“La enfermedad ha sido durante mucho tiempo una fatalidad individual o una desgracia social cuyo posible alivio dependía del conocimiento médico y de una caridad privada progresivamente sustituida por la potencia pública. La salud pública es ahora un asunto económico por partida doble. De una parte, porque la economía mercantil, por su triunfo sobre las antiguas condiciones naturales -ya desaparecidas en todas partes- que produce “strieto sensu” la vida y la muerte del hombre moderno, se revela de alguna manera como un problema de salud, e incluso como un problema para la salud. Nadie ignora balo nuestras latitudes que lo que come, bebe, respira, en fin, las condiciones generales de su vida cotidiana sobre las cuales habitualmente no tiene poder, constituye una amenaza para su “capital-salud”, según la poética expresión del momento; y a cada instante se nos recomienda mejorar su gestión renunciando a tal o cual costumbre antigua que se ha vuelto nefasta y de la que podemos basar su nocividad en las cuentas generales de la nación. De otra parte, más directa y crudamente, la salud pública se ha convertido en un asunto económico accediendo a la dimensión y cualidad de industria; Francia, por ejemplo, consagra a ella más del 8% de su producto nacional bruto, suma considerable y en rápido aumento, superior al doble de los gastos militares. Como en toda industria, la única preocupación consiste en la conquista de mercados respondiendo a necesidades existentes y creando nuevas necesidades en campos esenciales de la ingeniería médica y de la química, todo ello gracias a todos los recursos del marketing y de la corrupción.”
(Jacques Philipponneau, Relación del envenenamiento perpetrado en España y camuflado bajo el nombre de síndrome del aceite tóxico, ediciones de l’Encyclopédie des Nuisances, París, 1994.)
Con motivo de su comparecencia con José Bové y Francis Roux, dos de sus camaradas de la Confederación Campesina, durante el primer juicio del maiz transgénico, el 3 de febrero de 1998
Señora Presidenta del Tribunal, Señores:
Las líneas anteriores provienen de un excelente trabajo publicado en 1994 y consagrado a una notable manipulación, que emprendieron, no sin éxito, el Estado, los expertos y la Justicia españoles, en estrecha colaboración con la multinacional agroquímica Bayer, con el fin de disimular bajo el nombre de síndrome del aceite tóxico la prosaica responsabilidad de un organismo fosforado, el Nemacur 10 de la firma Bayer, utilizado en el tratamiento de tomates, en la muerte de más de mil personas y la enfermedad o la discapacidad (ceguera, atrofia muscular, parálisis permanente) de otras decenas de miles en 1981 y 1982.
En otros tiempos, tal libro hubiera debido imprimirse sin duda en Génova o Amsterdam. Pero ya podemos publicar todo aquí, y más que nada cualquier cosa. Ahí está el incomparable progreso de lo que hoy no tememos nombrar como democracia y que, para mantener diversas falsedades que remiten finalmente a una mentira central a la que le hemos dado este bonito nombre, prefiere, siempre que es posible, cubrir con la sonorización del espectáculo la música de la verdad. Así apareció este libro; bajo cuerda, en suma, pero supo encontrar sus lectores.
Si lo cito, no es únicamente porque su tema tiene mucho que ver con lo que nos ocupa en este juicio; sino también porque las técnicas de dominación evolucionan muy deprisa, incluso más deprisa que las curvas del paro o las ganancias de la productividad, que imponen a todos los que no están del lado bueno del mando responder rápidamente a las preguntas que hacía implícitamente hace menos de cuatro años: ¿Todavía es posible hacer entender la verdad cuando tantas potencias, de estado o de dinero, se unen para ocultarla? ¿Cómo, cuando estamos del lado de los ensordecidos, de los sin voz, obstaculizar las maquinaciones que los mercaderes y sus secuaces urden a la luz del día en la insolente certidumbre en la que se encuentran, no teniendo necesariamente razón sino, no siendo contradichos? ¿Cómo conseguirlo en caso de urgencia?
