Perú: ya va venir el día, ponte el alma
Lunes 16 de agosto de 2021 por CEPRID
MARCO TERUGGI
Revista Crisis
Cuando supo que un tal Pedro Castillo había dado la sorpresa e iba a disputar el balotage, quiso saber de primera mano quién era ese pequeño maestro de gran sombrero. Llegó a la capital peruana los últimos días de mayo, presenció la agónica victoria electoral y se juramentó quedarse hasta el día de la asunción: fueron dos meses eternos, plagados de operaciones destituyentes y nervios de alta tensión. Hasta que, finalmente, hoy Perú comienza una nueva época.
“Disfruta tu risotto que va a ser el último que comas en mucho tiempo”, le dice un hombre a otro en un restaurante de Miraflores, frente al océano Pacífico. Alrededor hay perros de raza, runners, surfistas, edificios modernos, jardines cuidados, negocios de marca, autos caros, un estilo moderno, chic, y por momentos pretensioso. Se acaba de confirmar que Pedro Castillo ganó las elecciones y en esta zona de Lima el 85% votó contra él.
Castillo es un extraño acá. Nadie entiende su sombrero blanco, su manera de hablar, de vestir, sus imaginarios, realidades, el mensaje que carga, el país que cuenta. Lo subestiman, le temen y desprecian. Los hombres como él no pasean por Miraflores o San Isidro, no se sientan en sus mesas, no salen a correr o a jugar al tenis los domingos en clubes, no toman aviones para vacunarse en Estados Unidos.
Ahora un hombre del norte de los Andes, campesino, asumirá como presidente del Perú, contra todas las encuestas de principio de campaña y pese al despliegue de miedo durante el ballottage. Pocas veces se llegó hasta ese punto: los canales de televisión pidieron abiertamente un golpe de Estado, se infundió terror sobre el comunismo y el marxismo-leninismo, las catastrófes económicas que sucederían con su victoria, se instaló el invento de un fraude o de vínculos con el terrorismo, se perdonó a Keiko Fujimori y con ella a toda su historia personal y familiar. Una descarga violenta que puso en juego las memorias irresueltas, silencios y traumas del Perú.
Tampoco Castillo imaginó, al inscribirse a la presidencia, que llegaría al ballotage y ganaría. Su repentino ascenso fue producto de una serie de contingencias: el partido Perú Libre no tenía candidato presidencial por estar su dirigente, Vladimir Cerrón, impedido judicialmente. Le ofrecieron una alianza, asumir la candidatura presidencial y aceptó, con un lápiz como símbolo y pocos recursos. Detrás de esas contingencias estaba la situación del país, la crisis, y la necesidad de una propuesta y un idioma como el suyo.
El país fracturado
Lima es una ciudad sobre el desierto frente al mar. Húmeda, sin lluvia, con un cielo panza de burro y contados días de azul calima durante los largos meses de invierno. La Molina, Barranco, la nostalgia de Chabuca Granda, son una parte de la ciudad, ilusoria y real. Está también el cercado, recuerdo de la pretensión virreinal con la que fue fundada la capital, ahora zona de movilizaciones, centro político en la plaza San Martín, las instituciones, balcones de madera, la decadencia y majestuosidad del centro colonial.
Y están los barrios, los cerros al sur y al norte, Villa María del Triunfo o San Juan de Lurigancho, donde se apilan las casas una tras otra hacia arriba, primero ladrillo, luego madera, hasta lo que se consigue para crear una pared y un techo. Un paisaje color ocre oscuro, tierra, con una capa de polvo sobre plantas, techos, moto-taxis de tres ruedas que suben a ritmo de cumbia, mundo chicha, por las calles de barro-humedad y pobreza.
En esos conos de desierto y exclusión está la historia peruana que no se cuenta: las ollas populares, el abandono estatal, cuatro décadas ininterrumpidas de migración interna de provincias, de la selva, los andes, lo indígena, cholo, discriminado. Perú está doblemente fracturado: al interior de Lima, y entre las zonas como Miraflores y el inmenso país. Castillo es ese inmenso país donde ganó en algunas regiones con 85% de los votos.
