EN CONTRA DE LA IDEA CON VOCACION TOTALIZADORA

No fue el mensaje, sino la actitud
no fue el acontecer, sino quien lo sentía
no fueron ni los cantos, ni los días
el hombre fue y su terrible mezquindad
No fue lo que nacía, sino lo que aún vivo,
corrompe cada día, cada día el sueño de vivir.
Adolfo Castaños

Había un hombre que tenía una doctrina.
Una doctrina que llevaba en el pecho,
(junto al pecho, no dentro del pecho),
una doctrina escrita que guardaba
en el bolsillo interno del chaleco.
Y la doctrina creció. Y tuvo que meterla en un arca,
en un arca como la del Viejo Testamento.
Y el arca creció. Y tuvo que llevarla a una casa muy grande.
Entonces nació el templo.
Y el templo creció. Y se comió al arca, al hombre
y a la doctrina escrita que guardaba
en el bolsillo interno del chaleco.
Luego vino otro hombre que dijo:
El que tenga una doctrina que se la coma,
antes de que se la coma el templo;
que la vierta, que la disuelva en su sangre,
que la haga carne de su cuerpo…
y que su cuerpo sea
bolsillo,
arca
y templo.

Poema «Parábola», León Felipe

Este artículo, trabajo, pensamiento o lo que fuere, no tiene vocación de rigor, ni menos de disciplina ni método. Serán, en todo caso, unos pensamientos y sentimientos lanzados para intentar conocer mejor y más hondo.

Hablaré de experiencias colectivas e individuales, tratando de ver la hondura y el acompañamiento cuando no, a veces, enfrentamiento, entre el arte y la idea cerrada (por noble que ésta pueda ser).

El 19 de julio de 1936 el proletariado catalán sustantivamente anarquista se agolpaba, entre otros espacios, en los cuarteles militares del barrio de San Andrés de Barcelona, donde estaba concentrada la mayoría de armamento. Era fundamental tomar las armas y para ello, una vez pasado el primer embrión del golpe en Cataluña del 18 al 19 de julio, la gente pugnaba por entrar para, nutriéndose de las armas, poder resistir de forma autogestionaria.

En medio de la cola que allí había, unos trabajadores radicales descubrieron que también estaba el panadero de su barrio. Le preguntaron «¿Qué haces aquí?» Y él contestó «Lo mismo que vosotros, vengo a buscar armas para defender la revolución y la República». Le contestaron, pienso, acertadamente «Tu primer deber hoy es hacer pan para que no le falte a la gente».

Fenómenos de ese calibre se produjeron en toda la ciudad. Y ya el 22 de julio, cuando se había vencido totalmente en la calle al fascismo, incluso a los tanques que lo acompañaban, la ciudad estaba en un ámbito de normalidad extraordinaria. El cónsul ruso entonces en Barcelona, Antónov-Ovséyenko le dijo a Durruti «Esto es extraordinario. Nosotros los soviéticos tardamos seis meses para que en San Petersburgo funcionaran los tranvías».

La pregunta que lanzo yo ahora, y a la vez la respuesta, es los porqués de ese caos armónico que derivó en esa normalidad exaltada de bien común y personal. Y la respuesta es que eso se dio tras decenas de años de preparación de las gentes mediante sí, una idea emancipadora, pero acompañada en su cada día y proyectada de horizonte hacia el pensamiento poliédrico emancipador.

A pesar de los duros años veinte, con el terrorismo pagado por la patronal y por las cavernas del Estado, y el tenerse que defender los obreros pistola en mano, los ateneos crecieron constantemente y la capacitación fue exponencialmente ganando enteros.

En esa vorágine de julio del 36, la ciudad se llenó de pintadas que en su mayoría decían: «El 1 de octubre ni un niño sin escuela, ni una escuela sin maestro». Pasadas unas semanas, se empezó a desarrollar ese proyecto tan aparentemente utópico. Se constituyó el CENU (Centro Escuela Nueva Unificada), dirigido por el pedagogo reconocido en todos los ámbitos libertarios Joan Puig Elías. Puig Elías desde los años veinte había proyectado la escuela libre del Sindicato textil de la CNT, en aquel momento el sindicato más fuerte de toda Cataluña. Tanto la CNT como el sindicato textil en ella.

El CENU funcionó tan extraordinariamente que en él se integraron también maestros de todas las tendencias sindicales y políticas de izquierda, sin sufrir el menor sectarismo político, aunque el fondo pedagógico era claramente libertario.
Piénsese en la envergadura educativa de lo que se hizo y de su resultado, y es bueno saber que cuando en mayo del 37 las distintas fuerzas sindicales se estaban matando por las calles, la escuela y la pedagogía no sufrieron ningún parón.

Para llegar a esto, entre los anarquistas hubo un debate muy profundo entre distintos sectores libertarios, de la CNT y de la pedagogía. Sostenían, la mayoría de ideólogos de la FAI que había que crear una escuela radicalmente libertaria y otros sectores, encabezados por Puig Elías (que a su vez era el más respetado entre todos los pedagogos) sostenían acertadamente que el movimiento libertario no tenía tantos maestros para ello, ni era bueno, además que eso se hiciera así.

