La asamblea de autocuidados y el acompañamiento colectivo

Descubrí la necesidad de educar(nos) en autocuidados a las personas militantes (y no solo) de forma progresiva… Mi primer contacto con esta cuestión fue durante las campañas de Huelgas de Hambre contra el FIES de los años 2001 y 2002, por aquellos días llegó a mis manos un resumen de Manual para el huelguista de hambre de Eneko Landaburu, y después un ejemplar del manual completo, de la primera versión, publicada en 19871. Pese al debate sobre la Huelga de Hambre y su utilidad, lo que en todo momento tuvimos claro fue la necesidad de «cuidar» a quienes elegían (y eligen) esa forma de lucha, dada la distancia física con las personas en huelga (la mayoría en módulos de aislamiento penitenciario), decidimos ayudarlas a «cuidarse». Para ello, enviamos varias copias del resumen a los presos que participaron de aquella campaña. Años después, en una cena que se alargó mucho, con dos expresos, asistí entusiasmado a un debate sobre las técnicas para romper el ayuno que intercambiaron entre ellos. Los dos habían acabado por conocer el manual de Landaburu (tarde, se dijeron) y habían aprendido a adaptarlo a sus cuerpos, sus poderes adquisitivos y las existencias de los diferentes economatos y mercados negros de las prisiones en las que hicieron las varias huelgas de hambre que habían protagonizado… Para mí fue un gran aprendizaje, no sólo de lo que implica física, mental y emocionalmente una huelga de hambre, sino de la necesidad de tener espacios de intercambio de esas experiencias, para que las personas compartan sus necesidades, teorías y técnicas de autocuidado.

Años después vine a descubrir otra joya, el Manual de supervivencia en la cárcel, realizado por Unos Compañeros Presos en Italia, y que se tradujo al castellano en 20152. En esta ocasión se ofrecen informaciones y técnicas para cuidarse, de una manera integral y autogestionada, la salud física y mental, a las personas presas. El encuentro con este breve manual coincidió con un momento de reflexión y autocrítica sobre lo poco que nos cuidamos en los espacios de militancia (y no sólo, sino también sobre lo poco que nos cuidamos en los espacios relacionales en general). Durante esta reflexión comenzó mi contacto con el «acompañamiento psicosocial» y el conocimiento de algunas experiencias de su aplicación en contextos de represión y violencia política (incluidas algunas aquí, en Euskal Herria), lo que no hizo sino llevarme a ampliar aún más la reflexión: el cuidado post trauma es fundamental, sí, y también la formación en técnicas y experiencias de cuidado que puedan ayudar a autogestionar el impacto de esos traumas. Ya, vale, pero… ¿cómo se hace eso?

Lo que viene a continuación son unas reflexiones teórico-prácticas, o quizá sería mejor decir reflexiones sobre conocimientos adquiridos y experiencias vividas, así como intuiciones sobre las necesidades a cubrir para el autocuidado colectivo en los espacios de militancia. Una invitación a pensar de forma colectiva sobre este tema para, si se considera oportuno, buscar caminos propios para iniciar ese trabajo.

Cuidados y autocuidados: construyendo consensos y definiciones comunes

Hay que empezar por decir que últimamente está de moda el tema de los cuidados y hay que huir de las visiones más mercantilistas y capitalistas de este concepto (que las hay y son las hegemónicas), para escapar de definiciones externas e individualistas del cuidado que se nos puedan imponer (a veces de forma inconsciente). Con esto no estoy queriendo decir que esas visiones no puedan ser eficaces y necesarias para algunas individualidades o colectivos específicos (muchas empresas presumen del incremento de sus beneficios tras la intervención del coach correspondiente), sino que los métodos y técnicas de autocuidado que un grupo militante pretenda definir y desarrollar deben estar en coherencia con la ideología de su propia militancia, y como mi militancia es antiautoritaria y colectivizadora, mi visión de los autocuidados no puede ser de otra manera. Por eso la invitación que nace de estas líneas es la de construir un consenso en los colectivos a los que pertenecemos sobre la necesidad de integrar los autocuidados como una más de las dimensiones a tener en cuenta e ir viendo las necesidades específicas que habrá que ir tratando, una vez se haya construido un consenso al respecto.

