EL MOVIMIENTO POR LOS CENTROS SOCIALES

ELEMENTOS IDEOLÓGICOS DEL MOVIMIENTO POR LOS CENTROS SOCIALES

Los movimientos sociales clásicos, es decir, los llamados viejos movimientos sociales, son fruto de una situación específica del capitalismo en el siglo XIX. La fuerza de la industrialización en Occidente, con la explosión demográfica, la proletarización de masas de trabajadores y la reorganización espacial de las urbes de forma funcional a la producción-acumulación capitalista, fue el basamento sobre el cual aparecieron modelos de acción colectiva como el movimiento obrero o el antiguo movimiento feminista. Por otro lado, los llamados nuevos movimientos sociales surgen en un contorno diferente. El proceso de crecimiento en torno a la industrialización está ya fuertemente afianzado y, después de los conflictos bélicos y reestructuradores de la primera mitad del siglo XX, los estados occidentales mantienen la paz social. Las fracturas y las clases sociales, que antes eran un referente esencial para muchas personas, ceden terreno. El Estado del Bienestar mantiene a la población integrada y desmovilizada, y los viejos movimientos sociales están quizá institucionalizados y adormecidos. «Las diferencias entre viejos y nuevos movimientos sociales se definen por cambios macroestructurales como el reblandecimiento de la lucha de clases» (Dieter Richt). En esta situación de parálisis social general, reforzada por la espada de Damocles de la tensión entre bloques (Este-Oeste), aparecen poco a poco en escena los nuevos movimientos sociales. No responden, al menos explícitamente, a los mismos problemas que antiguamente. El movimiento ecologista, por ejemplo, es fruto del crecimiento de la industrialización contaminante; el movimiento pacifista, de la carrera nuclear. En las últimas décadas del siglo XX, el capitalismo es generador de conflictos difícilmente manejables en los modelos de respuesta clásicos. Para decirlo con palabras de J. Hardy, «los nuevos movimientos sociales nacen de la incapacidad del capitalismo para dominar toda una serie de problemas, mientras los trabajadores están cada día más divididos». Y de parecida manera se pronuncia C. Offe: «una reacción a un nuevo tipo de problemas provocados por los efectos colaterales negativos del crecimiento industrial y del desarrollo tecnológico, que no son tomados en consideración por los grupos de interés, ni por las estructuras de gobierno existentes.»

Pero no debemos obviar otros elementos que resultan también explicativos a la hora de acercarse a estos movimientos. Analistas como Hildebrandt, Dalton o Inglehart consideran que los valores son fundamentales en este caso. Así, consideran que hay un conflicto entre una política basada en valores «materialistas» (seguridad, bienestar material) del que participaría la organización tradicional y una nueva política basada en preferencias postmaterialistas (calidad de vida, entorno ecológico). También debemos contar con el elemento premoderno que late en muchas manifestaciones de los nuevos movimientos sociales: hay un enfrentamiento con los factores alienantes de las sociedades modernas y un componente de búsqueda de raíces y tradición. Es un sentimiento difuso contra el progreso en general, que se considera productivista, burocratizador y alienante. Estos elementos son comunes, sin duda, en la mayoría de los movimientos sociales surgidos a finales de siglo. Sin embargo, la complejidad de la realidad social nos obliga a un seguimiento más cuidadoso. En especial, el movimiento por las ocupaciones posee unas especiales características que lo hacen mas difícilmente encasillable.

PECULIARIDADES DEL MOVIMIENTO POR LOS CENTROS SOCIALES

Al no ser un movimiento ampliamente extendido nos encontramos con que tradicionalmente no ha despertado la curiosidad de los expertos; tampoco dentro del mismo movimiento ha habido una producción teórica importante.

Las obras elaboradas en la RFA por observadores y participantes en el movimiento de okupaciones constituyen hasta la fecha el único intento de realizar una reflexión profunda sobre el contenido del discurso de las okupaciones, eso sí, en el marco mucho más general de lo que se define como «movimiento alternativo» .

