La guerra del 5G. Despliegue de la red 5G y reestructuración capitalista mundial

Una guerra real en el mundo virtual

La guerra comercial es la continuación -o, más bien, el complemento- de la guerra militar por otros medios; y en este caso, la guerra comercial entre China y EEUU es la continuación de la guerra fría de las pasadas décadas. A fin de cuentas, el mercado mundial es el escenario de confrontación más adecuado al momento histórico del capitalismo transnacional. Y concretamente, la guerra comercial tecnológica es la expresión más decisiva de la pugna por la hegemonía mundial en nuestro tiempo presente. No en vano, la tecnología se ha adueñado del mundo con la extensión de la sociedad industrial en la escala planetaria, que es la manera como el modo de civilización capitalista se realiza históricamente.

El desbarajuste creado en el comercio mundial por las decisiones del presidente norteamericano en su pulso con la agresiva expansión comercial China, al imponer aranceles arbitrariamente a los productos chinos, ha desatado inmediatamente un movimiento de desestabilización económica mundial que tiene su epicentro en el producto crítico de la actual reestructuración capitalista: la tecnología de telecomunicaciones de quinta generación (5G). Se trata, en fin, de otra maniobra dentro de la lucha por la hegemonía mundial del comercio complementaria a la que lleva a cabo EEUU dentro de la Organización Mundial del Comercio.

Así, a las medidas arancelarias adoptadas por la Casa Blanca norteamericana consistentes en elevar del 10% al 25% los aranceles a los productos importados chinos, siguió la acción específica contra la firma china Huawei, cuyas aplicaciones móviles operan sobre el sistema operativo de Android (en torno al 85% de los dispositivos móviles mundiales, mientras que el resto opera sobre Apple). A su vez Google suspendió sus negocios con la empresa china.

Para Huawei, que vendió más de 200 millones de móviles en 2018 y es líder de ventas en España, el golpe fue inmediato con la caída de sus ventas en todo el mundo. En una acción desesperada por parar la caída de las ventas, a finales de junio, Huawei rebajaba en un 40% el precio de sus aparatos en España. Pero, más allá de movimientos de contraofensiva en el mercado, enseguida se puso de manifiesto que las medidas norteamericanas revertían negativamente sobre sus propias empresas que, aparentemente, serían las beneficiarias de las disparatadas decisiones de su presidente.

Sin duda, el efecto de arrastre que tienen las decisiones de la Casa Blanca sobre los gobiernos y las empresas europeas supone para las empresas chinas un verdadero varapalo por la pérdida de ventas en occidente, no solo en EEUU. De todos modos, en una guerra donde los daños son cuantiosos para los dos bandos, se trata de minimizar pérdidas y -de no perfilarse un vencedor en el corto plazo-, es muy probable que los contendientes opten por llegar a un acuerdo, ya que el negocio es inmenso y además las víctimas son complacientes, o sea, los consumidores serán quienes corran gustosamente con los gastos.

El despliegue de la red 5G en el mercado mundial se ha evaluado en unos 12 billones de euros, cifra equivalente al PIB de Rusia, Reino Unido, Japón y Alemania juntas. Hay que tener en cuenta que supondrá la sustitución de la actual infraestructura de antenas por otras de menor tamaño que tendrán que ser profusamente instaladas en las calles de las ciudades. Como en cada reestructuración capitalista, se perfila el relanzamiento de un sector de actividad como la solución de la crisis; en este caso, es el sector de las telecomunicaciones, pero también es un impulso a la obsolescencia de las fábricas y sistemas anteriores, además de la generación creciente de residuos industriales y la intensificación de la devastación de la biosfera.

Las ventajas de la red 5G, por el momento, se quedan en la retórica de la promesa tecnológica, más un deseo de futuro que realidad pues, como reconocen los mismos fabricantes, el beneficio del 5G es la velocidad, ya que en lo demás será como la 4G. Es decir, el desarrollo tecnológico va por delante del mercado, de la demanda actual, por lo cual los departamentos de ventas de las operadoras están inventando nuevas aplicaciones con que encandilar a los consumidores.

Aún así, la orientación del despliegue de la red 5G va hacia la industria, donde los supuestos beneficios de la hiperconexión mejorarían las cotas de productividad. Es comprensible que la industria sea el objetivo si tenemos en cuenta que el coste del despliegue de la tecnología 5G es muy elevado, al igual que las inversiones en su desarrollo, y el mercado de consumo ciudadano es insuficiente para obtener un retorno de la inversión eficiente. Ahora bien, está por ver cuáles serán las dificultades y problemas de la implantación industrial de la red 5G que son intrínsecas a la propia tecnología, como sabemos bien por las implantaciones de los sistemas ERP. El último episodio conocido por ahora, es el desbarajuste de Lidl con el SAP. Pero esas son, precisamente, las debilidades de las que se evita hablar.