Este espacio colectivo de autocuidado no implica nada respecto al espacio individual de cada cual, con esto quiero decir que puede haber personas que en su rutina personal tengan unas metodologías y técnicas propias, o que no tengan ninguna rutina de ningún tipo, decisiones a respetar en todo momento, lo que implica la construcción de una Asamblea de autocuidados es ir llegando a acuerdos dentro del propio grupo para crear rutinas de autocuidado del grupo, igual que se llega a acuerdos sobre el cuidado del espacio, repartos de tareas para la realización de acciones, protocolos en caso de detención, etc.

Insisto e insistiré mucho en la idea de consenso, porque, en mi experiencia personal, el intento de «forzar» la creación de espacios de autocuidado colectivo ha llegado generar tensiones que, en alguna ocasión, han supuesto conflictos personales que acabaron por afectar a los propios colectivos. El hecho de que una parte de un grupo, por muy mayoritaria que sea, detecte una necesidad, no implica que ésta esté legitimada para imponer su visión a otra parte que puede no tenerla, tenerla y no verla, no querer trabajarla o lo que sea. Este bloqueo, también es cierto, puede disgustar a las personas que sí quieran afrontar la tarea… estos casos entiendo que es mejor que las personas que quieran trabajar estas cuestiones lo hagan en otro espacio creando con este objetivo, una sub-asamblea o subgrupo. Lo importante es evitar la «imposición» de cualquiera de las posturas, permitiendo que cada cual satisfaga sus necesidades e inquietudes sin que esto obligue a nadie a hacer lo que no desea.

Una vez decidido el quiénes somos, es importante el definir quiénes pueden integrarse y cuáles son las condiciones de permanencia en el grupo, desde la misma filosofía de consenso y no imposición. También es importante definir cuáles son los objetivos que queremos alcanzar, así como las técnicas a aplicar. Conozco colectivos que se retiran un fin de semana al año para hablar de estas cuestiones y traen facilitadoras (cuidadoras) externas para realizar las técnicas, otros grupos dedican un espacio a estas cuestiones en todas sus asambleas (momentos de autocuidado). En ambos casos lo importante es que la participación en los espacios de cuidado/autocuidado sea explicita y voluntaria, es decir, conocida y acordada por todas las participantes. Por supuesto, hay formas hibridas, también he visto asambleas en las que se empieza y acaba con una ronda de puesta en común de «cómo venimos y cómo nos vamos» en las que hay personas que sistemáticamente no participan, aunque no se oponen a que se realicen; no obstante, es importante, en estas situaciones, que todas las presentes se encuentren cómodas ante esta situación (como ante cualquier otra). De las distintas experiencias vividas, mi aprendizaje ha sido que la mejor forma de empezar a construir estos espacios pasa por ir generando, de una forma progresiva y voluntaria, un espacio propio para esta tarea y autogestionado por el propio grupo: la Asamblea de autocuidado.

La construcción de este espacio debe ser paulatina, el proceso debe nacer de un momento previo de autoobservación, de detección de las necesidades, de formación y de la toma de la decisión de afrontar la tarea, bien de una forma totalmente autónoma o acudiendo al apoyo mutuo a través de experiencias hermanas. Además, cada colectivo tiene su trayectoria previa, más o menos impregnada de la cultura del cuidado, por lo que la preparación y formación conllevarán tiempos muy diferentes. Lo importante es la construcción de un marco referencial común que sirva para que todas las personas del grupo sientan la confianza y el acompañamiento del colectivo, por encima de las relaciones individuales. De hecho, algunas de las situaciones que he compartido se asemejaban mucho a «grupos de desahogo», espacios paralelos al ámbito militante o laboral compartido, a los que se va a expresar aquello que se considera «inapropiado» o tabú en el otro ámbito. Este simple desahogo puede ser un objetivo suficiente para realizar una reunión formal o informal con una frecuencia suficiente como para que se acabe construyendo un espacio de cuidado. El hecho de que esta construcción se programe y defina es algo que va a ayudar al mejor funcionamiento de una dinámica que puede haberse iniciado previamente de una forma espontánea, dentro o fuera del grupo principal.

