CEPRID

AMÉRICA LATINA EN LA HORA DE SU LIBERACIÓN

TRIBUNAL DIGNIDAD, SOBERANIA Y PAZ CONTRA LA GUERRA

Sábado 10 de mayo de 2008 por CEPRID

10 - V - 2008 CEPRID

Por demasiado tiempo, nuestra América Latina ha estado subordinada a los dictados imperiales. Primero fue la España imperial la que conquistó y colonizó esta parte del mundo y la que impuso las reglas económicas, políticas, culturales, religiosas por más de tres siglos.

Fueron 300 años de explotación colonial, de trabajo semiesclavo, de atraco sistemático a los recursos naturales y humanos y 300 años de genocidio generosamente practicado entre las etnias indígenas. También fueron 300 años de heroica resistencia indo-mestiza y 15 años de guerras de independencia.

Luego, cuando ni siquiera acababa de independizarse de España pasó a ser neocolonizada por Estados Unidos, pero en nombre de la libertad, la democracia y los derechos humanos. 200 años de neocolonización, despojo y depredación ha sufrido nuestra América Latina por parte de Estados Unidos y han sido 200 años de injerencias, invasiones militares, guerras injustas, matanzas sistemáticas, imposición de gobiernos “democráticos” y de crueles y sanguinarias dictaduras con trágicas secuelas de millares de ejecuciones extrajudiciales, millares de personas condenadas a desapariciones forzosas, millares de personas injustamente encarceladas, torturadas, masacradas, violadas, secuestradas, todas en nombre de la libertad y de las democracias.

No existe país o territorio latinoamericano que no haya sufrido invasión militar yanqui y ocupación militar-civil por intermedio de piratas, aventureros, banqueros, industriales, prestamistas usureros que después fueron Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial o Banco Interamericano de Desarrollo. Petroleras como la Standard Oil o Exxon o Texaco-Chevron han succionado los hidrocarburos y organizado guerras binacionales en tanto que empresas como la United Fruit han derrocado gobiernos, matado campesinos, robado tierras. Desde 1949, la Agencia Central de Inteligencia, la todopoderosa y tétrica CIA ha sido el brazo clandestino del imperio para sembrar el terror, la muerte, la violencia, el sabotaje, la tortura, la desaparición de personas, el asesinato, el magnicidio. Todos los crímenes, sin que falte uno solo, han sido propiciados o cometidos directamente por la CIA que es la partera del gorilismo fascista que asoló a nuestra América Latina..

Han sido 200 años de atraco a la biodiversidad, al petróleo, lo mismo que al oro, plata, zinc, cobre, níquel y, también, se llevaron nuestras frutas, semillas, materias primas y los mejores cerebros humanos. Nada ha escapado de la gula y avaricia estadounidense. Pero todo llega a su fin.

Estos son los tiempos de la liberación de nuestras patrias. Estos son los tiempos en los que América Latina debe trabajar unida y junta para liberarse de sus opresores que impusieron el neoliberalismo para privatizar la riqueza y socializar la pobreza. Hoy, nuestras patrias deben integrarse por decisión de sus pueblos para, unidas, luchar en la solución de los problemas económicos, sociales, políticos y culturales porque los problemas que agobian a nuestros países son iguales para todos, porque tras de ellos está el imperio y el poder oligárquico criollo.

La unión de América Latina es una imperiosa necesidad que se fundamenta en la historia, en la geografía, en la cultura, en las tradiciones, en el idioma. La integración del Mercosur, de la Comunidad Andina de Naciones, del CARICOM, de América Central debe consolidarse sobre la ejecución y ampliación de diferentes proyectos: Banco del Sur, ALBA, integración energética, construcción de gasoductos y oleoductos, construcción de centrales hidroeléctricas y de vías de comunicación, construcción de centros de salud regionales y de unidades educacionales ampliando la cobertura de la educación superior con elevados niveles de eficiencia, calidad académica, científica y técnica, para garantizar a nuestros pueblos el derecho al desarrollo sobre la base de la tenencia de profesionales comprometidos con los grupos humanos mayoritarios y desde siempre preteridos de los beneficios del progreso y de la inclusión económica y social.

