El silencio de la izquierda: Brexit, la euro-austeridad y el TTIP
Miércoles 13 de julio de 2016 por CEPRID
MICHAEL HUDSON
CounterPunch
Traducido para el CEPRID (www.nodo50.org/ceprid) por Julio Fucik
Los medios de comunicación de EEUU han tratado el voto británico contra la permanencia en la UE como si se tratara de populismo “trumpista”, un inarticulado voto derechista nacido de la ignorancia de quienes han sido dejados atrás por la política neoliberal de crecimiento económico. El hecho de que Donald Trump se hallara precisamente en Escocia promocionando su campo de golf contribuyó a enmarcar la narrativa de EEUU que representa el voto Brexit como un psicodrama “Trump contra Hillary”: rabia y resentimiento populista contra la política inteligente.
Lo que queda fuera de esta imagen es que hay una buena razón para oponerse a la pertenencia a la UE. La capta bien el lema de Nigel Farage: “Recuperar el control”.
La cuestión es ¿a quién? No sólo a los “burócratas”, sino también a las normas pro-bancos y antilaborales incorporadas en los tratados de Lisboa y de Masstricht que configuran la Eurozona. Los periódicos populares británicos (tabloides) se opusieron a la UE argumentando que los burócratas de Bruselas no fueron elegidos para hacer leyes que obligan a Gran Bretaña. El argumento era en gran parte nacionalista: “leyes británicas para ayudar al pueblo británico”.
El verdadero problema no es sólo que los burócratas hagan las leyes, sino la clase de leyes que hacen: austeridad pro-banca y antilaborales. A los gobiernos nacionales se les ha arrebatado la política fiscal y de gasto público para dejarla en manos de los bancos, que insisten en la austeridad y en el recorte de las pensiones y de los programas de gasto social.
Los tratados de Maastricht y de Lisboa –junto con la Constitución alemana— privan a la eurozona de disponer de un banco central capaz de gastar dinero para reactivar la economía europea. En lugar de trabajar para sanar la economía y sacarla de la deflación por deuda en que ha caído desde 2008, el Banco Central Europeo (BCE) financia a los bancos y obliga a los gobiernos a salvar de pérdidas a los tenedores de bonos, en vez de condonar los fallidos amortizados.
Para rematar las cosas, los burócratas de Bruselas parecen bastante sensibles a las presiones estadounidenses para firmar el TTIP, el neoliberal tratado transatlántico de Obama para el comercio y la inversión. Este es un programa inspirado por las grandes transnacionales que busca poner la política regulatoria en manos de esas mismas empresas corporativas, arrebatándosela a los gobiernos: para empezar, la política medioambiental y la política de salud pública y de etiquetado de alimentos.
La burocracia de Bruselas ha sido secuestrada no sólo por los bancos, sino también por la OTAN. Se pretende que hay un peligro real de que Rusia proceda a una invasión militar de Europa, como si algún país del mundo pudiera hoy lanzar una guerra terrestre contra otro.
Esa ficticia amenaza es la excusa para que el 2% de los presupuestos europeos se destinen a comprar armas al complejo militar-industrial estadounidense y a sus homólogos en Francia y otros países. El belicismo Bruselas-OTAN se utiliza para pintar a la izquierda como “blanda” en cuestiones de seguridad nacional, como si Europa se enfrentara realmente a una posible invasión rusa. Quienes se oponen a la austeridad son retratados como agentes de Putin.
La voz disidente ha sido el partido Frente Nacional en Francia. Le Pen se opone a la participación francesa en la OTAN con el argumento de que cede el control militar a los EEUU y a su aventurerismo.
Lo que solía ser la izquierda socialista se ha mantenido en silencio ante el hecho de que hay muy buenas razones para que la gente diga que este no es el tipo de Europa de la que quieren formar parte. Se está convirtiendo en zona muerta. Y no puede ser “democratizada”, a menos que se cambien los tratados de Lisboa y de Maastricht en los que se funda y a menos que se elimine la oposición de Alemania a un gasto público que sería la única posibilidad de recuperación para España, Italia, Portugal, Grecia y otros países.
Lo que es notable es que, a la vista del creciente resentimiento experimentado por los “perdedores” del neoliberalismo –el 99%—, sólo los partidos nacionalistas derechistas hayan criticado el neoliberalismo de los EEUU y el TTIP. Los otrora izquierdistas partidos socialistas de Francia y España, los socialdemócratas alemanes, los socialistas griegos, y así sucesivamente, han aceptado el programa neoliberal y pro-finanzas de austeridad y debilitamiento de sindicatos obreros, salarios y pensiones.
Así que el enigma es: ¿cómo es posible que partidos originariamente pro-trabajo se hayan convertido en partidos anti-trabajo?
La corrupción burocrática de todos los partidos con el tiempo
Ibn Khaldun, el filósofo de la historia islámico del siglo XIV, estimaba que todas las dinastías agotan su periplo en unos 120 años (la cuarta generación). La tendencia es a comenzar con un “sentimiento de grupo” progresista de ayuda mutua. Pero con el tiempo, las dinastías sucumben al lujo y a la codicia, se corrompen y se hacen fácilmente manejables por los intereses particulares.
