SEATTLE : LOS PRIMEROS DISTURBIOS EN EE.UU. CONTRA LA GLOBALIZACIÓN

Las movilizaciones de masas desaparecieron de las calles norteamericanas entre 1970 y 1973. Mirando hacia atrás, ahora está claro que en los años 1964 y 1970 no se dió una “situación pre-revolucionaria”, aunque a quien vivió esos años como militante se le pueda disculpar que lo pensara. Muchas personas, incluso en los círculos gubernamentales, también cometieron el mismo error. Las insurrecciones negras urbanas de 1964 a 1968, la rebelión de huelgas de l@s trabajadores al margen de los sindicatos (a menudo guiadas por trabajadores negr@s) de 1966 a 1973, el fiasco militar norteamericano en Indochina, las rebeliones de “estudiantes” y “jóvenes”, así como la aparición de los movimientos militantes feminista, homosexual y ecologista eran todos indicadores de un mayor terremoto social. Treinta años después de que terminasen, los 60, tanto para la izquierda como para la derecha, aún planean sobre la sociedad norteamericana como el humo después de un incendio.
La “crisis del petróleo” y la recesión económica de 1973-75 cerraron esa era, y el movimiento revolucionario tanto en EEUU como en el resto del mundo se ha estado reduciendo y reorganizando desde entonces. Si el descenso ha sido mayor en EEUU que en Europa es porque el capital norteamericano es la punta de lanza del desmantelamiento del “contrato social” keynesiano, que en Europa aún no se ha realizado del todo. El retroceso de una forma de lucha abierta en EEUU, que cambió de sentido breve pero intensamente por las acciones contra la Guerra del Golfo en 1990-91 o durante los disturbios de Los Angeles del 92, expresa una amplia “recomposición” del perfil de las clases sociales en la restructuración mundial del capital. Muchas exitosas formas de lucha anteriores, especialmente las huelgas espontáneas al margen de los sindicatos, han desaparecido. Los movimientos de los 60 eran internacionalistas en sentimiento, pero raramente trascendían el marco nacional en la práctica. Queramos reconocerlo o no, la “globalización” está ahí, y cualquier estrategia significativa debe ser internacional, o mejor “transnacional”. “Piensa global, actúa local” puede que suene como una solución, pero su resultado práctico normalmente se reduce a un simple cambio de lugar de las tumbonas sobre la cubierta del Titanic.

Algunos trabajadores norteamericanos y chinos puede que tuviesen una conciencia más radical, y quizás eran retoricamente incluso más internacionalistas en los años 20 que ahora, pero hoy en día se dan unas condiciones que practicamente les obligan a concretizar el internacionalismo de una manera que era impensable en los años 20. La necesidad de una estrategia global ha estado presente durante mucho tiempo, pero ha sido muy difícil de poner en práctica. Los intelectuales reformistas de lugares como el “Instituto de Estudios Políticos”, apoyados por algunos capitalistas, están trabajando intensamente en desarrollar algo así como un “Keynesianismo global” y un “estado del bienestar global”, una vez que solucionen el pequeño problema del estado nación soberano, que no ha desaparecido exactamente. Mientras tanto, la Administración “centrista” de Clinton nos ha forzado a tragar con el Tratado de Libre Comercio, la Organización Mundial del Comercio, el Tratado ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático)y el desmantelamiento de muchos derechos sociales, una serie de ataques a l@s trabajadores norteamerican@s que habrían sido combatidos en las calles de haber sido realizados por la “derecha”. Clinton ha hecho todo lo que l@s partidari@s de la globalización habían pedido.
L@s trabajadoras norteamerican@s han reaccionado a esta situación de maneras contradictorias. Se ha dado un importante sentimiento proteccionista entre ell@s: “Compra Norteamericano”, “Salva puestos de trabajo norteamericanos”, “Aparca tu Toyota en Tokio”, apoyo para legislación anti-inmigración, violencia ocasional contra asiátic@s, la infame propaganda anti-mejicana de los Camioneros, la campaña anti-dumping de la USW (Unión de Trabajadores del Acero), o la base electoral de clase trabajadora que apoyaba la “Fortaleza norteamericana” del candidato Buchanan, son todos horribles ejemplos de esto. Tras ello yace un sentimiento de: despide a otr@, o no contrates a alguien más, y salva así mi puesto de trabajo, por no mencionar una cierta dosis de racismo anti-asiático y anti-latino. Much@s trabajadores simpatizan así con sus patronos, asfixiados por las importaciones, lo que por otra parte les ha dado derecho a recibir numerosas desgravaciones fiscales. Por otro lado, sindicatos tradicionales como el UAW (Trabajadores del Automóvil Unidos) así como respetables grupos reformistas de oposición como Labor Notes han realizado intentos serios para coordinarse con trabajadores/as en México, Asia y Europa, pero en un marco estrictamente sindical y a menudo corporativista. Entre EEUU y Mexico se han realizado algunas acciones laborales coordinadas en el sector del automovil, o la campaña de los trabajadoores norteamericanos y japoneses de Bridgestone-Firestone. Pero todas estas iniciativas se han desarrollado estrictamente bajo el control de alguna facción de burócratas sindicales y sólo representan la extensión del reformismo sindical sectorial a escala mundial.