Recuperación de las utopías

El nuevo siglo comienza a caracterizarse por la recuperación de las utopías, de la capacidad de soñar y pensar en una nueva Latinoamérica, como queriendo demostrar al mundo que otro mundo si es posible. Existen procesos transformadores y cambios socio-políticos sustanciales. Las derechas neoliberales están en retirada y los pueblos insurgen con vigor y fuerza para conformar gobiernos democráticos y progresistas en Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Guatemala. La Revolución cubana se consolida y se transforma para ahondar la construcción del socialismo y a lo largo y ancho de América Latina los procesos de cambio aparecen irreversibles.

La transformación necesaria comienza con la real integración económica, social y política. Esa integración, como es natural, encuentra poderosos opositores en las oligarquías nacionales y sus agrupaciones políticas de las derechas cavernarias, retardatarias y reaccionarias que forman grupos autonomistas o separatistas generalmente violentos y antipatria, grupos que, además, son aliados del imperio depredador y agentes a sueldo u oficiosos de la CIA. Tampoco a las multinacionales o transnacionales monopólicas, con capitales imperiales, les agrada la integración de América Latina, pues no están dispuestas a permitir que cada país administre y explote soberanamente sus recursos naturales o lo que sobra de ellos después de tanto despojo practicado por el imperio

Unión e integración son posibles y deseables y se acelerarán en la medida en que cada pueblo, en que cada ciudadano decida participar e impulsar los procesos y en calidad de mandantes presionen a sus mandatarios para que más allá de ideologías subordinadas al imperio, más allá de intereses de grupo y clase, procedan en consecuencia histórica y construyan la Patria Grande, tal como la soñaron nuestros libertadores.

Naturalmente que la integración tropezará con muchos escollos e innúmeras barreras. Existen muros aparentemente insalvables: problemas fronterizos, conflictos binacionales, intereses económicos de sectores divisionistas y egoístas, concepciones ideológicas y doctrinarias distintas entre gobiernos de pueblos iguales, carreras armamentistas, desarrollo desigual, servilismo gubernamental a las clases dominantes y servilismo de éstas y sus gobiernos al imperio, falsos liderazgos. Los divisionismos y separaciones son creados y por tanto son irreales y carecen de valor frente a lo que une a estos pueblos.

La Unión Latinoamericana será vital para enfrentar la globalización deshumanizada y meramente capitalista y es una necesidad inaplazable para enfrentar los graves problemas que amenazan a la región: comercio desigual, crecimiento desigual, subdesarrollo consuetudinario con sus consecuencias que se concretan en la pobreza, el analfabetismo, la insalubridad, la carencia de infraestructura y en las lacras sociales que crecen en la indigencia, la delincuencia cada vez más violenta e inhumana, la prostitución, la trata de blancas, el trafico de personas, la neoservidumbre y neoesclavitud y para, al fin, detener las olas migratorias que tantos problemas y tan dolorosas y trágicas secuelas dejan para los pueblos y las familias golpeadas y excluidas por el sistema depredador, injusto, expoliador. La Unión Latinoamericana posibilitará que la lucha contra la pobreza alcance éxitos, que las grandes desigualdades sociales impuestas por el neoliberalismo o “capitalismo salvaje” se reduzcan al máximo o desaparezcan, que la justa redistribución de la riqueza comience a ser una realidad tangible para todos y todas.

Más allá de los gobiernos que son transeúntes está la presencia de los pueblos que son permanentes. Juntos son los que forjan los días de la historia positiva, pero los gobiernos con el poder que les ha sido entregado deberían preocuparse, fundamentalmente, por servir a sus ciudadanos y dar respuestas efectivas a sus necesidades vitales, previa comprensión que la familia de escasos y limitados recursos ha sido la mayormente golpeada por las políticas neoliberales diseñadas para enriquecer a los ricos y empobrecer hasta la indigencia a los pobres, políticas económicas que, en nuestra América Latina, sirvieron para apuntalar privilegios de clase, consolidar fortunas de los sectores dominantes que constituyen el 18% más rico de cada país.