Lo mismo puede decirse de los partidos políticos. Todos los partidos identificados con la izquierda en la Era Progresista –los partidos laboristas y socialistas en Europa y los demócratas progresistas en los EEUU— se han desplazado ahora hacia la derecha neoliberal, en la medida en que se han hecho parte del llamado “sistema”.
Es como si los partidos de la izquierda y de la derecha hubieran intercambiado posiciones políticamente. La izquierda socialista no protesta contra la austeridad de la eurozona, sino que la aplaude. Como Tony Blair y Gordon Brown en Gran Bretaña, se han hecho thatcheristas, agentes promotores de la privatización y de los intereses corporativos de las grandes empresas.
Al menos el sistema político europeo deja una salida: su pueden formar nuevos partidos para substituir a los viejos y, además, la representación parlamentaria refleja más o menos el voto de la población. Eso es lo que ha permitido en Italia el Movimiento Cinco Estrellas, en España a Podemos e incluso en Grecia a Syriza consiguiendo escaños parlamentarios. Su programa es restaurar un gobierno de izquierda, pro-trabajo, capaz de regular la economía a fin de aumentar los salarios y el nivel de vida, en vez de chupar extractivamente ingresos para bombearlos a los centros financieros y al 1%.
¿Qué impide en EEUU la formación de un partido de la izquierda política progresista?
Los EEUU están atrapados en un sistema bipartidista que bloquea a los opositores al neoliberalismo. Nuestro sistema electoral presidencial fue ingeniado desde el comienzo para favorecer a los propietarios sureños de esclavos. Corrigió su representación para reflejar una población esclava sin derecho de sufragio, pero la incorporó y la contó en la representación en el Congreso del Sur y en las elecciones presidenciales a través del colegio electoral.
No voy a entrar aquí en los detalles, pero el modo en que el sistema bipartidista ha fraguado bloquea a un tercer partido capaz de ganar el control de los comités claves del Congreso y de otros instrumentos esenciales de gobierno. Por eso consideró Bernie Sanders necesario presentarse como Demócrata, aun a pesar de que el aparato del Partido Demócrata esté firmemente controlado por sus principales contribuidores de campaña, las grandes empresas y Wal Street.
Del mismo modo que la UE no es reformable sin cambiar los tratados de Maastricht y Lisboa, el sistema político de los EEUU parece irreformable. En manos de neoliberales, favorece a Wall Street frente al trabajo y favorece al poder de la gran empresa frente a la protección medioambiental, la sanidad pública y la recuperación económica.
Por ejemplo, la semana pasada el Comité Nacional Demócrata rechazó la petición de Bernie Sanders de que la plataforma electoral para las elecciones de este año se opusiera al TPP y al TTIP. Esos tratados comerciales han sido llamados “Tratados de Libre Comercio con esteroides”. Aunque Hillary inicialmente les daba apoyo, está ahora haciendo una finta de izquierda en pretendida oposición a ellos, pero no permitirá que aparezca por escrito en la plataforma electoral, a pesar de ser “sólo un pedazo de papel” como ha dicho Jane Sanders.
Eso permite a Donald Trump denunciar a los demócratas como favorecedores de la gran empresa frente a los trabajadores. Lo coloca en la misma posición que Nigel Farage en Gran Bretaña o Marine Le Pen en Francia o los nacionalistas en Austria y Hungría.
Y coloca a los demócratas en el mismo lado neoliberal, anti-trabajo y anti-regulatorio de la ecuación política en el que están también los socialistas franceses y sus equivalentes derechistas en otros países. Lorrie Wallach y Paul Craig Roberts, entre otros, están aquí haciendo campaña contra el TPP y el TTIP, pero sólo Trump parece capaz de jugar esta carta política clave.
El gran problema político de nuestro tiempo es cómo crear una alternativa al neoliberalismo, al TPP y al TTIP, una alternativa pro-trabajo y pro-medioambiental. ¿Por qué no puede EEUU crear un partido con capacidad realista de fijar desde le gobierno políticas públicas en ese sentido? Muchos miembros del Partido Verde buscan eso ahora. Sin embargo, el sistema bipartidista estadounidense los margina.
Aunqueel partido socialista y otros terceros partidos lograron hace un siglo influir en el Partido Demócrata, la campaña de Sanders muestra las pocas posibilidades que hoy tienen de hacerlo. Los donantes empresariales de Clinton han apretado las tuercas al aparato del partido. Han secuestrado la retórica y las consignas de la era progresista pata vestir con ellas las políticas neoliberales derechistas.
Así que hay dos problemas para luchar contra la austeridad y a la deflación por deuda. El primero es que el sistema electoral estadounidense impide la alternativa. El segundo es que los antiguos partidos de izquierda se han anquilosado y han renegado de sus orígenes en favor de los trabajadores para pasar a apoyar el thatcherismo, la privatización, el equilibrio presupuestario y la austeridad en favor de los bancos. Rechazando a Marx, se han unido a la nueva guerra fría.
Hay otra economía europea posible. Pero no puede construirse sobre sus actuales fundamentos. Es necesario romper la eurozona para reconstruir una Europa que favorezca a los trabajadores.
Michael Hudson es profesor de investigación de la facultad de económicas de la Universidad de Missouri, Kansas City. Su último libro es “Matar al huésped: o cómo los parásitos financieros y la deuda destruyen la economía mundial”, publicado en formato electrónico por CounterPunch. Se le puede contactar a través de su página web, mh@michael-hudson.com
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