La pugna por las frecuencias subastadas

En el marco de la guerra comercial desatada por la tecnología 5G, se encuentran los movimientos tácticos de los operadores por una toma de posición de ventaja competitiva en cada uno de los países donde desarrollan sus negocios. El campo de batalla son las subastas que los gobiernos nacionales realizan entre los principales concurrentes multinacionales de los servicios de telecomunicaciones.

En Alemania, la primera subasta se saldó con unos ingresos para el estado de más de 6.500 M euros, muy por encima de las previsiones de los analistas del sector y para cabreo del presidente de Vodafone Deutschland, que tuvo que pagar por su espacio mucho más de lo que pensaba. Otros, sin embargo, como el representante en Alemania de Telefónica, pagaron a gusto porque consideran que les permite optimizar la gestión de la red y abrir nuevas líneas de negocio.

Los efectos recaudatorios de la subasta de frecuencias para la tecnología 5G de los que se congratulaba el gobierno alemán, sin embargo para el gobierno español parecen prescindibles. La recaudación en España fue de 437,65 millones de euros en julio del año pasado, a la espera de la próxima subasta prevista para el año 2020. Como reconocía el director general de Telecomunicaciones y Tecnologías de la Información español, su finalidad no es recaudatoria ya que la pretensión del Gobierno es dar vía libre a las operadoras para su penetración en España con la tecnología 5G. Una vez más, se pone de manifiesto la estrecha dependencia de la administración del estado respecto de los intereses de las grandes empresas. Los gobiernos pasan, los negocios continúan.

Dos variantes del capitalismo enfrentadas…

Desde luego, las proporciones de una guerra económica entre Estados Unidos y China son mayúsculas debido al flujo comercial entre ambas potencias y al actual nivel de interconexión entre producción, suministro y finanzas, de manera que esa guerra, en realidad, afecta a medio planeta. Para Washington, la complicidad de la Unión Europea y del resto de aliados en la presión contra Pekín resulta básica, pero la respuesta es mucho más fría de lo que la Casa Blanca hubiera deseado.

Por otro lado, las réplicas desde China pusieron en evidencia la interpenetración de la actividad económica entre las dos potencias, que es un caso ejemplar de cómo funciona la acumulación de capital en el mundo globalizado. Pues, a modo de ejemplo, resulta que los móviles chinos utilizan semiconductores de empresas occidentales que se han sumado al boicot norteamericano, que el negocio de Apple depende de la evolución de sus ventas en China, y que la industria electrónica de EEUU depende de las tierras raras de China, primer suministrador mundial, fundamentales para el desarrollo de tecnología microelectrónica de última generación.

Todo ello sin contar con el golpe económico que supusieron aquellas medidas para las empresas norteamericanas que ya operan en el mercado chino y para las que esperan hacerlo, pues aunque no se vieran directamente afectadas, si lo están en cuanto a su futuro. En fin, vistos los efectos inmediatos, comenzando por la estrepitosa caída de las principales firmas fabricantes de semiconductores en bolsa, y los previsibles a corto plazo, pocos días después, el atrabiliario presidente norteamericano empezó a desdecirse.

Con este panorama, la realidad es que las tecnoburocracias gestoras de EEUU y Europa se enfrentan a un dilema con dos opciones igualmente lesivas para sus respectivos intereses. Por un lado, un eventual acuerdo con China y compartir la soberanía tecnológica mundial o bien, por otro, desarrollar su propio sistema 5G y entrar en una carrera inversora en ambos bloques económicos que incidiría aún más sobre las dificultades de la acumulación de capital en la escala mundial. Pues ofrecer infraestructuras de telecomunicación es caro y las operadoras juegan a la baja en las ofertas de telefonía móvil a sus clientes en la disputa por mayores cuotas de mercado.

Si el veto a Huawei se extendiera en Europa y se produjera el cambio a las soluciones de red de Ericsson y Nokia significará unos considerables costes añadidos de adaptación para las operadoras que, enzarzadas en la guerra de precios, acabaría por agravar su endeudamiento, si hacemos caso del ratio medio de apalancamiento del Stoxx Telecom Index. Es así como algunas de las operadoras han tenido que dejar de repartir beneficios entre los accionistas para reducir deuda, como hizo Vodafone en mayo pasado, que redujo el dividendo un 40%.

