Esto no es crisis sanitaria

Por qué oponerse a la implantación del pasaporte Covid y a la vacuna obligatoria

El título de este texto es conscientemente provocador. Sin duda, nos recuerda a un famoso cuadro del siglo XX que, representando claramente una pipa, afirmaba en su título «esto no es una pipa» –¿no es sólo una pipa? ¿no es principalmente una pipa?…

Es, sin duda, imposible negar que desde finales del año 2019 un nuevo virus circula por el mundo haciendo no pocos estragos: muertos y, en consecuencia, ausencias y duelos; patologías extrañamente persistentes, en algunos casos; sobrecarga de trabajo y enormes dificultades en los hospitales, en todos ellos. Pero me parece, no obstante, necesario preguntarse, después de un año y medio, si el virus sars-cov2 en cuestión es la principal causa de estos dolorosos problemas: ¿estamos atravesando una crisis principalmente sanitaria? ¿o más bien una crisis social –crisis de la sociedad de masas– y un cambio de régimen político?

La posición que defiendo en este escrito es la que sigue: las clases dirigentes de la sociedad industrial globalizada están aprovechando un problema sanitario, que viene a sumarse y combinarse con otros muchos previamente existentes, para promover un nuevo tipo de organización social. La característica esencial de esta sociedad en gestación es la sobre-integración de los individuos, que se obtiene a partir del miedo y la conexión permanente a las redes informáticas. Los dirigentes esperan que de este modo se fortalezca la sumisión de la población a su poder destructor, sobre todo de cara a los episodios de pánico que en el futuro desencadenarán los impactos del cambio climático.

En lo que sigue desarrollaré esta posición en cuatro apartados, cuyos títulos hablan por sí solos.

1. El virus sars-cov2 no ha generado una ruptura profunda en el estado de salud de la población desde marzo de 2020

Aunque no exclusivamente, la afirmación anterior nos remite al debate sobre la existencia o no de un aumento de la mortalidad inducido por el covid-19. Yo personalmente me he interesado en esta cuestión y aconsejo a cada cual que se forme su propia opinión comparando los argumentos de aquellos para los que es evidente que vivimos una genuina tragedia y los que tratan de mostrar que la mortalidad ligada al covid no es (¿no todavía?) excepcional1. La declaración que jalona este apartado no pretenden en ningún caso negar el fenómeno del «covid persistente».

El primer punto de apoyo de nuestra afirmación es el hecho, significativamente compartido, de que el covid no ha diezmado a poblaciones como las de Francia o Estados Unidos, incluso si atendemos únicamente a las estadísticas oficiales –es decir, si aceptamos que todas las personas que han muerto con el covid se pueden considerar de hecho muertes producidas por el covid, una correlación que es discutible. La población de nuestro entorno no se ha reducido drásticamente después de un año y medio, incluso cuando el coronavirus ha circulado de manera constante y abundante. Parece que en los lugares en donde la vida cotidiana no ha sido complemente suspendida hay más casos y más muertos. Pero en los antiguos países industriales el covid mata menos que el cáncer (causante de al menos 150.000 fallecimientos cada año)2, y una parte importante de sus víctimas mueren a una edad superior o igual a la esperanza de vida de su territorio.

Desde el punto de vista de la totalidad social, esta enfermedad genera sobre todo un problema de gestión hospitalaria: los casos graves requieren hospitalizaciones largas y, por tanto, bloquean las camas de hospital. La crisis sanitaria es una crisis del hospital neo-liberal, organizado en base a un flujo hiper-tensionado. Que frente a la evidencia de que el virus circulará durante mucho tiempo los Estados occidentales no hagan inversiones que permitieran, aunque fuera a medio plazo, aumentar la capacidad hospitalaria debería ser materia de perplejidad y protesta. Que en Francia los hospitales privados no sean requisados cuando se supone que «estamos en estado de guerra» y el hospital público amenaza (al menos en algunos lugares) con hundirse cada cuatro meses, debería ser un motivo de incredulidad profunda en lo que respecta a los principios y hechos públicamente proclamados por los tomadores de decisiones.

