¿Qué podemos esperar del nuevo mundo?
Por decirlo de alguna manera, el mundo creado por el desarrollo industrial-capitalista ha conocido dos períodos fundamentales en la historia de sus formas de dominación. El primero va desde los orígenes de la Revolución Industrial hasta la larga posguerra de los años 50 y 60 del siglo XX. Desde hace dos décadas, podemos decir que nos encontramos ya sumidos en el siguiente período. El rasgo central que definió al primer período fue la creación de una sociedad basada en el modelo productivo industrial urbano, obsesionada por la creación de una abundancia de mercancías, y atravesada por conflictos sociales duraderos y guerras civiles. Esta sociedad acumuló, de una manera rudimentaria y torpe, cantidades colosales de poder militar, técnico y productivo, lo que le condujo a su derrumbamiento en los años 30 y 40 del pasado siglo. Hasta ese momento, de algún modo, la creencia en el Progreso iluminó el rumbo de naciones enteras, cuyas bases sociales compitieron con las clases dominantes para apropiarse del control de los centros de producción, lo que sólo consiguieron muy parcialmente.
A la Segunda Guerra siguió un interregno crítico donde las calamidades históricas extendieron un clima de hundimiento moral y desconfianza hacia la naturaleza misma del sistema. Esto se manifestó en lo que algunos llamarían más tarde el “pensamiento negativo”, la “cultura de la bomba”, la “contracultura”, la “generación golpeada”, el espíritu del “mayo francés”, el “Gran Rechazo” y, sobre todo, en el dislocamiento del movimiento obrero que, en medio de los grandes procesos de reestructuración capitalista, protagonizó los últimos eventos de lucha como proletariado salvaje.
Pero ya en los años cuarenta y cincuenta se empezaban a diseñar las condiciones técnicas, especialmente en los Estados Unidos, que algunas décadas más tarde harían posible el nacimiento de un nuevo modelo de progreso social y económico. Las décadas oscuras de la posguerra habían engendrado un peligroso sentimiento de desconfianza generalizada hacia las promesas de abundancia del capitalismo moderno: la sospecha más o menos consciente de que su organización técnica y productiva no era algo de lo que reapropiarse, sino sólo algo a demoler de arriba abajo.
Ahora trataremos de explicar lo que sin duda más nos atañe: no cómo ciertos sectores dominantes han recuperado satisfactoriamente el control sobre la producción de riqueza -hecho éste a nuestro parecer secundario por evidente- sino cómo han reconstruido la creencia de que, efectivamente, ésta es una sociedad que produce riqueza, que puede abrir posibilidades técnicas inauditas para la expansión de la vida, y que por todo ello la “inteligencia colectiva” debe reapropiarse políticamente de lo que, de hecho, ya posee como capital simbólico y organizativo dentro de la “sociedad red”. En otras palabras, intentaremos deshechar la falacia que pretende que la llamada “sociedad de la información” es una forma evolucionada de la sociedad industrial que por sus propias cualidades novedosas haría posible su reapropiación histórica por parte de las bases sociales.
Una vez desaparecidas las bases materiales de la inteligencia colectiva
Como se sabe la automatización de la producción unida al creciente procesamiento de la información prepararon desde los años cincuenta del pasado siglo, las condiciones técnicas y organizativas para la creación de una economía planetaria del capital. Sin esos preliminares básicos la llamada “sociedad de la información” sería un imposible. Los estudiosos del fenómeno coinciden en que la sociedad de la información nació de la extensión -técnica- del capital como modelo global aplicado a la totalidad del planeta. Las redes tecnológicas se han convertido en el medio objetivo de la integración de la acción simultánea del capital en todos los continentes, lo que, sin duda, es un factor novedoso. Pero, en relación a esto, habría que señalar dos cuestiones. Lo primero es el potencial ocultador del término “sociedad de la información” con respecto al comportamiento real de la dominación, que ahora opera ya como una fuerza destructiva sin envites sociológicos, como los de Marx o Weber, esplendorosa por haber capturado la totalidad del capital simbólico que, antaño, quedaba todavía al margen de sus ciclos de acumulación. En otras palabras, la fabulosa máquina planetaria de producción, levantada sobre pequeñas y grandes empresas científicas, técnicas, administrativas, informáticas, militares, ha conseguido una integración entre élites dominantes y bases sociales jamás soñada con anterioridad. Esto ha permitido, entre otras cosas, una aceleración de la cohesión capitalista en todas las esferas de la producción del planeta. El despegue del capital financiero, gracias a la red tecnológica, ha hecho posible en suma la descentralización productiva tanto como la creación de sistemas de servicios y la explotación de nuevos espacios del turismo, el ocio, el consumo y la propaganda, mientras la industria extractiva, la producción pesada, el trabajo forzosamente material eran empujados hacia las “periferias” -en determinados países- promoviendo guerra y pobreza, y a la vez se reconvertía tecnológicamente, en todos los lugares, causando la destrucción de la naturaleza que hoy conocemos.
