INTRODUCCIÓN
La sociedad patriarcal la hacemos todos y todas; no es algo exterior a nosotros. Las instituciones descansan en los individuos que hemos sido formados para la obediencia a la autoridad y para entender los bienes, la tierra y las personas como posesiones.
Siempre nos han dicho, para disuadirnos de las utopías, que el principio de autoridad y el sentido de la propiedad van unidos a la misma condición humana, y cuando se habla de ello, siempre sale a relucir el ejemplo de los celos, que dicen que salen de dentro, y que prueban que la posesividad es consustancial a la naturaleza humana. Y es cierto que tanto el sentido de la propiedad como el principio de autoridad están arraigados en lo más profundo y básico de nuestra psique y de nuestras emociones, pero porque éstas también son objeto de la educación y de la manipulación de la sociedad patriarcal; de la domesticación que se lleva a término con cada criatura humana.
En esta educación hay dos partes o dos aspectos: la educación emocional propiamente dicha, y la devastación de la vitalidad de la criatura humana que se realiza previamente.
LA DEVASTACIÓN
La devastación de la vida es algo previo que el Poder debe realizar antes de acometer la extorsión y la explotación de la vida, como hicieron los españoles que llegaron al continente americano, que arrasaron la selva para poder hacer las plantaciones de monocultivos extensivos. Siempre, antes de las acciones de explotación, de acaparación y de acumulación, hay una acción de devastación de la abundancia y de la riqueza de la vida.
Lo originario del Capital -de la propiedad patrimonial- no es la acumulación sino la devastación. Antes de la construcción del Estado y de la Familia hubo también una devastación del tejido social de apoyo mutuo.
Y para domesticar al ser humano se realiza también una devastación en cada pequeña criatura humana, para poner en marcha el proceso de educación de las emociones y de la psique.
Lo que ocurre es que se realiza de tal modo que no nos apercibimos de ello porque nos presentan los resultados de la devastación como si fuera lo que había habido siempre, como si no hubiera habido devastación. Es como si incendian un bosque y luego nos dicen que no hubo nunca ni incendio ni bosque, y que lo que hubo siempre es el desierto.
Voy a tratar de explicar el tipo de devastación que padece la criatura humana. Cuando hace ya más de 100 años se investigó la psique humana y se inventó el concepto de «inconsciente» para definir la parte no consciente de nuestra condición humana, se encontraron con lo que se ha venido llamando «complejo de Edipo», o triangulación edípica de los deseos, de las emociones y de los sentimientos, y nos lo presentaron como lo propio de la condición humana, como algo innato. Pero, como dijeron Deleuze y Guattari, el Edipo no es innato, sino que es precisamente la parte de la psique ya educada y modelada de acuerdo con el orden social; que además sirve para tapar lo que había antes de la edipización, para enmascarar la herida de la devastación.
Pero también mencionaron (Freud, Lacan) haber topado con algo más en lo más oculto y profundo de nuestro ser, que llamaron «lo real-imposible», y, refiriéndose a la sexualidad de la mujer, un «continente negro» que se les escapaba de sus esquemas, que no entendían ni podían interpretar; algo que otros (Groddeck) reconocían como algo indefinido e ignoto. Lo cierto es que no llegaron a investigarlo ni a entenderlo, quizá porque no pudieron, o porque, dándose cuenta de que aquello ponía en entredicho el orden social, no se atrevieron.
¿Qué querían decir Freud y Lacan al afirmar que había algo real pero imposible? ¿Cómo puede haber algo real y al mismo tiempo imposible?
Quizá nos ayude a descifrarlo el mito bíblico de la expulsión del Paraíso: un paraíso real, terrenal, que existe pero que está prohibido por la Ley, y que por lo tanto es imposible. O sea, que lo real es imposible porque lo prohibe la Ley.
¿Y qué es lo real imposible? Lo real son nuestros deseos primarios, descodificados, antes de ser sometidos a la devastación de la sociedad patriarcal; nuestros deseos que se mueven por el principio del placer, antes que la Ley los manipule para adaptarlos a la Realidad patriarcal.