Por otro lado, el covid-19 ha supuesto una revelación del mal estado de salud de una parte de la población. Aunque existen excepciones, en la mayoría de los casos la enfermedad deviene grave o mortal en personas que ya presentaban patologías previas: cánceres, obesidad, diabetes, hipertensión… Si uno lee el informe parlamentario de 2018 en torno a la alimentación industrial no es difícil llegar a la conclusión de que las características estructurales de nuestra organización social habían ya creado una crisis sanitaria de enorme calado mucho antes de marzo 2020:

La mala alimentación es una de las causas principales de una pandemia mundial de enfermedades crónicas cuya amplitud y coste económico y social debería alertar a los poderes públicos, comenzando por el ministerio de salud. Según la Haute autorité de santé, en 2012 entre 15 y 20 millones de franceses sufrían ya una enfermedad crónica. En 2016 éstos suponían más de la mitad del gasto destinado al tratamiento de enfermedades. Según el Inserm, el número medio de años disfrutados en buen estado de salud por las personas de 65 años apenas cambió entre 2005 y 2011, aumentando 0,2 años para los hombres (73,8 años) y reduciéndose 0,2 años para las mujeres (73,6 años). [Como la esperanza de vida teórica media no ha dejado de aumentar], los franceses viven por tanto más tiempo (…) en mal estado de salud. Es más, según los trabajos del investigador del Inra Anthony Fardet, de 2010, el 36% de los fallecimientos pueden atribuirse directa o indirectamente a la mala alimentación (…). Estas malas prácticas alimentarias son el producto de una intoxicación crónica con cancerógenos, mutágenos y reprotóxicos, de la exposición a disrruptores endrocrinos, de un mal equilibrio nutricional, de un excedente calórico, o de todo ello a la vez.3

A la luz de lo anterior podemos afirmar que no existe una crisis sanitaria causada (principalmente) por el Sars-cov2 desde inicios de 2020. De haber una crisis sanitaria ésta habría comenzado a inicios del siglo XXI y consistiría en la degradación del estado de salud general a raíz de modos de vida cada vez más patógenos en las sociedades industriales4.

2. Las vacunas bio-tecnológicas han terminado de convertir nuestro mundo en un vasto laboratorio fuera de control

Desde que el sars-cov2 hizo aparición y causó los primeros muertos, los tecnócratas que gestionan esta crisis y los periodistas responsables del relato social legítimo han estado obsesionados con la necesidad de inventar una o más vacunas contra el virus e inyectárselas a la mayor cantidad de gente. Desde diciembre de 2020 estamos siendo testigos de la que probablemente sea la campaña de comunicación y promoción más grande de la historia. El objetivo número uno de los empleados de los grandes Estados, de la industria y de la Big Science es convencer a toda la población de que se vacune con productos puestos a punto en pocos meses, que cortocircuitan los procedimientos habituales de lanzamiento al mercado y que seguirán estando oficialmente en fase experimental durante al menos otros dos o tres años. Ahora, si la seducción no funciona, entonces hay que recurrir a la coerción: prohibición de acceso a gran cantidad de lugares esenciales para la vida en la sociedad contemporánea, recortes de salarios, despidos, etc.

A aquellos renuentes a vacunas que aparecen en las condiciones anteriormente descritas se les trata como retrasados, gente incapaz o peligrosa para la colectividad; ovejas descarriadas que los especialistas en ingeniería social tienen que volver a meter en el redil. Valores tan fundamentales como la libertad de conciencia, la libertad de disponer del propio cuerpo o el principio de precaución son pisoteados por el gabinete McKinsey5, el sociólogo Gerald Bronner6, algunos periodistas absolutamente fanáticos (como Nathaniel Herzberg, del periódico Le Monde7), y sin duda por políticos como Véran o Macron. “Tenemos ya perspectiva de sobra”, afirman después de solo unos meses de vacunación: nos tememos que los escándalos del amianto, de los pesticidas, de la contaminación nuclear, de Mediator8 o… de las vacunas contra el dengue en Filipinas9, todos esos escándalos no han servido para nada. Una cosa sobre la que contamos con perspectiva más que sobrada no son las vacunas contra el covid, que acaban de inventarse, sino las mentiras con base científica que se han utilizado para maquillar las imprudencias que antes listábamos. Y, pese a todo, nos invitan a volver a confiar sin fisuras en los responsables de la industria farmacéutica, ¡cuando algunos siguen todavía fabricando pesticidas y semillas transgénicas10!

Apostando por una vacunación a nivel mundial (que incluye a sectores de la población que presentan muy poco riesgo de sufrir casos graves de Covid), en base en muchas ocasiones a productos biotecnológicos, la clase dirigente nos invita a dar un salto radical hacia lo desconocido. Corre el riesgo de hacernos entrar definitivamente en el mundo-laboratorio que ya anunciaba Günther Andres en los albores de la industria nuclear, un mundo en el que la ciencia experimental se vuelve imposible ya que pierde su base: la posibilidad de confinar el experimento y su observación dentro de los muros del laboratorio11. Como el tiempo que se ha reservado a la evaluación experimental en humanos de las «vacunas genéticas» ha sido a todas luces insuficiente es posible que, durante la campaña de vacunación en curso, se produzcan fenómenos cuyos mecanismos los expertos sean incapaces de identificar. Es decir, que seamos incapaces de distinguir la causa del efecto, etc.

