¡ADIOS, VENENOS PARA NIÑOS! ¡PUAF!

Potitos, chupachuses, muñequitas que les viene el mes o se les endereza con vistas a la educación sexual, modelos de autitos y motitas para que vayan aprendiendo las marcas, cuentecitos, peliculitas, videítos, suplementos dominicales para el Niño, telefonitos, y ordenadorcitos, relojitos para las tiernas muñequitas, que se les baja el pulso al pálpito real del Tiempo. Centros escolares, arenita urbana con sus toboganes en medio de los bloques de sus nichos, educación vial para que convivan con el Auto sin que los espachurre demasiado pronto, pediatras, pedagogos, psicólogos infantiles, leyes de Protección de la Infancia, Derechos Humanos para niños… ¿oís?: a vosotros, a vosotros digo, no andéis escondiendo la oreja por los rincones. Vosotros, con con esa fe os dedicáis a infundirles la conformidad con su futura muerte a las revoltosas, y relativamente inocentes criaturas, a sembrar lo más temprano posible futuro por la tierra, vosotros que os repartís todo según el ramo del negocio las funciones del rey Herodes, a vosotros, al despedirme de este mundo, os maldigo de todo corazón.
La verdad es que va a darme mucha pena desprenderme de la algarabía de los niños (me había tocado por detrás de la casa el patio de una escuela, que me quedaba oyéndolos a media mañana cuando salían al recreo, y era lo mezclado y sin número de su griterío, que a veces no se distinguía si voces de niñas o de los otros, lo que me encantaba, y más aún el que no eran míos, que gozaban de la gloria de no ser míos), mucha pena, sí , pero también el gran consuelo de que con ello voy a dejar de saber nada de vosotros, venenos, peste, sarampión perpétuo, SIDA para niños, domesticadores de la bestia paradójica de las crías humanas, que le renacen cabezas según se las vais cortando.

¿Qué sabréis vosotros lo que es un niño, lo que son niños ni niñas? Ah, pero funcionáis como si lo supiérais, con una fe mortal en que sabéis cuál es el destino de todos y de cada uno, con una prisa por cumplir la Orden, que no dais abasto a tanta pedagogía; que se hagan cuanto antes, a la cuenta del tiempo de las velitas de sus tartas de cumpleaños, unos hombres como Dios manda (o unas mujeres, con tal de que sean mujeres de hombres), y más aún, que sean ya ahora su futuro, unos hombrecitos, o al menos unas mujercitas, en fin, crías de Hombre, y no otra cosa.

Ya sé que también bajo el antiguo Régimen había escuela, y hasta palmeta y orejas de burro para el más lerdo: siempre ha habido escuela (vamos, desde el comienzo de la Historia, que de lo otro no se sabe), y, cuando a aquel niño de un pueblo de Jaén le preguntaban: “Y tú, ¿qué vas a ser cuando seas mayor?” respondía mohino; “Yo que no haiga escuela”, y se decía entonces: “La letra con sangre entra” (la letra, ¿eh?, que no la lengua, que ésa no tenía ni que entrar, y ni siquiera entrar al idioma de los padres costaba sangre), pero es que habéis progresado tanto, con los métodos de la dulzura democrática, con la pedagogía lúdica (ya les mandáis jugar, que se tomen hasta la clase como un juego, y conseguir así que se aburran jugando, mucho más que con el padrenuestro y la tabla de multiplicar), que sois insidiosos y venenosos como nunca.

Ni creáis que me crea yo que los niños son unos inocentes: “inocencia” es otra idea (para sostener la de “culpa”) de vuestras sucias imaginaciones. De ésos que oigo por la ventana, supongo que cada uno de por sí está gritando “¡Gol!”, o “¡Qué chandal más guai!”, o “Pues mi mamá es ingeniera”, o cualquiera de las idioteces que les mandan; pero todo eso se pierde en el aire, y me llega sólo la pura algarabía, donde oigo palpitar la razón común, que nunca muere. ¿Sabíais vosotros, infames, que cada vez que nace un niño a este mundo trae consigoun aliento de verdad y vuelve a darse entre nosotros el milagro de la encarnación del verbo?
No: eso es lo que vosotros, servidores del Futuro, no sabréis nunca; no os lo podéis permitir siquiera sospecharlo. Y, como desespero de hacéroslo entender (de paso que trato yo mismo de entenderlo), por eso ¡con qué alegría me despido de vosotros, falsificadores, según se me va ensordeciendo en los oídos el vocerío de los niños de la escuela!

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