El llamado capital global, en otro sentido, no puede aparecer sino en una fase muy avanzada del industrialismo, que ha trasladado la antigua división del trabajo a las fronteras de los paises y continentes, que ha agotado fuentes de materias primas en cantidades y lugares del planeta antes insospechados, que ha creado nuevas especializaciones y servicios dentro de una atomización sin límites, que ha convertido las grandes metrópolis urbanas en centros de procesamiento de información y servicios como nodos indispensables para la distribución de bienes entre jerarquías de ciudadanos-consumidores, y que ha incorporado a la gestión informacional del trasiego de mercancías a clases enteras de empleados.
Desde los años cincuenta, la lógica del capital es una lógica de tecnificación. La tecnificación ha salvado el proyecto de dominación capitalista. Por un lado ha permitido su expansión total, por otro lado ha hecho posible la integración de poblaciones enteras a su proyecto de expansión. La famosa “horizontalidad” de la sociedad red es justamente la extensión del modelo cooperativo con el capital a millones de estudiantes, profesionales, becarios, técnicos y empleados de todo tipo, sin los cuales el crecimiento del sistema habría sido imposible, o muy difícil. Por supuesto, la tecnificación alcanza a esferas mucho más amplias como el consumo y la vida cotidiana, lo que ha estabilizado el proyecto capitalista al ganarse la adhesión de masas enteras satisfechas de ver como, a la vez que se cuenta con su participación, logran el acceso a un mundo de comodidades diseñadas por la propaganda.
La pregunta que se formulan los activistas de la red es ésta: ¿No habría minado el cambio tecnológico en la “era de la información” la propia capacidad del sistema para mantener el Poder? La supuesta sociología crítica esbozada por los llamados movimientos “anti-globalización” (o de “resistencia global”) apunta en esa dirección. Un ciclo histórico se ha cerrado. Los movimientos de “resistencia global”, con sus foros y contracumbres, manifiestan de nuevo la vieja confianza en el sistema previa a las guerras mundiales del siglo XX. No se pone en cuestión la misma base industrial del sistema, ni su modelo de comunicaciones, sus formas de vida, consumo, artificialización, organización del territorio, etc. Las jóvenes generaciones -y no tan jóvenes- que participan en estos movimientos, si dejamos de lado el ecologismo superficial y la ambigüedad indigenista ante la modernización, no ven ningún problema en la misma existencia de un mundo tecnificado y fundado en el consumo y en la expansión de los servicios. Si los ideólogos revolucionarios del XIX y XX habían caido prendados de la abundancia maquínica capitalista, nuestros jóvenes resistentes sueñan con que esta exuberante sociedad de servicios nos pueda integrar un día a todos (incluidos los pueblos indígenas más alejados de la civilización).
Por tanto, y en segundo lugar, habría que esbozar detalladamente como la intuición marxiana sobre el cambio tecnológico y la sociedad capitalista con respecto a una posible reapropiación por la “inteligencia colectiva” de los medios de producción ha devenido justamente el proyecto del capitalismo industrial global aunque con un resultado paradójico: la inteligencia colectiva ha perdido sus bases materiales y sociales, incorporándose al gobierno técnico del capital, consumando la conquista de éste, mientras se destruye toda memoria justa del pasado, se falsea el contenido de la emancipación, y se aniquila una naturaleza que ya había desaparecido físicamente de la vida cotidiana. ¿Cómo hablar de reapropiación en este devastado escenario?