Porque la espontaneidad es una herramienta muy importante a la hora de atender estos procesos. En varias ocasiones he participado en talleres de gestión de miedos ante una detención, en los que, de una forma espontánea, se abrían cuestiones internas de la propia asamblea a los que había que atender, que podía o no tener algo que ver con la represión estatal de la que iba a tratar el taller, pero que emergieron como necesidades latentes del propio grupo, y se convirtieron en la prioridad más acuciante durante el encuentro. Atender a estas situaciones es importante, teniendo en cuenta, eso sí, que, aunque muchas veces estos espacios de autocuidado no resuelven el problema, hablarlo siempre ayuda y hacerlo acompañando de una forma colectiva es siempre reparador, pero no es una varita mágica que lo resuelva todo… muchas veces el ejercicio final se enfocará más hacia la aceptación de lo que hay, su legalización en el grupo, que hacia la resolución de un problema que habrá que afrontar con más tiempo y paciencia, puede que en otros espacios.

También he asistido a situaciones en las que tras una discusión importante o un conflicto que va a mayores, los propios colectivos generan figuras «cuidadoras» que acaban construyendo los acuerdos y alcanzando las situaciones reparadoras. Estas figuras son muy importantes y hay que agradecer su existencia, por eso, que una asamblea tenga incorporadas rutinas de debate tan básicas como el respeto de los tiempos y turnos de palabra o el levantamiento de actas consensuadas, puede ayudar a conseguir que estas autorregulaciones del grupo se faciliten. Pero en estos casos concretos también hay que asumir que la persona que asume ese rol de «cuidadora» de una forma individual, puede estar asumiendo un poder y/o un desgaste que interfieran en la dinámica del colectivo en su conjunto, por lo que estas personas también tienen que ser cuidadas y atendidas, partiendo del ideal de que esta tarea sea rotatoria y que todas las componentes del colectivo puedan desarrollarla (además, nunca se sabe si en el próximo conflicto la cuidadora pueda ser parte, lo que la inhabilitaría para desempeñar ese papel, que esto también lo he vivido).

Otro elemento básico para reforzar los espacios de cuidado pasa por el respeto a la confidencialidad sobre aquellos aspectos de la intimidad de cada individualidad que puedan surgir. En todo proceso de reciprocidad y mutualidad la confianza es necesaria, y la confidencialidad ayuda a construir esa confianza más que nada. Saber que la información sobre mi vida que aporto al grupo no va a ser usada contra mí es una seguridad básica. Antes he hablado de las actas y su necesidad, pero es evidente que estas actas no deben incluir nada que alguien declare como confidencial. Hay vías intermedias como que en estas actas se recojan temas, ideas o decisiones, sin identificar individualmente a quienes han hecho esas afirmaciones (siempre que recojan el sentir colectivo), cada grupo es quien decide cómo hacer, en consenso con las individualidades afectadas, teniendo en cuenta que tanto la confidencialidad como la documentación de lo ocurrido son igual de importantes y no deben entrar en conflicto.

¿Pero es que vamos a estar todo el tiempo hablando de emociones y traumas? Pues no lo sé, la verdad… cada espacio tendrá ahí sus características propias, cada grupo tendrá su idiosincrasia, así que en algunos espacios se hablará mucho de cuestiones emocionales y en otros poco o nada, o habrá personas más tendentes a hacer así, mientras que otras serán más reservadas… El objetivo es construir un espacio en el que ambas posturas tengan acomodo, junto con otras posturas intermedias. La cuestión más importante es que, si se abre alguna cuestión de este tipo, se tenga claro cómo y dónde tratarla, entendiendo que, para la persona afectada, la necesidad de expresar lo que está expresando no puede ser coartada (quizá sí pospuesta o atendida por una compañera fuera de la asamblea… cada caso es distinto). Tener previstas estas situaciones y ser capaz de sostenerlas de una forma colectiva es, en mi opinión, una forma de inteligencia asamblearia y ayuda mutua muy necesaria.