Tratándose del maíz transgénico Novartis y de la indignante complacencia con la que al Estado francés le pareció oportuno autorizar su comercialización y cultivo, mintiendo sobre la opinión emitida por el Comité de Prevención y Precaución nombrado por él mismo, unos campesinos, estos seres extraños que se imaginan más cualificados para alimentar a los hombres que la industria farmacéutica y química, camaradas de la Confederación campesina en todo caso, consideraron que urgía alzarse contra quienes querían imponer el hecho consumado.
Dirigiéndose a Nérac el 8 de enero de 1998 para desnaturalizar maíz transgénico Novartis con el fin de declararlo no apto para su comercialización, han propuesto, sin ninguna duda, una respuesta a las importantes preguntas que mencionaba antes, que estoy cerca de encontrar ejemplar. Me jacto de haber participado en ello. Como me honro en haber utilizado desde entonces, como hombre libre, los medios que me parecieron útiles para dar a entender a la mayoría el sentido con el que hemos cumplido este 8 de enero.
No lo he hecho solo. Además de mis camaradas de la Confederación Campesina y de la Coordinación campesina europea, muchas personas honestas y valerosas en todo el planeta se consagraron a ello las tres últimas semanas con los pobres medios de los que disponían. Estarán ustedes de acuerdo en que no ha sido en vano: miles de niños, de mujeres y de hombres que nos hacen a José Bové, Francis Roux y a mí mismo, una especie de arco de honor ante este Tribunal, los centenares de testimonios de solidaridad y de ánimo, franceses, europeos e internacionales que hemos recibido, de esta sala creo que también, los miles de peticiones de apoyo que se firmaron en tan poco tiempo testimonian que hemos trabajado bien y que nos han entendido.
Deseo hacerme entender aquí también, aunque esta declaración ha sido preparada con prisa, un poco relegada respecto a otros preparativos de este juicio, y no es todo lo rigurosa que hubiera debido ser. Quiero precisar hasta qué punto agradezco a los testigos que hemos llamado el haber aceptado decir aquí sus convicciones. Quiero manifestar el hecho de que esto no implica en nada que aprueben o no el método que elegimos para crear las condiciones del debate.
Comparto ampliamente los puntos de vista expuestos por estos brillantes testigos sobre los riesgos y los peligros que hacen que el cultivo y el consumo de las plantas que provienen del genio genético tal y como las proponen hoy las firmas supongan un peligro para la salud humana, la salud animal, el medio natural, el recurso del agua y la biodiversidad. ¡La investigación mercenaria no tuvo otra meta -mejora de cualidades nutritivas, dietéticas, lo que queramos- que elaborar una mercancía aprovechable y fácil de vender con el pretexto más aparente, que autorizaría ganancias en la productividad!
Hemos escuchado también a los testigos subrayar el caso que el gobierno francés ha hecho de un Principio de Precaución del que no habíamos podido imaginar que iba a imponerse a los gobernantes por prudencia política, sino por sentido moral.
Quiero creer que por fin hemos asimilado lo que muchos de ellos han dicho del sentido que conviene dar a la ofensiva de las multinacionales farmacéuticas y químicas para imponer y luego conquistar el mercado de las semillas transgénicas; y en qué manera esto afecta tan de cerca al derecho de los pueblos a la autonomía en la alimentación, en cuanto al objetivo final de los mercaderes de veneno: lo patentable del ser vivo que quiere abolir la práctica inmemorial de los campesinos, que reproducen su propia semilla, al provecho de los accionistas de dichas multinacionales.