El crecimiento técnico
El sociólogo apologeta M. Castells [[Los extractos de M. Castells están sacados de su obra La era de la información]].ha escrito: “Sin embargo, lo que es específico del modo de desarrollo informacional es la acción del conocimiento sobre sí mismo como principal fuente de productividad”. Y esta sociología tan actual hace piruetas para no sacar las conclusiones reales de este autocrecimiento en el procesado de la información, que no supone tanto un cambio cualitativo de un modelo económico o social a otro diferente como una ampliación cuantitativa de las redes de gestión total del capitalismo triunfante. Si el capitalismo domina hoy más espacios, si controla a más poblaciones, si incorpora y persuade a más sectores profesionales, si emplea y explota más bienes, extrae más energía, si provoca más desastres y aturde o aniquila a más personas, lo importante no es entonces detenernos en el fastuoso funcionamiento de la nueva economía, y en la cultura específica que produce, sino en ver cómo actúa realmente hoy la dominación en las condiciones tecnológicas avanzadas del nuevo capitalismo industrial.
Pero, sin duda, para pasar a hacer una crítica acertada de la fase actual del sistema capitalista -tanto de su nueva abundancia como de la esperanza de su reapropiación por parte de la gente- primero habría que haber pasado por la crítica certera del mundo capitalista previo a la segunda guerra mundial, una crítica que hiciera justicia al proceso de modernización y a la resistencia que encontró, que devolviera su sesgo revelador a la historia social, que rechazara los mitos progesistas y que no tuviera aprioris a la hora de mirar el pasado, a la relación de las antiguas comunidades con la naturaleza, a los vínculos de derecho que desarrollaron dichas comunidades, etc. El descuido a la hora de abordar esta tarea hace que muchos neopensadores de hoy puedan confundir por ejemplo el proceso de los cercamientos a tierras y espacios de uso comunal durante el siglo XVIII y XIX, con las estrategias comerciales de privatización de software de las corporaciones. Este dislate, que se expresa a menudo como un “cercamiento a la inteligencia colectiva”, se alimenta de todas las servidumbres intelectuales y vitales que nos impone una cierta forma de vida ya completamente separada de una producción responsable y su organización directa en manos de la gente.
El mismo Castells tiene que aceptar el dominio específico de la economía industrial: “Así pues, aunque la economía informacional/global es distinta de la industrial, no es contraria a su lógica. La subsume mediante la profundización tecnológica incorporando el conocimiento y la información en todos los procesos materiales de producción y distribución en virtud de un gigantesco salto hacia delante en la esfera de circulación del capital. En otras palabras, la economía industrial tuvo que hacerse informacional y global o derrumbarse.”
Pero esto, bien interpretado, quiere decir: la economía industrial tuvo que hacerse totalitaria o derrumbarse. En otras palabras, tuvo que aumentar su poder en un grado tal que se vio obligada a llamar a la cooperación a masas enteras de población, mientras que su carácter informacional -el procesamiento de información y su cohesión a través de las redes telemáticas- era un paso consecuente para continuar su tarea de uniformización mercantil del mundo. ¿Cómo sin las nuevas tecnologías, se habría llevado a cabo y de forma tan acelerada este asalto sobre la vida social en su totalidad? Hay que decir que sin el control de una protocibernética -como la telegrafía u otros medios- el primer capitalismo industrial no habría alcanzado tan rápidas conquistas. Pero, de igual manera, la uniformización de los códigos y lenguajes técnicos e ingenieriles enfocados a la producción fabril son los primeros ejemplos de la extensión de un “software” imprescindible para la difusión de una cultura industrial y la adaptación planetaria de sus mercancías y bienes de consumo. De ahí que el incipiente movimiento financiero pudiera crear condiciones para la acumulación del capital en zonas “periféricas”. No es posible afirmar que el moderno capital global y telemático sea una consecución fatal de las formas anteriores, pero si es cierto que está dentro de una cierta lógica evolutiva. Que actualmente el procesamiento de la información -y lo que los sociólogos llaman el “intercambio simbólico”- se convierta así mismo en condición como tal para incentivar el capital y abrirle nuevas vías sólo indica justamente que la forma industrial del capitalismo, en la fase avanzada que hoy conocemos, necesita promover una movilización general en la población, ahora identificada con los valores del sistema y dispuesta a conquistar su autoestima en los marcos por él creados, con el fin de asegurar una explotación estable y duradera. En las condiciones presentes del capitalismo es necesario que sus súbditos estén familiarizados con ciertos códigos y lenguajes, sin los cuales no podrían ejecutar órdenes de una cierta complejidad.
