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Las clases populares sin instrumentos de defensa ante las consecuencias de la crisis

Miércoles 18 de enero de 2012 por CEPRID

Jesús Sánchez Rodríguez

CEPRID

Me voy a permitir la libertad de tomar el desarrollo político-social de los últimos años acaecido en España como un modelo explicativo de la tesis sostenida en el título de este artículo, la ausencia de instrumentos eficaces para la defensa de las clases populares en Europa ante las consecuencias de la crisis económica. En los últimos meses la correlación de fuerzas políticas en España ha sufrido un vuelco espectacular. El conservador Partido Popular ha conseguido la inmensa mayoría del poder a nivel municipal, regional y estatal. Ningún partido, desde el final de la dictadura franquista, había gozado del poder que actualmente detenta este partido.

Esta victoria se produce sobre un gobierno socialista que había obtenido dos victorias consecutivas y que había aparecido a los ojos del mundo, al menos durante los seis primeros años, como un modelo de gobierno progresista. Su luz brilló fuertemente durante esos años, pese a los injuriosos e insidiosos ataques de la derecha española. Por ello mismo, el espectacular vuelco electoral culminado en noviembre de 2011 se hace más llamativo y hace más necesario profundizar en sus causas.

La política del PSOE durante los años de gobierno de Zapatero se basaba en un tremendo error: que los países desarrollados capitalistas, y España más en concreto, estaban asentados sobre unas bases económicas absolutamente sólidas; y tomaba como un dogma la estabilidad inamovible del capitalismo, con la posibilidad únicamente de crisis episódicas y de escasa importancia. La prueba irrefutable de ello fue la reacción del gobierno socialista durante los dos primeros años de la crisis, despreciando su importancia. Su único consuelo es que ese espejismo era compartido con el resto de partidos socialdemócratas y conservadores del mundo entero.

Por lo tanto, y a partir de ese dogma, el PSOE promovió inicialmente una política de carácter post-materialista. El punto de partida era que un crecimiento económico continuo permitiría sostener los beneficios del Estado de Bienestar (tampoco muy desarrollado en España en comparación con otros países europeos) en tanto la acumulación capitalista continuaría sin trabas. En una situación idílica como ésta, con una clase obrera supuestamente satisfecha con los beneficios obtenidos del crecimiento económico, el papel que se auto-atribuía la socialdemocracia era el de impulsar las demandas post-materialistas (algunas más que otras): el estatus igualitario para las mujeres y las minorías (el punto mejor sostenido por el gobierno Zapatero); una cierta política medioambiental, unas relaciones internacionales cooperativas y pacifistas (el punto más burlado por dicho gobierno); un impulso a la cultura y la educación; una moral más permisiva, sobre todo en lo referente a los temas de la familia y la sexualidad; etc.

El PSOE se comportaba como un clásico partido catch-all, mantenía la lealtad de amplias capas de la clase obrera y la sintonía con su sindicato afín, la UGT, a la vez que se dirigía con el nuevo discurso a las clases medias ilustradas, motivadas especialmente por dichos temas post-materialistas.

El pacto social implícito, y basado en un crecimiento económico infinito, también era sustentado por los sindicatos mayoritarios. Su labor se resumía en gestionar los beneficios marginales de ese crecimiento para la clase trabajadora, mientras garantizaban una acumulación capitalista sin conflictos sociales. La labor principal de dichos sindicatos no se desarrollaba en las empresas sino en los organismos oficiales de gestión de los beneficios sociales y en las negociaciones cupulares con gobierno y patronal. Es el clásico modelo de sindicalismo de servicios dominante en los países desarrollados.

La izquierda alternativa con alguna presencia se mantenía aislada, como era el caso de las fuerzas de izquierda nacionalistas en Cataluña y Galicia, o había alcanzado cotas realmente marginales, como ocurría con IU que disponía de un solo diputado en el Congreso.

El inicio de la crisis cogió descolocadas a estas fuerzas, como al resto de las fuerzas de todo el espectro ideológico y de todo el mundo, y sus reacciones demuestran, con la excepción parcial de IU, su apego al espejismo en el que habían vivido anteriormente.

