Trataré de hablar, sobre todo, de la situación actual. Pero creo que no es posible hablar de ella sin tener en cuenta el cuadro histórico, sobre todo un periodo muy importante para el movimiento antagonista italiano, no sólo para la autonomía obrera sino para todo el movimiento antagonista, que ha sido el ciclo de luchas de los años 60 y 70. Dividiré este cuadro histórico en tres periodos: el primero llega hasta los movimientos de los años 70 y su finalización; el segundo parte del fin de los movimientos de los años 70 hasta los primero años 90, el tercero parte de los primeros años 90 y llega hasta hoy.
Diré alguna cosa acerca de por qué son importantes para nosotros los movimientos de los años 70. Son importantes porque representan el último anillo de una cadena de revueltas, rebeliones y subversión que se extiende a lo largo de todo el siglo XX; representan el último intento revolucionario que ha tenido lugar en Italia, vinculado a toda la tradición precedente, representan el último caso, en Italia, de movimientos antiinstitucionales de masa. En estos movimientos de los años 60 y 70 vemos no sólo la riqueza de las tradiciones políticas italianas marxistas y no sólo marxistas; vemos también los que fueron luego elementos de retroceso del modelo de desarrollo italiano y que contribuyeron al nacimiento de los movimientos de los años 70. […]
No es posible entender los movimientos de los años 60 en Italia sin tener presentes los procesos de industrialización y de inmigración que desplazaban a millones de personas desde el sur de Italia hacia el norte en una situación a menudo caótica en que no había viviendas, escuelas y en que se producían fuertes tensiones sociales. Sobre estas tensiones se desarrollaron después los movimientos.
Hay cuatro razones principales que definen la importancia de los movimientos de los años 60 y 70. En primer lugar, su duración. Se ha hablado del largo 68 italiano, un 68 que dura diez años. Es prácticamente un caso único en Europa. En segundo lugar, la gran articulación y diferenciación de opciones políticas y culturales, en el sentido que en el movimiento confluyen todas las tradiciones y culturas políticas: antagonistas, revolucionarias; marxistas, anarquistas, feministas, incluso contraculturales. Confluyen componentes legales, que realizaban un trabajo de masa, pero también componentes que, sobre todo al final de los años 70, hacen la elección de la lucha armada. También en este caso se trata de una lucha armada con diferentes posiciones y formas de organización. Sea como sea, se da el intento de renovar la que era la tradición oficial ortodoxa de marxismo oficial italiano y en particular del marxismo del Partido Comunista. En tercer lugar, no sólo hay articulación de tradiciones y culturas políticas, sino también articulación social: casi toda la sociedad está implicada en estos movimientos: estudiantes, obreros, mujeres, ocupaciones de casas, las organizaciones de militares en el interior de los cuarteles, las organizaciones de pres@s dentro de las cárceles, las organizaciones profesionales, médicos que se organizan para poner en discusión la medicina oficial, psiquiatras que cuestionan la psiquiatría oficial… Toda la sociedad, pues, participa y está atravesada por estos movimientos. En cuarto lugar, es muy importante la capacidad que, con todos sus límites, los movimientos de los años 60 y 70 tuvieron de mantener unidos la radicalidad de los contenidos y de las consignas y el arraigamiento social (la dimensión de masa). Creo que éste es el aspecto más importante.
