PARTE DE UN RECORRIDO

Me gusta sentarme delante de la máquina de escribir justo cuando me despierto y ni siquiera sé quien soy, de donde vengo y hacia donde voy… cuando la mente se encuentra en una nebulosa caótica y confusa, más allá del Espacio-Tiempo y cualquier Dialéctica…

Poco a poco y mientras escribo voy «retornando» a mi yoedad (sea lo que esto sea.. )… Abro la ventana de «mi» celda: inspiro profundamente el frío aire matutino y siento mis pulmones ensancharse… Preparo un café, su aroma me relaja, me recuerda «otro tiempo»… mi niñez y también a mi madre…

Mi madre se levantaba todos los días a las cinco de la mañana para ir a trabajar… ponía la cafetera en el hornillo de la cocina y a los pocos minutos flotaba en el aire este cotidiano aroma que tanto me gustaba… De pequeño estaba convencido que uno de los motivos por los cuales mi madre fuese tan «morena» residía en el consumo del café… no sé por qué; ocurrencias de niño…

Los fines de semana solía acompañar a mi madre al trabajo, que era cuando podía, pues no había «clases»… Me gustaba ayudar a mi madre…

Mi madre era (y es) «empleada de limpieza» y para ganarse el pan tenía que limpiar los negocios y oficinas de los otros; siempre se mostró orgullosa de su trabajo… o quizás de poder trabajar… nunca lo he sabido con exactitud…

Mi padre que era albañil (ya muerto) y construía casas para los otros, mientras nosotros vivíamos en una cuchitril alquilado, también se mostraba orgulloso de su trabajo… o quizás también de poder trabajar… tampoco lo he sabido…

Ya de pequeño comenzaba a crecer en mí un sentimiento profundo de animadversión hacia eso que hoy llamamos «trabajo asalariado», pero que en aquel entonces se llamaba simplemente «trabajo»… De algún modo mi realidad cotidiana me estaba enseñando que quienes nada poseían debían de vender por igual su tiempo y sus fuerzas a quienes todo lo poseían…

Cuando preguntaba a mis padres por qué había pobres y ricos ellos me decían que eso siempre había sido así desde que el mundo es mundo… Siempre me chocó la «mentalidad» de mis progenitores… los mendigos lo eran porque eran vagos… las putas eran putas porque eran viciosas… del mismo modo que los ladrones eran maleantes…

Se debía trabajar, obedecer, ser honrado y un «buen cristiano»… estar siempre dispuesto a sufrir y poner la otra mejilla… algún día, en el «más allá» encontraríamos nuestra recompensa…

Cuando era pequeño me daba vergüenza decir que mi madre era «empleada de limpieza»… hoy en día siento vergüenza por haberme avergonzado de mi madre… de
haberme avergonzado de haber sido pobre… (quiero decir «proletario» pues mendigar nunca hemos mendigado…), como si haber nacido pobre, en el seno de una familia proletaria, fuese un «pecado», algo que uno elegía…

No, no me pude acostumbrar a ese «orden de cosas»… no quise aceptar semejante orden… no quise ser un orgulloso trabajador que trabaja para «los otros» y que por dinero vende su tiempo, sus fuerzas, toda su energías y en ocasiones hasta el Alma…
Para mí la cárcel no era algo lejano y misterioso… la mitad de mi barrio había pasado o seguía encerrado en alguna celda…

Los días de visitas (en la cárcel) miraba como a las mañanas muy temprano algunas madres, hermanas y esposas (¿por qué será que siempre son las mujeres las que desfilan incondicionalmente durante años en dirección a las cárceles mientras «los hombres» desaparecen y se esfuman en poco tiempo?) se dirigían con sus bolsitas de plástico llenas de alimentos y ropa rumbo a la parada del autobús que las dejaba cerca de la prisión…

Allá iban estas mujeres con la ropa limpia y los alimentos que la mayor parte de las veces compraban a «crédito» (fiado) porque en mi barrio por aquellos tiempos escaseaba el dinero y el trabajo bien remunerado; era por eso que muchos estaban precisamente en la cárcel y no porque fuesen «vagos», «viciosas» y «maleantes»… no todos quisieron sumarse a la diáspora de la emigración (como mis padres) o el exilio… y antes que aceptar la explotación del trabajo asalariado o la dictadura del mercado postfranquista decidieron«robar» o «tomar las armas» contra todo ese orden de cosas…

Estas mujeres que compraban «fiado» y desfilaban como un ejército silencioso con sus bolsitas de plástico con destino a la cárcel, y que en muchas ocasiones se privaban de comer ellas mismas; pero que a sus hijos, hermanos y maridos su paquetito de ropa limpia y comida no podía faltarles eran la encarnación misma del amor y la solidaridad… yo amaba y sentía un enorme respeto por ellas.

