EL ALTIMILITARISMO EN SU ENCRUCIJADA

Hace ahora aproximadamente cuatro años realizábamos un análisis sobre la evolución del militarismo, los retos de la lucha antimilitarista y el estado de salud del propio movimiento antimilitarista[[Ver el nº 9 de la publicación “Campo Abierto” del Colectivo Tritón, titulado “¿El antimilitarismo en la encrucijada?”; junio de 2000; o nuestra “Txostena bi mila” de marzo de 2000.]]. Releído ahora el texto es fácil constatar que erramos en unas cuántas de nuestras predicciones y nos equivocamos también en el diagnóstico sobre el estado de salud del movimiento antimilitarista. Vaya todo ello por delante, a modo de advertencia, para que las siguientes líneas se lean con la necesaria prevención que determinan nuestros anteriores errores.

Cuatro años después del diagnóstico parece claro que fuimos demasiado optimistas. Sosteníamos entonces que la ya constatable crisis del movimiento antimilitarista nos parecía que respondía más a una “situación de cambio muy marcado” a la que el movimiento estaba haciendo frente tras el fin de las campañas de insumisión, que no a una “situación mala o difícil” en la que, según otras gentes, se encontraba inmerso el antimilitarismo.

Los datos de la realidad actual del movimiento antimilitarista en Euskal Herria (extrapolable en buena medida, pensamos, al Estado español) son contundentes en este sentido:

– Buena parte de los taldes existentes en 2000 han desaparecido sin dar lugar a otros nuevos.

– La actividad actual de los que subsisten parece tan escasa como su incidencia social y su reflejo en los medios de comunicación (oficiales y alternativos).

– Su aportación a los debates que tienen lugar en los diversos foros que de vez en cuando agrupan a movimientos sociales y populares, en general, brilla por su ausencia.

– Y la coordinación o comunicación entre los colectivos que subsisten, salvo contadas y puntuales excepciones, es simplemente inexistente.

Por poner el ejemplo de Gasteiz, el que mejor conocemos, de finales de los 90 al momento actual hemos pasado de contar con 6 grupos antimilitaristas (Asamblea de Insumisión, Asamblea de Padres y Madres de Insumisos, Izokina -presente en la Universidad-, Kakitzat, Malatxa y Gasteizkoak)[[Sin incluir aquí los desaparecidos en años anteriores: AOC, Mikelatz, Asamblea de Objeción Fiscal y KEM-MOC.]], a subsistir hoy en día simplemente quienes esto firmamos[[Y algún talde más que está intentando arrancar y al que luego nos referiremos.]]. No recordamos (en todo Euskal Herria) ninguna movilización antimilitarista (por supuesto, bajo esa denominación no incluimos a las manifestaciones contra las guerras, como más adelante comentaremos) digna de mención en cuanto a la participación, desde finales de la campaña de insumisión (ya sabemos que lo importante no es principalmente el número).

Cabría pensar (y así lo sugeríamos, también erróneamente, hace cuatro años) que ello fuera consecuencia (además del final de la insumisión que conllevó la desaparición de algunos taldes únicamente ligados a esa campaña) de una nueva estrategia del militarismo que hubiera optado por una militarización social larvada, más sutil, menos identificable socialmente y ello hubiera supuesto tanto una relajación social ante la no identificación de ese militarismo disfrazado, como una dificultad añadida para el antimilitarismo a la hora de intentar hacer patente un militarismo no caqui, no tradicional.

Salvaje militarización tras el 11-S

Mientras esta tendencia a la militarización larvada podía tener bastante de real en el año 2000, las políticas implementadas al calor (con el pretexto) del 11-S, principalmente en Estados Unidos y sus estrechos colaboradores (Reino Unido y España a la cabeza) pero con repercusión mundial, responden más al militarismo clásico o ramplón:

– Intervencionismo militar expansionista sin remilgos ante las instancias internacionales (ONU) o las normativas propias internas (en el caso español, autorización preceptiva del Parlamento para intervenir en una guerra).

– Aumento compulsivo de los gastos militares (de forma extraordinaria en Estados Unidos, pero igualmente significativa en los presupuestos militares de gran parte de sus socios europeos) con el consiguiente recorte en los ya de por si menguados presupuestos sociales.

– Subsiguiente incremento en la fabricación de armamentos, así como en su comercio y exportación (el conglomerado militar-industrial vive momentos de gran expansión, alcanzando su influencia a los propios órganos de decisión de la política estadounidense).

– Reafirmación mediático-institucional de los valores, signos y símbolos del militarismo más rancio (grandes desfiles, homenajes a soldados y banderas, nuevo auge de las películas bélicas, visitas presidenciales a las tropas en sus destinos, intervención continuada de mandos y responsables militares en los medios de comunicación…).

