CEPRID

Bolivia: el momento más alto de las luchas de clases

Sábado 10 de mayo de 2008 por CEPRID

Hugo Moldiz Mercado 10 - V - 2008 Visiones Alternativas

Este 1 de mayo encontraba a Bolivia en el momento más alto de la lucha de clases entre un bloque social de indígenas, campesinos, trabajadores y pobres de las ciudades que ha jurado defender y profundizar el proceso revolucionario liderado por Evo Morales –el primer presidente indígena de América Latina- y el bloque colonial-burgués, que apoyado por el imperialismo estadounidense, busca restaurar su poder político.

Pero el “Dia de los trabajadores” encontraba al gobierno socialista y al pueblo boliviano, además de otros gobiernos y pueblos de América Latina, ante la “Prueba de Fuego” de evitar un mayor avance de las fuerzas reaccionarias y la derrota de un proceso cuyas consecuencias en el continente serían complejas, según se desprende de una lectura de la última reflexión del líder histórico de la revolución cubana, Fidel Castro. Y la “prueba de fuego” es para los movimientos sociales del viejo sindicalismo revolucionario nucleado en la Central Obrera Boliviana (COB) y los partidos de izquierda que no están en función de gobierno para que no repitan los errores estratégicos de las décadas de los 70 y 80 –en los gobiernos del militar nacionalista y progresista Juán José Torres y del reformista Hernán Síles, respectivamente-, cuando al no identificar con precisión al enemigo principal se allanó el camino de retorno a la derecha, pero también para el gobierno, el MAS y los movimientos sociales indígenas y campesinos que tienen la responsabilidad de impulsar una gran convergencia nacional y patriótica. La presencia del secretario ejecutivo de la COB, Pedro Montes, en el acto de la Plaza Murillo, donde Morales nacionalizó la Empresa de Telecomunicaciones (ENTEL), en manos de la italiana Euro Telecom Internacional, y profundizó el proceso nacionalizador del petróleo, es una positiva señal de una alianza estratégica entre la totalidad de las clases subalternas y el gobierno.

Una apuesta por el futuro

La confrontación clasista está fuera de toda duda. De hecho, la recta final del enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución, entre el futuro y el pasado, adquirió mayor claridad entre agosto y diciembre de 2007, cuando la presión de las clases subalternas se abrió paso, con el pleno respaldo del gobierno, para desbloquear la Asamblea Constituyente que durante un año estuvo virtualmente paralizada por las fuerzas derechistas.

Si algo de parecido tiene hoy la situación boliviana con la vivida por su pueblo en febrero y octubre de 2003, cuando una poderosa sublevación nacional-popular echó al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, el emblema del neoliberalismo, es que se pone a prueba de fuego la capacidad de movilización que los pobres, de la ciudad y el campo, tengan para derrotar, en el corto plazo, los planes desestabilizadoras de la derecha y el imperialismo.

El bloque indígena-popular, constituido en décadas de resistencia anticolonial y anticapitalista, está obligado, para garantizar su presente y su porvenir, a cerrar filas con un gobierno que en dos años y cuatro meses le ha dado lo que en 182 años de historia republicana las clases dominantes se lo han negado: el acceso a la salud y la educación, así como a la seguridad social. Gracias al internacionalismo revolucionario de Cuba y Venezuela, Bolivia, de una población de 9 millones de habitantes, ha realizado más de 12 millones de atenciones médicas, ha operado a más de 250 mil personas de la vista y ha salvado a más de 12 mil personas de la muerte, además de haber sacado de la oscuridad del analfabetismo, a más de 515 mil hombres y mujeres.

A estas conquistas, cuya sensibilidad solo es posible de dar rienda suelta cuando se vive en un país como Bolivia –el más pobre después de Haití en América Latina- o se lo conoce profundamente, hay que agregar la creación de la Renta Dignidad, que beneficiará a más de 700 mil ancianos, y el Bono Juancito Pinto para los niños en edad escolar hasta el sexto grado y que el presidente Evo Morales ha prometido ampliar el siguiente año hasta el octavo grado.