Por ejemplo, el investigador en genética molecular de la Universidad de Saclay, Christian Vélot, nos advierte de que existen riesgos de recombinaciones virales en personas vacunadas (con el mecanismo de ARN mensajero o Adenovirus) que se infecten con otro virus o con variantes de sars-cov2. También teme que la vacunación en masa pueda favorecer la proliferación hasta el infinito de nuevas variantes12. Pese a todo, sus análisis y los trabajos en los que se basan son ignorados por los grandes medios de comunicación y los fact checkers: prefieren confiar en la palabra de investigadores que defienden que el riesgo de recombinación es ínfimo y que no temen afirmar que «tenemos millones de años de experiencia» en ARN mensajero (ya que éste existe en muchos virus y, por tanto, en las vacunas clásicas)13. Se niega el hecho de que existe un debate abierto en el seno de la comunidad científica. Se conjura la posibilidad de una controversia mediante la oposición caricaturesca entre la Ciencia con mayúsculas y la indigencia de los expertos independientes.

3. La gestión de la pandemia y la campaña de vacunación promueven una sociedad todavía más autoritaria e informatizada

Incluso si uno tiene una versión muy alejada de la oficial en lo relativo a la pandemia, no es fácil entender lo que estamos viviendo desde marzo de 2020. ¿A qué se debe tanta exageración? ¿Para qué sirve el terror ejercido por parte de los médicos, de los científicos, de los periodistas? ¿A dónde nos dirige la huida hacia adelante de la biotecnología?

Hay, sin duda, intereses contantes y sonantes en el presente más inmediato en casos como el de las vacunas. Existe una adhesión ideológica profunda en las diferentes capas de la tecnocracia14 a este gobierno a través del miedo, de las cifras, de la (así denominada) ciencia y de las vacunas-que-no-impiden-al-coronavirus-seguir-extendiéndose. Se ponen en marcha en distintos entornos profesionales y sociales dinámicas de conformismo que recuerdan a lo que ocurrió durante décadas en los regímenes soviéticos: la verdad no importa, uno se alinea con la doxa oficial por miedo a ser calumniado, rebajado, socialmente destruido. Pero, por otro lado, tenemos también el gran proyecto industrial que la oligarquía internacional está poniendo en marcha y que vertebra todo el funcionamiento social desde la cima hasta la base: la informatización «total» del mundo, la robotización y la promoción de la inteligencia artificial.

Esta Cuarta Revolución Industrial no supone solamente la extensión del Internet de las cosas, el aumento de la automatización de las cadenas productivas y logísticas, la transferencia de la vida social y del consumo a los ordífonos15. Ésta implica también que los individuos, idealmente la totalidad de los mismos, dejen huellas digitales de todo lo que hacen, en todo momento y lugar. Este proyecto es el que no ha dejado de avanzar tras la cortina del miedo, las medidas autoritarias y las polémicas provocadas por la epidemia de covid-19 realmente existente y su puesta en escena dramatizada. Durante el mes de mayo de 2020 la periodista americana Naomi Klein ya ofrecía los elementos esenciales para comprender cómo la crisis del covid-19 había creado una oportunidad extraordinaria para que las oligarquías económicas y políticas pudieran atraparnos en sus redes. En particular llamaba la atención sobre la agresiva campaña de relaciones públicas puesta en marcha por el antiguo CEO de Google (todavía hoy accionista de Alphabet y miembro destacado de varias instituciones de defensa y seguridad estadounidenses) Eric Schmidt. Éste se lamentaba de que los restos de la herencia liberal y democrática de su país, los Estados Unidos, estaban constituyendo un pesado lastre en la competición en el terreno de la inteligencia artificial contra la despótica China:

Las razones dadas para la ventaja competitiva de China son innumerables, desde el gran volumen de consumidores que compran en línea; «La falta de sistemas bancarios heredados en China», lo que le ha permitido saltar sobre efectivo y tarjetas de crédito y desatar «un enorme mercado de comercio electrónico y servicios digitales» utilizando «pagos digitales»; y una grave escasez de médicos, lo que ha llevado al gobierno a trabajar estrechamente con compañías tecnológicas como Tencent para usar la AI (inteligencia artificial) como medicina «predictiva». Las advertencias de Schmidt insisten sobre el hecho de que en China, las compañías tecnológicas «tienen la autoridad de eliminar rápidamente las barreras regulatorias, mientras que las iniciativas estadounidenses se ven envueltas en el cumplimiento de HIPPA y la aprobación de la FDA».

