables son sin duda quienes tienen más razones para llorar el fallecimiento de Chávez. Bajo su liderazgo, una amplia gama de proyectos sociales integrados en el marco de las misiones fueron desplegados en todo el país. Muchos respetados investigadores ya han subrayado las características muy debatibles de planificación y gestión de estas iniciativas, así como sus objetivos ideológicos también discutibles, pero las misiones han ampliado el acceso a servicios de salud y educación a todos los rincones del país, aunque los nuevos médicos y enfermeras puedan ser cubanos, o incluso si la calidad de los diplomas expedidos por las nuevas escuelas y universidades bolivarianas no es tan buena como sería deseable. Quizás los programas bolivarianos de vivienda no han realmente cambiado la cara de los barrios marginales de las grandes ciudades. Tal vez los mercados populares abiertos por el Gobierno no han sido una verdadera solución a la escasez de productos de primera necesidad. Tal vez la dependencia crónica de Venezuela de la producción de petróleo y la primarización de la economía se han profundizado, sin que el gobierno bolivariano haya sido capaz de trascender la ‘enfermedad holandesa’ y la ‘maldición de los recursos’. Y por supuesto, habría todavía mucho más que criticar sobre el diseño y la ejecución de las políticas sociales, económicas y ambientales bajo el liderazgo de Chávez. Pero las preguntas clave que no han sido respondidas por muchos críticos, tanto desde la derecha como desde la izquierda, siguen siendo las mismas: ¿podría algún otro líder haber logrado mejores resultados que él y sin tener que enfrentar un golpe militar y una serie de huelgas patronales y manifestaciones orquestadas por las elites tradicionales prácticamente sin interrupción, como las que Chavez tuvo que enfrentar desde el día posterior a su toma de mando hasta el día de su muerte?

Demasiados periodistas e investigadores académicos que han publicado evaluaciones de Chávez como líder de la revolución bolivariana no se han preocupado por responder a las preguntas anteriores con imparcialidad y en base a datos reales. Una constante en los últimos años ha sido una fijación maliciosa en la figura de Chávez, presentando al proceso venezolano como una acción puramente individual y a su presidente como un dictador malvado, como un payaso irresponsable y no muy inteligente, o como el mesías de la revolución socialista mundial por venir, ignorando el compleja e internamente contradictorio entramado de relaciones socioeconómicas que dan forma a la Venezuela contemporánea. Adjetivos polisémicos y ambiguos como ‘populista’", ‘autoritario’ o ‘socialista’ se han asociado a la imagen Chávez de forma apresurada y sin ningún análisis posterior basado en evidencia empírica. La fijación destructiva con Chávez es muy evidente en la prensa europea. Soy un lector regular de El País, y no recuerdo ninguna cobertura positiva en artículos o textos de opinión publicados por el principal diario español —que se presenta a sí mismo como proyecto editorial basado en la más alta calidad periodística y abierto a perspectivas ‘progresistas’— durante los años que Chávez ha estado en el gobierno. Al mismo tiempo, no me cuesta ningún esfuerzo recordar muchísimos artículos en contra del proceso bolivariano, muchos de ellos piezas de opinión disfrazadas como una cobertura de noticias imparcial. Situaciones similares, aunque no al extremo que ha alcanzado El País, se pueden observar en diarios y revistas de otros países europeos.

En los últimos meses, la ofensiva contra Chávez se ha centrado principalmente en temas económicos, después de que el previo énfasis en los rasgos ‘dictatoriales’ de su gobierno perdiera credibilidad a la luz de los informes de transparencia electoral reportados por la Fundación Carter y otros observadores independientes. Analistas conservadores han difundido la opinión de que Venezuela bajo Chávez se dirigía hacia la debacle económica, apuntando a la supuesta convergencia de una industria petrolera mal gestionada en manos del Estado, un déficit público enorme, una expansión sin fin de un sector público hinchado, una deuda masiva y un sistema bancario muy ineficiente.

En respuesta a tan sombrías perspectivas, algunos analistas más equilibrados —como Mark Weisbrot, en recientes artículos publicados por el New York Times y TheGuardian— han denunciado las obvias hipérboles, tergiversaciones e interpretaciones sesgadas de datos discutibles. Un análisis más detallado y objetivo de la evolución reciente de la economía venezolana muestra que, de acuerdo a información publicada nada menos que por el Fondo Monetario Internacional (FMI), el déficit público del país representa el 7,4% del PIB, muy por debajo de las cifras de dos dígitos expuestos por los críticos de derecha. Los datos disponibles también demuestran que la deuda se mantiene justo por encima de 50% del PIB, una proporción mucho más saludable que la media de la Unión Europea (82,5%) y muy por debajo del objetivo fijado por Bruselas (60%). Asimismo, pese al esfuerzo de algunos periodistas y otros constructores de opinión para probar como Venezuela se habría convertido en un Estado socialista fallido, caracterizado por un sector público artificialmente inflado, los datos analizados por Weisbrot señalan que el Estado venezolano da empleo aproximadamente eal 18% de la población activa, un porcentaje menor al que se aprecia hoy en Francia y en los países escandinavos. Es verdad que la inflación —un problema generalizado en toda América Latina— sigue siendo una fuente de angustia, pero el hecho de que el gobierno haya invertido muchos recursos en políticas sociales en beneficio de los sectores más pobres de la población también debería ser tenido en cuenta.