Los movimientos sociales cuestionan, según Touraine, dos aspectos de la sociedad: el sistema político y los modos de producción. Si atendemos al movimiento por las okupaciones, en su expresión de creación de centros sociales, podríamos decir que cuestionan dos facetas: normas políticas y formas de apropiación. En este sentido es un movimiento «total». El movimiento antinuclear niega, por ejemplo, la necesidad de la energía nuclear y su crítica con respecto al resto del sistema es limitada. La mayoría de los Nuevos Movimientos Sociales siguen este esquema de funcionamiento: son fruto de una «negación parcial».

Los Centros Sociales son, a diferencia del movimiento antinuclear, una negación global, donde se produce una crítica al sistema normativo, económico y cultural del capitalismo. Este consciente enfrentamiento a la totalidad de las estructuras de poder supone la máxima originalidad de los Centros Sociales respecto al resto de nuevos movimientos. Sin embargo, ¿son portadores de un nuevo orden? Su escasa producción teórica, quizá debida a su debilidad real dentro de la sociedad o a su énfasis en la praxis, provoca una falta de alternativas sólidas a los conflictos que el capitalismo genera. El antiguo movimiento obrero tuvo en el socialismo en general la referencia de un movimiento diferente al cual dirigirse. Los Centros Sociales no proponen un nuevo sistema ya configurado, no están dotados de modelos alternativos, a pesar de proponer una transformación global. Pero no es esta una cualidad exclusiva, sino que parece ser algo común al resto de nuevos movimientos. El actual paradigma describe la acción colectiva como algo más espontáneo que hace décadas. Es la consecuencia de las experiencias del movimiento obrero respecto al comunismo y sus intentos históricos de llevarlo a cabo. Situándonos en la historia debemos entender que es el reemplazo de una época de certezas y referentes ideológicos claros por otra, de espontaneidad, de innovación en las prácticas políticas y objetivos finales difusos.

CENTROS SOCIALES Y REVOLUCIÓN

Los nuevos movimientos sociales, en virtud de su crítica sectorial del mundo en que vivimos, han abandonado las menciones a una revolución social. Desde su perspectiva voluntariamente subjetiva y particularista no es posible plantear la transformación total. Confían poco en la vía revolucionaria, armada y violenta; pero mucho menos en la transformación Iegislativa. Los Centros Sociales se sitúan al margen de la intervención política institucional. Su opción no es, sin embargo, la de presión a favor de reformas. Desde el concepto de «reapropiación de espacios» tratan de llevar a la práctica, desde ya, la transformación de todas las relaciones sociales. Los Centros Sociales serían el «medio físico de apoyo a un cambio social», tomando una cita de T. Rodríguez Villasante. La idea central respecto a la transformación es la de arrancar espacios al sistema, ayudando a la creación de un «contrapoder». El modelo de cambio perseguido no es centralizado y dirigista sino que, por el contrario, es disperso. En palabras del colectivo Lucha Autónoma, es la «creación propia de la base, el “tomar y hacer”». Para R. Fernández Durán, es «la revolución continua y multidimensional», la «transformación desde ya de la vida cotidiana», la inmediatez del cambio. No es una opción revolucionaria tradicional, sino un modelo de cambio centrado en la defensa y multiplicación de espacios no sometidos, en la medida de lo posible, a las leyes capitalistas.

De esta manera, ¿cómo calificaríamos al movimiento por los Centros Sociales? ¿Es un movimiento instrumental o expresivo? Dalton y Kuechler establecen esta diferencia: la lógica de acción de un movimiento es instrumental cuando su estrategia se dirige al poder político establecido; es expresiva cuando su acción se dirige a la identidad colectiva abarcando desde la divergencia reformista hasta el desafío contracultural. Como vemos, en la lógica de los Centros Sociales encontramos referencias a los dos tipos de acción. Se sitúa en una posición ambivalente, al dirigirse contra el sistema político y económico y a la vez generar una subjetividad propia mediante la constitución de una cultura alternativa. Hay, por lo tanto, una «reapropiación directa de mercancías que necesitamos pero que la estructura del mundo nos niega» y, por otra parte, hay una «socialización personal, una producción de subjetividad alternativa y una constitución de puntos de referencia de redes sociales al margen del poder.»

