OCURRIRÁN ACCIDENTES

Bush, Blair, Aznar tienen razón. El fin del mundo está a la vuelta de la esquina. Un día u otro, más pronto que tarde, estallará una bomba atómica en Nueva York. Por la red de túneles del metro de Londres y sus estaciones abandonadas se deslizarán los perfumes de la Muerte química. Un virus imposible se acercará a Madrid.

Las advertencias de nuestros amos no son meras pantallas de humos, sino profecías que se autocumplen. No es posible completar el expolio del planeta, acorralar a los pueblos que osan resistir, humillar a los vencidos y exhibir un poder sin límites sin pagar las consecuencias. La dominación que se basa en el despliegue de la tecnología tiene estas contraindicaciones: el genio de la botella está a disposición de todos. Cuando a principios del siglo XX Inglaterra puso en circulación los nuevos acorazados dreadnoughts, todas las otras flotas de guerra se quedaron obsoletas. Pero no era difícil construir dreadnoughts, por lo que la flota inglesa perdió, en pocos años, su supremacía. De la misma manera, la misma tecnociencia que se aplica a la destrucción de los pueblos y culturas que el capital ha clasificado como inferiores permitirá su desquite. Poder, ¿dónde está tu victoria?

Pero ese inevitable desquite nos alcanzará a todos. ¿Creeis que por manifestaros por la paz os estáis poniendo a salvo? Cuando la muerte llegue, no sabrá distinguir a los suyos, y en todos nosotros se cobrará su venganza. Ciudadanos del primer mundo, debemos perecer con él si no somos capaces de desmontarlo. Porque esto se viene abajo. No sólo vendrán los accidentes nucleares, químicos, biológicos. El desastre del capitalismo de espíritu se ha instalado por todas partes: lo tenemos en el Prestige y fuera del Prestige, en todas las mareas negras que suelta el normal funcionamiento de la economía y que no parecen preocuparnos tanto. Lo tenemos en la ingeniería genética, que hará irreconocible nuestra vida y la de nuestros hijos (si tenéis dinero para la nueva mejora de la raza, criaréis monstruos; si no, esclavos). Lo tenemos en la movilización incansable de nuestros esfuerzos, deseos y sentimientos puestos al servicio tanto de la producción como del consumo obligatorios. Y lo tenemos en la vida de todos los días, kit miserable de aburrimiento, falsificación, insatisfacción y miedo, violencia, vacío. ¿Es esta lenta agonía la que nos da tanto miedo perder? En verdad decimos, ¿qué es lo que tememos que nos arrebate la guerra? No el futuro de las próximas generaciones, porque bajo el capitalismo ese futuro ha sido ya suprimido. Se acabó el sueño de un mayor bienestar, de una sociedad más justa, de la desaparición de formas de producción explotadoras, de la desigualdad sangrante entre las clases, de la educación como ascensor social y medio de elevación de las conciencias. Se acabó el progreso, se acabó la filantropía, se acabó el humanismo, se acabó la Humanidad. ¿Es que no sabemos lo que nos depara el nuevo siglo?

No, no nos indignemos tanto contra ese pobre alcóholico anónimo tejano que ha encontrado su salvación personal y su misión en la tierra entre los telepredicadores y el destino manifiesto de la pesada carga del hombre blanco. Dejemos que los cruzados entierren a las cruzadas. Pero miremos a nuestro alrededor. ¿Por qué estamos aquí? Porque nos han convocado. Y mañana, y esta noche, ¿a dónde iremos? A nuestras casas, a seguir puntualmente el espectáculo de la guerra y todos los otros espectáculos que ocultan y recrean constantemente la realidad. Hasta la próxima vez. Entonces, ¿para qué sirve esta manifestación? Para nada, porque aquellos que la han convocado nos están traicionando. Esos partidos y sindicatos, ¿qué harían si estuvieran en el gobierno? ¿Qué no han hecho ya, cuando estuvieron? Si de verdad queremos parar la guerra, hay que parar entonces la vida entera. Porque la guerra no basta: tenemos que parar el sistema económico y la estructura de poder que hacen que las guerras sean necesarias, todas las guerras, ¿o es que en la retaguardia no ha estallado ya la guerra? Aquellos de vosotros que os enfrentáis diariamente a la explotación del capital, que soportáis el sadismo de los jefes en un trabajo absurdo cuya utilidad no comprendéis ni compartís, o que hacéis equilibrios vergonzosos en la cuerda floja del trabajo temporal, ¿conocéis la paz?

Ya no nos queda tiempo para los buenos sentimientos.
Es cuestión de vida o muerte, de nuestra vida o de su muerte.

Paremos el mundo, otra guerra es posible.

Los milenaristas sin Milenio
Madrid 15-2-2002

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