El gobierno socialista español puso en marcha, con la crisis, una política keynesiana de gasto público con intención de estimular la demanda, en la creencia de que estaba en presencia de una crisis suave y de corta duración. En la primera parte de la crisis mantuvo sus políticas de defensa de los sectores más débiles y se negó a tocar el Estado de Bienestar. Los sindicatos se parapetaron tras el gobierno y rehuyeron la defensa de los trabajadores en las empresas cuando se empezó a producir una destrucción masiva de empleo (más de tres millones en estos tres años y medio de crisis) y un empeoramiento de las condiciones laborales y salariales en las empresas. Todo su objetivo se centraba en el mantenimiento de la protección social por parte del Estado y la espera de una pronta recuperación. Ni un solo conflicto social de importancia ha tenido lugar en medio de una inmensa ofensiva patronal contra la clase trabajadora.

IU era la sola voz que clamaba contra la degradación de la situación, pero su debilidad no la permitía movilizar a las clases populares. Todo su esfuerzo se orientó a alcanzar influencia entre los sindicatos para hacerles cambiar la dinámica que sostenían.

En mayo de 2010 el panorama dio un giro fundamental cuando inesperadamente el presidente Zapatero abandonó su política keynesiana y progresista para aceptar la nueva línea neoliberal impuesta desde Europa. Esto se tradujo en una andanada de medidas antipopulares: importante recorte del gasto público, recorte salarial de los funcionarios, reforma laboral en la línea de las demandas patronales, empeoramiento de las condiciones para acceder a la jubilación y congelación de pensiones. El brusco cambio del gobierno socialista estuvo motivado en un ataque de pánico ante las embestidas de los mercados y las advertencias de Bruselas de que España no podría ser objeto de un rescate como Gracia, Irlanda o Portugal. Los sindicatos quedaron descolocados y se vieron obligados, sin demasiado entusiasmo, a convocar una huelga general en septiembre de 2010, con resultados poco satisfactorios. Este resultado, y su anterior fracaso en una huelga del sector público, eran la coartada que buscaban para abandonar rápidamente la política de confrontación y volver a la concertación con el gobierno. Fruto de la cual fue el pacto alcanzado para aprobar una batería de medidas que empeoraban la jubilación (retraso de la edad de jubilación, etc.). Los sindicatos rechazaron rápidamente un cambio de estrategia, la de concertación por la de movilización, y un cambio de alianzas, la del PSOE por IU.

El panorama social volvió rápidamente a la senda de la resignación tras el breve episodio de la huelga general. Solo inmediatamente antes de que se iniciase el asalto electoral de la derecha española al inmenso poder que ha acumulado a finales de 2011, eclosionó, en junio de 2011, el movimiento de los indignados que sustituyó la contestación sindical y tuvo un fuerte atractivo internacional. IU buscó una alianza con un movimiento que mostraba capacidad de movilización, pero cuya composición heterogénea y difusa le hacía aparecer imprevisible y poco estable. El resultado es el mencionado anteriormente. El PSOE sufrió la derrota más profunda desde la instauración de la democracia tras la muerte del dictador, a la vez que el conservador PP obtenía la mayor concentración de poder de este período democrático, e IU ascendía ligeramente sin compensar ni de lejos la debacle del PSOE. El importante apoyo electoral a la derecha, no solamente al PP en el Estado español, sino también con anterioridad a CIU en Cataluña, ha abierto el camino a una profundización de las medidas contra las clases populares como hemos tenido ocasión de ver en las últimas semanas y se seguirán viendo en el futuro próximo. Ciertos sectores populares han castigado al gobierno Zapatero por su gestión de la crisis dando su apoyo a un partido como el PP que va a intensificar las medidas contra las clases populares. Un comportamiento que no es nada novedoso en la historia.

El PSOE es un aparato para la gestión del poder por medio de una élite política conformada para tal tarea, no para transformar la sociedad. Su línea política y estratégica, como la de toda la socialdemocracia europea posterior a 1945, se basaba en la expansión del Estado de Bienestar, como expresión del pacto de la clase obrera con la burguesía mediante el cual aquella renunciaba a un proyecto social autónomo (el socialismo) a cambio de participar en los beneficios del crecimiento económico sin límites. Posteriormente recogió en su programa los temas post-materialistas que habían aflorado en las sociedades desarrolladas, como el feminismo, el ecologismo, el pacifismo, el derecho de las minorías, etc., con graves contradicciones debido a su compromiso con el mantenimiento del status quo. Esas contradicciones se expresan claramente en los nombres de algunos de los dirigentes más infames de la socialdemocracia europea como Bettino Craxi, Gerhard Schröeder o Tony Blair.

