Panfleto para la descivilización

«El sistema está roto y perdido, por eso tenéis futuro».
José Luis Sampedro

Primero, no añoremos el futuro. Con honestidad reconozcamos que la civilización occidental capitalista se encuentra como esos pueblos acorralados por excavadoras que saben que todo el tiempo que les queda son 10 ó 15 años a lo sumo, lo que tarde el progreso económico en construir la presa que los inundará. Es una evidencia, para la gran mayoría de los seres humanos, que esta civilización acabará antes que sus propias vidas. La crisis ecológica, energética y alimentaria a escala global es, científicamente, inevitable. Si hoy mismo se archiva el capitalismo y frenamos en seco nuestros modos de producción y consumo explotador –quimera donde las haya– la simple inercia después del frenazo es más que suficiente, por ejemplo, para superar las cifras irreversibles en cuanto a crisis climática. El edificio de la modernidad, el progreso y la globalización no es indestructible, hace ya décadas que los sismógrafos registraron el inicio de un terremoto global que se expande imparable –como le escuché decir a Carlota Subirós– a cámara lenta.

Segundo, el error de nuestra civilización no ha sido [solo] creer que acumular capital podría resolver algo tan complejo como la vida, ni [tan solo] creer que todo lo podemos controlar y dominar. Han sido las ansias por correr hacia el futuro las que nos han hecho quedarnos sin él. De hecho, ¿cuándo apareció la idea lineal de presente, pasado y futuro? Con este relato lineal, además de despreciar el pasado e ignorar el presente, se ha impuesto que «cambiar» y «avanzar» equivale siempre a mejorar. Un relato que nunca debería haber progresado, más aún cuando se avanza en la dirección equivocada. La estabilidad de la vida, cuyas normas básicas nunca cambian, es como una espiral continua donde lo esencial es permanente.

Tercero, el capitalismo no nos salvará pero la soberbia tecno-científica vestida de verde tampoco. El desarrollo sostenible o el consumo ético son nuevos mitos que en la encrucijada actual toman el mismo callejón sin salida. Más aún, el actual esfuerzo por transitar urgentemente hacia modelos de energía renovable, con la invasión de parques eólicos o solares y coches eléctricos, es contraproducente. Genera falsas expectativas y acomodo, cuando es bien sabido que no puede, de ninguna manera, reemplazar el actual uso del petróleo. Lo mismo podemos decir en cuanto a la nueva revolución de la llamada Agtech o agricultura climáticamente inteligente. Las dos transiciones, energía renovable y agricultura inteligente, son las últimas nuevas cuchilladas sobre el Planeta, dada su alta demanda de materiales y energía para su despliegue y mantenimiento. Puede resultar paradójico pero el último árbol del planeta lo talará un proyecto de energía sostenible.

Cuarto, lo preocupante de soñar un futuro tecnológico maravilloso no es [solo] su imposibilidad. En la búsqueda de este sueño, hemos tomado un camino que, conectados a máquinas, a realidades virtuales y a mundos digitalizados, nos lleva también a la extinción de la Humanidad, de los organismos animales humanos, del humanismo. Por las redes corre la publicidad de un banco que dice que trabaja bajo un nuevo concepto, «el Humanismo Digital», corroborando con este oxímoron donde los haya, el delirio al que me refiero.

Quinto, no dudo de la importancia de luchar contra la ceguera y la conformidad que se nos quiere imponer. Ni del entusiasmo y energía que el activismo genera. Pero, si la continuidad de esta civilización no llegará desde las instituciones, ¿qué activismo tiene sentido? En las antesalas de las cumbres y negociaciones, en los despachos alcanzados, han quedado, arrinconadas y llenas de polvo, muchas banderas.

Sexto, cabría preguntarse, incluso, si no será que, bienintencionadamente, cuando se aboga «por salvar el Planeta» se piensa solo en una pequeña parte de la civilización occidental. En cualquier caso, obsérvese, asociamos Planeta con «nosotros» repitiendo el mantra bíblico de considerar que el planeta Tierra nos pertenece.

Séptimo, reconocer también que las tablas de salvación que se nos proponen llegan tarde para la mayoría de seres vivos, humanos y no humanos. Son muchísimas las víctimas de dicho terremoto, seres desterrados, asesinados, desposeídos, violados, exterminados, extinguidos… Eran los nadies, ahora seremos los todos.

Octavo, aceptar ya el duelo. Es entonces, quizás, cuando se movilice salvajemente lo mejor de nosotras, solidario y comunitario. Ya se ha talado el último bosque, plantemos árboles. Los alimentos ya escasean, volvamos a las huertas. Del activismo, ¿pasaremos a la acción?

Noveno, como dice Yuval Noah Harari, el dominio del Homo sapiens en la Tierra se alcanzó por la capacidad, gracias al lenguaje, no solo de transmitir información sobre la realidad sino también de transmitir historias sobre aquello que no existe, inventar la ficción. Lo imaginario facilitó el sentimiento y la cohesión de grupo a partir de creencias compartidas. Hasta tal punto que la construcción de todas las civilizaciones se fundamenta en las historias que nos han contado y que, colectivamente, hemos dado por válidas. Pero si estos mitos –como el progreso, el Homo Deus, la razón económica o la industrialización de la Naturaleza– se demuestran perversos, queda clara una cuestión, son necesarias otras narrativas. Relatos, fábulas, poesías, donde poder perdernos por nuevos caminos porque la ruta señalizada no lleva a ninguna parte. Sin ninguna expectativa, simplemente liberar la imaginación con el silencio de la palabra escrita, como dice el poeta Joan Margarit, de los cánones impuestos.

Décimo, que no encontremos Esperanza no significa que no exista. Decía John Berger que para construir una historia se requiere misterio, curiosidad y una respuesta, al menos parcial. Entre todas las narrativas que vengan a descentrarnos defiendo el sendero que nos acerca hacia lo Salvaje, hacia la Naturaleza, hacia la Casa que, siendo un viaje hacia un paisaje anterior, tiene mucho de novedoso. Recuperar o inventar epopeyas de sociedades ancladas en lo vivo, a la tierra, como las sociedades rurales que con sus paradigmas antisistema (campesinización, comunidad, autolimitación, sobriedad, …) supieron encontrar el cómo ser Parte en un Todo. Un imaginario que las narrativas imperantes han hecho mucho por querer borrar. Religiones donde el dios nunca es el ser humano. Canciones de amor a lo que nos sostiene. Manuales de instrucciones que rebusquen en los abrevaderos de la belleza…

Es tiempo de crear y compartir otras narrativas. Suelen hacerse realidad.

(Inspirado en el Manifiesto de la Montaña Oscura)

Gustavo Duch

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