Nuestra América indomestiza ha sido avasallada durante cinco siglos de infamias e ignominias. El imperio español, en los períodos de conquista y colonización, cometió un monstruoso e imperdonable genocidio en los pueblos aborígenes. A los sobrevivientes les condenó a trabajos serviles y esclavos en las mitas, obrajes y encomiendas. Les arrebató su idioma, su cultura y hasta sus dioses fueron reemplazados por el Dios de los blancos. Luego vino el saqueo de todo lo existente y en las gulas por el oro, la plata y las piedras preciosas cometieron imperdonables crímenes de lesa humanidad, en nombre del Rey y de la Santa Madre Iglesia Católica. Masacrar, saquear, humillar, ofender, embrutecer, alcoholizar, esclavizar, violar doncellas y mujeres, condenar al indígena al hambre, desnutrición y enfermedades europeas, se convirtió en negocio y entretenimiento de los conquistadores.

Las tierras les robaron y expulsaron a sus legítimos dueños a vivir en páramos inhóspitos, en filos de quebradas y en selvas insalubres. Les “acristianaron” y les vendieron a la religión católica para servirla en calidad de esclavos y eternos deudores de fiestas a todos los santos y todas las santas. Pagaron diezmos y primicias a curas, monjas, obispos, cardenales y papas que les negaron el alma y pagaron por nacer, por enfermar, por casar, y por morir pagaban determinadas tarifas para ir al cielo, si la plata no alcanzaba iban al purgatorio y si nada tenían iban derecho al infierno y los condenados eran por cientos y por millares. Los condenados de la tierra, diría Fanon, no tenían ningún derecho, sólo deberes y obligaciones para con el blanco, para con el mestizo. Los señores de la tierra reducidos a esclavos impertinentes.

Pero vinieron los tiempos de la rebelión, de la ira y la esperanza. Por algunos lados de esta América india y mestiza afloraba la idea libertaria y comenzaron las luchas por la independencia. En esas guerras perdieron la vida miles y miles de latinoamericanos, porque la muerte siempre se enseñorea con los más débiles, con los más valientes y con los héroes. América Latina se vistió de sangre y de heroísmo y marchó con Bolívar y San Martín, con Sucre y O´Higins, con Artigas y Morelos, con Hidalgo y Petión, con Espejo y Nariño. Todos a una dijeron basta al imperio español y Bolívar veía una América Latina unida y grande en Carabobo y Ayacucho, en Boyacá y Pichincha.

Las oligarquías parasitarias

La independencia fue conquistada pero quedó en deuda con los indios y con los pobres mestizos. La libertad soñada nunca llegó a los pueblos, pues se quedó en las alturas de las ambiciones de los “libertadores” que, con extraño gusto por el arribismo, comenzaron a formar familias con las hijas casaderas de los españoles derrotados, pero enriquecidos con el trabajo ajeno de indios y mestizos, de negros y mulatos. Así comenzaron a nacer y crecer las oligarquías y las aristocracias que, por herencia genética, se convirtieron en seres parasitarios de las sociedades “libres e independientes”.

Terminado el dominio del imperio español comenzó a arraigarse el imperio inglés que con hombres, vituallas, armas y préstamos en libras esterlinas contribuyó a liberarse de de la competencia española. La deuda inglesa o deuda de la independencia agobió por décadas a las economías de las “naciones independizadas”. Fue la primera deuda externa-eterna y los ingleses la cobraron con atraco de por medio practicado por corsarios, piratas, hombres de negocios, comerciantes, empresarios.

El saqueo inglés fue reemplazado prontamente por mercenarios, sicarios, empresarios, aventureros, filibusteros anglosajones asentados en Estados Unidos convertido en la génesis del actual imperio.

