El zoco alternativo se encuentra, de un par de años a esta parte, con un nuevo componente: la aparición de textos fotocopiados a bajo precio, lo que algunos llaman libelos, otros folletos y algunos panfleto.
La edición de esta guisa tiene múltiples ventajas: no requiere de grandes tiradas (y por lo tanto grandes inversiones de dineros, almacén…), no precisa el texto de gran extensión (hablamos de ediciones que raramente superan las 36 páginas), su fotocomposición puede hacerse en cualquier ordenador personal,…
Objetivamente tienen todas las cualidades para que los francotiradores de la crítica teórica nos regalen con interesantes cuestiones que quedan al margen de un formato más perenne como el del libro, o menos circunstancial que el de la revista. Bienvenidos sean. Lástima que en ellos se hayan reproducido las deficiencias características del espacio alternativo.
Nace el libelo
Con un buen comienzo, como fueron los cuadernillos elaborados por el colectivo Etcétera, donde las más de las veces aparecían traducciones interesantes de crítica a la tecnología, el sindicalismo, el trabajo, artículos desconocidos de clásicos en castellano (como el libertario Flores Magón, contemporáneo de Zapata) o de seguros valores actuales (el argentino Christian Ferrer…) o reediciones de textos publicados en el boom editorial anti-Transacción Democrática (como fue la reimpresión del “Quién mató a Ned Ludd” de los Zerzan, aparecido en la separata de los olvidados cuadernos “Nada”), pasamos a la actual aparición en aluvión de variopintos folletos.
Esta verdadera invasión libelar, obedece más a un activismo vacío de propósitos (salvo el de perpetuarse a sí mismo) que a una voluntad comunicativa. Retrocedamos.
La deriva de las distris
Hace una década las distribuidoras alternativas comenzaron a racionalizar la difusión de algunas revistas políticas, zines tribales y de autoproducciones musicales en formato cassette. Pronto comenzarían a centralizar también el proceso de edición musical, poniendo sus infraestructuras al servicio de los grupos locales.
Más tarde empezarían las producciones propias de las distribuidoras, que enfilaban así el proceso de convertirse en editoras, camino en el que algunas, alcanzando la mayor de las paradojas, se convirtieron en editoras de éxitos musicales para los canales comerciales, ingresos por los cuales han podido mantener el chiringuito militante (como ejemplo el caso de El Lokal de Barcelona, que gracias a sus ventas de productos resultones como Banda Jachís en una cadena de franquicias española consigue la financiación necesaria para su funcionamiento).
A esta deriva de las distribuidoras se añade la total saturación de autoproducciones musicales que imposibilita el conocimiento de los objetos en distribución, cuestión que se suple con la confianza en el saber hacer de las distribuidoras-editoras, ante la incapacidad real de un conocimiento crítico de las referencias musicales. [Hablamos de creación musical, regada de contenidos políticos, lo que da juego a la aparición de múltiples estilos musicales, aunque los más sean derivaciones de la actitud punk (aunque nos encontremos con punks, jarcores, thrasheros, rigis y todos sus cruces)].
Aunque también, una porción considerable de la edición, obedece a la necesidad de las propias distribuidoras-editoras de convertir en continuo un flujo de mercancías que asegure la supervivencia de la misma. Se da entonces una perversión en el sentido de que algunas ediciones se lanzan para perpetuar los canales de una distribución profesionalizada que precisa de un flujo constante para su pervivencia. Y si añadimos el hecho de que algunas distribuidoras son auténticas experiencias de autoempleo en la economía sumergida nacida alrededor de la comunidad radical, comprendemos mejor la aceleración de esta tendencia.
A finales de los noventa entonces, coincide en el tiempo un agotamiento por saturación en la distribución de las creaciones musicales de los grupos locales, con el fortalecimiento de los canales comerciales (como la aludida cadena de franquicias especializada en la escena “independiente”, o el afianzamiento de salas comerciales o institucionales que dan un hueco a esta escena, concursos que captan a los grupos locales,…)
Al mismo tiempo, se constata la despolitización creciente de la escena, que como reacción encumbra a los grupos del llamado anarco-punk. La insatisfacción, que surge de unas estructuras políticas (las distris) mayormente dedicadas a la difusión de creación musical, da pie al boom del libelo, que situamos inmediatamente posterior a las Jornadas de Distribuidoras antiautoritarias de Barcelona.
El desierto de prédicas
Al terreno abonado de los particulares de la distribución alternativa, se suma la ausencia objetiva de textos antiautoritarios por aquellas fechas: habían desaparecido físicamente los restos de las editoras que sucumbieron con “el cambio” socialista y el renacimiento editorial del 2000 no se había producido todavía (con sus experiencias colectivas como Traficantes, Etcétera, Likiniano o Diatriba, militantes como Literatura Gris, de creación como La Torre Magnética o Pepitas de Calabaza, cooperativas como Alikornio, o supervivientes de los noventa como Virus).