– Inculcación y potenciación de un sentimiento generalizado de inseguridad y temor generalizados, fruto de la creación de un nuevo enemigo mundial (el terrorismo sin fronteras) de características inaprensibles y elásticas (que puede actuar con cualquier rostro y en cualquier parte del planeta, incluso en el corazón del propio sistema capitalista). Esto permite la puesta en marcha de políticas tan salvajes como la de las guerras preventivas (adaptadas convenientemente a la política local, en el caso español).

– Lo que abre la puerta a la consiguiente puesta en marcha de legislaciones y normativas de control social y represión política que, dejando pequeñas algunas de nuestras peores pesadillas, convierten en papel mojado el más mínimo respeto a los derechos y libertades (individuales y colectivos) más básicos, no sólo de los prisioneros (desaparecen la presunción de inocencia, el derecho a un juicio justo, las asistencias letradas… ahí tenemos el caso de Guantánamo), sino de cualquier persona (control de todo tipo de telecomunicaciones sin permiso previo; elaboración, a escala mundial de ficheros policiales de sospechosos; denegación de visados; obligación de huellado y creación de ficha policial en los puestos fronterizos estadounidenses…).

Este panorama de militarización extrema, aquí solo sucintamente apuntado, cabría esperarse que hubiera despertado en nuestras sociedades ese antimilitarismo potencialmente latente que con frecuencias hemos especulado sobre si (al menos en Euskal Herria) habría logrado insuflarle la campaña de insumisión.

El antimilitarismo y la oposición a las últimas guerras

Pero las campañas de oposición a las dos últimas intervenciones/agresiones/guerras oficiales[[Lo que está sucediendo en Palestina, en Chechenia, en Colombia, en India, en Turquía, en diferentes partes de África…, y en alguna medida en Euskal Herria no obtiene el label de guerras ni de los gobiernos, ni de los medios de desinformación de masas, ni de gran parte de las poblaciones.]] (Afganistán e Irak) no solo no han servido para apelar y poner medios e instrumentos al desarrollo de ese antimilitarismo latente sino que han sucumbido en un antibelicismo parcial, puntual, ñoño y en gran parte cómplice del imperialismo (capital-militarista) occidental.

Sabemos que no todas las experiencias han sido iguales[[En Nafarroa, por lo que tenemos entendido se lo han sabido currar mejor o han tenido más suerte.]], pero la vivida en Gasteiz nos parece bastante aleccionadora. Lo que visto desde fuera podría llegar a interpretarse como exitosas movilizaciones (atendiendo simplemente al número de personas movilizadas), a nuestro entender no han sido sino grandes campañas de lavado de imagen de la pseudo izquierda más rancia y de su grupo de corifeos intelectualoides.

Bajo rimbombantes lemas hueros como Paremos la Guerra (como si éstas pudieran detenerse simplemente con las movilizaciones puntuales que se diseñaban) y con la mentirosa excusa de dotarse de consensos mínimos que hicieran posible Plataformas plurales la derechona travestida de socialdemócrata (y aquí, en un sentido amplio, incluimos tanto a PSE como a IU, a PNV como a EA y a UGT, CCOO o ELA, pero también podíamos incluir a Zutik y familia e Izquierda Abertzale en general, que, por miedo a perder protagonismo en las movilizaciones, no terminaron de atreverse a apoyar a quienes denunciábamos esa dinámica) ha conseguido vaciar de contenidos cualquier intervención pública de las Plataformas. Lo ha hecho impidiendo el mínimo análisis, por simple que fuera, de las raíces o causas que generan las guerras, oponiéndose a cualquier referencia que trascendiera el obscenamente vacío No a la Guerra (incluso en muchos casos negándose a introducir referencias tan elementales como la oposición a la OTAN) e incluso, en ocasiones, haciendo el juego a los intereses más espúreos al dar prioridad en los comunicados públicos a la denuncia de los atentados terroristas por encima del colaboracionismo local en el intervencionismo imperialista.

Este análisis nuestro no parte de una postura maximalista según la cual las plataformas debieran haber asumido los análisis y propuestas antimilitaristas más radicales, no. Creemos que nuestra postura más que maximalista fue minimalista: opción al debate interno para contrastar y enriquecer posturas sin imponer de entrada un consenso de mínimos (el simple no a la guerra) incuestionable (posibilidad que se nos negó); inclusión de referencias (aunque fueran simples) a temas elementales (OTAN y gasto militar) y negativa a hacer de la denuncia del terrorismo mundial y de la solidaridad con las víctimas del 11-S los temas prioritarios de los comunicados (es decir, no nos oponíamos en redondo a que apareciesen, pero sí pedíamos que no protagonizasen el mensaje de las Plataformas).