No creo que sea éste el momento de analizar todas las razones que conducen al fin de estos movimientos. Se puede hablar, quizás, de cuáles fueron los límites y las muchas divisiones internas; se puede hablar de las respuestas de tipo reformista que el Estado da a esos movimientos. Recordemos que en respuesta a las luchas obreras y a las luchas de aquellos años hay en Italia una serie de procesos de reforma: reforma del derecho de familia, el estatuto de los trabajadores, la ley que proclama la abolición de los manicomios… Seguramente contribuyeron también a la crisis de esos movimientos las modificaciones sociales y productivas, el hecho que desde la mitad de los años 70 empiezan una serie de procesos de reestructuración productiva, de despido de trabajadores de las grandes fábricas, de descentralización en pequeñas fábricas con el objetivo de dividir, fragmentar el cuerpo central de la clase obrera, que había sido uno de los motores de los movimientos de los años 60 y 70. Se puede hablar también del rol que tuvo el Partido Comunista, que sobre todo a partir de los años 70 opta por ser el partido del orden y de la defensa, incluso con la represión y las armas, como pasó en Bolonia en 1977, del Estado democrático. Se puede hablar también de los cambios en la situación internacional… Lo que está claro es que a finales de los años 70 se cierra una fase y se abre otra. En esta nueva fase los movimientos se hacen más discontinuos, menos generalizados en el interior de la sociedad, y su connotación política se hace más incierta. Estamos hablando del final de los años 70, primeros años 80; un periodo en el que estaba en curso una gran ofensiva no sólo en el plano económico sino también en el plano cultural, ideológico, son los años del yuppismo, del reaganismo que hemos visto en el mundo entero. Hay en Italia también una gran ofensiva represiva, porque aprovechando las llamadas “leyes antiterroristas”, sobre todo después del secuestro de Aldo Moro (1978), hay un gran ataque represivo que golpea a todas las organizaciones del movimiento. Hay que decir, entonces, que las razones que llevaron a esta crisis fueron muchas.
Los movimientos de los años 80 están caracterizados por una crisis de las organizaciones políticas que se proponían finalidades generales. Se agrupan en cambio movimientos más sectoriales, culturas autogestionarias o comunitarias, nace y se desarrolla un movimiento punk. En este cuadro empiezan a desarrollarse los movimientos de ocupaciones y los Centros Sociales. El Centro Social parece ser una de las formas que mejor garantizaba poder sobrevivir en una situación en la que ya no hay grandes movimientos sociales. El área de la autonomía obrera consigue sobrevivir y pasar de los años 70 a los 80. Sobrevive, en particular, creando una coordinadora nacional que se llama Coordinadora Nacional Antinuclear y Antiimperialista, y que actúa a lo largo de los 80: participa en las luchas estudiantiles de esos años, participa en las luchas contra las nucleares, contra el intento que se estaba haciendo en Italia de poner en marcha el uso civil de la energía nuclear, participa en la creación de Centros Sociales, participa también en el nacimiento de la experiencia de los COBBAS (comités de base dentro de los lugares de trabajo). Hay pues, un hilo que vincula estos movimientos con la autonomía obrera de los años 70, aunque sea en un marco muy diferente.
La que, para mí es la gran contradicción de los movimientos de los años 80 es que, por un lado, se asume como identidad la tradición y la cultura política propia de los años 70. Por ejemplo, en el caso de la autonomía obrera, se asumen como fuente de la identidad las consignas de la autonomía obrera de los 70: la acción directa, como nueva versión de la ilegalidad de masa, la cuestión de la autoorganización o la cuestión de la antiinstitucionalidad. Pero, por otro lado, estas consignas que venían de los años 70 son aplicadas a un periodo histórico muy distinto, en el que la situación social ya no está caracterizada por los conflictos y la politización generalizadas. Ésta es para mi la contradicción principal de los movimientos de los años 80. Son movimientos que si bien, por un lado, consiguen garantizar la continuidad de la presencia antagonista en Italia, por el otro son movimientos residuales que no consiguen renovar el propio patrimonio teórico y práctico para adecuarlo a la nueva situación. Es importante decir que a lo largo de los 80 esta contradicción entre las posiciones teóricas que miran hacia los años 70 y las condiciones sociales diferentes, propias de los años 80, no explota. Queda latente porque la referencia a los años 70 es aún muy fuerte; queda latente porque durante los primeros años 80, que son los más difíciles, aquellos en los que la represión es más fuerte, muchas de las campañas que se llevan a cabo son sobre la represión o en solidaridad con los detenidos políticos. (En esos años tenemos un número de detenidos políticos que llega a 5.000. De estos 5.000, 200 decidirán colaborar con la justicia y al menos 2.000 se disociarán, es decir, entrarán en la posición de renegar de la violencia y se adhieren a la democracia. Digo esto para remarcar también la dimensión trágica y dramática de lo que sucedió en esos años). La contradicción de la hablaba, propia de los años 80, no explota, además, porque después de estos primeros años un poco difíciles, hay en Italia una reanudación de los movimientos de masa. Por ejemplo, tiene lugar la lucha contra las nucleares, del 84 al 87; en el 85 hay un importante movimiento en la escuela secundaria y en las universidades; en el 86 nacen los COBBAS dentro de las escuelas pero después se desarrollan en los sectores de la administración pública y en los últimos años incluso en algunas grandes fábricas; en el 90 tenemos de nuevo una ola de ocupaciones en las universidades; en el 92 tenemos una gran contestación contra los sindicatos en todas las calles de Italia, porque habían aceptado cortar la “scala mobile”, que es el mecanismo que sirve para adecuar la inflación con los salarios. Lo que quiero decir, por lo tanto, es que esta reanudación de los movimientos de masa da la sensación de que, de alguna manera, los años 70 podrían repetirse o podrían prolongarse aunque fuese bajo una forma diversa. Esto es lo que hace retardar algunos años la explosión de la contradicción de la que hablaba.