Con gusto añado una observación. Si, como deseamos, el gobierno francés retoma su decisión e instaura una prórroga general sobre la utilización de organismos modificados genéticamente en agricultura hasta que los verdaderos experimentos (que suponen un confinamiento y no este experimento a escala humana que ciertos Dr. Strangelove, e incluso en la investigación llamada pública de este país, no temen considerar como una oportunidad) averigüen en un tiempo suficiente, OGM tras OGM, su inocuidad y las ventajas reales que conviene esperar. Si después de esto la Unión Europea adopta en su totalidad una posición de responsabilidad frente a las presiones de los Estados Unidos y de la Organización Mundial del Comercio, el riesgo de una diseminación incontrolable de OGM vegetales permanecería todavía, particularmente en los países más vulnerables, quiero decir aquellos que nombramos sin pudor en vías de desarrollo. Las técnicas de genio genético no se destacan de la industria pesada. Investigadores competentes, si osamos decirlo, laboratorios muy convenientemente dotados por el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial trabajan sin control en varios países. ¿Qué tormenta del desierto será necesaria llevar a cabo con los monstruos que incuban? ¿Cuántos pueblos de indigentes habrá que secuestrar? ¿A quién habrá que juzgar?
Más allá del escarnio involuntario -bonito como el encuentro fortuito entre un sindicalista de Novartis con un comité de parados en el ágora de una urbe democrática- que podríamos encontrar al tener que tratar tal tema ante un Tribunal correccional, quiero decir a quienes les hubiera chocado, qué pertinentes me parecieron los acentos propiamente versallescos del Señor Procurador adjunto cuando comparecimos el 9 de enero en lo que hace poco se llamaba todavía una audiencia en flagrante delito. No siendo especialista en oratoria judicial, me impresionó vivamente el vigor de sus propósitos que denuncian en nuestro trabajo la voluntad de enturbiar el orden público y atentar a la propiedad privada en el mismo momento en que, en todo el país, resurgían bajo forma de comités de parados estas clases peligrosas de las que ya no se esperaban sobresaltos y, hay que volver a decirlo, mientras nos habían interrogado a causa de un breve paro de solidaridad ante las oficinas de parados de Agen rodeadas por fuerzas antidisturbios.
Está dicho todo. Sin embargo, añadiré esto: me preguntaron hace unos días lo que pensaba de los tejedores de seda del siglo XIX. Querían, pienso, hacerme decir que se habían opuesto en vano a la irresistible marcha del progreso. Rompían los telares que reemplazarían a los hombres, y nosotros, finalmente me excuso, hemos desnaturalizado un poco, demasiado poco, del maíz transgénico en Novartis, porque si este producto industrial fuera difundido contribuiría, entre otras cosas, a continuar la supresión de los campesinos. ¿Dónde está la diferencia? No veo ninguna, salvo que quizá nuestra acción acaba por dar a los tejedores de seda de Lyon las razones que no podían concebir totalmente en su época.
Un mensaje de apoyo que nos ha llegado me parece resumir con lucidez todo esto. Dice que “en la versión ahora suicida del capitalismo, cada paso dado en el sentido del “Progreso” no sólo es un paso hacia la catástrofe. La amplitud del desastre, y la amenaza de su agravación, implican la naturaleza misma de una sociedad dominada por las relaciones mercantiles, de manera vital”. Proviene de una Asamblea General de parados celebrada en Jussieu el pasado 21 de enero. Son cosas que deberían hacernos pensar.
Al venir para participar con nosotros en el primer juicio público de una planta transgénica, ¿qué otras cosas dice esta multitud alegre y resuelta cuyo rumor nos llega esta tarde, sino que entabla al mismo tiempo el juicio de un orden social que ya no teme anunciar que asume el riesgo de envenenar a los hombres y a su planeta en nombre de los equilibrios financieros y de la libre circulación de mercancías?
He dicho varias veces que asumía mis responsabilidades. Lo repito. Lo que hemos hecho en Nérac el 8 de enero es perfectamente legitimo. Seguiré actuando en función de lo que me parece idóneo aún cuando las leyes tarden en admitirlo. Hace poco otros procesos, hoy bastante cerca de aquí, dentro de poco en otros lugares, prueban que unas concepciones diferentes se oponen radicalmente a este propósito. El mío está claro. Su juicio dirá el suyo.