Es absurdo pues pensar que el desarrollo de las fuerzas de producción vía procesamiento informático pudiera desbordar el marco empresarial jerárquico de las relaciones sociales de producción y favorecer una reorganización del control sobre otras bases. O mejor dicho: esto se ha producido en la medida en que había que repartir cuotas de control técnico y organizativo, en un proceso impelido por el mismo crecimiento del capital tecnológico. Podemos verlo en la misma existencia desmoralizante de la cultura de la red y su reciente historia de hackers voluntariosos, que en sus ratos libres tanto han contribuido a la escritura de software informático y la extensión del sistema. Tal vez se pueda hablar de la reapropiación del control, pero de un control ¿sobre qué?
La informatización del mundo
Es cierto que la reapropiación -en términos de control, beneficios y autovalorización- se produce hoy sobre el permanente “cambio tecnológico”. Dicho cambio ha dado un resultado perverso a cualquier forma de reapropiación, pues la persona humana hoy sólo puede soñar con adaptarse más y mejor al mundo tecnificado y artificializado que se le impone; la reapropiación en la “era de la información” es entendida desde el rol de usuario-activo o, incluso, creador de un software propio. En ese sentido, parte del orgullo hacker viene de su creencia en que la programación os hará libres, y con ella se superará el despectivo estatus de mero consumidor, sujeto pasivo, condenado a situarse siempre en el lado exterior de la “interfaz”. El sujeto revolucionario pasa hoy a ser un hipotético programador -escritor de software- convencido de que su tarea debe ser realizada cooperativamente. Pero se olvida, en primer lugar, que fue precisamente este tipo de actividad desinteresada la que, en un principio, sirvió al despegue del capital telemático gracias al perfeccionamiento de los sistemas operativos. Por otro lado ¿cómo desviar o cambiar de rumbos los mismos fines industriales desastrosos a los que se destina hoy la mayor parte de la escritura de programas? Todo el sistema de la mercancía se beneficia ostensiblemente de la escritura de software y, si tuviera que tomar una opción en cuanto a la producción de software -libre o propietario- se vería que ninguna de ambas es excluyente con respecto a los fines sustanciales del desarrollo tecnoeconómico y sus correspondientes aparatos de dominación. En un artículo titulado Cooperación y producción inmaterial en el software libre. Elementos para una lectura política del fenómeno GNU/Linux, sus autores, refiriéndose al fenómeno Linux se preguntan: “¿El capitalismo financiero está cediendo en esto a una simple moda pasajera con la esperanza de obtener algunos beneficios fáciles y rápidos? ¿O quizá es la señal de que el software libre -del que el sistema GNU/Linux es su locomotora- después de haber aumentado espectacularmente contra todo pronóstico el número de usuarios se impone también al conjunto de la economía-mundo?”
Este cuestionamiento aclara ya de antemano cómo la lógica del desarrollo del software -sea “libre” o “propietario”- sirve a los fines de esa “economía-mundo” y no puede servir a otros; pero los autores -ciegos tecnoentusiastas- no pueden ver que no existen diferencias sustanciales entre los intereses del “capitalismo financiero” y la escritura de software libre, a no ser que identifiquemos de manera exclusiva dichos intereses con los de algunas corporaciones como Microsoft.