El cuidado como ideología: el autocuidado y el acompañamiento colectivo

Mi utopía pasa más por entender el autocuidado como una ideología que se incorpora tanto en lo personal como en lo grupal, es decir, tener mi autocuidado personal, militar y participar en grupos que tienen sus espacios de autocuidados y participar de otros grupos que se dedican en exclusiva al cuidado y autocuidado comunitario y colectivo. Esto no es fácil de conseguir y en la actualidad me parece algo imposible de encontrar de una forma «total», en mi contexto, pero eso no impide que ponga mi esfuerzo en esa tarea. Por lo pronto, cuando cuento con el permiso del grupo, mi estrategia pasa por verbalizar al grupo cuando creo que nos estamos cuidando y cuando creo que no, para ir visualizando mi manera de entender el cuidado y comprobar si es compartida por las demás participantes. También agradezco a la compañera que realiza ese mismo ejercicio conmigo, y lo agradezco aún más cuando lo hace de una forma diferente a la mía, porque entiendo que el cuidado es diverso y potencia la diversidad. Entender e interiorizar la ideología del cuidado es, en mi opinión, incompatible con la competitividad, la directividad y la imposición que suponen otras perspectivas «cuidadoras» (muchas de ellas venidas de la religiosidad y la moral hegemónicas en nuestra sociedad).

La diversidad siempre enriquece y, además, potencia el aprendizaje. Aceptar la diversidad también es necesario para la construcción de confianza. Por supuesto que algunas asambleas son específicas, o no son abiertas, y excluyen de su participación a quienes no compartan la ideología o condiciones que definen a la propia asamblea (una asamblea de mujeres, de animalistas, de…), pero dentro de la propia asamblea y sus límites, la diversidad es siempre enriquecedora y debe potenciarse, porque eso, a la larga, es cuidador para todas sus integrantes.

Esta ideología del autocuidado se me antoja más importante en los momentos de conflicto, si cabe. Muchas veces en mi vida he visto a los purgados de hoy siendo los purgadores de mañana y viceversa… Sinceramente, estoy muy cansado de eso, de interiorizar tanto las técnicas represivas que nos aplican, que acabamos aplicándonoslas nosotras mismas. Por eso confío en el autocuidado como antídoto al daño que tanto las represiones como las auto represiones nos generan. Por eso mismo y por coherencia, igual que al Estado le pido la sustitución de la justicia punitiva por otra justicia reparadora, a nosotras nos pido cambiar la visión punitiva de la resolución de los conflictos por otra visión reparadora, algo que en mi mente siempre implica cuidado y autocuidado, sin que esto esté reñido con la contundencia en la expresión de opiniones y la participación claramente posicionada en cierto debates (la claridad también es cuidado y autocuidado).

Y es que he participado ya de suficientes experiencias que definiría como «de cuidados» (si bien sólo una de ellas se explicitó como «asamblea de autocuidados») como para haber vivido desilusiones, haber cometido errores, incluso haber generado daños, y, aun así, seguir estando convencido de la necesidad de generar estos espacios, porque cuando funcionan, sientan muy bien tanto a sus miembros como al colectivo. De estas experiencias he ido sacando mis conclusiones, o quizá mejor decir «mi lista de lo que he visto que funciona», sin atreverme a afirmar su validez fuera de los espacios en los que ocurrieron los fenómenos descritos. Aun así, aquí van algunas ideas que quizá puedan inspirar otras experiencias:

Ayuda tener un espacio de cuidados y «explicitar» ese espacio como tal. Bien sea una asamblea de cuidados específica o un momento de autocuidado propio en espacios más globales, es importante decir cuando sí y cuando no se está realizando este trabajo, con frases como “me gustaría apartar un momento este debate para ver cómo nos está afectando a cada una la intensidad de la discusión”, o proponer reuniones concretas para tratar esas cuestiones al final de una reunión, etc. Por supuesto que el ideal es tratar y tratarnos con cuidado y autocuidado en todo momento, pero en mi experiencia aún no estamos en condiciones de partir de ese supuesto, así que por lo menos ir pidiendo y teniendo espacios para hacer ese trabajo es una mejora que viene bien plantear entre todas. Explicitar lo que hacemos lo facilita.