Pero, además de la recuperación estatal de ENTEL, este 1 de mayo encuentra a las clases subalternas ante el desafío de respaldar al gobierno en su medida de profundizar la nacionalización de los hidrocarburos, realizada el 1 de mayo de 2006, a través del control mayoritario de cuatro empresas –Chaco, Andina, Transredes y CLHB- que el neoliberal Sánchez de Lozada entregó a las transnacionales.

Compartir, ni lo más mínimo

Por contrapartida, las clases dominantes, que han encontrado en las organizaciones cívicas el sustituto de sus debilitados y quizá inexistentes partidos, están en plena ofensiva, bajo las banderas de las autonomías, para liquidar cualquier posibilidad de construir una sociedad no capitalista, “socialista comunitaria”, como ha dicho Evo Morales en las Naciones Unidas hace poco.

La contraofensiva contra el proceso boliviano está liderada por una burguesía agroexportadora asentada en el departamento oriental de Santa Cruz, al este de La Paz, y por un grupo reducido de familias, cerca de unas 40, que concentran más del 75% de la tierra productiva de ese departamento en sus manos.

La derecha, que no reconoce la teoría de las luchas de clases pero que la aplica a la perfección, siente tener el sartén por el mango y avanza decidida, incluso a costa de dividir el país, ya sea como salida a la crisis o como estratagema para volcar a las FFAA contra el gobierno, y se ha negado a iniciar el diálogo que el oficialismo ha convocado de todas las formas posibles.

Las motivaciones contrarrevolucionarias de la débil y dependiente burguesía constituyen, como es obvio, una totalidad ya que van desde los ámbitos político-simbólicos hasta económicos.

En un país, donde la constitución de clases sociales ha estado marcada por su alto contenido racista, las clases dominantes –blancoides en su piel y su visión del mundo- se niegan a aceptar que Bolivia, un país del que tienen un sentimiento patrimonialista, esté siendo conducido por un indio. El rechazo a Evo Morales, es de esa manera, el rechazo a la clase y a la identidad que él representa.

Políticamente, la bandera de la autonomía, que esconde las ocultas intenciones separatistas, busca la aprobación de un estatuto autonómico que se arroga competencias nacionales para devolver a las clases dominantes, que se han constituido históricamente de la mano del centralismo estatal, el poder político que lo han perdido parcialmente desde el momento que Morales sentó presencia en Palacio Quemado.

El gobierno boliviano no ha negado la demanda de la autonomía sino que, además de la municipal que ya existe, la ha ampliado, en la Asamblea Constituyente, a otras tres (regional, provincial e indígena), con lo que el discurso opositor, amplificado por los medios de comunicación, carece de veracidad en una suerte de guerra en la que, como en toda guerra, lo primero que muere es la verdad.

Económicamente, la raquítica burguesía boliviana, ve con preocupación el proceso de recuperación estatal de los recursos naturales y los pasos que, a veces contradictoriamente, el presidente Morales ha dado para reimpulsar el papel del Estado en la economía y sentar las bases de una economía comunitaria que se caracteriza por la superación de la enajenación del trabajo.

El programa oficialista, que arrancó a los pocos meses del arribo de Morales al gobierno y que se encuentra plasmada en el texto constitucional aprobado el Oruro, reconoce cuatro tipos de propiedad: estatal, privada, comunitaria y cooperativa.

La burguesía asentada en Bolivia, altamente dependiente del capital transnacional, no está dispuesta a hacer concesiones y se niega incluso a admitir la posibilidad de compartir el poder con las clases subalternas a las que explota, como toda burguesía, para reproducirse, pero a las que también despreció por el color de la piel y la naturaleza de sus apellidos.

No hay que ser muy acuciosos para darse cuenta que detrás de esta ofensiva clasista, de dimensiones internacionales, se encuentra los Estados Unidos que no toleran la dignidad y la soberanía que el “indio Morales” le ha dado a su pueblo, que hoy está convocado a dar muestras de su grandeza y espíritu indomables.

Hugo Moldiz es un analista que escribe para el semanario La Época de Bolivia.


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