¿Y qué es lo prohibido? Lo prohibido, e imposible en esta sociedad, es nuestro crecimiento en la saciedad de nuestros deseos; la expansión de la vida humana por la vía de la saciedad de los deseos.
La expulsión del paraíso terrenal y real es, pues, la expulsión de un continente negro en el que todos y todas, hombres y mujeres, hemos habitado, pero que ha quedado fuera de nuestro mundo conceptual y simbólico, y por eso es impensable e indecible. Sin embargo, es de hecho la negación brusca y radical de una sexualidad primaria y materna. De nuestra estancia en ese continente sólo nos queda un anhelo emocional que proyectamos hacia el futuro.
Cuando hablamos de la represión de la maternidad, del matricidio, de la transmutación de la madre entrañable en una madre patriarcal, parece que estamos hablando de algo sin importancia, casi de una novela rosa.
Pero se trata de la destrucción básica de la trama social de apoyo mutuo que corresponde a la condición del ser humano. Cuando una criatura succiona un pezón de plástico, lo malo no es sólo que succiona el plástico, lo malo es el vacío detrás del chupete, la falta del cuerpo humano detrás del chupete. El chupete de plástico es una imagen que representa la correlación entre la desvastación del tejido social y la desvastación de cada criatura.
La expulsión del paraíso significa la desaparición de la madre amante, de la relación de tú a tú entre dos amantes, y su sustitución por una relación de sumisión/autoridad (Amparo Moreno). Se trata de cambiar la madre verdadera por la madre patriarcal que no reconoce los deseos de las criaturas, que es insensible a su sufrimiento y que es capaz de reprimirla. Este es el principio de la Autoridad en nuestras vidas.
La represión de los deseos y la obediencia a la autoridad se convierten en algo bueno; y nuestros deseos, o no cuentan o son malos. Este es el origen de la angustia existencial.
Desde este punto de vista, la represión del deseo del cuerpo materno es lo más importante que ocurre en nuestras vidas y desde luego de rosa no tiene nada. No vamos a entrar, por falta de tiempo, en las consecuencias en términos de sufrimiento de ambas simbiontes, ni en las implicaciones de la represión y negación de la sexualidad de la mujer; puesto que se trata ahora de entender el cambio que acontece en la psique de la pequeña criatura humana.
Se trata de entender el cambio del deseo por la necesidad, y de la abundancia de la producción por la carencia; el cambio del deseo por un miedo abyecto a carecer (Deleuze y Guattari). Necesidad, carencia y miedo que no había antes de la devastación, lo que no era innato. ¿Por qué cambiar el deseo por la necesidad? Porque si el deseo nos lleva al bienestar y a ser libres, la necesidad nos lleva a la sumisión.
En la espiral de la necesidad, de la carencia, del miedo a carecer, y en la lucha por la supervivencia en un entorno devastado, el Poder aplica sus sutiles mecanismos de chantaje emocional engarzados con unos paradigmas falaces de bienestar.
Pero antes de entrar en este punto, hay que decir en concreto cómo y cuándo se realiza el cambio, la expulsión del continente negro. Vamos sólo a mencionar los tres momentos de nuestra etapa primal que se interfieren o se bloquean.
1) Haciendo que el embarazo no sea deseado libidinalmente; esto prepara el terreno para la formación de la madre patriarcal, que no es capaz de re-co-nocer (re-co-na-tre) ni de sentir-con los deseos de su prole; la madre robotizada que no place ni aplace sino que reprime a las criaturas, que es insensible a los sufrimientos de las criaturas, y que en lugar de madre deviene Autoridad.
2) El parto violento desde un útero que no se abre suavemente, sino con contracciones violentas, cuyas paredes se tensan como si fueran acero, produciendo un tránsito lento, con atascos, golpes y presiones en todo el cuerpo de la criatura, sensación de asfixia, de estar atascada ahogándose de la proximidad de la muerta por asfixia, es decir, la angustia mortal; esto organiza la experiencia, que hasta entonces no habíamos tenido, de que algo muy malo es posible que suceda; es decir, forma parte de la creación del miedo necesario para organizar el chantaje.