También aquí es determinante la aparición de nuevos impulsos en el campo de las ideas [como el surgimiento tras las detenciones de Córdoba de una estela de seguidores insurreccionalistas que tratan de introducir textos de la madura escena editora de folletos italiana (consecuencia lógica del sindicalismo sistémico de CGT y de la fosilización de la tradición anarquista y la posterior guettificación de CNT) o la reaparición estelar de un revalorizado post-situacionismo en la línea Ratgeb, (derivado del uso y abuso de los textos anclados en el Archivo Situacionista Hispano de internet, que ha contribuido a su pesar a fijar una ideología)], para que reaparezcan textos proselitistas en su mejor sentido.
El último ingredientes del cóctel se encuentra en el agotamiento de las revistas antiautoritarias, aquejadas de vejez en su fórmula de miscelánea [cuestión más perceptible cuando surgen iniciativas con un querer decir (por ejemplo, el primer número de Maldeojo)].
…Estos lodos
Tras todo lo dicho llegamos al momento actual donde confluyen gran cantidad de textos de carácter proselitista (reediciones de clásicos anarquistas, traducciones insurreccionalistas, préstamos pro-situs…), pero que, las más de las veces, su edición no obedece a una voluntad ideologizante, sino a la perpetuación de un flujo de mercancías, en manos de la ya descrita distribución profesionalizada (el colmo de esto es reeditar lo que otro colectivo o distri ha decidido dejar como agotado) o al activismo mecánico de muchos colectivos (donde se publican textos en evidente antítesis entre ellos).
Así, en la actualidad, las ediciones que nos saturan obedecen a la definición sistémica de información: por encima de aquella que nos aportaba criterios de novedad e interés, la actual es la de conjunto de signos emitidos (sin cualidades ni voluntad formativa).
Porque la gran diferencia con la edición y distribución musical reside en que la edición de texto ideológico debería suponer una adhesión a los contenidos del mismo y una apuesta por su aplicación. Frente a esto, observamos libelos editados con contenidos homófobos, darwinistas,… y otras mierdas, que ya superan el umbral de nuestra tolerancia.
Sumemos a todo esto que la progresiva influencia en la escena de las maneras universitarias, ante la falta de producción de un pensamiento en conflicto propio, supone la asunción de sus modos de hacer [en los cuales el pensar es oficio y no vivencia reflexiva de los hechos].
Hablamos, por ejemplo, del culto a los autores, que propicia la edición sucesiva de sus escritos aunque estos sean contradictorios entre sí o incluso reaccionarios (como ocurre con el penoso “Panegírico” de un postrero y ya deificado Debord o la reciente edición en castellano del último libro de Vaneigem “Por una Internacional del Género Humano”, texto que destila un podrido tufo a idealismo de primer mundo, culmen del maximalismo huero del autor: un texto que hará las delicias de los estudiantes de primer ciclo de Bellas Artes).
O de la sabiduría de solapa, herencia que nos ha llegado a través de los estudiantes de Periodismo, que aprendieron a repetir generalidades y a realizar el plagio escolar de las contraportadas de los libros. Esta práctica periodística, que sustituye con la reseña a la crítica valorativa, la constatamos en muchas de las publicaciones libertarias, al hablar de los libros o folletos editados (quizá su causa sea la ya citada superproducción y el deficiente voluntarismo de estas publicaciones). Así se recomiendan con lugares comunes y confiando en la bondad de la solapa, lo que podrían ser auténticos bodrios. (Escuela de esto sería la reseña en el periodístico Molotov de “Ocupación, represión y movimientos sociales”, típico libro de jornadas, donde profes ajenos a la escena, junto con algunos protagonistas, pontifican sobre la ocupación. Por arte del autobombo reseñil se convierte en reflexión y trabajo del propio movimiento. Intoxicador. Patético).
Adelante con los faroles
Con lo dicho, no queremos ofrecer una visión fatalista o puntillista, sino abrir un debate para en él decir en voz alta que la edición de texto político debe obedecer a una política editorial en la que se apueste decididamente por contenidos con voluntad formativa, y en la que se ha de ser responsable hasta las últimas consecuencias de las propuestas que en ellos se emiten.
Por algo apostamos por apropiarnos del término libelo (originalmente libro de pequeño formato en el que se difama a alguien), para resituarlo en texto breve y vehemente capaz de sacudir conciencias.
Reaccionemos. Las inercias burocráticas o militantistas pueden dejar en nada lo que deberían llegar a ser los zarpazos certeros del dardo libelar.
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