En relación a la extensión de las redes telemáticas se trata de ver como el Estado impulsa su desarrollo por todos los medios. Es el caso del Estado español donde, sirva como ejemplo, en la comunidad de Extremadura los centros educativos se ven invadidos por los ordenadores en un experimento conductista sin precedentes en la región, y todo ello con el respaldo técnico del sistema operativo GNU/Linux…¿Quién puede dudar hoy que las nuevas tecnologías tienen que entrar a la fuerza en el espacio mental y físico de las personas? Que el lector de este artículo saque sus propias conclusiones. En la actual campaña que libra el PSOE, la promesa de Zapatero es un claro compromiso tecnoeducativo, por supuesto el aumento de horas lectivas y de apoyo al idioma inglés, junto con la expectativa radiante de un ordenador por cada dos alumnos (¿o habría que decir dos alumnos para cada ordenador?). Al pequeño ciudadano le quedan pocas ventanas por las que escapar del embrutecimiento de la instrucción civil: primero vacunado, después escolarizado, y ahora, informatizado.
La reunión de Ginebra
De los días 10 al 12 de diciembre de 2003 y en el marco de las Naciones Unidas, tuvo lugar en Ginebra la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información (WSIS). La gran prensa saludó el evento como un paso más hacia la informatización. Damos algunas muestras:
“Lyon y Ginebra son las primeras dos ciudades europeas que aportarán dinero para crear el fondo de solidaridad digital con el que se pretende reducir la “brecha digital” entre los países del Norte y del Sur.”
“El hecho de que pueblos, escuelas, centros de investigación, sanitarios y administraciones públicas estén conectados a las nuevas tecnologías; y que más de la mitad de los habitantes dispongan de acceso a la Red son objetivos a alcanzar en 2015 e incluidos en el Plan de Acción aprobado ayer” (ABC, 13-12-03)
El País, del mismo día, titulaba su nota: “Conectar todas las aldeas a Internet cuesta 5.300 millones”, y dentro de ella se apuntaba lo siguiente: “Malloch Brown, del programa de desarrollo de la ONU, promotora de la cumbre, quiso despejar las dudas sobre el altruismo del plan -los más críticos aseguran que se trata de subvencionar la apertura de mercados poco apetitosos a las operadoras de telecomunicaciones-, asegurando que sólo llegarán recursos de la cooperación internacional si se demuestra que la inversión tecnológica “responde a las necesidades de las poblaciones locales.”
La edición de La Vanguardia, en un esfuerzo de demagogia visual, acompañaba su reseña con la imagen de uno de los delegados en la cumbre, un indio norteamericano tocado con su penacho de plumas. En esta reseña se insiste sobre la famosa “brecha digital”: “El secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, calificó de irrelevantes la mayoría de contenidos lúdicos de la red generados para el consumo de sectores privilegiados. Y recordó que si se impulsase en muchos paises pobres el acceso mediante Internet al comercio, la telemedicina o la educación, se podría “mejorar el nivel de vida de millones de personas del planeta.””
Por supuesto, los grupos defensores del software libre aprovecharon la ocasión para airear sus agravios y bajo el lema WSIS? WE SEIZ! (WSIS? NOS APODERAMOS!) desplegaron su artillería de reivindicaciones (patentes, criminalización del flujo de información, censura, etc.). La idea era, como decían sus promotores: la creación de redes de información y espacios físicos autónomos para intercambiar ideas y realizar acciones tácticas, de base popular, activistas y de medios comunitarios alrededor de la WSIS o en la misma cumbre. Debajo del barniz izquierdista se trataba en suma de ganarle la carrera al capital privado sobre el control de la red.
Un resultado claro despunta: el proyecto de los activistas hackers completa y consuma el gran proyecto del capitalismo global telemático, la cumbre de Ginebra lo demuestra, bajo el aparente enfrentamiento entre corporaciones, grupos humanitarios y representantes del software libre lo que destaca es la voluntad de unos y otros para salvar a toda costa la “brecha digital” (sic.). Es ridículo pensar que el capital privado pueda apropiarse de la exclusividad de este desarrollo, cuyo programa está en todas las mentes y en las más modestas capacidades: la tecnología ha desbordado los canales tradicionales de acumulación de recursos económicos, afianzando la dominación mediante la servidumbre masiva de los nuevos operarios.