3) El apartamiento de la madre después de nacer y el rompimiento prematuro y brusco de la simbiosis materna; la supervivencia organizada mediante una robotización de la extero-gestación y de la crianza. Esto significa también sensación y experiencia de angustia mortal. Para cualquier mamífero la falta de la madre al nacer se interpreta psicosomáticamente como la muerte, porque de hecho, significa la muerte. Aquí se consuma la operación de la desvastación primaria.
EL CHANTAJE Y LA EDUCACIÓN
Para entender el chantaje emocional vamos a imaginarnos que el aire que respiramos nos ha sido desposeído (creo que es casi lo único de la vida de lo que todavía no hemos sido desposeídos) y que nos ponen una escafandra de oxígeno para respirar; y que vamos por un camino trazado andando con nuestra escafandra, pero si nos salimos un poquito por la orilla nos la quitan, y cuando volvemos a andar sin pisar la raya del borde del camino nos la vuelven a poner. Y así nos la van quitando y poniendo a ratitos según nuestro comportamiento. En la pequeña criatura humana, la falta de afectividad es tan letal como la falta de aire. La necesidad de afecto nos convierte en seres sumisos que andan por un camino trazado; hace que, voluntariamente, nos comportemos, no según nuestros deseos, sino para complacer a nuestros mayores. Es un chantaje sutil, que al principio se realiza sin palabras. La sonrisa, la mirada, el tono de voz, la caricia de la madre va definiendo el camino de nuestra resignación y de nuestra sumisión. Aceptamos sin darnos cuenta que nos reprimen por nuestro bien; que la represión es buena; que nuestros deseos no cuentan o son malos; y aceptamos la inversión del principio del placer: lo que es bueno pasa a ser malo, y viceversa. Al principio, lloramos en señal de protesta. Poco a poco vamos dejando de llorar según vamos «madurando», pasando las etapas previstas por la psicología, y adquiriendo el uso de la razón patriarcal. Al aceptar que lo que hacen nuestros padres es por nuestro bien, nos queda prohibida la rebelión interior. Nos hemos convertido en criaturas inconscientemente sumisas y crecemos creyendo que la Autoridad pertenece al orden natural de la vida. Es la génesis de la Servidumbre Voluntaria que descubrió Etienne de la Boëtie.
Paralelamente, como nuestra existencia como seres productores de deseos, nuestra verdadera «identidad» no es reconocida; como nos han desposeído del aire para respirar, nuestra supervivencia depende de tener la escafandra de oxígeno, de la posesión de una cuota de aire, de afecto. La abundancia ha sido sustituida por la carencia, y entonces la carencia se suple con la propiedad. En este mundo para no carecer hay que poseer ; poseer bienes y personas. Mi cuota de oxígeno son «mi» papá y «mi» mamá. Tenemos que afirmar nuestra existencia como poseedores, puesto que no es reconocida como productora de deseos, puesto que no existe un tejido social adecuado a mi existencia, puesto que han matado a la madre. Por eso las pequeñas criaturas humanas siempre están diciendo «mi» papá, «mi» mamá, «mi» casa, etc.
Es el «yo-poseedor», la identidad como ser poseedor lo que se está formando, en contra de un vivir disuelto en un grupo, en un entorno de apoyo mutuo; en contra de la verdadera «identidad» de la criatura deseante. Por eso los antropólogos hablan de un sistema de identidad grupal en ciertas tribus.