En EEUU existe un deseo, incluso entre algun@s trabajadoras, (que afloró durante las campaña contra el TLC), por un tipo diferente de internacionalismo que el ofrecido tanto por los globalizadores en el poder como por las tímidas acciones de los sindicalistas oficiales que aceptan sin cuestionarlo el marco capitalista.

Si, como parece ser el caso, la economía mundial se ha convertido en un “juego de restar” para l@s trabajadores/as, en una “carrera hacia abajo”, entonces un “tipo diferente de internacionalismo” significaría crear un “juego de sumar” en el que l@s trabajadores puedan luchar concretamente por sus propios intereses como “clase para ella misma”, de una manera que implicitamente o mejor aún, explícitamente, reconozca la unidad práctica de l@s trabajador@s en EE.UU. y China, Japón y Bangladesh, Italia y Albania. Si no se da este tipo de de perspectiva, como la sociedad, al igual que la naturaleza, tiende a llenar el vacío, l@s proteccionistas y/o l@s antiproteccionistas, reformistas internacionalistas ocuparán el espacio, y contribuirán a una nueva remodelación de la cubierta contra l@s trabajadores.

Desde un punto de vista revolucionario resulta fácil ser escéptico sobre lo ocurrido en Seattle. Los participantes norteamerican@s, tanto l@s sindicalistas como los grupos de acción directa, eran abrumadoramente blanc@s, en un país en el que un 30% de la población son gente de color. El eslogan “Fair Trade, Not Free Trade”(Comercio justo, no libre comercio) podría ser visto como una variante indirecta del proteccionismo por aquell@s (y había much@s) que así quisieran entenderlo. El acicate principal de l@s manifestantes venía de ver cómo pequeños grupos de ejecutivos pertenecientes a diferentes corporaciones transnacionales revocaban leyes y acuerdos nacionales laborales y medioambientales, pero justo detrás de ese sentimiento estaba, para algun@s, la idea de burócratas chinos teniendo también esa influencia. Trabajadores del acero arrojaron acero extranjero al agua en el puerto de Seattle, mientras que otr@s celebraban una “Fiesta del Té de Seattle” contra las importaciones extranjeras, con China como obvio blanco principal. Poc@s cuestionaron tan ruidosamente el impacto negativo que la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio produciría en l@s trabajadores chin@s, que naturalmente no podían estar allí.

De principio a fin, la burocracia sindical conservó firmemente el control de l@s trabajadores (decidida en su plan de manifestarse pacífica y disciplinadamente, independiente, cuando no indiferente, con respecto a l@s “loc@s” de los grupos de acción directa), y realmente poc@s trabajadores/as se salieron de este control. El rencor en la dirección del Sweeny del AFL-CIO venía claramente de la sensación de “traición” por el reciente acuerdo EE.UU.-China para la entrada de este país asiático en la OMC. El fracaso de la cumbre de Seattle salvó a l@s Demócrat@s de tener que promover la entrada de China en la OMC en un año electoral, cuando tanto el USW como los Camioneros ya habían elegido claramente la opción proteccionista. Las amables palabras de Clinton por los derechos de l@s manifestantes deberían verse en este contexto, especialmente después de saberse que importantes esferas de poder habían presionado para una dura represión cuando la policía perdió el control el primer día, y que unidades del servicio de inteligencia del ejército, disfrazadas de manifestantes, habían estado por todas partes con cámaras ocultas en las solapas y con toda la parafernalia tecnológica, “Nuevo Paradigma” de la vigilancia estatal. En la zona de Boston, donde yo vivo, muchas de las convocatorias post-Seattle tienen incluso una agenda más abiertamente proteccionista, con eslogans repugnantes como “Ni un puesto de trabajo más a México”, y no creo que sea algo excepcional.