En síntesis, no es tan difícil predecir que aunque Chávez haya muerto, el sector bolivariano va a ganar una vez más la inminente elección presidencial (la que, de acuerdo con la Constitución de Venezuela, debe ser convocada en las próximas semanas). Hugo Chávez y los instrumentos políticos que él creó —más recientemente el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)— han ganado 13 de las 14 elecciones democráticas que tuvieron lugar bajo su período de gobierno.

Esta predicción se basa también en el reconocimiento de Chávez como un líder que apoyó con entusiasmo la apertura de nuevas oportunidades para la participación de los ciudadanos más allá de los límites de la democracia representativa tradicional. En el contexto del trabajo de investigación de TNI en Venezuela, desde el año 2006 he sido testigo directo no sólo de las limitaciones y las carencias de espacios institucionales innovadores como los consejos comunales y la mesas técnicas de agua y otros servicios públicos, sino también del potencial de empoderamiento de la democracia participativa para individuos y grupos sociales antes excluidos de la política venezolana. Tampoco es difícil predecir que a pesar de la ausencia de Chávez la demonización del proceso bolivariano no se va a detener o atenuar. Nadie puede olvidar que Venezuela tiene enormes reservas de petróleo y que los gobiernos de EE.UU y de la Unión Europea no han dudado en intervenir en la política interna de los países de Oriente Medio y África del Norte para asegurar su acceso continuo a los recursos energéticos, por lo que estarían dispuestos a apoyar un cambio de régimen también en Caracas. Especialmente ahora que su opositor más ferviente ya no está activo en la política nacional e internacional.

Cualquier evaluación del legado de Chávez también debe prestar atención a la región en su conjunto. Entre finales de la década de 1960 y principios de la década de 1990 la mayoría de los gobiernos latinoamericanos estuvieron bajo el control de dictadores militares de derecha y/o de políticos corruptos y amigos del mercado. El ascenso de Chávez al gobierno en Venezuela marcó una ruptura con una tendencia que se prolongó durante décadas, abriendo el camino para la expansión de administraciones de izquierda o de centro-izquierda en la región, con una nueva generación de líderes y movimientos y partidos políticos que continúan siendo reelectos.

En el año 2004, cuando TNI coorganizó con el Havens Center de la Universidad de Wisconsin un encuentro político y académico internacional sobre la nueva izquierda latinoamericana (el llamado Diálogo de Madison), el panorama regional era totalmente diferente al que observamos en la actualidad. Pero cuando Chávez ganó su primera elección a fines de la década previa las diferencias eran todavía más marcadas. Cuando Chávez asumió el gobierno, el dogma dominante era el neoliberalismo y un giro a la izquierda en la región no estaba previsto ni siquiera por los científicos políticos más brillantes de la época. Pasaron algunos años después de su primera elección antes que otros presidentes progresistas tomaran posesión en Argentina (2003), Brasil (2003), Uruguay (2005), Bolivia (2006) y Ecuador (2007), entre otros países donde diferentes expresiones de la izquierda están hoy en el gobierno. Chávez fue el primero en proponer una reforma constitucional para dar reconocimiento legal a los nuevos y más amplios derechos, como ocurrió más tarde en Bolivia y Ecuador. Chávez también fue el primero en renacionalizar empresas públicas que habían sido privatizadas por los anteriores gobiernos neoliberales. Chávez cambió el rumbo de la integración regional mediante la creación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), liquidando al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que George Bush preveía que se ratificara en la cumbre hemisférica de Mar del Plata y, más recientemente, solicitando el ingreso de Venezuela al Mercosur en base una comprensión diferenciada de la integración más allá de los meros negocios y las ganancias. Obviamente, no sería razonable responsabilizar a Hugo Chávez por todos los logros y los fracasos de la izquierda en América Latina, pero nadie puede olvidar que él fue el primero y quien pavimentó la ruta política seguida por muchos otros gobernantes de izquierda de la región.

En América Latina, la significación histórica de Chávez fue resumida de forma sensible y sucinta en las declaraciones del presidente de Uruguay, mi país de origen. El presidente José Mujica, un viejo militante de izquierda con raíces políticas en la guerrilla tupamara, expresó lo siguiente: “Siempre se siente la muerte, pero cuando se trata de un militante de primera línea, de alguien que alguna vez definí como ‘el gobernante más generoso que haya conocido’, el dolor tiene otra dimensión”.

Daniel Chávez es Asesor de varios gobiernos locales sobre democracia participativa, Daniel es también editor de La nueva izquierda en América Latina: sus orígenes y trayectoria futura, con Patrick Barrett y César Rodriguez Garavito (Grupo Editorial Norma, 2005).  Antes de instalarse en Europa, trabajó durante casi una década para la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM). Actualmente, Daniel coordina, junto con Hilary Wainwright, el programa Nuevas Acciones Políticas del TNI. Es autor de La izquierda en la ciudad: participación en gobiernos locales de América Latina, con BenjaminGoldfrank (TNI/Icaria, 2004).


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