Estados Unidos se formó sobre la base del despojo de territorios indios, sobre el genocidio ejecutado inmisericordemente sobre las tribus que poblaron el norte del Continente Americano. Desde sus inicios fue gobernado por la “clase superior” anglosajona que se creyó predestinada por la divina providencia para apropiarse de vastos territorios y gobernar a pueblos inferiores. Despojó a México de la mitad de su territorio, robó a España la península de La Florida, compró a Rusia el extenso territorio de Alaska y se inventó el destino manifiesto para dominar a los pueblos que habitaron América Latina desde el río Bravo del Norte hasta la Tierra del Fuego en el Cono Sur del Continente.

Estados Unidos saboteó el Congreso Anfictiónico de Panamá convocado por el Libertador Simón Bolívar y el presidente estadounidense Monroe, tempranamente, se inventó la doctrina: “América para los americanos” y de esta manera comenzó a convalidar el atraco y el despojo hasta convertir al mar Caribe en su lago particular y a nuestra América Latina en su patio trasero.

Estados Unidos hubiera fracasado en sus intentos de dominación si no contaba con el comportamiento traidor y vende patria de las oligarquías, de las clases dominantes, de los militares ambiciosos convertidos en gorilas y en fascistas, de curas, monjas, obispos y cardenales que pusieron a la Iglesia Católica al servicio de las clases dominantes y, consecuentemente, de los intereses estadounidenses. El saqueo de nuestras patrias facilitó el crecimiento económico de Estados Unidos y posibilitó su transformación en imperio. El escritor uruguayo Eduardo Galeano diría que nuestra pobreza es la riqueza de Estados Unidos y que nuestra debilidad es la fuerza y el poder de Estados Unidos.

Estados Unidos se convirtió en poderoso imperio y esa fue una de las causas de la tragedia de América Latina. Dominada con el dólar, con las armas, con el atraco sistemático, con invasiones militares y guerras desiguales, América Latina se entregó al yugo estadounidense.

La Casa Blanca comenzó a ordenar a nuestras patrias. Impuso gobiernos burgueses y títeres, por todas partes encontró lacayos adoradores del dólar, militares gorilescos convertidos en mercenarios, ejércitos nacionales convertidos en ejércitos de ocupación, oligarquías que encontraron en el billete de dólar a su preciada y sagrada bandera.

Los barcos de guerra de Estados Unidos se convirtieron en fuerzas militares de rotunda injerencia en nuestras patrias e invadieron a México, ocuparon Nicaragua, se apoderaron de Guatemala, usurparon Cuba, se adueñaron de Haití y de Dominicana, de Granada y El Salvador. Honduras se convirtió en inmenso portaviones y la CIA en tutora de torturadores, dictadores sanguinarios, matadora y asesina de lideres populares, de millares de hombres y mujeres que lucharon por la liberación de su patrias y mataron a presidentes de repúblicas, sabotearon aviones en pleno vuelo, cometieron todo tipo de actos terroristas, formaron transnacionales del crimen como la “Operación Cóndor” y armaron y equiparon a asesinos de sus propios pueblos. La CIA se convirtió en brazo clandestino y criminal del imperio para proteger a las empresas, compañías y transnacionales del imperio que se llevaron el petróleo, las frutas, los peces, las maderas, las materias primas, los minerales y ahora quieren llevarse el agua, el aire, la biodiversidad. La CIA se volvió experta en planificar y ejecutar golpes de Estado para deshacerse de gobiernos peligrosos para los intereses del imperio y se volvió experta en genocidios y toda clase de ncrímenes de lesa humanidad.

Estados Unidos es el creador y sostén de los partidos políticos de las oligarquías y de las derechas más recalcitrantes del Continente. Conservadores, liberales, social demócratas y demócrata cristianos, movimientos y organizaciones fascistoides son creados a imagen y semejanza de Estados Unidos en su fase imperial y Estados Unidos les mantiene, les asesora, les financia, les subvenciona. Esta es la tragedia de nuestra América Latina.

Y esa misma tragedia es la que obliga a tomar conciencia de la situación y a rebelarse contra esa realidad de tantas miserias. Ha llegado la hora de nuevas luchas y de combates definitivos para alcanzar la verdadera independencia porque hay que saber con certeza que el imperio yanqui no es eterno ni invencible. Esta es la hora de los pueblos.


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