Sin embargo, más que ningún otro factor, Eric Schmidt señala la voluntad de China de adoptar alianzas público-privadas en la vigilancia masiva y la recopilación de datos como una razón para su ventaja competitiva. La presentación promociona el «apoyo y participación explícita del gobierno de China, por ejemplo, en el despliegue del reconocimiento facial». Sostiene que «la vigilancia es uno de los ‘primeros y mejores clientes’ para Al» y, además, que «la vigilancia masiva es una aplicación perfecta para estimular la investigación en el aprendizaje profundo»16.

A lo que podemos añadir: el contexto de una epidemia que justifica el rastreo permanente de una enfermedad contagiosa y el control de una vacunación erigida en deber cívico. Un contexto perfecto para estimular el desarrollo de la vigilancia en masa. Basta con constatar el hecho de que para muchos el «pasaporte covid» es incontestable. Si, al contrario, me parece personalmente legítimo oponerse a éste frontalmente es porque la pertinencia de la vacunación masiva debería como mínimo discutirse, especialmente ante la existencia de otras estrategias que podrían ponerse en marcha con urgencia en materia de salud pública. Pero también porque el «pasaporte» es una forma de forzarnos y acostumbrarnos definitivamente a la recogida permanente de información sobre nuestras vidas y nuestras relaciones. Tendencialmente éstas quedarán cada vez más reducidas a un stock de datos destinado a entrenar a los «robots» y a poner a punto los innumerables algoritmos que determinarán nuestro lugar social, lo que hacemos, podemos, queremos. La inteligencia artificial no es una tecnología, es un proyecto de sociedad totalitaria.

4. A raíz de una preocupación por la suerte de «los más vulnerables» mal dirigida, la izquierda se convierte en el mejor defensor de la tecnocracia en marcha

Después de algunos meses de incertidumbre e indefinición, una parte de la izquierda (que incluye a los espacios “anti-capitalistas”) ha adquirido un rol de apoyo activo a los tecnócratas en el poder en un país como Francia17. Es decir, la mayor crítica que les dirige es la de no ir suficientemente lejos en la sobre-medicalización de la vida cotidiana y las restricciones a la vida social que ésta implica: habría que confinar más y más rápido; cerrar las escuelas y no limitarse a imponer a los niños el uso de la mascarilla durante todo el día; y para los que piensan que no pueden existir medias tintas, caminar hacia una estrategia covid-cero que se inspire de las prácticas de algunos países de Asia o Australia: todo queda bloqueado y se congela la vida social cuando el más mínimo caso aparece en cualquier parte18.

Este tipo de posicionamientos se justifican ante la evidencia de que los casos graves de covid, al igual que las muertes, afectan más, de media, a las clases económicas modestas. No es de extrañar ya que las clases populares son las principales víctimas de la epidemia de enfermedades crónicas de la década 2000-2010 de la que hablamos en el primer punto. No obstante, este tipo de posicionamientos eluden los enormes impactos que las restricciones sanitarias tienen en dichos grupos sociales, a la luz del tipo de vida que llevan desde hace tiempo. ¿Se dan cuenta los militantes que acusan a Macron de no cerrar los colegios para complacer a la Medef19 de las implicaciones que una medida así tiene para las vidas cotidianas de las familias, a veces numerosas, que viven en HLM20 o en ciudades? Aquellos que luchan por una paralización completa de la economía en los términos en los que es posible realizarla en tiempos de pandemia (es decir, no una paralización revolucionaria, sino una que para las GAFAM21 ¡se convierte en la Gran Tarde22!), ¿se dan cuenta de la situación financiera y humana en la que dicha medida dejaría a gran cantidad de pobres que trabajan en la economía informal?

Es más, los y las que esperan acabar «de una vez por todas» con el sars-cov2 mediante medidas supuestamente racionales e incapaces de producir efectos inesperados no se dan cuenta de que nunca jamás en la historia se ha confinado o puesto en cuarentena al mundo entero. Ni siquiera a un continente o a un país al completo. A lo más que se ha llegado ha sido a ciudades o regiones pequeñas. Y con razón: nunca ha habido, tampoco a día de hoy (por mucho que sea el proyecto de los gigantes de Sillicon Valley) una maquinaria que pueda trabajar sin ningún tipo de intervención humana y asegurar la subsistencia de sociedades totalmente paralizadas.