Se abre una nueva fase, según mi interpretación, a partir de los primeros años 90. En estos años esta contradicción, incluso dentro del área que se reclama de la autonomía obrera, estalla. Estalla bajo la forma de divisiones políticas y de diferentes posiciones y cortes que empiezan a emerger. Muchas razones determinan esta explosión antes que nada, el desarrollo último y acentuado de las transformaciones productivas y sociales que configuran una situación cada vez más diferente de la de los años 70. En particular, se da una nueva reducción de la clase obrera dentro de las grandes fábricas, se desarrolla el trabajo precario, y de todas las formas de trabajo autónomo más o menos heterodirecto. Hoy, en Milán, la ciudad donde yo vivo, aproximadamente las tres cuartas partes de las nuevas asunciones, es decir, de las nuevas personas que entran en el mercado de trabajo, lo hacen con trabajos atípicos, como trabajadores precarios o autónomos. En estos años 90 tenemos una nueva fragmentación de los movimientos de lucha. Aún peor que en los años 80, los movimientos son muchas veces movimientos que se limitan a reaccionar ante las cosas que ocurren. Por ejemplo, el movimiento contra la Guerra del Golfo, o la campaña contra la masacre de Chiapas. Hay incluso luchas importantes, que son a menudo luchas locales que duran un cierto tiempo y luego se terminan.
Esta nueva situación crea la percepción cada vez más acusada de que esta vez los años 70 realmente han muerto y pone a todos el problema de cómo adecuar el propio pensamiento y práctica política a esta nueva situación. Hay ya quien llega a teorizar que hace falta liberarse de la herencia de los años 70; hay quien llega a considerar esta herencia un peso; pero por otro lado hay quien teoriza que sin memoria no hay futuro. Este problema se irá haciendo más y más fuerte a lo largo de los años 90. La primera ruptura seria dentro del área de la autonomía aparecerá vinculada al problema de la detención política, que es un problema vinculado a los años 70. Otros problemas que hacen patente que se va hacia una situación de creciente fragmentación política emergen en Roma cuando entre el 93 y el 94 se abre una fuerte polémica al interior dé los Centros Sociales: una parte de los Centros Sociales quiere abrir una negociación con el Ayuntamiento para ser legalizados, mientras que la otra parte de los Centros Sociales critica esta decisión. Creo, sin embargo, que la primera discusión que muestra que se están creando posiciones diversas sobre una serie de cuestiones, posiciones que parten sobre todo de los Centros Sociales pero que implican en cierta manera a toda el área antagonista, incluso la que se reclama de la autonomía, es la que se abre en el 95 sobre la cuestión de la “empresa social”, del tercer sector y del non-profit. Esta polémica nace porque algunos intelectuales externos al área de los Centros Sociales proponen a estos Centros que asuman como modelo el de la empresa social. Es decir, en un momento en que los centros Sociales ya estaban llevando a cabo una función de servicio social, porque ofrecían ya servicios a los jóvenes (conciertos, espacios de encuentro…), estos intelectuales les proponen que asuman el modelo de la empresa social como modelo de organización política. Esto significa convertirse en una estructura que no sólo es política sino también económica; que no sólo desarrolla una actividad política normal de campañas, contrainformación y denuncia sino que también desarrolla actividades de tipo económico, de autoproducción o autorédito: producir servicios o producir bienes. Obviamente, se trataría de producir servicios que tuvieran un cierto fin político o social y bienes, como camisetas o videos, que también lo tuvieran. Después de esta propuesta se da una ruptura entre los que están