La pandemia –con más de 187 mil muertos en una población de 32 millones de personas– acompañada de la recesión agravó un cuadro de desigualdad en un país que venía de mantener un crecimiento sostenido del Producto Bruto Interno, con un promedio de 6.1% anual entre el 2002 y el 2013, y 3% entre el 2014 y el 2019. En 2020 la contracción fue de 12.9%, con tres millones más de personas en la pobreza, y un 70% de empleo informal. Un neoliberalismo estable en la macroeconomía, con una marcada exclusión social, geográfica y racial, y conflictos ambientales como en Cajamarca, la región de Castillo.
“Se ha arrancado todos los derechos del pueblo peruano (…) tenemos más de ocho millones de estudiantes estos dos años desconectados; de cada diez diez niños, seis en el umbral de la pobreza, de la anemia, del abandono; casi tres millones de peruanos analfabetos; encontramos que la infraestructura educativa de cada diez escuelas, siete a punto de desplomarse; encontramos que los centros poblados en el Perú, en la parte interna de nuestra patria, no hay presencia del Estado, el agricultor está totalmente abandonado; va usted a ver una posta médica y encuentra un pedazo de esparadrapo y una pastilla, no encuentra otra cosa. Los que hemos ido a ver y decir cómo está el país, el pueblo ha respondido qué cosa hay que hacer, y lo que hay que hacer es un cambio estructural, un cambio de la Constitución”, explicó Castillo en una reunión con presidentes y dirigentes del continente.
En esa fotografía están algunas de las razones de la victoria del candidato de Perú Libre, unidas a la gran crisis política iniciada en el 2016, con la victoria de Pedro Pablo Kuczynski sobre Keiko Fujimori, y el proceso sistemático de asedio al ejecutivo por parte del parlamento, conducido por el fujimorismo. El resultado: cuatro presidentes en cinco años, un Congreso disuelto. Francisco Sagasti, actual mandatario con ocho meses en la presidencia de la república, tenía por objetivo político central conducir al país a una transición ordenada este 28 de julio. Estuvo a punto de no lograrlo.
La crisis, la mafia y el intento de golpe
El estallido social ocurrió cuando Martin Vizcarra fue destituido por el Congreso el 10 de noviembre del 2020. La moción de vacancia fue por “permanente incapacidad moral”, acusado de corrupción en su antigua gestión como gobernador. El mandatario se convirtió así en el quinto presidente consecutivo señalado por actos de corrupción. En su lugar asumió el titular del Congreso, Manuel Merino.
Ninguna fuerza política anticipó lo que sucedería en las calles. Comenzó el mismo 10 en la noche hasta forzar la renuncia de Merino el día 15, con dos jóvenes asesinados en Lima: Inti Sotelo y Bryan Pintado. La salida de Merino, la asunción de Sagasti en el ejecutivo, y una titularidad del Congreso más progresista, dieron por finalizadas las movilizaciones, las más grandes desde la marcha de los cuatro suyos contra Alberto Fujimori, en julio del año 2000.
Las protestas en Perú hasta ese entonces habían sido centralmente por conflictos ambientales, contra explotaciones mineras; o sindicales, como la huelga del magisterio encabezada por Castillo en 2017. Esta vez ocurrió en el centro del poder, contra la descomposición política, una institucionalidad permeada por mafias, como la denominada cuellos blancos, con presencia en el poder Judicial, ramificación en el Legislativo, y desembocadura en el fujimorismo.
El país está marcado a fuego por ese apellido. Alberto Fujimori ganó en 1990 con un discurso de outsider, aplicó un ajuste neoliberal, creó grupos paramilitares bajo la conducción de Vladimiro Montesinos con el argumento de combatir a Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, cerró el Congreso, el poder Judicial, estableció la Constitución de 1993, una política de esterilizaciones forzadas, se involucró en narcotráfico y contrabando de armas, huyó a Japón desde donde renunció, y, finalmente fue condenado a 25 años por crímenes de lesa humanidad. Kuczynski lo indultó en diciembre del 2017, decisión revertida luego por la Corte Suprema.
Su hija, Keiko, reivindica a su padre, que aún tiene popularidad en varias partes del país, bajo dos argumentos: el fin de la hiperinflación y del terrorismo, que, en el caso del centro de Lima, implicaba coches bombas y cortes de luz. Se presentó tres veces a las presidenciales, en el 2011, 2016 y 2021, y, en cada caso llegó a ballotage. En ese recorrido aparecieron las investigaciones por corrupción, hasta llegar a la actual, por lavado de activos, el pedido de 30 años de prisión por parte de la Fiscalía, y la acusación de ser “una organización criminal enquistada en la personaría jurídica Partido Político Fuerza Popular”.