Las polémicas en torno a la epidemia y las medidas que se deben tomar para luchar contra ella no son muestra de un enfrentamiento entre razón y estupidez, entre ciencia y oscurantismo. En ellas, más bien, lo que se oponen son distintas visiones de la vida, del cuerpo, de la enfermedad y de la muerte. Cuando parte de la izquierda y de la extrema izquierda atacan a aquellos que ponen en cuestión la narrativa oficial sobre la epidemia prestan un servicio inestimable a la oligarquía. Avalando la idea de que los opositores a la vacunación generalizada son necesariamente patriotas egoístas, individualistas que se niegan a «hacer sociedad» o liberales darwinianos disfrazados de alternativos, se alinean en realidad con la visión de la sociedad que defienden las élites políticas y económicas: una máquina en la que se invita a los individuos a integrarse por completo, incluso a identificarse con ella. Todo ello pagando el precio de desprenderse de su propia personalidad, de su animalidad y de todo lo que podría suponer un obstáculo para un funcionamiento eficaz. Es la versión 2020 de la sobresocialización que denunciaba Theodor Kaczynski en 1995 y Riesel y Semprún en 200823: hay que tener miedo de enfermar, o de contagiar al resto; hay que enseñar en todas partes el código QR para probar que uno se preocupa de proteger a los más débiles.

La parte de la izquierda y de los izquierdistas que se niegan obstinadamente a oponerse a esta deriva, en realidad a esta profundización en lo que ya existía, hacen gala de tres rasgos de carácter político reseñables:

-Para determinar qué consideran cierto, estas personas actúan por oposición a las personas o grupos a los que consideran sus enemigos. Por ejemplo, si parece que la puesta en cuestión del relato oficial/legítimo sobre la pandemia, o sobre la vacunación acelerada, emana de actores considerados de derecha o extrema derecha, entonces a la fuerza dichos cuestionamientos son tendenciosos o carentes de fundamento. Y poco importa que muchas otras personas sin relación alguna con dichos actores piensen cosas parecidas, posiblemente con argumentos diferentes. Existe el bando de los Buenos y el bando de los Malos (todo el mundo lo sabe), y lo más importante es no aparecer mezclado con los heréticos, los malpensantes o los reaccionarios. No deja de ser sorprendente seguir todavía ahí en 2021, ahora que el contenido exacto de la noción de «progreso humano» (o de «fascismo») se ha hecho tan difícil de delimitar.

-Estas personas son fervorosas defensoras de la tecnociencia y de su extraordinario poder sobre las sociedades industriales, comparable al que tuvieron las religiones monoteístas en el pasado. Lo anterior estaba ya expuesto con toda claridad, antes del episodio covid, en las críticas radicales que en los últimos veinte años han criticado el imperialismo de la tecnociencia y su rol motor en el capitalismo industrial, la erosión de la democracia y la catástrofe ecológica24. Unas críticas que, de hecho, fracasaron en su intento de erradicar el progresismo del mundo militante. Es más, dicho progresismo parece haberse más bien reforzado a causa del miedo aterrador y obsesivo a esta epidemia.

Pese a que su compromiso con los intereses y los medios de la industria no pueden ser más evidentes, la Ciencia sigue siendo para muchas personas (que se reclaman partidarias de la razón) una potencia neutral, una fuente de conocimiento imparcial, una instancia separada de los poderes políticos y económicos.

Es más, a pesar de las experiencias de las últimas décadas, la innovación tecnológica pretende seguir siendo capaz de corregir los destrozos producidos por las innovaciones precedentes. Poco importa que las únicas dos hipótesis sobre el origen del maldito coronavirus que siguen en pie sean o la de un salto vírico proveniente de una ganadería industrial monstruosa y organizada en base a protocolos científicos y a una «lluvia» masiva de productos farmacéuticos; o la de una fuga de un laboratorio de investigación P4, es decir, lo más sofisticado y eficiente en materia de tecnociencia que existe en la actualidad. En 2021 todavía se puede alguien considerar anticapitalista sin poner en cuestión estas infraestructuras fundamentales del capital. Es más, se puede ser anticapitalista y hacer todo lo contrario: exigir contundentemente la distribución igualitaria entre toda la humanidad del fruto de las investigaciones desarrolladas en los laboratorios de biotecnología.

-En resumen, estas personas, pese a su insatisfacción en relación a alguna u otra cuestión parcial, tienen confianza plena en el personal político y el poder tecnocrático. Esto los diferencia de una parte de las clases medias y populares en vías de radicalización, inclasificables en el tablero ideológico, que, a diferencia de éstos, están invadidos por un sentimiento de inseguridad vital ante los discursos y las acciones de los tecnócratas en el poder. Mucha gente de izquierdas desprecia mucho más a los «débiles» que salen a la calle contra la vacunación obligatoria que a los representantes de la oligarquía mundial del tipo Véran, Macron, Cédric O, etc. Se manifiesta, como ya sucedió al comienzo del movimiento de los Chalecos Amarillos, una incomprensión enorme y un notable desprecio de clase. En una situación que sobre todo se caracteriza por el paro tecnológico de masas y el colapso ecológico, la población se divide entre los que perciben que los tecnócratas en marcha (en Francia y en otras partes) están dispuestos absolutamente a todo para defender el sistema político-económico existente a expensas de la población; y aquellos que piensan que los tecnócratas hacen lo que pueden en un momento complicado y que hay que exigirles que nos protejan mejor.