de acuerdo con ella y los que la consideran una equivocación. No es un problema vinculado únicamente a que hay quien acepta el modelo de la empresa social y quien no, sino que detrás de esto hay otros problemas teóricos y políticos que son afrontados de maneras diversas. Por ejemplo, los que aceptan el modelo de la empresa social como instrumento de creación de espacios de libertad dentro del mercado y contra el mercado, se acogen en general a un análisis de las transformaciones productivas de lo que ha sido definido como postfordismo; entienden que el postfordismo, las transformaciones productivas, han determinado un nuevo sujeto social y productivo que ha sido llamado de diversas maneras: general intellect, trabajador inmaterial o trabajador autónomo heterodirecto. La característica de este nuevo sujeto es que opera en una situación productiva y económica en la que la información y la comunicación son cada vez más importantes; en la que importa cada vez más la flexibilidad, incluso mental. Este nuevo sujeto es distinto del viejo obrero, en el sentido de que muchas veces ni siquiera es obrero, sino que está empleado, trabaja en un periódico o en un equipo de investigación o como trabajador autónomo. Es un sujeto que tiene mayores capacidades cooperativas y de autoempresarialidad, un sujeto que gracias a los nuevos modos de producción, gracias a las transformaciones productivas, a la terciarización, al desarrollo de internet, de la telemática, de la informática, y de todo lo que queráis, es un es capaz, si no existiera la dominación del capital y en un grado mucho más alto que el obrero masa, de hacer funcionar la sociedad y la producción por sí solo. Obviamente, con reglas y finalidades diversas de las del capital. Los compañeros que sostienen que éstas son las características principales del postfordismo, son los que se adhieren a la propuesta de la empresa social, a la construcción de formas simultáneamente políticas y económicas de liberación del trabajo, de experimentaciones para hacer funcionar de manera diversa la economía, que serían la expresión casi lógica que este nuevo sujeto, por sus capacidades, puede darse. Vemos, pues, que el discurso sobre las formas organizativas y el discursos sobre el sujeto y las transformaciones productivas van juntos.
Por otro lado tenemos otros compañeros que critican la propuesta de la empresa social porque dicen que en vez de liberar el trabajo y crear zonas de no-market, se crearán solamente formas de autoexplotación que se verán integradas por el mercado. Estos compañeros, contrariamente a los otros, no creen que la característica del nuevo sujeto sea la autoempresarialidad ni la mayor capacidad comunicativa o cooperativa. Creen, al contrario, que la característica de este nuevo sujeto es la precarización. En consecuencia, no aceptan la propuesta de la empresa social de la creación de zonas de no-market, de non-profit o de mercado alternativo. Sostienen, en cambio, que la propuesta que debe ponerse en práctica para dar expresión a este nuevo sujeto precario es la autoorganización de las luchas en el territorio y al interior de los lugares de trabajo. Proponen un modelo un poco clásico, si queréis, que es el de la autoorganización sobre la base de las necesidades y derechos (sobre la vivienda, la salud…) para crear así dentro de todos lo ámbitos sociales nudos de autoorganización y de conflicto con el capital, sin intentar construir zonas separadas de liberación del mercado. Éstas son, en su opinión, una utopía. Hace falta estar e infiltrarse en el territorio para hacer las luchas dentro de las relaciones de opresión. No hay islas que construir, no se puede hacer como si no existiera la necesidad de enfrentarse en cada lugar, en cada barrio, en cada puesto de trabajo, con el capital, con el poder.
