Naves. Biografía del «otro» movimiento obrero

Acompañar el rastro vital de nuestro Jesús Fernández Naves (1934-2021), es trazar la senda del segundo movimiento obrero, el nacido en la segunda parte del siglo XX. Su vida militante, azarosa durante aquellos agitados años, le llevaría a participar decididamente en los momentos más intensos de constitución o de lucha de esa renovada identidad obrera. Asturias, Argentina, París, Argentina de nuevo, y por fin Vitoria. Tiempos convulsos hasta el estallido vitoriano en las que Naves promueve e integra las fibras más asamblearias del músculo de la protesta.

En su natal Asturias a comienzos de la década de los sesenta, Naves (al que se conocerá por su apellido que es también el nombre de su localidad de origen), incorporado por necesidad al seminario como tantos, es un cura obrero de los que, dándole la vuelta al discurso jerárquico, rebuscaban en la tradición cristiana sus raíces igualitaristas. No era pasión ociosa, sino caminar a la par de la conflictividad creciente que surgía junto y contra los planes de renovación del capitalismo español y su franquismo, lanzados en el 59 con el beneplácito del FMI. En aquel primer momento, la conflictividad obrera renacía en los focos industriales tradicionales, y la siderurgia y la minería asturiana impulsarían primigenias movilizaciones.

Participando ya en las labores organizativas de aquellos primeros procesos reivindicativos, el estallido en abril de 1962 de la conocida como «la huelgona», dio el pistoletazo de salida de un nuevo repertorio para la protesta obrera, en el que una reivindicación concreta (el despido en este caso en un pozo minero) se convertiría en un prolongado y enconado conflicto, que va promoviendo la implicación organizativa a diversos sectores locales no solo obreros (las mujeres de la zona, organizaban desde bases comunitarias la supervivencia pero también protagonizaban el piquete) y que finalmente se extiende a las plantillas de otros sectores productivos de la zona. Así, un conflicto obrero pasa a ser un conflicto general y un desafío a la propia gobernabilidad. La represión consiguiente sigue siendo descarnada, puesto que el franquismo que promueve la modernización económica, mantiene las viejas estructuras y prácticas represivas, lo que potenciará la solidaridad antirrepresiva de otros sectores y de la opinión pública internacional.

La cabeza de alfiler de Naves en el pajar de la revuelta despunta con una homilía de apoyo a los huelguistas en su parroquia de Gijón que le llevará a engrosar el número de deportados. Eludida la detención por piruetas legales por su condición de sacerdote, la jerarquía eclesial, con la que se enfrenta, le confina a una remota parroquia en la soledad de la montaña asturiana, donde volverá a toparse con la miseria y el caciquismo rural de su infancia. No obstante, la represión de los diversos conflictos que se extienden por la geografía industrial de la península, no aborta el naciente movimiento obrero, y su herramienta, la comisión obrera como órgano horizontal y unitario de coordinación, ya rueda con inercia propia e irradiando su propuesta. Del agrio proceso de conversión durante la década de esta herramienta obrera en una estructura con mayúsculas, Comisiones Obreras, bajo la disciplina del viejo Partido Comunista, Naves no llega a ser ni testigo. Cultiva complicidades militantes y ha conseguido que le destinen a Argentina, una más lejana deportación pero que le colocará de nuevo en el ojo del huracán reivindicativo.

La historia se repite en latitudes australes. En Argentina también despuntan los conflictos al calor de una nueva industrialización. También de la extrema indigencia. Perdido ya su encaje dentro de la Iglesia, vive junto a otros curas en comunidad en los arrabales de Buenos Aires. Y Naves se proletariza. Sus reflexiones y conductas no parten desde una identidad exterior, la de un cura extraviado; la mantiene en secreto ante sus compañeros de tajo. También los vientos de alzamiento armado antiimperialista soplan por allá fuertes. Su colaboración con los montoneros es otro de sus secretos. Pero, en cuanto la patronal detecta a este trabajador como «cura obrero» es despedido. Ningún patrón quiere en su plantilla a un revoltoso con criterio, y además el gobierno les sigue de cerca los pasos. La notoriedad al alza de Naves y de similares curas en coordinación, vuelve a promover su deportación, esta vez en forma de vuelta a Europa. Su expulsión a comienzos de 1968 desencadenará una sonada ola solidaria y de indignación contra la jerarquía católica.

Recala así en Francia. Es la primavera que llevará al Mayo de la protesta primero estudiantil, después también obrera. Los aires insurrectos de París le traen decididos aromas a una desobediencia imaginativa que posee trazos cálidos de un nuevo mundo por construir. Naves acude a las asambleas de la Sorbona, engrosa las manifestaciones. La juventud francesa, primeros europeos socializados bajo el nuevo capitalismo, lo rechazan de plano. Son vientos irreverentes que abren todo un mundo de reivindicaciones culturales y sensoriales más allá de las relacionadas con las penurias económicas y que fracturan definitivamente las creencias de Naves, fidelidades noqueadas desde su primera deportación.