La reapropiación y la cooperación en sentido hacker
En un texto ya clásico del hackerismo se compara el proyecto libertario de Kropotkin con el de la libre cooperación del proyecto Linux[[Los textos titulados “Cooperación y producción imaterial en el software libre” y “La catedral y el bazar” pueden ser consultados en la biblioweb de sindominio.]]:
“El “esfuerzo serio de muchas voluntades convergentes” es precisamente lo que todo proyecto estilo Linux requiere; mientras que el “principio de orden y disciplina” es efectivamente imposible de aplicar a los voluntarios del paraiso anarquista que llamamos Internet. Para poder trabajar y competir de manera efectiva, los hackers que quieran encabezar proyectos de colaboración deben aprender a reclutar y entusiasmar a las comunidades de interés de un modo vagamente sugerido por el “principio de entendimiento” de Kropotkin. Deben aprender a usar la ley de Linux”. Como se dice más arriba: “Esto es, mientras que la creación de programas sigue siendo esencialmente una actividad solitaria, los desarrollos realmente grandes surgen de la atención y la capacidad de pensamiento de comunidades enteras.” (“La Catedral y el Bazar, Eric S. Raymond)
O, como escribe el hacker Neal Stephenson en su libro En el principio… fue la línea de comandos[[El libro Al principio fue …la línea de comandos ha sido editado en el año 2003 por Traficantes de Sueños.]]:
“Los hackers salían del mundo científico y académico, donde resulta imperativo hacer que los resultados del propio trabajo queden disponibles al público.”
La cultura hacker, en suma, ha tergiversado los valores que daban un sentido resistente a las luchas sociales de todas las épocas. Primero, ha destruido la misma noción de comunidad. En efecto, ¿qué tipo de comunidad es ésta que sólo comparte la elaboración informática de un cierto conocimiento? ¿a qué tipo de compromiso real puede llevar una actividad separada por completo de la satisfacción de necesidades básicas? Todo el trabajo realizado en la red ¿cómo encontraría un soporte fuera de la misma estructura técnica, más la batería de servicios, formación, flujos energéticos, intercambios financieros, telecomunicaciones e incluso una cierta idea sobre la división del trabajo y la especialización? El desbaratamiento de los mercados locales, la red de transportes, el incremento de las comunicaciones a distancia, el volumen de energías, la urbanización, la victoria del capital financiero, la introducción de tecnologías manipulativas como la ingenería genética -creadoras de una nueva realidad artificializada-, la difusión de la ideología sobre el consumo, todas las tendencias del capital industrial se han acentuado hasta un punto en que ya nadie podría pensar en un paso previo: justamente el pasado se ha hecho inimaginable.
En segundo lugar, cuando los cibermilitantes hablan de “cooperación” dentro de la red, es necesario que recuerden que su modelo de cooperación jamás saldrá de la red y, por tanto, jamás abandonará el terreno de la mera protesta. Porque la red por sí sola cristaliza un modo de economizar la riqueza y la actividad humana que es en todo dependiente de individuos que han perdido cualquier responsabilidad sobre el proceso productivo. La sociedad industrial se construyó sobre la acumulación primitiva en la época de la destrucción del campesinado. Este proceso se ha segmentado a lo largo de toda la época moderna, hoy todas las formas de trabajo directamente productivo, de los bienes comunes, de los saberes tradicionales sufren -o han sufrido- esos procesos de acumulación primitiva; lo vemos en la mercantilización del agua como en la destrucción de la selva y sus habitantes. La sociedad industrial de nuevo cuño se edifica ya sobre la cultura de la desposesión sin réplica, es dentro de esta desposesión que los ciberactivistas edifican sus vanas utopías, es sobre este terreno baldío que diseñan su protesta.