A esta cuestión organizativa, por la que hemos hablado de autoorganización (COBBAS) de un lado y de autoempresarialidad (empresa social) de otro; y a la cuestión de los diversos sujetos, autoempresarial y comunicativo, por un lado, y el sujeto que se organiza y hace el COBBAS por otro, se añade una tercera, que es la de la relación y las alianzas con las instituciones. Muchas veces, entre los compañeros que se adhieren a la propuesta de la empresa social, avanza la idea de que aunque hace falta luchar y entrar en conflicto con las instituciones (por ejemplo, organizar una empresa social en un lugar ocupado), paralelamente hay que intentar encontrar, cuando sea posible, lugares de encuentro o de mediación con algunos ámbitos de la izquierda institucional. Y que donde haya suficiente fuerza, hace falta experimentar el terreno de la representación electoral. Tenemos el caso de compañeros de esta área que han sido elegidos como regidores municipales. Los otros compañeros, favorables a la autoorganización del sujeto precario, han criticado esta opción, porque sostienen que es necesario mantener a los partidos, incluso de izquierda, como adversarios, como enemigos y no como personas con quien se puede dialogar. Continúan defendiendo entonces una posición de abstencionismo y de rechazo de participar en el sistema electoral.
Otra cuestión que hace falta señalar, para completar el cuadro, es la de las formas de lucha. Entre los compañeros que han querido innovar la propuesta política y por lo tanto han optado por la empresa social y la participación en las elecciones, se sostiene que hay que innovar también las formas de lucha, las formas de luchar en la calle. Por ejemplo, no se busca salir a la calle con cascos y palos para enfrentarse a la policía, sino practicar formas de lucha en la calle a las que han llamado “desobediencia civil”. Desobediencia civil significa que sales a la calle para alcanzar un objetivo (por ejemplo, llegar a sitio en el que quieres protestar), pero para llegar no te enfrentas con instrumentos ofensivos sino solamente con instrumentos defensivos (por ejemplo, neumáticos, protecciones de goma…). Te enfrentas así con la policía, pero sin formas de resistencia activa. El objetivo ¿cuál es? intentar mantener juntas formas de ilegalidad de masa con formas de no violencia, para crear frentes más amplios de lucha. Se presupone que con la desobediencia civil se consigue no sólo practicar formas subversivas e ilegales, sino al mismo tiempo implicar a mucha otra gente que no apoyarían formas de lucha basadas en formas de resistencia activa. Los otros compañeros, creen que la desobediencia civil no consigue construir una forma de lucha nueva, sino que se limita a aguantar cinco minutos de confrontación permitida por la policía, que deja hacer porque se lleva el mal menor. No se llega así a lo que se pretende, que sería esta forma de ilegalidad de masa más amplia y compartida por más gente. Al contrario, se ha entrado de manera aún más fuerte en un lógica de institucionalización. Esto es lo que en los últimos tiempos se ha discutido durante semanas, incluso por internet, después de cada manifestación. Para estos compañeros que critican la desobediencia civil, ésta no sólo es un enfrentamiento permitido por la policía, sino que incluso sirve para pacificar la calle, ya que evita que suceda algo peor.
Todas estas polémicas han alcanzado en Italia una violencia bastante fuerte. Se ha llegado incluso a romper aquel sentido de pertenencia común que había permanecido durante los años 80, porque hoy estas diferencias políticas, han resquebrajado incluso el área que se reclamaba de la autonomía obrera. Ésta es la situación. Muchas veces, estas discusiones alcanzan su grado más alto de violencia sobre cuestiones secundarias o de tipo puramente táctico. Pero hace falta tener presente que detrás de ellas se esconden cuestiones de carácter teórico y político mucho más Importantes y profundas.