Esta epidemia (y su gestión catastrofista) debería conducir a una puesta en cuestión total de la organización social (pre)existente. Muestra de manera evidente que es imperativo cambiar nuestros modos de vida, el contenido de la producción y las formas de trabajar, desplazarse menos y de otra forma. Todo debería hacerse a una escala diferente. Pero lo urgente, en verano de 2021, es volver a llenar los estadios de fútbol y las macrosalas de conciertos cuanto antes.

El deseo de defender a los más vulnerables frente a la pandemia, que aparece a menudo en la izquierda y la extrema izquierda, deja traslucir una renuncia de fondo a transformar la sociedad: como mínimo, un gusto por el statu quo ante; en el peor de los casos, una aprobación de las transformaciones propuestas por la tecnocracia, jeringuilla y smartphone en ristre. Por tanto, la conciencia de que los casos más graves de covid afectan sobre todo a las personas de los medios más humildes que no tienen acceso a una alimentación sin venenos o que se encuentran a menudo más expuestas (en el trabajo, en sus barrios, en sus casas) a diversas formas de polución grave, no desemboca en una voluntad de transformación radical de sus condiciones de vida, por ejemplo, en el ámbito de la alimentación y, por ende, de la agricultura. Es obvio que una transformación de este tipo no puede hacerse en unos pocos meses, ni con todo el voluntarismo del mundo. También que un proyecto como ese no debería llevarnos a cerrar los ojos frente a los peligros que el covid crea hoy. No obstante, aceptando sin rechistar el conjunto de medidas de «distanciamiento social» hacemos la vida de las clases populares más difíciles, ahora y en el futuro. Dejamos que se instale un modelo de sociedad en el que se hará todavía más difícil luchar por la igualdad y arrancarle a una élite implacable condiciones de vida dignas para todos.

Ante todo, el pasaporte covid tiene como objetivo hacer posible la continuación de una sociedad de masas (con producción de masas, consumo de masas, transporte de masas) en la que nadie es responsable de nada, a excepción por supuesto de la transmisión de un virus nanoscópico a sus vecinos/compañeros de trabajo/padres ancianos. La misma vacuna ha aparecido con el fin de tratar de mostrar que la sociedad industrial es capaz de dar respuesta a los problemas que crea, que su capacidad de dominar es mayor que las fuerzas del caos que desencadena. (Es probable que, con una lógica similar, no tarde en «proponernos» soluciones de ingeniería climática que nos asegurará que lleva al menos 20 años investigando –«tenemos toda la perspectiva necesaria»–, y nos asegurará sobre todo que son la única salida si no queremos asfixiarnos masivamente o ser arrastrados por violentos temporales; los que se nieguen serán tratados como irresponsables, etc.) Y la mayor parte de la población parece dispuesta a creer en todo ello, o al menos a fingir que cree: el deseo de volver a la normalidad es tan fuerte que se prefiere avalar, incluso reforzar, una organización social intolerable antes que renunciar a él.

Pese a todo, tras las declaraciones de Emmanuel Macron del pasado 12 de julio, centenares de miles de personas se han movilizado en pleno verano para denunciar la implantación del pasaporte covid y de la obligación vacunal en una serie de profesiones. La capacidad de defensa y reacción de la sociedad frente al Estado es débil, pero no inexistente. El movimiento en curso es absolutamente heterogéneo; sus insuficiencias y defectos son el cruel reflejo de décadas de despolitización y también el resultado de la inmersión digital. Además, los manifestantes e insumisos a la gestión autoritaria de la epidemia seguramente no son ni fascistas ni tampoco, en la mayoría de los casos, nacionalistas. Ello pese a que una parte sea sensible a la erosión de la «soberanía nacional» y/o de la «democracia representativa», problemas que son reales y que deben analizarse y superarse desde una perspectiva de emancipación social, y no simplemente negarse.