…pero complementarias

Uno de los aspectos que llama la atención de esta tempestad comercial es la interdependencia económica de ambas potencias, aun teniendo en cuenta un cierto grado de dependencia tecnológica de China respecto a EEUU. La expansión mundial de la tecnología móvil china depende de los semiconductores y del sistema operativo de las firmas norteamericanas. En este punto, los gestores de Huawei ya han anunciado que desarrollarán su propio sistema operativo. Es cuestión de tiempo y de inversiones, pero precisamente el tiempo y la inversión son las claves de la competencia entre ambos bloques capitalistas.

Así pues, podría interpretarse la provocación de la Casa Blanca con la subida de aranceles como un movimiento estratégico del capital tecnológico norteamericano con el fin de obligar a rea­lizar fuertes inversiones a Huawei y al gobierno chino (recordemos que se trata de una economía de capitalismo de estado) que, a su vez, incida sobre el gasto público y detraiga una parte de éste ahora destinado al mantenimiento de la estabilidad social. Pues el enorme gasto del gobierno chino en paliar los efectos sobre la población y los desequilibrios territoriales del estrepitoso desarrollo capitalista de ciertas regiones es una cuestión decisiva de la economía del país en la que nadie parece reparar, a pesar de ser el talón de Aquiles del desarrollo chino.

Claro está que, suponiendo que se trate de un movimiento estratégico de la administración norteamericana, también entraña sus peligros, o sea, que China consiga desarrollar su propio sistema operativo en el tiempo necesario para no perder la desenfrenada carrera de la innovación y acabe por hacerse con el mercado mundial de la red 5G ya que, de conseguir desarrollar los dispositivos móviles para su infraestructura 5G en el corto plazo, lo hará a precios inferiores a los de las empresas norteamericanas y europeas. En cierto modo, la situación actual recuerda la guerra de los estándares de comunicación industrial (buses de campo) que sacudió la economía productiva en los años finales del siglo pasado; en aquel caso, entre la propuesta norteamericana y la europea se saldó con una especie de armisticio.

Reestructuración capitalista y asalto tecnológico a la vida

Por novedosa que parezca la actual situación, no lo es tanto. Nos encontramos en una coyuntura resultante de la lógica de la reestructuración capitalista que ha dictado la evolución histórica de las crisis de las últimas décadas, aunque esta vez con un sector (telecomunicaciones) clave para el proceso de acumulación de capital y con unas determinaciones tecnológicas (inversiones en innovación) y de tiempo de salida al mercado mucho más apremiantes que en el pasado reciente. Es el capitalismo acelerado y con márgenes de maniobra cada vez más estrechos para la adopción de unas decisiones rentables y dimensionadas en la escala mundial.

Además, el salto tecnológico que podría representar la tecnología de telecomunicaciones 5G y sus repercusiones en todos los ámbitos de la economía y de la vida de la gente, junto con las nuevas oportunidades de negocio emergentes en la producción de mercancías y la oferta de servicios, podría parangonarse, salvando algunas distancias, con el despliegue de la industria de automoción y de bienes de consumo que acompañaron la reestructuración capitalista que siguió a la II Guerra Mundial.

En cualquier caso, se puede decir que todo este asunto tecnológico y comercial tiene como trasfondo la confrontación de dos expresiones formales del capitalismo; dos formas de acumulación de capital que responden, a su vez, a dos tradiciones de explotación de la fuerza de trabajo y de entender el proceso de producción y realización de capital; dos estrategias capitalistas concurrentes por la masa de beneficio generada en un mercado mundial lastrado, a su vez, por la crisis global de acumulación de capital (que no hay que confundir con la acumulación burbujeante del capital financiero, virtual).

De hecho, la guerra del 5G enfrenta una forma de explotación capitalista peculiar que, como la china, consiste en un capitalismo de empresa privada estrechamente dependiente del Estado, comercialmente más agresivo y determinante de la actividad económica, que se revela más eficiente que la fórmula capitalista de la concertación público/privada occidental. En este asunto, no está de más, tampoco, salir al paso de una de las grandes mentiras históricas acerca del capitalismo liberal y de la iniciativa privada, etc.