Derrotado el PSOE de manera inapelable por una de las derechas más conservadoras de Europa (en España no existen importantes partidos de extrema derecha como en otras partes de Europa porque este sector político se siente representado por el PP), con esta derrota desaparece el último de los gobiernos importantes que tenía la socialdemocracia en Europa. Podríamos decir que ésta ha tocado fondo. Hay analistas que esperan que a partir de este punto se produzca su recuperación, especialmente si se consuman sus posibles, que no seguras, victorias en Francia y Alemania. Pero además de no ser segura la victoria, tampoco nadie sabe cuál sería su programa de gobierno, más allá del programa teórico que, como demostró el caso del PASOK en Grecia, puede ser simplemente papel mojado a la hora de la verdad. No es que la socialdemocracia vaya a desaparecer, simplemente puede terminar su transformación en una especie de Partido Demócrata como el de EEUU. Lo más difícil de suponer es que inicié un giro izquierdista para recuperar un proyecto cuyo abandono empezó en la I Guerra Mundial.

Pero las organizaciones a la izquierda de la socialdemocracia, en el caso de España IU como organización a nivel estatal, tampoco encuentran en las graves consecuencias sociales de la crisis las condiciones para un crecimiento que la convierta en un factor condicionante de la vida política y de las salidas planteadas a la crisis. Ya hemos apuntado en otros artículos las causas que pueden explicar esta situación: el persistente espejismo popular en un regreso a una situación similar a la existente con anterioridad a la crisis; la fuerte legitimidad mantenida por las democracias liberales basada en la ilusión de que el pueblo es el que detenta el poder y en las instituciones del Estado de Bienestar (en rápido desmantelamiento); la ausencia de alternativas creíbles desde la izquierda debido al fracaso histórico del socialismo realmente existente, y a la debilidad de la organización, de los programas y estrategias de la izquierda alternativa (el núcleo básico de su programa es una defensa de las conquista del Estado de Bienestar).

La realidad es que 40 meses después de iniciada la fase aguda de la actual crisis, ésta se ha profundizado especialmente en Europa y amenaza con hacerlo en EEUU, a la vez que se puede extender a los países emergentes, especialmente China. Los banqueros están tomando directamente la rienda de los gobiernos en numerosos países. Alemania impone sus criterios neoliberales en Europa. La democracia se ha hundido en el viejo continente. El Estado de Bienestar europeo está siendo desmantelado de manera rápida. La democracia se resiente ante los banqueros y los tecnócratas gobernando en nombre de los mercados. Las protestas se suceden intermitentemente pero sin capacidad para cambiar las políticas antipopulares. Y la izquierda alternativa sigue sumida en una marginalidad impotente.

Éstas son constataciones, hacer pronósticos ya es más arriesgado. Con práctica seguridad la crisis continuará agravándose, como lo demuestra las contradicciones e incoherencias de los gobiernos y agencias internacionales que gestionan los intereses del capitalismo. Crecerán las movilizaciones y protestas, aunque seguramente no superen su naturaleza actual de carácter defensivo debido tanto a la ausencia de organizaciones potentes de izquierda para enfrentar al sistema, como al efecto actual del shock de la crisis (como muy acertadamente describió Naomi Klein). Entra dentro de lo posible algún tipo de ruptura de la Unión Europea. Igualmente es bastante probable que la socialdemocracia alcance de nuevo a gobernar en algún país importante, pero aplicando variantes políticas de las medidas que aplican los conservadores. Y en estas condiciones, la izquierda alternativa no podrá superar el listón de presencia social y electoral de la actualidad.

Pero es el primer factor, el grado de descomposición que alcance el sistema, lo que condicionará, en última instancia, el resto de los factores.

Jesús Sánchez Rodríguez es doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog: http://miradacrtica.blogspot.com/, o en la dirección: http://www.scribd.com/sanchezroje


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