EL ESPACIO DE LOS CENTROS SOCIALES

La lógica de acumulación y monopolio del sistema capitalista impone la aparición de grandes urbes. Son «el medio espacial de concentración y acumulación en el actual modelo productivo». Las grandes ciudades se levantan sobre la segregación espacial y la dependencia en su configuración de las premisas funcionales a la producción económica.
La especulación tiene como consecuencia el mantener edificaciones vacías a la espera de que su precio aumente y así poder recoger mejores beneficios. Las grandes ciudades contemporáneas están llenas de viviendas vacías y locales de todo tipo sin uso alguno. Estos son los espacios donde este movimiento se establece. Los lugares escogidos, siempre deshabitados, están sometidos a un proceso de especulación, de tal manera que, con la okupación, se prioriza su valor de uso sobre la lógica mercantil de cambio.

Las grandes ciudades, con sus gigantescas vías de acceso, sus rascacielos omnipotentes, su tráfico enloquecido, etc. son los puntos frágiles del sistema. Al ser el punto de encuentro de tensiones y contradicciones fundamentales, albergan también intentos de confrontación y lucha. Esta interpretación de las metrópolis modernas está presente en los textos que circulan en el movimiento por los Centros Sociales y se complementa en buena lógica con la necesidad de desestructurar esas metrópolis, contraponiendo una lógica de descentralización y autonomía por barrios. En razón de esa lógica, el movimiento, poco a poco, va consolidando una actividad dirigida al espacio inmediato de convivencia colectiva, el barrio. Esta actividad se resume en «reconstruir y consolidar los lazos sociales que son los que verdaderamente dan vida e identidad a los barrios».
Con esta defensa, el movimiento consolida su camino en la búsqueda de raíces sociológicas. Lo que comenzó como un intento de automarginación (como se desprende de los primeros manifiestos) trata ahora de establecerse dentro de una tradición de lucha.

En un texto titulado «Propuesta de intervención social» se dice: «al fin y al cabo esto, de siempre, ha sido parte de una cultura popular; sólo tenemos que recuperar la memoria (sin caer en nostalgias) para no aparecer como bichos raros, sin conexión con ninguna realidad cercana».

CLASES SOCIALES, ¿RECOGIENDO LA ANTORCHA?

Como ya hemos visto en páginas anteriores, los nuevos movimientos sociales reclaman, a lo largo del siglo XX, un cambio en los elementos condicionantes de la acción colectiva. El lugar central de las relaciones y de los conflictos sociales se ha desplazado del campo del trabajo. En la actualidad existen conflictos que difícilmente encajan en el binomio tradicional del enfrentamiento obrero-empresa. El argumento utilizado por los nuevos movimientos sociales es que con la redistribución de los medios de producción no se solucionan los actuales conflictos. La insumisión al servicio militar obligatorio en nuestro Estado constituye una buena muestra de ello. Es decir, estos movimientos se sostienen sobre otras líneas de fractura no explícitamente clasistas: la contaminación del entorno, el derecho de autodeterminación, la alienación en la vida moderna, etc. Tampoco existe un único sujeto oprimido, de ahí la pluralidad de los movimientos sociales. Ramón Fernández Durán lo explica así: «la uniformidad de la masa es desplazada por un complejo número de agentes de resistencia y transformación, caracterizados por una diversidad de subjetividades».
La conclusión que debemos extraer es que el concepto de clase oprimida (proletariado industrial) se diluye en una concepción más amplia y difusa. En el movimiento por los Centros Sociales se interpreta que existen múltiples formas de estar oprimido por el sistema y en muchos casos los trabajadores asalariados no se llevan la peor parte. Aparecen una pluralidad de colectivos (inmigrantes, amas de casa, trabajadores en precario…) que se sitúan fuera de la «protección» del Estado del Bienestar. Todos estos colectivos, marginados, excluidos o simplemente debilitados, no constituyen específicamente una clase social, ni tampoco tienen una producción cultural unitaria, a pesar de ser la parte desfavorecida. Los Centros Sociales, dirigiéndose a estos sectores difusos de la sociedad, no abanderan una lucha de clases, pero sí una confrontación entre dos dimensiones diferentes: lo «social» versus lo «político». Desde la defensa de todo lo que refuerce lo social se pretende establecer una subjetividad enfrentada a lo político (representado por el Estado, la economía capitalista…) El antagonismo es un concepto central en la ideología de los Centros Sociales. Se va a tratar de romper el consenso universal en torno al sistema que éste consigue por mecanismos ideológicos de integración simbólica. Antagonismo y lo social versus lo político constituyen, a nuestro parecer, la revisión de los conceptos de clase social y lucha de clases (estos respecto a la producción y aquellos de forma más indefinida).