El capitalismo liberal, «sin estado», ni existe, ni ha existido nunca. La ideología liberal o neoliberal que preconiza la inhibición del estado en la actividad económica es una de las muchas mentiras que, a fuerza de ser repetidas, se han consolidado históricamente como verdades aparentes contra las evidencias más palpables. Uno de tantos prejuicios de la economía política, pues el estado está indisolublemente unido al desarrollo de la actividad empresarial como dinamizador más o menos oculto de la iniciativa privada a través de subvenciones, demanda inducida, exenciones fiscales, creación de infraestructuras, etc. El estado es el estado del capital, como el capital es la relación social que fundamenta económicamente el estado moderno.

Lo que ocurre es que en la competencia intercapitalista de los grandes grupos industriales y financieros, como de los bloques geoestratégicos, China tiene la ventaja de conciliar la dimensión política y la económica mediante lo que podría ser una combinación ideal para el proceso de acumulación de capital: conjugar el régimen político de la dictadura del partido comunista con la libre explotación de la fuerza de trabajo que formalmente caracteriza al capitalismo liberal. Lo que Lenin no fue capaz de hacer parece que la via china lo hará.

Mientras en Occidente opinólogos, filósofos, moralistas, etc. debaten sobre los peligros que entraña para la democracia de consumidores la tendencia monopolística mundial, donde un puñado de empresas (Microsoft, Huawei, Google, Amazon, etc.) dominan la actividad económica y social, en China han resuelto la cuestión mediante una fórmula mucho más eficiente de la explotación del trabajo simplemente dando rienda suelta a lo que Marx denominara la dominación real del capital.

Por supuesto, China falsea la supuesta libre competencia internacional por su capacidad movilizadora de capitales y de recursos de forma dictatorial, lo que reporta mayor agilidad y eficiencia en la salida al mercado de las mercancías chinas. En esa agilidad radica la ventaja competitiva china sobre Occidente: allá el totalitarismo del mercado ha subsumido plenamente la ficción de la democracia en favor del progreso productivista.

La promesa tecnológica una vez más: totalitarismo tecnológico

En la economía capitalista es en el mercado donde afloran los movimientos estructurales; las maniobras arancelarias y las zancadillas técnicas entre las principales empresas de la infraestructura mundial de la información son solo algunos rasgos en el plano comercial de lo que probablemente sea una decisiva guerra tecnológica, porque lo que está en juego es mucho más que el dominio mundial del mercado de los artilugios electrónicos móviles.

Las implicaciones del despliegue tecnológico, en general, y de la tecnología 5G, en particular, alcanzan a los fundamentos estructurales de la actividad económica y administrativa (gestión social) y, en consecuencia, de la reproducción social en su más amplio sentido. Estamos, pues, ante la imposición de una innovación trascendental que intensificará la tendencia a la transformación de las formas de trabajo y de vida.

Es algo que cualquiera puede observar sin otra dificultad que la de sustraerse simplemente cinco minutos a la urgencia de la hiperconectividad de nuestra vida diaria. Las implicaciones de la inserción de la tecnología en nuestra existencia cotidiana no se limitan, sin embargo, a los meros aspectos laborales o a la materialidad de las funciones propias del ciudadano consumidor, comportan asimismo una concepción de la vida y del mundo teñida de sumisión y fatalismo; el fatal sino tecnológico que nos hace incorporar acríticamente las máquinas a nuestra vida como algo natural.

Así, en el contexto de esta pugna comercial, se vuelve a intensificar la propaganda en torno a la promesa tecnológica y el delirio progresista tecnocientífico. El fundador y presidente de Huawei enfatizaba a propósito de que «el 5G no es una bomba atómica, es algo que beneficia a la sociedad. No deberíamos ser el objetivo de Estados Unidos sólo porque estemos por delante de ellos en 5G». Independientemente de que tales palabras respondan a la mera táctica circunstancial china, en virtud de su relativo retraso respecto a EEUU en otros ámbitos, no cabe duda que el objetivo del despliegue mundial de la tecnología 5G es la Humanidad, el sometimiento de los seres humanos a las prodigiosas prestaciones del progreso pues, a fin de cuentas, estamos ante un nuevo paso adelante en la implantación del totalitarismo tecnológico.

La invasión técnica del mundo es inherente a la expansión capitalista y a la sociedad industrial, de manera que es una consecuencia “lógica” la total implantación de sistemas automatizados en la actividad económica, como en la vida, en general. El totalitarismo tecnológico se despliega como la realidad inevitable de cada día, de la misma manera que el totalitarismo democrático se afirma como la expresión ideológica de aquél en la práctica de la gestión social (política).