Una de estas mujeres (abuela y madre) se llamaba, o la llamábamos, Doña Cristina…
Una viejita arrugadita de rasgos agradables y risueños… tan bajita que las bolsas de plástico que transportaba llegaban casi al suelo, haciendo que cada paso que daba semejase un esfuerzo sobrehumano… en más de una ocasión la ayudaba a transportar las bolsas hasta la parada del autobús…

Doña Cristina tenía un hijo en la cárcel desde hacia doce años… su hijo había robado algunos coches (en la época de Franco) que luego había vendido a piezas, tanto a chatarreros como mecánicos para ganar algo de dinero… Su hijo fue uno de esos (miles de…) presos que no se beneficiaron de la «amnistía política» de finales de los setenta… su hijo era además uno de esos rebeldes organizados en la Copel (ya por entonces en declive) de los que nadie quería saber nada…

Si mi familia era «pobre», esta familia vivía en la más absoluta de las indigencias… Las condiciones infrahumanas en las que sobrevivía esta mujer (junto a los hijos de sus hijos, y su hija, y sin «marido» o cualquier tipo de apoyo económico) me indignaron de tal modo que decidí ayudarla…

Corría el verano de 1982…

Como cada mañana se ponía en movimiento un enjambre humano que se dispersaba en todas direcciones como hormiguitas hacendosas… hileras y grupitos de hombres, mujeres y niños rumbo a sus puestos de trabajo y colegios… Era fácil descifrar por sus atuendos y uniformes sus oficios y escuelas, incluso la «clase social» a la cual pertenecían…

Eran escasos los trabajadores que acudían al trabajo con coche propio… la mayoría usaba el transporte público o se levantaban un poco más temprano y se iban a pie…
Me encontraba sentado al volante de un Seat 131 que había robado esa misma noche en la otra punta de la ciudad… mis amigos estaban con la mirada tensa observando cada movimiento en las calles adyacentes al Banco: cada coche, cada persona, todo…

Yo observaba a la empleada de limpieza que entraba a esa hora temprana al Banco: el pañuelo en la cabeza que cubría sus cabellos; los guantes de goma amarillos; un pequeño cubo de plástico donde con toda probabilidad guardaba los productos de limpieza y sus utensilios de trabajo… Me recordó a mi madre que estaría haciendo lo mismo que esta mujer sólo que en otro país… a 2.500 km de distancia…

Toni me toca en el hombro y me dice que ponga el coche en marcha, pues aquí estamos dando el cante parados delante del Banco…

Toni era conocido como «el zurdo»… años más tarde fue encontrado asesinado junto a su compañera Margot… ambos con un tiro en la cabeza; se comentaba por la calle que fue obra de la policía; de la Brigada antiatracos de Vigo…

Toni era quince años mayor que yo; tendría sobre los treinta… hacía poco que había salido de la cárcel y pertenecía a un grupo de personas que se encargaban de apoyar y difundir las luchas de los presos…

Siempre me había gustado su forma de ser… no hablaba demasiado y cuando lo hacía solía ser muy concreto… Moure (que años más tarde se suicidó) que se encontraba sentado a mi lado en el asiento del copiloto me guiña el ojo sonriendo mientras limpiaba la grasa de las armas que tenía en su regazo…

También Moura pertenecía a este grupo de solidarios con los presos; y como Toni era mayor que yo, y había estado en la cárcel…

Nos dirigimos hacia la periferia de la ciudad ya que por allá no solía haber tanta presencia policial… al fin y al cabo a los pobres no había necesidad de «protegerlos» de su miseria… el dinero estaba en la ciudad, en los Bancos…

Una vez en el monte salimos del coche y estiramos un poco las piernas… Llevábamos toda la noche dando vueltas con el coche y estábamos cansados y con sueño…

Toni coge un palito y comienza a dibujar en el suelo las posiciones que tomaríamos y los pasos a dar durante el atraco… del mismo modo debatimos la carreteras y caminos a elegir durante la fuga, después del atraco…

En esta primera acción yo tendría que permanecer en el coche y «cubrir la retirada» en caso de que llegasen los maderos… para tal cometido Moure me entrega un rifle de repetición marca «Winchester» que me recordaba mucho a los que llevaban los «vaqueros » en las pelis de Hollywood…

Una vez aclarado todo nos metemos en el coche y vamos rumbo hacia nuestro objetivo… Cada uno de nosotros está inmerso en sí mismo, es el momento donde ya no hay nada más que decirse pues todo se ha dicho con anterioridad: silencio total, concentración absoluta, una tensión difícil de describir…

Llegamos… me encuentro a unos metros del Banco… Toni me manda detener el coche… aún no había detenido el coche y veo salir a Toni como impulsado por un resorte… el pasamontañas calado y la pistola en su mano izquierda mientras grita: «¡¡¡venga, vamos, vamos!!!» Moure le sigue unos pasos atrás, también encapuchado y armado de un revólver…

Los veo desaparecer en el interior del Banco… algunos transeúntes quedan estupefactos viendo estas escenas; miran para el Banco y miran hacia mi dirección…
No sé exactamente qué se supone que debo hacer con los «mirones», pero para quitarme el nerviosismo que tengo decido bajar del coche y hacer algo… agarro el rifle y les suelto algo así como: «¡¡¡venga cabrones, largaos antes de que me líe a tiros!!!»