Para finalizar, querría añadir un comentario sobre otra discusión que ha tenido lugar en Italia, y que es la cuestión de la renta y el trabajo. En los últimos años, dentro del movimiento italiano, se ha desarrollado una tercera posición que, para responder a las nuevas condiciones productivas, propone, junto a la empresa social, la reivindicación de una renta de ciudadanía. Esta propuesta comparte el análisis del postfordismo, pero añade, como derivada también de este análisis, la propuesta de la renta de ciudadanía: si el trabajo es cada vez más precario, si cada vez hay menos trabajo porque la producción está más automatizada, ¿por qué perderse en 10.000 puestos diferentes de trabajo, para tener que crear 10.000 COBBAS, para reivindicar un trabajo que cada vez será más escaso…? Si las relaciones de trabajo son cada vez más fragmentadas, de nada sirve intentar crear conflictos en cada una de ellas. La propuesta que según esta posición puede agregar, unir, a todos estos sujetos productivos divididos en miles de puestos de trabajo diversos, con condiciones de trabajo y condiciones legales tan diversas, es la batalla por el derecho a la renta universal. Otros critican esta propuesta porque creen que es un propuesta abstracta: no se entiende una batalla por el derecho a una renta… ¿dónde se hace y contra quién? O existe un movimiento nacional, fuerte en toda Italia que lo reivindique o no se entiende como puede hacerse esta batalla. Hacen esta crítica los que proponen la construcción de comités de lucha dentro de los puestos de trabajo: mientras no existe un movimiento nacional, llevan a cabo una batalla sobre los derechos, sobre las condiciones de trabajo hoy. Evitan así el riesgo de caer en la pretensión de hacer una gran batalla sobre la renta de ciudadanía mientras que hoy, en las condiciones de trabajo de mierda que tenemos, no se hace nada. Otros ven que una y otra posición no se excluyen ni deben ir separadas, porque la lucha sobre las condiciones de trabajo que tenemos puede ser un punto de partida para crear redes, partiendo de las cosas que la gente siente más: el problema del salario y de las condiciones de trabajo. Esto puede servir para empezar, en un segundo momento, una batalla para conseguir la renta de ciudadanía.
Querría acabar diciendo una cosa: puedo haber dado la impresión de que sólo existen dos posiciones. En realidad no es así. Existen dos posiciones, que son las dos que he intentado describir, pero más allá de ellas hay muchísimas posiciones intermedias, difuminadas, que toman un poco de una y de la otra. Por ejemplo, creo que hoy muchos compañeros, incluido yo, comparten que es necesario superar el patrimonio de los años 70. Estamos de acuerdo en que hay que ensayar nuevas categorías, interpretaciones y formas de lucha. Simplemente, no creemos que la respuesta a esta necesidad sea la empresa social o la desobediencia civil… Sostenemos que la búsqueda y la experimentación están abiertas.
Una última cosa: esta exasperación de las polémicas internas al movimiento propias de los últimos años, es algo sobre lo que juegan los partidos de la izquierda y del gobierno, en el sentido en que ven como positiva esta ruptura interna al movimiento antagonista italiano, porque lo debilita y porque facilita la gestión del orden público. Incluso el Ministro del Interior, Bianco, refiriéndose a unos enfrentamientos que hubo delante de un centro de reclusión para inmigrantes, comentó que era positivo que existieran en Italia Centros Sociales que quisieran abrirse al diálogo con las instituciones. Esta posición es comprendida y animada. Al contrario, los centros sociales que no quieren abrirse al diálogo con las instituciones, se verán cada vez más reprimidos y controlados. Esta instrumentalización del debate que hay en el interior del movimiento por parte del gobierno y los partidos contribuye a exasperarlo y llegar a niveles en que uno puede decir al otro: “no te considero ya un compañero” o “te has convertido en la nueva policía”. No querría dar la idea de que en Italia nos pasamos todo el rato peleando entre nosotros. No es así. Nos peleamos mucho, pero cada uno, en su ámbito, intenta hacer cosas. Yo, por ejemplo, estoy en una organización que se ocupa del trabajo precario en Milán, otros hacen otras cosas. Pero en general, la situación del movimiento no es fuerte. Por eso hay poca circulación social: los ámbitos se vuelven cerrados, y esto hace que las polémicas tienden a exasperarse, a hacerse entre antiguos militantes. Cuando hay una situación de movimiento, en cambio, las diferentes posiciones se confrontan dentro de un movimiento donde hay otros sujetos que ni siquiera están politizados. Entran nuevas ideas, nuevos estímulos, y la exasperación de la polémica disminuye.