Las posibilidades técnicas abiertas en la era del capital global apuntan hacia un dinamismo inédito en la historia económica. La cultura hacker se ha identificado de lleno con ese dinamismo en el que ven amplias oportunidades para expandir la forma flotante de su cooperación. Si dentro del marxismo ortodoxo el sistema fabril era condición indispensable para la creación de un proletariado en lucha, la cultura de la nueva protesta parece indicar que la sociedad ha de pasar por la informatización para que nazca una conciencia unida y combativa; si la fábrica era el lugar donde el proletario se apoderaría del control de la riqueza, dentro de la red descentralizada ¿ha llegado el momento de tomar lo que de hecho ya está ahí para todos?, pero como escribía Luis Navarro [[El texto de Luis Navarro “No veis lo que está pasando. El espectáculo en la era de internet” apareció en la revista Maldeojo nº1 2000.]], refiriéndose a la oposición Linux, en un artículo pionero:
“la oposición a un sistema que se descompone en la futilidad y la inercia dinamiza en vez de bloquear el medio, hace más significativa cualquier interacción sobre el mismo y retrasa consecuentemente la puesta en evidencia de la anulación de todo sentido que ha sido el horizonte sobre el que se ha desarrollado el sistema espectacular.”
El lenguaje de los hackers establecidos, como el de Raymond o Stephenson, delata un cinismo posmoderno que tampoco trata de disimularse. Si uno lee con un mínimo de atención el capítulo “La cultura de la interfaz” dentro del libro de Stephenson, se puede ver que este autor es un hombre brillante y que sabe muy bien el mundo en el que ha elegido vivir. ¡Es una pena que Adorno y Horkheimer no puedan ya leer este breve capítulo de la sabiduría apologeta contemporánea! ¿Qué habrían pensado de esta lúcida defensa de Disneyworld, de la cultura de masas, del entontecimiento generalizado, de la incapacidad para ser adultos?
Mostremos algunas perlas de este totalitarismo de Disney tomadas del libro de Stephenson:
“Cualquiera que crezca viendo la televisión, que nunca vea nada de religión o filosofía, se críe en un atmósfera de relativismo moral, aprenda ética viendo escándalos sexuales en el telediario, y vaya a una universidad donde los posmodernos se desviven por demoler las nociones tradicionales de verdad y cualidad, va a salir al mundo como ser humano bastante incapaz. Y -de nuevo- tal vez el fin de todo es hacernos incapaces, de modo que no nos bombardeemos mutuamente con armas nucleares.” (pag. 73)
“La gente sofisticada se burla de los entretenimientosdisneyescos por facilones y asacarinados, pero si el resultado es provocar reflejos básicamente cálidos y simpáticos a nivel preverbal en cientos de millones de iletrados inmersos en los medios, no pueden ser tan malos. Anoche matamos una langosta en nuestra cocina y mi hija lloró durante una hora.” (pag. 75-76)
Ante una sociedad dominada por una minoría intelectual profunda, Stephenson opta por la sociedad actual norteamericana del analfabetismo equipado. La imbecilidad de su argumentación nos pone, como siempre, delante de dos únicas opciones: o Disneyworld o Auschwitz.
Por otro lado, las conclusiones de Stephenson deben resultar decepcionantes -técnicamente hablando- incluso para la militancia hacker: la cultura de la interfaz es hoy por hoy insuperable por las masas idiotizadas de occidente, no sólo están condenadas a padecer la informatización en sus vidas, tampoco parece inmediato que puedan superar la banal interfaz para pasar al control de la línea de comandos, lugar privilegiado reservado hoy a los pioneros programadores y sus seguidores más adelantados. La metáfora de la interfaz le sirve a Stephenson para defender, a la vez, la superficial cultura norteamericana de masas tanto como la extensión de una tecnología informática accesible para todo el mundo. Esta ardiente defensa de una técnica democratizada -aunque trivial- le hace adoptar una posición ambigua frente a la posibilidad de reapropiación de las nuevas tecnologías por parte de las poblaciones no adiestradas en las prácticas y en el lenguaje informatizado. El sistema BeOs, con su interfaz abierta a la línea de comandos[[ la interface es aquello que se interpone entre el usuario y el sistema operativo, lo que aparece ante dicho usuario. La “línea de comandos” (que, en realidad, habría que traducir como “línea de mandatos”) era la interface operativa más primitiva, orientada a la programación. Los usuarios de hoy están más familiarizados con las interfaces gráficas que se popularizaron en los 90, como en el sistema Windows, donde ayudados por el “ratón”, ejecutan órdenes accionando sobre iconos estandarizados.]], se presenta al final del libro como el posible compromiso entre las élites hackers y las masas iletradas. ¿Es realmente el sistema operativo BeOs la tierra prometida americana? ¿La esencia de la democracia tecnológica?