Parecía claro que no aceptaría una derrota ante Castillo, por su causa penal, la de muchos de sus aliados políticos, y la defensa del orden neoliberal y corrupto fundado por su padre. Keiko invocó la lucha contra el comunismo, aglutinó a gran parte de la derecha, incluida la familia Vargas Llosa, quien pasó de afirmar que Keiko era una amenaza para la democracia a sostener que era su salvación.
El asalto al Jurado Nacional de Elecciones para robarle la elección a Castillo significó una presión simultánea sobre todos los poderes del Estado, mediática, internacional, la reaparición de Montesinos, grupos de violencia callejera, cartas de ex militares, acoso a funcionarios. Un mes y medio de dilación que puso el país al borde de la detonación permanente, pero que nunca contó con el volumen de fuerza suficiente para lograr el golpe. ¿Qué faltó? El apoyo internacional, entre otras cosas. Castillo fue finalmente proclamado presidente el 19 de julio.
El nuevo gobierno
“Hoy es el momento de unir los esfuerzos, y hago la convocatoria al pueblo peruano, a toda la clase política sin distinción, a los gremios, a los consejos profesionales, a los economistas, a los universitarios, a la clase obrera, al magisterio, a todo el pueblo, a que hagamos el esfuerzo en el marco de la unidad para terminar con estas brechas que tiene el pueblo peruano”, afirmó desde la plaza San Martín el nuevo presidente luego de recibir las credenciales.
La proclamación marcó el final de una coyuntura crítica y el inicio de otra, también bajo fuego. La agenda de Castillo se abocó entonces a conformar su gabinete, con centralidad de Perú Libre, a la vez que con inclusión de fuerzas aliadas, como Nuevo Perú, conducido por Verónika Mendoza, en un escenario donde la izquierda y el anti-fujimorismo lo respaldaron, y diferentes sectores tradicionales se acercaron en busca de cargos, alianzas, ofreciendo estabilidad política y económica.
El nuevo gobierno debe resolver las urgencias nacionales, como la pandemia, las necesidades sociales y avanzar, según repitió Castillo, en el planteo vertebral de la Asamblea Constituyente. Los grandes medios y la derecha se plantearon dos objetivos: separar a Castillo de Cerrón, el secretario general de Perú Libre; e impedir que suceda el cambio constitucional que se presenta complejo, por la situación del poder Legislativo, bajo mesa directiva de la derecha y el fujimorismo. El Congreso será un espacio de disputa medular, desde donde la oposición podrá no aprobar gabinetes, intentar impedir el proceso constituyente o impulsar una vacancia presidencial.
La derecha ya anticipó que llevará una ofensiva contra el gobierno. El nuevo presidente cuenta con varias fortalezas, una de ellas es el respaldo social expresado en su victoria, las vigilias y movilizaciones. Otra es el apoyo de organizaciones como el gremio del magisterio y las rondas campesinas, donde Castillo se formó, con desarrollo principalmente en las provincias. La geografía más difícil será Lima, sin movimientos populares, y una parte de la sociedad convencida que el presidente no es legítimo, que ya realizó ejercicios de movilización durante varias semanas hasta intentar, incluso, llegar hasta la Casa de Gobierno.
Se trata de una situación inédita, cargada de simbolismo y potencia. Castillo es el primer mandatario que no proviene de las élites económicas o políticas, en un país marcado por la corrupción, el saqueo, la memoria y el silencio de la violencia política, con realidades de semi-esclavitud en el campo hasta la reforma agraria de Velazco Alvarado en 1969. Su victoria es producto de una crisis de raíz profunda, que ya tuvo en el 2011 la oportunidad de realizar un giro progresista con el gobierno Ollanta Humala, pero fue traicionada.
Perú inicia en su año bicentenario una etapa política marcada por numerosos enfrentamientos y posibilidades. Varios factores se definirán en las próximas semanas: qué estrategia adoptará Estados Unidos, si la derecha va a actuar con inteligencia o con su habitual brutalidad; el alcance del camino constituyente, de las movilizaciones; la capacidad de Castillo para convocar mayorías sociales que le permitan avanzar en los diferentes objetivos. Lima, entre vigilias y defensa de la democracia, vivió jornadas históricas bajo la música de flor de retama. Ahora puede venir el día, como escribió César Vallejo, tiempo de ponerse el alma, el sol y el cuerpo.
CEPRID
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