Ayuda compartir la experiencia de una forma corporal. Esto puede sonar muy hippie new age, pero es así. En alguna ocasión he visto parar una asamblea para respirar y sigo sintiendo que ese ejercicio ha evitado escisiones (en una ocasión, durante una charla muy dura sobre torturas, vi a la ponente parar la charla para hacernos respirar a las asistentes y sacarnos de la asfixia generalizada que nos había generado un testimonio sobre la aplicación de «la bolsa», cosa que agradecimos enormemente). Atender a la respiración es otra forma de atendernos desde el cuerpo. También he visto grupos comenzando sus reuniones con estiramientos o cerrándolas con un abrazo colectivo… que cada cual busque su fórmula, pero no olvidemos que la mayor cantidad de información se expresa de forma no verbal, así que por muy sesuda y acertada que vaya a ser nuestra reflexión, deberíamos acostumbrarnos a cuidarnos y expresarnos también desde lo corporal: fijar tiempos de descanso, o limitar la duración de las reuniones, también son formas de autocuidado corporal y mental. Verbalizar cuando nos sentimos mal físicamente antes de comenzar un debate (o durante el mismo), o expresar que hablar de un tema nos «enferma» o nos «relaja», también son formas de autocuidado y cuidado del grupo que parten de lo corporal. Se puede ir más lejos e incorporar rutinas «físicas» (muchas cosmovisiones vienen acompañadas de gimnasias propias, no es casualidad), todo estará bien mientras se haga de forma consensuada y respetando los ritmos de cada persona, de cada cuerpo, atendiendo a las diversidades de cada cual.

A modo de ejemplo, el Manual para sobrevivir a la cárcel presenta varias técnicas de chi-kun para el autocuidado individual que pueden realizarse en grupo, si es lo que se considera oportuno, también se puede quedar para ir a bailar juntas o regalarse un concierto colectivo… Un ejercicio muy sencillo y que suelo proponer en los talleres de gestión de miedos es «andar por el espacio», es algo muy sencillo, apartamos las sillas un momento y paseamos por el espacio atendiendo a las sensaciones corporales: andar normal, andar lento, andar rápido, variando las velocidades, andar hacia los «espacios vacíos« con atención a no chocarnos, y después parar a «sensar» cómo está nuestro cuerpo, nuestra respiración, nuestra mente… cómo están nuestras emociones, qué ha cambiado en nosotras tras este «andar» respecto a cómo estábamos antes del ejercicio, «bajarnos» de la cabeza al cuerpo para estar más preparadas para entender las señales que este nos envía… ¿Cómo estoy de cansada? ¿Cómo de acelerada? ¿Tengo molestias en alguna parte de mi cuerpo? Darnos respuesta a estas preguntas y compartirlas con el grupo es una forma de entender mejor desde dónde estamos hablando, sintiendo y viviendo en ese momento.

Es igual de importante atender a lo emocional. Ya lo anuncié antes, atender a una necesidad de este tipo, o por lo menos encauzarla para ser atendida en otro momento, ayuda a evitar conflictos. Para contener lo emocional no hace falta ser un experto, basta con estar, acompañar de una forma colectiva a la persona o grupo que se expresa, facilitando y respetando esa expresión. Ahí cada colectivo debe tener sus normas y sus autodefiniciones bien clarificadas, si existe ya un espacio de autocuidados, derivar a ese espacio puede ser la forma de no bloquear otros procesos asamblearios (algo que también es autocuidado), pero si esos espacios no existen (aunque sea en las informales cañas del después), hay que abrirlos, darles un tiempo y cerrarlos, en el momento que surjan las necesidades. Además, hay que asumir que cuando un colectivo abre el debate de los autocuidados, estas situaciones van a ir apareciendo cada vez con mayor frecuencia y naturalidad (sería lo ideal, además, en mi experiencia es lo que ocurre). Y no sólo eso, a veces pensamos que el desahogo emocional de una persona es algo individual, cuando en realidad esa individualidad está haciendo de portavoz de una emoción colectiva, grupal. Esto sería bueno comprobarlo, preguntando al grupo si alguien más siente parecido, o cómo viven la descarga emocional de la persona que está expresando. A veces, bajo cuestiones en apariencia menores, o personales, se esconden conflictos soterrados o procesos grupales emergentes. Estas dinámicas pueden seguir afectando al grupo mientras no se hable abiertamente de ellas y se busque cómo solucionarlas.

En el apartado emocional hay que tener un especial cuidado con las cuestiones referidas a las relaciones entre las propias personas integrantes del grupo o asamblea. En estas situaciones es importante que el grupo se mantenga, como grupo, neutral, dejando tiempo y espacio para que las personas resuelvan o, por lo menos, puedan aclarar sus diferencias. Si las partes implicadas así lo acuerdan, se puede pedir que una persona del grupo actúe como facilitadora en el debate, igual que el grupo puede pedir que esa discusión (cuando no se refiera a un tema propio de la asamblea) se lleve a otro espacio. Tener la madurez y sinceridad para poder afrontar estas cuestiones abiertamente es una forma de cuidado, por el contrario, negar estas cuestiones o utilizarlas (a veces cuestiones puramente personales) para dividir y obligar a posicionarse al grupo, no es cuidado sino daño.