Lo narrado nos llevó a abandonar la plataforma en una de las ocasiones (la invasión de Afganistán, siendo los taldes antimilitaristas quienes la habíamos convocado) y a no participar tan siquiera de forma oficial en la otra (invasión de Irak). Ello no quiere decir que no nos alegrasen puntualmente las grandes movilizaciones que se dieron (a pesar de las bochornosas guerras de protagonismos que se visualizaron). Que el personal se manifieste contra las guerras es tremendamente positivo, pero sabíamos que el interés de las Plataformas por oponerse a las guerras iba directamente relacionado con el protagonismo de éstas en los medios de comunicación, que al fin y al cabo era también el protagonismo que buscaban buena parte de los convocantes.

Mirando al futuro

No pretendemos hacer en este texto un análisis de los retos que tiene pendiente el antimilitarismo, ni de los campos de trabajo que están pidiendo una urgente intervención por nuestra parte (ambos aspectos son, creemos, de las pocas cosas que se pueden salvar de nuestro texto del 2000 al que ya hemos hecho referencia). Pero, partiendo de las tres principales constataciones que hasta aquí hemos abordado (la reaparición del militarismo con su más cruda cara, la debilidad del antimilitarismo y la dificultad para hacer un trabajo mínimamente serio contra las guerras desde las Plataformas surgidas a tal efecto) sí quisiéramos poner en común nuestras reflexiones de por donde enfocar en el momento actual el trabajo antimilitarista. Reflexiones que estamos intentando transformar en práctica, todavía incipiente, junto con otras gentes cercanas sin poder asegurar que vaya a cuajar.

Nos parece oportuno facilitar el trabajo conjunto de las (pocas) gentes dispuestas a buscar las raíces profundas de las causas de las guerras pero, a diferencia de en otros momentos y dada la cruda realidad de los llamados movimientos sociales alternativos[[En gran parte de los casos, hoy en día, son simples siglas que subsisten con una realidad de muy pocas gentes trabajando detrás.]], más que Plataformas o Asambleas de Colectivos creemos que hay que referirse a esas personas de las que nos consta su determinación antimilitarista y que, en algunos casos, habrá que recuperar porque se habían desenganchado por diferentes motivos (cansancio, desilusión, circunstancias familiares relacionadas con una determinada edad).

También pensamos que hay que aterrizar el militarismo en nuestra realidad cotidiana (y por lo tanto, también el antimilitarismo). Intentar hacer claro el mensaje de que las guerras no son unos fenómenos que nos sean extraños y lejanos sobre los que prácticamente no tenemos capacidad de intervención. Que en nuestro mundo más cercano se están creando las condiciones para el mantenimiento o la aparición de nuevas guerras:

– Hablamos de nuestras universidades y sus programas de I+D para la industria militar

– Del más de un centenar de empresas vascas que trabajan para esa industria

– De las instituciones y partidos (todos) que las financian y apoyan

– De los bancos y entidades financieras que con ellas se lucran

– De los sindicatos que no se cuestionan lo que se produce en esas empresas

– Del gasto militar que se financia con nuestros impuestos

Y también…

– De nuestra complicidad con un modelo económico basado en ese imperialismo genocida

– De nuestras actitudes hacia las gentes, culturas, costumbres y usos diferentes

– De nuestro culto a las propiedades y posesiones, del que se alimenta el sentimiento de inseguridad que utilizan para imponernos los estados policiales.

Sobre todas estas cuestiones sí que tenemos capacidad de intervenir. Creemos que hay que pasar de los grandes y profundos discursos (no del debate y la reflexión, pero sí de los dogmas a asumir para ingresar en nuestras sectas) y de las generalidades abstractas. A todo lo anterior le podemos poner nombre y apellidos, lo podemos hacer cercano y visible, desnudarlo socialmente y hacer propuestas concretas para su transformación (o eliminación).

No parece que en nuestras sociedades capitalistas corran vientos favorables para el antimilitarismo ni para las grandes revoluciones sociales. Por eso, sin abandonar nuestra opción por transformar la realidad, hemos de hacer un esfuerzo para que nuestros análisis profundos y abstractos sepan trasladarse a propuestas concretas que nos posibiliten ir avanzando hacia esos horizontes transformadores. Algo posiblemente complicado, pero más sencillo de lo que inicialmente puede parecer, sobre todo si para ello seguimos haciendo uso de la imaginación, esa herramienta que en no pocas ocasiones nos ha posibilitado la comunicación en nuestras sociedades incluso cuando éstas parecían sordas a nuestras propuestas.

Somos conscientes de que el presente y el futuro próximo que hemos esbozado no son en absoluto optimistas. Tal vez nuestras reflexiones y propuestas caigan ahora en el error de arrimarse al otro extremo, escaldadas por lo ocurrido con las esbozadas hace ahora cuatro años. Pero, en cualquier caso son las que tenemos. A pesar de ello, decisión y convencimiento no nos faltan. Y trabajo y tarea tenemos de sobra. Tal vez lo más urgente sea un esfuerzo por encontrarnos y compartir puntos de vista, más allá de esta ocasión que nos brinda EZ. Pongámosle el cascabel al gato.

Colectivo “Gasteizkoak”
(diciembre de 2003)

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