Pero el totalitarismo tecnológico no es una abstracción, una categoría entre otras; es una práctica que está presente cada vez en mayor proporción en el desempeño material de nuestra vida. Además, los apologistas de la red 5G nos prometen que pronto todo dependerá de sistemas y subsistemas de información anclados en la infraestructura de las comunicaciones (internet de las cosas), desde la luz de casa o el abastecimiento de agua hasta la compra de cualquier mercancía.

Ya venidos arriba, esos mismos apologistas no paran de anunciar fabulosos desarrollos de la tecnología 5G y de la inteligencia artificial con la expansión de la conectividad de miles de millones de aparatos, el almacenamiento nuboso de ingentes cantidades de datos y la penetración de la inteligencia artificial en el control y automatización total del mundo… hasta suprimir la inteligencia humana.

Vulnerabilidades de la megamáquina…

Sin embargo, ese mundo perfectamente tecnologizado cuyas supuestas ventajas están en juego en la guerra del 5G, está lleno de puntos débiles. Una de las justificaciones de la guerra tecnológica desatada por el descerebrado presidente norteamericano hacía referencia precisamente a la vulnerabilidad de la tecnología de telecomunicaciones estadounidense, que es aprovechada por los adversarios extranjeros en el espionaje industrial.

A los límites tecnológicos inherentes a las innovaciones, a su vulnerabilidad estructural, manifiesta en los fiascos de líneas de investigación, aplicaciones fallidas, errores de implantación, etc., que tienen lugar diariamente en el ámbito industrial, logístico y de servicios, y simplemente se ocultan o enmascaran con renovadas trapacerías de la promesa tecnológica, se añaden los riesgos de las grandes firmas de telecomunicaciones en su estructura organizativa.

En el último informe anual, Telefónica volvió a advertir de que la existencia de proveedores críticos en redes, sistemas de información o terminales, con alta concentración en un reducido número de suministradores, plantea riesgos que pudieran afectar a las operaciones. Es el círculo vicioso de la economía capitalista que se reproduce en la mercancía tecnológica; externalizar y subcontratar para maximizar beneficios, pero al mismo tiempo la dependencia de proveedores abre una brecha de imprevisibilidad e inestabilidad que redunda en dificultades para la realización del ciclo de negocio.

Asimismo, a las vulnerabilidades técnicas y organizativas del mundo convertido en megamáquina, hay que añadir las que se derivan de los fenómenos naturales y sociales, pues a fin de cuentas la denominada nube, los algoritmos y demás abstracciones operativas del sistema tecnológico descansan sobre una base material concreta en instalaciones equipadas con máquinas descomunales, como de antenas que dependen del suministro de energía, son operadas por gente y con una finalidad en cuyo último término se encuentran los consumidores. Pues, no hay que olvidar que la tecnología digital, además de las funciones en el control social de las personas, tiene una dimensión operativa fundamental y realmente generadora de beneficios tangibles para las empresas mediante la gestión de la información para el mercado, con el fin de detectar y adelantarse a las demandas de los clientes.

Es decir, al final, está la gente, que es en sí misma una vulnerabilidad de la megamáquina en su doble dimensión de fuerza de trabajo y de ciudadanía consumidora. Pues la implantación generalizada de la nueva red 5G tiene implicaciones inmediatas en la generación de un excedente social (desempleo y precarización) potencialmente peligroso y sobre todo costoso, cuya gestión y desactivación recae sobre el presupuesto público en forma de subvenciones (paz social subvencionada) y gasto en represión.

Pero además, en sí mismo el mundo regido por el todo automatizado, como el que se nos propone, es sumamente vulnerable, mucho más y con consecuencias más desastrosas que el mundo mecanizado de la anterior revolución industrial. Ciudades que pueden quedar sin abastecimiento de agua, de energía eléctrica, de agua, etc., con servicios públicos paralizados por averías o ataques informáticos, o los recientes chantajes a las empresas e instituciones públicas mediante el randomware, ya son hechos habituales.

La lógica policial, según la cual a más delincuencia más policía, en este caso, como en la sociedad, en general, se revela inútil en cuanto al objetivo que dice perseguir: acabar o limitar la delincuencia. Cada vez hay más delitos informáticos que los apologistas tecnológicos prometen atajar con nuevos desarrollos para la protección de los sistemas informáticos. Es una espiral atrapada en una lógica cerrada, autoreferenciada, que no supera las condiciones del problema, sino que las proyecta en un nivel superior.

Entretanto, el hecho es que empresas e instituciones públicas cada vez destinan mayores cantidades de sus ingresos a la protección de sus sistemas tecnológicos en la misma proporción que se multiplican los delitos. En fin, no es nada nuevo en la sociedad capitalista; en algún sitio decía Marx que la delincuencia también era un dinamizador de las fuerzas productivas; una afirmación que vale tanto para el capitalismo material como para el ahora denominado virtual.