También hay que cuidar lo ideológico, es decir, las ideas y procesos mentales que compartimos en la asamblea, para ello, hablar de cómo nos tratamos, que es una forma de evaluar cómo nos comunicamos, es muy importante (muchas veces nos maltratamos entre nosotras en los debates, hay que poner especial atención para evitar esas situaciones). Respetar la voz de cada persona, con sus peculiaridades y diferencias, potenciar que quienes hablan menos puedan hacerlo más (respetando tiempos, timideces y vergüenzas), e invitar a quienes hablan más a no monopolizar los discursos y debates, es también una forma de cuidar al grupo. Potenciar la transparencia en nuestra comunicación grupal, para poder entender mejor cómo vivimos nuestra militancia y reforzar las confianzas colectivas que nos ayudan a desarrollarla, es la idea con la que deberíamos aproximarnos a nuestro hablar en y al colectivo. Y para cualquier ejercicio intelectual no está de más recordar que preguntar lo que no hemos entendido y confirmar, preguntando y repreguntando, que se ha entendido correctamente lo que el emisor quería expresar, es una forma de respeto mutuo necesaria, además de ser algo práctico que facilita la intercomunicación. No todas las personas tienen las mismas habilidades de expresión y comprensión, estos ejercicios, muy básicos y que casi nunca realizamos, son los que nos ayudan a comprender realmente a los demás (y a veces también a nosotras mismas) y, por ello, también son cuidado, y merecen mucho la pena, aunque sólo sea porque evitan los teléfonos rotos y los malentendidos, que pueden llegar a generar malestar y daño.

A modo de conclusión: atendernos como autocuidado

Atención y cuidado están tan relacionados que en algunos contextos llegan a funcionar como sinónimos. Sin embargo, para mí son dos fases de un mismo proceso, y la primera de ellas es la atención. Porque la atención, como observación de lo que está pasando, es fundamental en la detección de necesidades. Es por ello por lo que atender a nuestro propio colectivo, a nuestra asamblea, atender a cómo estamos, cómo somos cuando participamos de las reuniones y acciones colectivas, es importante para entender todo ese entramado de relaciones que nos envuelven en el trabajo colectivo. Poner en común esas «atenciones» que cada individualidad realiza sobre su vivencia del grupo es el primer paso para alcanzar ese cuidado del que llevo hablando desde el principio. Gracias a la atención podremos comprender la salud de nuestro grupo e incidir sobre ella viendo dónde hace más falta actuar… ahí cada grupo será distinto y tendrá sus propias especificidades, aunque sí creo que todos los grupos necesitan atención y autocuidado, al igual que sus miembros.

Actualmente participo de un pequeño grupo de autocuidados que está en fase de definición, con unos objetivos mínimos entre los que la atención al desgaste emocional que implica nuestra profesión es el eje central del grupo. Nos reunimos mensualmente y alternamos sesiones de «desahogo» con otras de definición de métodos y técnicas a aplicarnos con ánimo de autoformación. A penas llevamos un año y aún no sabemos muchas de las cosas que queremos y vamos a hacer en este grupo, pero nos da igual, porque la mera existencia de este espacio ya nos sirve para resolver en su seno unas necesidades que han estado ahí desde siempre y que hasta ahora no habíamos podido compartir en ningún lugar con la confianza con que lo hacemos ahora. Para mí ese es el camino, también en lo militante, y me gustaría que comenzara a serlo también en lo comunitario, pero como el movimiento se demuestra andando, he preferido no entrar mucho en explicaciones teóricas sobre el cuidado y sus formas, y me conformo con compartiros los pequeños pasos que he dado y visto dar hasta ahora, confiando en que el debate se extienda, y que sirva como otra forma más de cuidarnos entre compas…

Recapitulando lo dicho, enumero a continuación una serie de acciones potenciadoras del cuidado que a lo largo de mi devenir me han resultado facilitadoras de ese cuidado, pero que no tienen que entenderse como un listado exhaustivo ni como una serie de requisitos, son más bien propuestas para que cada cual vaya reflexionando sobre cuales puede y/o quiere experimentar en sus propio grupos:

Construcción de un espacio de confianza y confidencialidad que permita la expresión libre de lo que se piensa, se siente, se es…

Dedicar un tiempo al principio de cada encuentro para expresar «cómo venimos» y otro al final para el «cómo nos vamos». Este simple ejercicio es muy importante, porque puede ayudar a desbloquear situaciones, a contextualizar actitudes (hoy vengo enfadado, así que hablo desde el enfado, aunque mi enfado no sea con la asamblea, por ejemplo), en definitiva, a entendernos mejor.