En estas manifestaciones uno puede ver una revuelta sincera y cierta sensibilidad ante algunas cuestiones cruciales en nuestra época: la desposesión de todo poder sobre nuestras vidas, la concentración del poder en manos de una oligarquía cínica y sin límites morales, la vigilancia electrónica de masas, la crisis ecológica y climática. El hecho de que estas cuestiones se traten de manera confusa no es muestra, a nivel general, de tendencias «derechistas», sino que es sobre todo responsabilidad de Internet25. Y la continuidad de este movimiento de protesta (¿habrá de hecho continuidad, ganará este movimiento en presencia e importancia?) depende precisamente de la capacidad que los opositores tengan de levantar los ojos de la pantalla: ¿tendrán las revueltas del verano de 2021 la presencia de ánimo de organizarse y actuar, informarse y hacer circular sus informaciones, de una manera diferente a la web? ¿Conseguirán pasar de la indignación legítima ante la vigilancia digital al rechazo de la vida en línea, del mundo virtual26?

Por el momento solo algunos individuos aislados están tomando esa vía, y desde luego no es poco. No obstante, sigue sin vislumbrarse una tendencia colectiva en el horizonte. Pero los rehenes de Internet se golpean la cabeza cada vez más y cada vez más fuerte contra los muros de la prisión digital. Quizá el deseo de salir acabará por emerger, antes de que sea realmente demasiado tarde.

Matthieu Amiech

(Traducción: AdriánAlmazán)

NOTAS:

1. Recomiendo consultar la síntesis de Sylvie Le Minez y Valérie Roux en <insee.fr>: «2020: une hausse des décès inédite depuis 70 ans». Para la posición contraria puede consultarse el trabajo de Laurent Tubiana, Laurent Muchielli, Pierre Chaillot (de l’Insee) y Jacques Bouaud: «L’épidémie de Covid-19 a eu un impact relativement faible sur la mortalité en France»; y el de Pierre Chaillot, «L’espérance de vie a-t-elle vraiment chuté de façon inédite en 2020?» (accesibles virtualmente en el blog de Laurent Muchielli alojado en Mediapart)

2. Para un estudio de la epidemiología del cáncer y sus condiciones, en el caso de Francia, se puede consultar el artículo de Célia Izoard, «Cancer: l’art de en pas regarder une épidémie», en Z nº 13, mayo 2020.

3. Informe nº 1266 de la Assemblée nationale, escrito en nombre de la comisión de investigación sobre «la alimentación industrial: calidad nutricional, rol en la emergencia de patologías crónicas, impacto social y ambiental de su producción», presentado por Loïc Prudhomme y Michèle Crouzet el 28 de septiembre de 2018, p. 10 (descargable en <assemblee-nationale.fr>). Más allá de la cuestión alimentaria, se pueden también consultar las reflexiones del toxicólogo André Cicollela en el artículo de Gaspard d’Allens, «Malgré le Covid, la santé environnementale reste aux oubliettes» (9 de junio de 2020, ver <reporterre.net>).

4. Una degradación que ya se anunciaba, por ejemplo, en la obra de la Enciclopedia de las nocividades, Observaciones sobre la agricultura genéticamente modificada y la degradación de las especies, Alikornio, 2000

5. Que asesora al gobierno francés sobre cómo organizar la campaña de vacunación y comunicar a la opinión pública.

6. Sociólogo experto en la aceptabilidad de las innovaciones tecnocientíficas. Puede leerse su tribuna escandalosamente cínica: «En France, le risque de la seconde vague de méfiance vaccinale» (Le Monde del 21 de mayo de 2021)

7. Ver su declaración de victoria definitiva en Le Monde del 10 de marzo de 2021 («L’insolente réussite des vaccins contre le Covid-19»).

8. Mediator era el nombre comercial del benfluorex y apareció en el mercado en 1976 como pastillas para tratar el sobrepeso en pacientes con diabetes. Sin embargo, pronto empezó a ser comercializado en Francia también como un supresor del apetito para aquellos que querían adelgazar. Tras nueve meses de audiencias y otros nueve de deliberaciones, la justicia francesa condenó a los laboratorios Servier a 2,7 millones de euros de multa en marzo de 2021. El grupo farmacéutico fue hallado culpable de engaño agravado y de homicidios involuntarios por el medicamento Mediator, que se calcula que fue responsable de cerca de 2100 muertos.

9. Se puede consultar la investigación de Carol Isoux, «Dengvaxia, le fiasco d’un labo», en la revista XXI, nº 52, otoño de 2020.

10. Resulta de interés la retrospectiva comparada de los sectores de la química, la farmacia y las semillas que propone Federico Franchini (https://www.lacite.info/eco nomietxt/2016/3/7/pourquoi-syngenta-est-tomb-au-champ-dhonneur-de-la-guerre-de-lagrobusinness).

11. Ver Günther Anders, La obsolescencia del hombre. Sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial, Pre-textos, 2011.