Tras el Mayo se instala en un Madrid también en plenas protestas, y conocerá a una estudiante, Carmen, con la que iniciará una nueva etapa en común. Marcha de nuevo a Argentina ya con quien sería desde entonces pareja y son incluidos de inmediato por su red de contactos en un conflicto social en plena efervescencia. Naves, de nuevo en la fábrica, impulsa redes horizontales y alternativas al sindicalismo oficial. Se promueve en el tajo una nueva «comisión obrera» que logra ser la interlocución oficial con la empresa. Desafío por tanto no solo a la patronal, sino también a las estructuras sindicales del corporativismo peronista. Impugnación desde las burocracias sindicales, ocupación de las instalaciones por parte de los trabajadores,… repertorios radicales que recuerdan y refuerzan modelos y experiencias ya vividas. Años duros en los que la violencia de patronos y el matonismo de las burocracias no atendían a remilgos. También abundaban las acciones entusiastas izquierdistas en apoyo a los conflictos fabriles, que no eran vistas desde la distancia por la pareja. De nuevo en el punto de mira, y esta vez no metafóricamente, Carmen y Naves han de poner media tierra por medio para garantizar su vida. Recalarán finalmente en la industrializada Vitoria.

Otra vez en el centro de la tormenta. Desde que se aprobara el Plan de Estabilización con el que dio comienzo oficial la nueva etapa industrial y el nuevo movimiento obrero que surge como respuesta hasta aquel 1974, muchas han sido las experiencias y los aprendizajes de lucha. Es el año decisivo en el que se desata la batalla final entre el franquismo y una oposición que nació desde la identidad obrera y que ahora es más compleja. Han surgido también nuevos actores desde el nacionalismo revolucionario antiimperialista y el conflicto se ha diversificado incluyendo a los barrios y a sus asociaciones de vecinos. Por ejemplo. A partir del otoño de 1974 tendrá lugar un combate decisivo contra el modelo capitalista defendido por el franquismo, y en el que Naves volverá a tomar arte y parte, ahora como barrendero en la Mercedes.

Vitoria es entonces paradigmática del modelo de industrialización del segundo franquismo. Una pequeña ciudad donde se han establecido nuevas industrias que han requerido fuerza de trabajo de aluvión de los territorios colindantes. Una mano de obra foránea a la que se supone sin tradición organizativa reivindicativa, sin lazos con las organizaciones obreras históricas, históricas enemigas del franquismo. A la que hay que también alojar en improvisados nuevos barrios. Pero es esa nueva mano de obra la que está protagonizando los conflictos desde el inicio de la década. Sin tradición histórica de lucha, pero sin apego al trabajo, que no falta. Allí coincidirá Naves con otros iguales, llegados de zonas vascas aledañas o de provincias castellanas anejas.

Con la renovación de los convenios colectivos anuales comenzará un ciclo ascendente de movilizaciones. En 1976 Vitoria condensará las enseñanzas del nuevo movimiento obrero: un conflicto concreto que consigue extenderse a su sector, que impulsa procesos similares en fábricas de otros sectores. Conflictos que convergen en movilizaciones conjuntas, que van implicando también a otros segmentos de la población y que finalmente se extiende al conjunto de la cuidad. Todo ello desde un modelo asambleario y sobre un proceso representativo horizontal. En Marzo llega la represión más descarnada, el paso a la clandestinidad de las Comisiones Representativas, los muertos del 3 de Marzo, el funeral masivo, el ingreso en prisión de los líderes obreros… Aunque también la extensión de las huelgas como respuesta a estos hechos, que impulsan procesos similares en Basauri, con un nuevo muerto, o que posibilitan el nacimiento de Coordinadoras de Fábrica y Asambleas de Pueblo en diversas comarcas y municipios vascos. La batalla de Vitoria fue así, la del modelo asambleario como poso de enseñanzas del nuevo movimiento obrero contra un capitalismo con el mapa de la transición postfranquista ya trazado y sin complejos para aplastar por la fuerza militar un clima de rebelión generalizada que lo desborda. Y es en ese cúmulo de enseñanzas y desbordes donde se sitúa Naves.

Con todo, Jesús Fernández Naves rechazó cualquier veleidad de protagonismo, o delirio vanguardista. Sobrellevó el liderazgo desde el prestigio personal y el de su propia trayectoria, renegando de las ventajas del mismo. Durante dos décadas bregó en el ciclón de las luchas, y con el cierre de aquel ciclo, permaneció en conflicto, experimentando con nuevas formas de convivencia, familia y de crianza, permaneciendo en la defensa a ultranza del modelo organizativo asambleario y en sus variados intentos de coordinación, colaborando en proyectos comunes con nuevas generaciones de lucha como en la revista Resiste, impulsando mezclas de identidades, como la obrera y la antimilitarista en el colectivo Gasteizkoak, saludando las esperanzas de revuelta horizontal de la antiglobalización, avalando espacios comunes antiautoritarios como el Zapateneo, participando de una sociabilidad alegre y libertaria… Una vida militante, desde la acción y la relación colectiva, en momentos de victoria y en décadas de derrota, desde la firmeza pero también desde una posición de humildad, para defender desde el ejemplo de vida un modelo horizontal, asambleario, de relación y de lucha.

Ajeno a la feria de las vanidades, participante de grandes hitos y consciente del valor de lo pequeño, Naves rechazó sentar el relato de su apasionante biografía: aquellos veinte años de vida azarosa que acompasaron al nuevo movimiento obrero del siglo XX podían también construir un personaje a reverenciar y una épica nostálgica. Mantuvo así oculta su trayectoria revolucionaria para facilitar poder mostrarse cercano, humano. Y así nos ha quedado su figura, de compañero, de igual y su imperiosa voz, templada en cientos de asambleas que, tras su desaparición física este 2021, sigue resonando desde la autoridad antiautoritaria de quien, en el conflicto, se coloca en primera línea, si hace falta, o a un discreto lado: que crezca la hierba.

Jtxo Estebaranz

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