EL ORDEN SIMBÓLICO
El chantaje emocional que hemos descrito se inscribe en un orden simbólico que manda y determina nuestro inconsciente con la misma contundencia que el orden capitalista determina la economía. Las figuras de la madre patriarcal y del padre tienen una fuerza simbólica que llenan de contenido nuestras emociones y todo lo que mana de la herida de la devastación (miedo, humillación, ansiedad, soledad). Son imágenes que canalizan todas las emociones, las necesidades, las carencias, dando una falsa conciencia de lo que ocurre, de lo que me pasa; y así se determina nuestro «yo», como el vértice inferior del triángulo edípico. «Yo» soy de mi papá y de mi mamá, esa es mi salvación; la salvación de la angustia mortal, de todas las ansiedades y miedos. La afectividad se ha transformado en propiedad y en sumisión. Desde esta constitución del «yo», el Poder anida y parasita nuestro anhelo libidinal.
Pero además el padre y la madre representan el modelo humano de lo que tengo que ser. Los arquetipos de hombre y de mujer en los que nos tenemos que convertir. Los arquetipos representan una tendencia permanente de la imaginación afectiva (Jung). Y hacia ellos proyectamos nuestro anhelo libidinal, la carencia, la ansiedad y la frustración de la represión de la sexualidad primaria. La salvación ahora consiste, para la mujer, en ser poseída en exclusiva por un hombre; y para el hombre, en poseer en exclusiva a una mujer. El anhelo de la simbiosis materna se interpreta con el mito de la media naranja, del príncipe azul y de Blancanieves o Cenicienta o la Bella Durmiente; del matrimonio y de los «happy-end» de la narrativa o del cine. (En cambio, Bartalomé de las Casas decía en el año 1506 que los arawaks de la isla La Española no tenían ley matrimonial alguna y que los hombres y las mujeres se escogían y se dejaban sin celos, enfados, ni rencores).
Los arquetipos tienen un contenido muy preciso y van a conformar unas relaciones patológicas entre los dos sexos (de autoridad/sumisión y de propiedad), y entre el/la adulto-a y las criaturas. Los géneros tienen, pues, no sólo arquetipos paradigmáticos y roles definidos, sino también profundas raíces emocionales. La identificación con los arquetipos es lo que nos hace hombres y mujeres autoritarios y/o sumisos a la autoridad, patológicamente dependientes y con sentido de la propiedad. Esta identificación se inicia en la etapa primal de nuestras vidas.
EPÍLOGO
Las fuentes de conocimiento de lo indefinido, de la devastación oculta, del Crimen de la Madre, son ante todo nuestros sentimientos y los estremecimientos de nuestros cuerpos devastados cuando entran en contradicción con el orden establecido. Lo propio de la vida es la an-arquía, las relaciones sin Poder. Nuestros sentimientos como mujeres y como madres a veces contradicen la Autoridad y la represión que tenemos que ejercer sobre nuestras criaturas, o la Sumisión que debemos a los hombres. Esta es una fuente de conocimiento de la condición humana.
También hay otras investigaciones realizadas en diversos campos del conocimiento:
De la psicología: la descripción del chantaje emocional y del principio de autoridad durante la infancia, por Alice Miller. Y del matricidio, realizada por Victoria Sau.
Del psicoanálisis: la descripción de la Falta Básica en lo más hondo de nuestra psique, realizada por Michael Balint.
De la arqueología: el descubrimiento de sociedades neolíticas no jerarquizadas y no violentas, con un orden simbólico no manipulador, sino recreador de la vida; por ejemplo, la obra de Marija Gimbutas.
De la antropología: el grupo matrifocal basado en el apoyo mutuo, descrito ya por el mismo Bachofen, y recientemente por la antropóloga argentina Martha Moia.
De la sexología: el re-descubrimiento del orgasmo uterino femenino relatado por Marise de Choisy y por Juan Merelo-Barberá.
De la biología: el apoyo mutuo como la condición de todo lo vivo, la confirmación de la microbiología, de la genética y de la biología celular de lo que ya vió Kropotkin hace casi cien años. El relato de Lynn Margulis de la condición anárquica de la vida.
Todo esto son fuentes de conocimiento (de las cuales, insistimos, la principal son nuestros sentimientos) para recuperar la integridad primaria de cada criatura y el tejido social devastado de la fraternidad humana.
Casilda Rodrigáñez
(Ponencia en las Jornadas Libertarias “Mayo 1968-Colombia 1998”)
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