….y paradojas de la sociedad de consumidores

Como en las guerras convencionales, también en esta guerra las víctimas son las masas populares, aunque esta vez en su condición de consumidores que habrán de cargar con los gastos pagando por los nuevos servicios y arrostrar los daños colaterales sobre su vida personal y la biosfera. Pero con una particularidad; en las democracias de consumidores las víctimas son víctimas complacientes que corren a formar largas colas en las tiendas para la adquisición de las últimas novedades de dispositivos móviles.

Con todo, el consumo de masas es solamente una parte de la realidad que engendra la tecnología 5G, aunque necesaria para la recuperación de las inversiones para el desarrollo de la misma. Las consecuencias de su implantación, como ocurre con los progresos tecnológicos, van mucho más allá de la esfera del mercado y alcanzan a las formas de vida de la gente, a la reproducción social en su sentido más amplio, desde la productividad laboral al control social, en general.

Esa es la paradoja de una humanidad que parece haber abdicado de cualquier noción de autonomía en aras del mercado y que asume resignadamente el aumento de prestaciones, de aplicaciones, de gigas y tarifas, etc. que imponen las operadoras. Todo será un paso más en la estrategia de acumulación de capital en las democracias de consumidores donde el cliente trabaja para la empresa prestadora del servicio que, a su vez, de manera más o menos disimulada, le mete la mano en el bolsillo obligándole a consumir paquetes de aplicaciones y servicios.

Así como los clientes realizan cada vez más operaciones gratuitamente en bancos y supermercados, esos mismos clientes consumidores de tecnología móvil son voluntariamente saqueados por las compañías de telecomunicaciones que le imponen cuotas de consumo. Pronto no será posible llamar simplemente por teléfono (disponer de una línea telefónica) sin tener que adquirir, además, acceso a buscadores de Internet, a canales de música, deporte y cine, y a todas aquellas aplicaciones y servicios que las compañías de telecomunicaciones quieran endosarnos con el «paquete» ofertado.

Es ahí precisamente, en esa línea de intersección donde lo global, lo macroeconómico (la guerra de las redes de comunicación 5G) se realiza en la microeconomía representada por la circunstancia particular del consumidor de «conexión»; entonces la concreción del totalitarismo tecnológico toma cuerpo en la vida cotidiana del ciudadano consumidor como un hábito libremente adquirido.

A ello contribuyen la convergencia de tres factores decisivos: la imposición al «ciudadano» por el estado y la administración pública de los dispositivos móviles (¿cómo buscar empleo, gestionar la Seguridad Social, cobrar la pensión, acceder a la atención sanitaria, sin teléfono móvil?), por el capital privado (banca, industria, servicios) y, finalmente, por una ciudadanía consumidora ávida de novedades que solo espera ser convocada al aquelarre tecnológico de la 5G.

Corsino Vela

junio de 2019

Guerra en torno a la tecnología 5G (continuación)

En los meses transcurridos entre junio de 2019 y marzo de 2020, la guerra en torno al despliegue de la tecnología 5G siguió su curso con las mismas pautas que hasta entonces puesto que, como se apuntaba anteriormente, lo que está en juego es la hegemonía tecnológica mundial tanto en el ámbito de la producción industrial y de servicios, como en el de la electrónica de consumo (telefonía móvil y demás artilugios). La tecnología 5G, al multiplicar exponencialmente la capacidad de conexión; permitirá realizar el llamado internet de las cosas, o sea, el mundo donde máquinas y dispositivos «dialogan» mediante ingentes cantidades de datos que circulan de forma prácticamente instantánea (aumentar prestaciones y reducir la latencia o tiempo de respuesta es la clave de la concurrencia en el sector y el gancho de venta de los nuevos aparatos).

Asimismo, como ocurre cada vez que se renueva la promesa tecnológica, en esta ocasión viene acompañada de la obtención de nuevas maravillas de la realidad virtual en todas sus vertientes, desde las más legitimadoras como las intervenciones quirúrgicas a distancia (sincronización de los movimientos del cirujano con el robot), las insidiosas (reconocimiento biométrico y control masivo de poblaciones), a las más banales y efectistas de los reclamos visuales para llamar la atención sobre el consumidor cuando pase al lado de ofertas o mercancías susceptibles de despertar su interés, como ya se ha señalado.