Y aquí volvemos a nuestra cuestión central: ¿qué posibilidades de reapropiación ofrecen hoy las nuevas tecnologías tanto en el plano de la práctica política como en el del control de nuestras vidas?
Hablábamos en los comienzos de este texto de una desaparición de los bases materiales de la inteligencia colectiva. Con ello quisimos adelantar una cuestión evidente: la economía red (net economy) no sólo es otra forma más de la economía política en la historia del capitalismo, se trata además de una forma muy perfeccionada de su sistema de dominación porque clausura toda una época de la economía material y separa ya de forma completa, el conocimiento de sus bases físicas reconocibles. Promueve a toda costa la artificialización y la división entre sociedad y mundo natural, por lo que prepara ya la destrucción completa de la naturaleza humana. Al lado de las biotecnologías, las redes telemáticas, con su idea de la información como referente en sí mismo, como flujo constante, sin soportes fijos ni base biológica determinada, hacen despegar la existencia humana de cualquier hábitat y le invitan a pensar que todo es móvil, que todo es posible, y que la casa humana puede ser modificada sin límites. Dentro de la poesía nihilista de una novela precursora sobre el ciberespacio, Neuromante de William Gibson, publicada hace exactamente 20 años y convertida en obra de culto por los críticos posmodernos, se podía advertir ya esa dialéctica de deshumanización, de destrucción del soporte físico-biológico de la especie humana, del sueño de una inteligencia artificial que no dependiera de ninguna base material:
“-Vosotros -dijo el finlandés- sois una verdadera molestia. El amigo Flatline… Si la gente fuera como él, todo sería muy simple. No es más que una estructura, un puñado de ROM; por eso siempre hace lo que yo espero que haga.” (pag. 246)
La destrucción del mundo natural y de la capacidad humana no está en las preocupaciones de la subcultura hacker, que se creó en las cámaras de una economía aún más ficticia que la de la simple productividad industrial: la economía global en la época de su reproducción telemática.
Posible final
¿Se comprenderá entonces que toda tecnología que se disocia por completo de la naturaleza hasta llegar a suplantarla tiene que entrar necesariamente en contradicción con las formas de una libertad y una autonomía posibles y con la unidad del planeta vivo?
Traigamos del recuerdo las palabras de Lewis Mumford de una de sus conferencias de 1963:
“Los inventores de las bombas nucleares, los cohetes espaciales y los ordenadores son los constructores de pirámides de nuestra época, psicológicamente inflados por un mito similar de poderío incompetente (…) A través de la mecanización, la automatización y la dirección cibernética, esta técnica autoritaria ha superado finalmente su debilidad más grave: su dependencia original con respecto a unos servomecanismos resistentes, a veces activamente desobedientes, y todavía lo bastante humanos como para abrigar propósitos no siempre coincidentes con los del sistema.”
No hay crecimiento inocente de la sociedad red, por tanto, tampoco puede haber una cooperación ni una comunidad resistente sin cuestionar dicho crecimiento. ¿Por cuánto tiempo se olvidará que la primera oposición a la economía moderna se libró contra su estructura técnica? ¿Durante cuánto tiempo se ocultará que esta oposición significó un tipo de desobediencia auténticamente humana?
Notas
Nota explicativa:
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1 comment
[…] frontal a lo que llaman “ilusiones activistas”, entre las que sobresale la variante hacker[Cf. [“La sociedad red y nosotros, sus enemigos”, Ekintza Zuzena nº 31.]]. Aunque reivindican claramente la acción directa y el sabotaje como […]
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