Pablo Iglesia Gutiérrez
(Madrid)


A MODO DE EPÍLOGO: «DE CHAPUZA EN CHAPUZA HASTA LA VICTORIA FINAL»

No podemos dar por concluido este examen sobre la idea de los Centros Sociales Okupados sin una mirada crítica sobre sus contenidos. Lo que presentamos a continuación es una serie desordenada de reflexiones, algunas propias y otras hurtadas (que serán convenientemente señaladas), que no tiene ninguna carga peyorativa o de desprecio. Nada más lejos de la realidad.

Ningún movimiento social, ningún sujeto que trate de transformar la realidad, parece estar libre de contradicciones. Esto es algo que pesa a todos por igual y el movimiento por los Centros Sociales no es, por supuesto, una excepción. A pesar de autoproclamarse «espacios liberados», concepto de función ideológica más que otra cosa, en el interior de los Centros Sociales existen esas relaciones que se tratan dc superar. Tenemos el caso de las fiestas y conciertos, capítulo esencial en los calendarios de los Centros Sociales; a pesar de que los beneficios obtenidos se anuncian como no lucrativos (el dinero es para causas sociales), el día a día demuestra que se convierten en vehículo de financiación para colectivos del entorno de los Centros Sociales. La consecuencia inmediata es que los colectivos y grupos organizados «alquilan» el espacio cada vez que necesitan dinero.

Y parece que hemos dado con otra contradicción. La forma dineraria no desaparece, ni siquiera la relación mercantil. El texto que cotitula este epílogo habla del hecho de que para muchos, los Centros Sociales se quedan en un sitio «enrollado» con la bebida barata: una especie de sustituto «popular» de la discoteca. Un lugar «mejor que otros» donde gastarse la paga de la semana. «Nuestra postura tiene un fuerte componente de imagen» y pierde mensaje político. «Reproduzco una imagen, no su contenido», dice el texto.
Otra de las contradicciones entre teoría y práctica tiene que ver con la inserción en la dinámica del barrio. Diremos que se producen espacios aislados y con poca interacción con otras realidades políticas y sociales. Seguimos siendo unos bichos raros que como máximo podemos lograr una limitada y débil simpatía ante el vecindario.

También hemos de referirnos a la estructura organizativa. Comprendemos de hecho que el asamblearismo es la forma ideal y más democrática de funcionamiento colectivo. Sin embargo, el movimiento por los Centros Sociales incurre en una simplificación, a la vez que pasa por alto determinadas complejidades de la conducta grupal. El hecho de que se exteriorice una horizontalidad y se formalice una igualdad de todos los elementos de la asamblea no supone que eso se dé en la realidad. J. Fresnan, militante feminista norteamericana, señala cómo estas estructuras en el movimiento feminista han provocado una serie dc problemas debido a lo que ella denomina «estructuras informales» (redes de amigas, personas con capacidad de habla o convicción, frente a otras, por ejemplo, sin tiempo para invertir en reuniones o con menos «labia»). Hemos de señalar, sin embargo, que el movimiento por los Centros Sociales es consciente de este hecho y trata cada vez más de atajarlo.

Dos últimas ideas para concluir. La poca producción teórica constituye, a nuestro parecer, uno de los más terribles fallos del movimiento. La importancia de la práctica, del hacer, no es óbice para la reflexión. Es más, sin esta producción teórica no se puede sino divagar. La poca teoría existente de forma específica sobre los Centros Sociales tiene la ventaja de la diversidad, de la multiplicidad de perspectivas y, con ello, de la amplitud de personas susceptible de apoyar este proyecto. Sin embargo, con una teoría ni rígida ni dogmática permanecerían estas virtudes.
Pensamos, por último, que los componentes teóricos lanzados por este movimiento y recogidos en este trabajo no reflejan un esfuerzo analítico profundo (quizá si autocomplaciente), ni un llegar al fondo del funcionamiento de las estructuras de dominación.

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