En esa carrera desbocada por las innovaciones tecnológicas que desencadenaron las medidas de la administración norteamericana contra los productos chinos y, concretamente, contra Huawei como figura señera de la tecnología 5G, la firma china anunciaba para noviembre de 2019 la salida al mercado de un teléfono móvil (Meta 30 Pro) con un desarrollo propio alternativo al sistema Android que, sin embargo, no estaba en condiciones de competir en cuanto a las aplicaciones con los teléfonos móviles de sus competidores occidentales.

Ese mismo mes la firma china anunciaba ser autosuficiente para la fabricación de infraestructuras de 5G sin recurrir a componentes norteamericanos, y se presentaba como alternativa en el sector de la informática empresarial prescindiendo de los suministradores occidentales. No obstante, a Huawei esta guerra le está ocasionado un desgaste considerable que, como es natural, ha derivado hacia un endurecimiento de las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo. Los dirigentes de Huawei, que reconocían una fuerte caída de las ventas de móviles, han exigido a sus trabajadores mayores esfuerzos para obtener nuevos desarrollos; naturalmente, bajo la amenaza de ver reducidos sus salarios e incluso de ser despedidos si no consiguen resultados satisfactorios.

La respuesta desde EEUU llegó a mediados de febrero de 2020 cuando acusó formalmente ante los tribunales a Huawei de organización criminal, blanqueo de capitales y robo de informaciones comerciales, etc. Además, el gobierno Trump amenazaba con tomar represalias contra sus socios europeos con la excusa de la seguridad, si no boicotean a Huawei y el uso de tecnología no fiable en la compartición de datos. De hecho, la resistencia de los países europeos a secundar la guerra comercial de los EEUU contra Huawei -y China- debilita la posición norteamericana. En el caso del estado español, sus reticencias a romper con Huawei y el hecho de imponer nuevos impuestos a las transnacionales tecnológicas (la llamada tasa Google), provocó la amenaza de la administración norteamericana en el sentido de aplicar nuevos aranceles al vino, queso y aceite españoles.

Obsesión securitaria

La administración norteamericana imputa a la tecnología china de 5G una falta de seguridad en la protección de las comunicaciones de datos que la hace vulnerable al espionaje en favor de la potencia asiática. Y no le falta razón, ya que en el espionaje de las comunicaciones privadas, empresariales e instituciones de los estados de todo el mundo el gobierno americano tiene una amplia experiencia.

Sin embargo, aunque la excusa de la seguridad sea el motivo principal que esconde otros intereses, lo que está fuera de duda es que la hiperconectividad1 e interdependencia entran en contradicción con la seguridad y el progreso tecnológico. Esto es inherente a la lógica de la sociedad capitalista que induce una cada vez mayor complejidad en las relaciones sociales de acumulación de capital y de reproducción social como consecuencia de la creciente mediación tecnológica. De ahí la explotación propagandística de las nuevas formas de terrorismo para la sumisión atemorizada de la población, que encuentra una base real en la circulación de datos y abarcan desde el sabotaje industrial o la interrupción de suministros de agua, electricidad, etc. hasta la liberación de virus de laboratorios.

Los ataques informáticos son constantes y van en aumento. El llamado randomware fue el causante del bloqueo de más de 6.000 millones de ordenadores particulares y de empresas en 2019. Los ayuntamientos de algunas ciudades norteamericanas tuvieron que pagar cientos de miles de dólares como rescate para el desbloqueo de sus ordenadores y bases de datos. En el estado español, según el Ministerio del Interior, los incidentes registrados en sectores estratégicos durante 2016 fueron 489, siendo los sectores más afectados el sistema tributario y financiero (152), el de la energía (126) y el del transporte (90).

Con todo, la total dependencia de las sociedades capitalistas desarrolladas, ya convertidas en sociedades de la información y las comunicaciones, respecto de los sistemas informáticos las vuelve completamente vulnerables no solamente a los virus informáticos inherentes a los desarrollos y aplicaciones tecnológicas, sino también y de forma inopinada, a los virus biológicos, como se ha puesto recientemente de manifiesto con la suspensión del World Mobile Congress.

El coronavirus en la guerra comercial

La rápida expansión de un virus gripal (coronavirus-19) con origen en la provincia china de Wuhan y las medidas de restricción de los movimientos de la población en la escala mundial, fue el motivo para que, a mediados de febrero de 2020, mes y medio antes de su celebración en Barcelona, los organizadores decidieran suspender el World Mobile Congress (WMC). La decisión fue adoptada después de que se produjera una cascada de cancelaciones de participación de las principales protagonistas del certamen, la coreana LG, Facebook, ATT y las fabricantes de semiconductores Intel y Cisco, los productores de móviles Sony, Vivo, y TCL, y los suministradores de redes Nokia y Ericsson, además de los operadores de redes Vodafone, Deutsche Telekom y BT.