Yo estoy con la cara descubierta… tan sólo unas gafas de sol cubren un poco mi rostro. Por suerte no fue necesario repetir las amenazas; los espectadores se retiran del escenario… Me quedo fuera del coche mirando hacia el Banco y apuntando con el rifle hacia las calles por donde pueden aparecer los esbirros… mi corazón golpea furioso en el pecho; tengo ganas de mi inhalador de asma pero recuerdo que lo olvidé en casa… me sudan las manos… los minutos se hacen eternos… si aparece la madera estoy dispuesto a disparar… eso es lo que hemos acordado… me digo a mí mismo que la próxima vez yo no me quedo en el coche… prefiero entrar en el Banco… al fin veo salir del Banco a mis amigos que vienen corriendo en dirección al coche… salto dentro, echo el rifle en el asiento trasero y los recojo…

En el coche se libera toda la energía y tensión acumuladas en los momentos precedentes… Mis amigos se ríen yo también… hacen bromas sobre mi aspecto con el rifle y las gafas de sol… vamos a toda velocidad por la ruta que habíamos previsto con anterioridad… los dejo en el punto convenido donde se ponen a salvo ellos, las armas y el dinero… yo tengo que deshacerme del coche lejos de nuestra «base»… tengo por costumbre quemar los coches…

Unos días más tarde la señora Cristina encuentra en la puerta de su casa una bolsa con 150.000 pesetas de la época… En el barrio aparecen pintadas con una pintura roja: «¡¡¡Amnistía total!!! ¡Todos los presos a la calle!»

Los izquierdistas del barrio hablan de los «presos políticos»… la gente del barrio no les entienden… al fin y al cabo los «presos políticos» ya fueron liberados en dos amnistías parciales… hablan de «solidaridad», de «libertad», de… pero sólo para los presos de sus organizaciones… ¿y los presos del barrio?

Yo no asisto a las reuniones «políticas»… tengo 15 años y no entiendo lo que dicen… además siempre hablan los mismos… hablan como «los tipos de la televisión»…
Me despido con un abrazo de mis amigos… tienen reunión… yo estoy planeando robar un almacén de productos alimenticios (Revilla) para repartir la comida por el barrio… lo que lograré coronar con éxito…

—Llamadme cuando planeéis otra acción… la política no me interesa…—
Durante más de dos años logramos expropiar con éxito más de veinte sucursales bancarias, una docena de gasolineras y otras acciones del género…

Ya han transcurrido casi 30 años de estas escenas, de estas cosas, de estos «discursos»; y, sin embargo, parece ser un tema «actual» esto de diferenciar a los presos…

Es absurdo considerar que sólo los presos con conciencia política son dignos de nuestra «solidaridad» como si los hijos de la señora Cristina no fuesen también resultado de la prepotencia del Sistema… como si los «lumpen» fuesen incapaces de extraer conclusiones sobre sus experiencias y condiciones… como si su falta de «instrucción» y «cultura»; de dinero y apoyos no fuesen de por sí suficiente castigo y ostracismo…

Estas diferencias en la cárcel no sirven para nada, no son relevantes porque la arquitectura carcelaria se encarga de «mezclar» a los presos no en base a su «ideología política» sino a todo lo contrario… el tiempo, la arquitectura, «el personal», las condiciones, la mentalidad, los individuos… todo está construido artificialmente… construido de tal modo que las relaciones de poder y fuerza son la consecuencia del «funcionamiento cotidiano» es decir: la alienación, la prepotencia, etcétera.
Como mecanismo de defensa (o mejor autodefensa) tanto dentro como fuera (el Sistema es el mismo a uno y otro lado del muro) de estas falsas «separaciones» (compartimentaciones) es la organización informal… y ésta no se basa «sólo» para y con las acciones; sino que toda actividad responde a una «organización de tareas» que persiguen dos fines simultáneos, a decir: «vivir nuestra vida, hoy y ahora»; y no obstante marcarse fines más «ambiciosos» que «transciendan» nuestra propia «individualidad» y que tampoco significa enajenar o alienar al individuo en aras de no se sabe bien que tipo de «comunidad» o «comunismo»…

Aquello que deseamos… o al menos yo lo deseo… es que desaparezcan las relaciones de poder, basadas en la fuerza… que se viva y actúe tal y como nos lo dictan «las entrañas»… que veamos a «los demás» no como «objetos» y/o «sujetos» sino como individuos…

La libertad no consiste en «alienar» al otro sino en comprender aquellos «intereses» y deseos que compartimos juntos en aras de la libertad común… y, en este sentido, vivir/organizarse y actuar/pensar en común sin «renunciar» a sí mismo… sin delegar, participando, manchándose las manos, implicándose, aceptando «responsabilidades», etcétera, etcétera…

No existe una sola organización que esté por encima de mi libertad individual… y tampoco quiero formar parte de una revolución en la que no se pueda bailar.

Gabriel Pombo da Silva

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