Sin embargo, a pesar de toda la estrechez de miras, las conciencias “diferentes”, por no llamarlas a algunas directamente reaccionarias, que se dieron cita en Seattle, allí sucedió un punto de inflexión, una ruptura, avance decisivo. Gracias a la falta de preparación oficial para lo que allí ocurrió, tuvo lugar una irrepetible singularidad (no volverá a darse una cumbre internacional sobre el comercio con tan poca preparación para una dura represión) se dejó la puerta abierta exactamente a ese elemento de lo desconocido y lo inesperado que caracteriza una situación que se halla más allá de cualquier control o manipulación, tanto del estado como de los sindicalistas de “izquierda”, cuando el poder está, durante un tiempo, “en la calle”. En 24 horas, Seattle acabó con la unanimidad monocorde del “debate público” tolerado en asuntos económicos internacionales de los últimos 20 años o más. Millones de personas que nunca habían oído hablar de la Organización Mundial del Comercio conocieron lo que era y lo que hacía, más profundamente que con décadas de pacífica oposición y de charlas de expertos. Incluso l@s trabajadores norteamerican@s más proteccionistas coincidieron en las calles con activistas, incluid@s trabajadores activistas de 100 países, y tuvieron que enfrentarse al rostro humano de los productores de los “productos importados” de una manera que nunca se había dado previamente a esa escala, por no decir en una situación tan abierta (todo lo contrario de las tediosas conferencias sindicales internacionales con delegaciones burocráticas). Camioneros, lesbianas guerreras con los pechos al aire y ecologistas abraza-árboles se encontraron y hablaron a una escala sin precedentes (al menos para EEUU). Los sucesos de Seattle proporcionaron un objetivo concreto a much@s opositores/as que llevaban tanto tiempo luchando duramente contra fuerzas aparentemente abstractas. Según me ha contado gente que estuvo allí, y a través de materiales que he podido reunir, al calor del enfrentamiento, se produjo un auténtico soplo de despertar espontáneo contra el poder del capital y del estado que no se había visto en EE.UU. desde los 60, una genuina demostración de las masas en moviento de la verdad de la decimoprimera tesis de Feuerbach, a saber, ese materialismo clásico “ no entiende la actividad sensual como objetivo”. La mayor parte de l@s manifestantes de Seattle, especialmente en los grupos de acción directa, no habían nacido o eran aún chavales cuando acabaron los 60, y nunca habían experimentado su propio poder en las calles de esta manera, en ninguna parte. Aunque no supone nada nuevo para el puñado de activistas de los 60 que aún se consideran revolucionari@s, y que están cansad@s de haber vivido todo esto ya antes, un primer porrazo, una primera rociada de gases lacrimógenos, viendo a la policía como loc@s contra la gente detenida, una primera experiencia concreta de lo que realmente significan los “derechos” burgueses cuando se da un enfrentamiento con el estado, supone atravesar irreversiblemente un umbral, una experiencia irreemplazable de poder colectivo y del papel de aquell@s cuyo trabajo consiste en reprimirlo. Quien vivió esto, fuera cual fuese su conciencia o las intenciones que le trajeron a Seattle, no puede ser el mism@.

Esa breve, efímera apertura mental de que “nada volverá a ser lo mismo” experimentada por algun@s en Seattle y después de Seattle, se cerrará rapidamente sin una estrategia internacionalista real, un internacionalismo en el que las críticas a la esclavitud laboral en China o al trabajo infantil en la India vayan unidas, por ejemplo, a una crítica práctica de la proliferación como hongos en EEUU, tanto del trabajo en las cárceles, como de las sweatshops (pequeños o medianos talleres donde, basicamente mujeres, y casi todas inmigrantes, trabajan en duras condiciones al margen de cualquier regulación laboral). Una perspectiva que abarque a las capas más oprimidas de la clase trabajadora y a sus aliad@s es siempre una garantía contra la estrechez de miras, incluida la estrechez de miras militante, que dispone el escenario para una remododelación “reformista” de la cubierta capitalista, como sucedió en los años 30 y 40. Después de que 1973 cerrara la era de huelgas salvajes significativas en los talleres de la fábrica, el movimiento de l@s trabajadores, tanto en EE.UU. como en otros países, ha estado avanzando a tientas hacia un nuevo terreno donde junto a continuas batallas locales perdidas contra la reducción de tamaño o el cierre de plantas, se han dado luchas totalmente reaccionarias pidiendo de hecho, que los despidos se produjeran en “otro lugar”. Con su movilidad global enormemente aumentada, los capitalistas tomaron la delantera a la clase trabajadora mundial, que 25 años de luchas defensivas o perdidas aún no han conseguido invertir. Si Seattle se va a convertir de hecho en un punto decisivo, en el que la historia cambie de sentido, sólo podrá ser si se solidifica y expande enormemente este espacio.

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