Puesto que el MWC es el escaparate mundial de la tecnología de las comunicaciones en todos sus segmentos de aplicación donde las firmas presentan sus novedades y hacen el lanzamiento anual de su propaganda mercantil ante una clientela que supera los cien mil visitantes profesionales de todo el mundo, la suspensión ha supuesto un serio contratiempo especialmente para Huawei que, entre otras medidas, tenía previsto abrir una tienda en Barcelona que finalmente ha abierto, justo al lado de su directo competidor Apple.

En cualquier caso, no es descabellado pensar que la epidemia del coronavirus haya servido de excusa cogida al vuelo para una maniobra táctica en la guerra del 5G. Al menos, la cancelación del MWC significa eliminar una plataforma de relanzamiento internacional de Huawei y, del mismo modo, da un margen de tiempo para que eventualmente sus competidores europeos y norteamericanos puedan ponerse por delante en la carrera de la tecnología 5G.

Dejando de lado el impacto que la suspensión del MWC pudiera tener para la economía barcelonesa2 y la debilidad estructural de las ciudades especializadas en el escaparatismo y el turismo, lo que llama la atención de todo este asunto relacionado con el despliegue de la tecnología 5G y el impacto económico de la epidemia del coronavirus, es la enorme fragilidad estructural de las sociedades capitalistas desarrolladas por causas específicamente económicas (crisis rampante) y tecnológicas (vulnerabilidad de los sistemas informáticos) a las que hay que añadir cada vez en mayor medida aspectos aparentemente extraeconómicos como la actual epidemia.

Desde luego, no es la primera vez que se experimentan las consecuencias negativas para la actividad económica de los desastres naturales como ocurrió, por ejemplo, cuando la erupción de un volcán islandés en abril de 2010 obligó a cancelar centenares de vuelos comerciales. Pero el asunto del coronavirus aporta una inédita vía de reflexión en cuanto al capital en crisis y los factores objetivos vinculados a su propia complejidad que sin aparecer, en un principio, como causas directamente económicas, acaban por desestabilizar el sistema capitalista en su conjunto.

En la actual circunstancia, globalización, deslocalización, redes mundiales de comunicación, movilidad planetaria, etc., es decir, los tópicos que sustentan la economía del capital en crisis se vuelven contra la propia realidad capitalista debido a los intentos de frenar la propagación del coronavirus. Aunque algunos fabricantes industriales ya han tenido que reducir sus ritmos o cerrar plantas y las bolsas de todo el mundo se desplomen, aún es pronto para evaluar hasta dónde pueden alcanzar las consecuencias económicas de esta epidemia gripal.

Una situación inédita y de deriva imprevisible que profundiza la crisis sistémica del capital y que por eso mismo está preñada de significación más allá de lo meramente económico si tenemos en cuenta que la suspensión de cien mil vuelos en todo el mundo durante las primeras semanas de expansión de la epidemia, hizo más contra la crisis climática que el espectáculo transcontinental de masas implorantes tras una adolescente sueca pidiendo medidas correctoras a sus gobiernos.

Corsino Vela

marzo de 2020

NOTAS:

  1. Según previsiones realizadas en 2017 para el año 2020 se calculaba que habría más de 50.000 millones de dispositivos conectados a Internet.
  2. Desde luego, las exageraciones acerca de lo que ese certamen «deja» en la economía de la ciudad es una versión más del cuento de la lechera apoyado en falsedades y previsiones de beneficios basados en meras manipulaciones estadísticas. Pero ese sería otro tema. .

Movilización contra el 5G

El 25 de enero de 2020 hubo una convocatoria en 195 ciudades de todo el mundo contra el inminente lanzamiento de 60 nuevos satélites de comunicaciones, en línea con el manifiesto firmado por astrónomos, ingenieros y científicos de todo el mundo donde se hace un llamamiento a poner fin al despliegue de la nueva tecnología de comunicaciones 5G (Appel to Stop 5G). La campaña se dirige a impedir la instalación de millones de antenas y al lanzamiento en el corto plazo de 50.000 satélites para la cobertura planetaria de la red 5G (actualmente, hay unos 2.000). Una muestra más de la aberrante carrera tecnológica que parece preludiar el suicidio de la humanidad.

https://www.5gspaceappeal.org/the-appeal

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