12. Se puede consultar la extensa entrevista que le realizaron en el blog de Laurent Mucchielli, con fecha 8 de julio de 2021.

13. Afirmaciones realizadas en France Inter el 4 de enero de 2021 por Steve Pascolo, investigador en la Universidad de Zúrich y antiguo director de la empresa «biofarmacéutica» Cure Vac (consultar «Utiliser de l’ARN messager n’est pas nouveau, c’est savoir le fabriquer qui est nouveau», sur <franceinter. fr>).

14. En el texto de 2017 que dediqué a esta cuestión ofrecía la siguiente definición: «La tecnocracia es un conjunto de dirigentes políticos y económicos que juegan un rol crucial en la orientación y la dirección del desarrollo industrial y en la defensa de su ideología: altos funcionarios y ministros, sin duda, científicos e ingenieros (de los «grands corps», en Francia), directores de escuelas de negocios y directoras de agencias regionales, creadores de start-up y cuadros de los grandes grupos empresariales, periodistas económicos y publicitarios…, todas y todos garantizan la promoción permanente del desarrollo industrial de cara a la población insistiendo especialmente en que nuestra sociedad no tienen más alternativa que mantener indefinidamente la misma trayectoria.» (La Technocratie en marche, p. 11).

15. Traducción de ordiphone, neologismo proveniente de la fusión del francés ordinateur (ordenador) y téléphone (teléfono), que designa lo que habitualmente se conocen como teléfonos inteligentes o smartphones (N del T)

16. Ver Naomi Klein, «Distopía de alta tecnología para el post-coronavirus», publicado en The Intercep el 5 de mayo 2020, traducido al castellano por la revista El Viejo Topo (<elviejotopo.com>)

17. Este hecho también podría ser extrapolable al estado español (NdR)

18. Se puede revisar el siniestro posicionamiento del sindicato Sud éducation (a nivel nacional), «A favor de la vacunación, contra la extrema derecha», 16 de agosto de 2021, en sudeducation.org. Este texto es, indudablemente, una imposición forzada por los burócratas parisinos. Es al menos lo que parece deducirse del hecho de que su punto de vista cientifista y violentamente anti-popular no sea compartido por muchas de las secciones locales del sindicato. No obastante, no por ello deja de ser menos significativo. La lectura anterior puede completarse con la de la entrada de blog (en Mediapart) «¿Cómo imaginar una salida de la crisis sanitaria por la izquierda?», a cargo del conocido como Bayrem.

19. Movimiento de Empresas de Francia, una organización patronal de Francia (N del T)

20. Una habitation à loyer modéré (HLM, alojamiento con una renta moderada), es una modalidad de alquiler protegido que existe en Francia, Algeria, Senegal y Quebec.

21. Acrónimo de Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft (Nota de la Redacción)

22. La Gran Tarde (Le Grand Soir) es «un gran mito obrero íntimamente ligado a una visión que animó a generaciones de utópicos, revolucionarios y sindicalistas, y que animó también el imaginario popular con todas sus implicaciones socio-psicológicas: el apasionado y anhelado umbral de un nuevo mundo igualitario, libre y prometedor». Texto de la solapa dellibro La Gran tarde, ed.La Torre Magnética (2016)

23. Ver Theodor Kaczynski, La sociedad industrial y su futuro, Ediciones Isumatag, 2011 y René Riesel, Jaime Semprún, Catastrofismo, administración del desastre y sumisión sostenible, Pepitas ed., 2011

24. Además de las dos obras fundamentales de la Encyclopédie des nuisances ya citadas, algunos elementos esenciales de esta crítica se desarrollan en Pièces et Main d’oeuvre, Manifeste des chimpanzés du futur contre le transhumanisme, Éditions Service compris, 2017; en Grupo Oblomoff, Un futuro sin porvenir: por qué no hay que salvar la investigación científica, Ediciones El Salmón, 2014; en Céline Pessis (coord.), Survivre et vivre. Critique de la science, naissance de l’écologie politique, L’Échappée, 2014. Y, más recientemente en la obra de Pierre Bourlier, L’Amour au temps des protocoles. Wilhem Reich et les paradoxes de la libération sexuelle, La lenteur, 2021.

25. Algunas reflexiones muy valiosas de Pierre Bourlier sobre el conspiracionismo (de extrema derecha o no) en su artículo «L’illusion au pouvoir», en la revista L’Inventaire nº 11, otoño 2021, ediciones La Lenteur.

26. Ver para ello el libro de Adrián Almazán y Jorge Riechmann, Contra la doctrina del shock digital, Centro de Documentación Crítica (CDC), 2020. También del Grupo Marcuse, La libertad en coma: contra la informatización del mundo, Ediciones El Salmón, 2019.

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