Atención a lo corporal: expresar sensaciones corporales, hacer ejercicios que movilicen el cuerpo, compartir espacios de contacto y conocimiento «físico», crear comodidad física que facilite el desarrollo de la asamblea o la tarea…

Atención a lo emocional: el capitalismo tiende a separar lo público y lo privado (potenciando lo individual), por lo que atender lo emocional en espacios públicos es un ejercicio, per se, revolucionario en el que el cuidado grupal de lo emocional es básico. Acompañar la emoción de la persona que está expresándola y aceptarla como forma de expresión.

Atención a la respiración: para empezar, cómo estoy respirando yo, luego, como estás respirando tú y, desde ahí, a cómo está respirando el grupo (¿estamos respirando de verdad o este tema nos ha bloqueado la respiración a algunas o a todas las presentes?) Parar a respirar juntas cuando valoremos que la ocasión así lo requiere.

Atención a lo colectivo: un objetivo importante es alcanzar ese momento en el que el acompañamiento deja de ser individual (alguien acompañando a alguien) y se convierte en colectivo (el grupo entero acompañando a alguien), ese es el momento en el que «nace» la asamblea de autocuidados.

Definición y reparto de tareas de cuidado /autocuidado: igual que puede haber una persona encargada del acta y otra encargada de los turnos de palabra, otra puede ser la encargada del cuidado (marcando tiempos de descanso, interrumpiendo debates para preguntar por cómo se están viviendo, intermediando en conflicto, proponiendo dinámicas…) El ideal es que todas las personas puedan desempeñar todos los roles y que haya rotaciones frecuentes en los mismos.

Apoyo en situaciones de crisis: identificaciones, multas, detenciones, encarcelamiento o malos tratos son situaciones especiales que pueden requerir de un acompañamiento que puede realizar todo el grupo, o que se puede delegar en personas concretas que atiendan a quienes tengan la necesidad. Crear protocolos concretos para situaciones específicas y buscar recursos externos a los que pedir ayuda si esto fuera necesario.

Avanzar hacia la construcción de un espacio específico, la asamblea de autocuidado, en el que la atención de estas cuestiones es el objetivo principal.

Estudio y autoformación: una vez detectadas las necesidades y alcanzados los consensos básicos, las componentes de la asamblea pueden valorar una exploración de técnicas, una búsqueda de textos y/o expertos en las cuestiones valoradas como necesarias, para colectivizar conocimientos dentro del grupo y, si así se valora, compartirlos con otros grupos afines para ir creando una red.

Trascender los acompañamientos y afinidades individuales hacia otros que lo sean colectivos: fortalecer el grupo para que el grupo nos dé fuerza, confiar en el grupo para desde ahí incrementar nuestra autoconfianza dentro de él. Construir una asamblea de autocuidados que realmente nos ayude a seguir adelante con nuestras acciones (políticas, laborales, del colectivo…)

Atender a lo que nos pasa intentando no juzgar, sino viendo cómo aportar soluciones a lo que se pueda resolver y buscando «estar al lado» de quien lo sufre (se le pueda, o no, dar solución). Acompañar siempre, tanto en lo que tiene, como en lo que no tiene solución.

Porque el objetivo real de este trabajo es mejorar el «bienestar» en nuestra militancia, no porque deje de haber conflictos o marrones (internos o externos), sino porque nos hemos dotado de herramientas suficientes para gestionarlos mejor, sin olvidar que la forma en que realizamos estas gestiones debería ser coherente con la propia ideología desde la que entendemos nuestra militancia o labor.

Compas… ¡Salud y cuidado para todas!

Pote

NOTAS:

1. Este documento está accesible en internet.

2. http://tokata.info/manual-de-supervivencia-en-la-carcel-una-aportacion-para-la-autogestion-de-la-salud-de-la-gente-presa/

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