Decía Puig Elías y quienes lo acompañaban «La escuela no está para fabricar anarquistas, sino hombres y mujeres libres y con pensamiento propio». El éxito fue tan grande que todavía hoy pedagogos de este tiempo se sorprenden tanto del nivel de las propuestas que se hicieron, como de lo que se consiguió. Se llamó a maestros reservistas para que se incorporaran en esa lucha titánica del conocimiento de niños y niñas, y de su emancipación.

Se dieron casos como el de mi abuelo paterno, que era maestro jubilado procedente de la Andalucía más feudal y con pensamiento liberal-conservador. Al acabar la guerra y al principio de la derrota de ese pensamiento emancipador, mi abuelo, y no fue el único, dijo a sus hijos estas palabras: «Esto es lo más hermoso que yo he vivido en toda mi vida. Yo soy de derechas, pero el día que vuelva una revolución como ésta yo serviré a sus planteamientos de educación».

Puig Elías, como decenas de miles, fue al exilio. Allí fue representante de educación de los comités de la CNT hasta el año 51. Se da el caso extraordinario y único que la figura de Puig Elías era representativo, tanto de los comités llamados revolucionarios, como de los llamados reformistas. Y los dos sectores que en otros ámbitos estaban enfrentados, a veces hasta el paroxismo, creían que Puig Elías era su máxima referencia.

Esto duró hasta 1951 en que Joan Puig Elías marchó al Brasil y rompió con la CNT. Para que eso se diera sucedió algo que desgraciadamente fue normativo en muchos campos, el predominio de lo que llamamos “principios, tácticas y finalidades” y el predominio de la idea cerrada por sobre del espíritu de ella.

Décadas más tarde, en Portoalegre, Brasil, se dio el primer caso en todo Brasil y pienso que en Latinoamérica, que los presupuestos públicos era discutidos asambleariamente en el ayuntamiento de Portoalegre. En unas jornadas antiglobalización por allí por 1997, el alcalde entonces de Portoalegre vino a Barcelona. Dio una charla y posteriormente se hizo una cena entre los asistentes. Yo fui a hablar con el alcalde y le hablé de la siguiente manera: «¿tu de que fuerza política eres?» Me dijo «Del partido del Trabajo de Brasil» “Ah… y entonces, ¿cómo es que el PT que tiene su fuerza mayoritariamente en Sao Paulo, en Rio de Janeiro, es decir, en las grandes ciudades, ha desarrollado esta idea tan amplia, tan libertaria, en una ciudad como Portoalegre? ¿Por qué crees que eso se ha dado?”. Y me contestó «Mira, yo no lo sé, pero se dice que todo esto en Portoalegre se inició porque vino un viejo anarquista catalán que empezó a fundar escuelas y falansterios». «Yo no sé -me dijo- si es así, pero parece ser que ya entonces en Portoalegre el papel de las escuelas fue muy importante». Yo creo que eso tiene que ver bastante en ello. Yo no le había hablado de Puig Elías, a quien ya conocía bastante, pero me sirvió sus afirmaciones para comprobar que el viejo Puig Elías había seguido haciendo en Brasil lo mismo que en los años veinte en el sindicato fabril y textil de Barcelona.
Contrastemos, pues, esto, con la idea cerrada que yo quiero denunciar si cabe como castradora de todo pensamiento libre.

Cuando se dio ese fenómeno en el 36 de la ciudadanía y del proletariado, la CNT, en su vertiente mas política se reorganizó mediante el predominio de la idea. Se ha sabido más tarde, porque en principio todo era exaltación orgánica, que las colectivizaciones de los obreros catalanes se hicieron por cuenta de sus propios obreros, y que sólo cuando ya estaban la mayoría hechas, la CNT dio la orden de colectivizar las fábricas, que en buena parte ya estaban colectivizadas. En este proceso, la Solidaridad Obrera, órgano del sindicato en Cataluña… En la Soli se dio el fenómeno contrario al del CENU.

La Soli estaba dirigida entonces por Liberto Callejas, anarquista histórico, bohemio, literato, pensador, que tenía como norma publicar todo aquello que viniera y que el comité de la Soli creyera que fuera interesante, pero no por suprimir ideas ni tensiones en ella. Para el Comité regional de Cataluña, ya alineado con una colaboración política con el resto de fuerzas sindicales, se veía como muy peligroso el dar libertad a los militantes para que se expresaran. Entonces se le sustituyó de manera trapacera y hasta bastarda, aprovechando su enfermedad de tuberculosis para hacerle ver que no estaba en condiciones de dirigir el periódico (eso sí, se le siguió pagando su retribución). Fue sustituido por Jacinto Torío, persona afín a Abad de Santillán, claramente paralizador de la revolución.

A partir de entonces, la censura se estableció en el sindicato. Y lo que se publicaba o lo que no se publicaba estaba determinado por la llamada “Idea revolucionaria”, antes que por cualquier otro matiz. Véase que aunque aparentemente pudiera ser parecido, el fenómeno del CENU era totalmente contrario. El fenómeno del CENU era abierto a la colaboración de todo el mundo en una lucha por la utopía de la pedagogía, y en la Solidaridad Obrera, esa colaboración política era castradora de la idea de la libertad. Los que dirigían la Soli en aquel tiempo, la siguieron dirigiendo prácticamente durante toda la guerra, y lo que es más desgraciado todavía, la manera de hacer se ha extendido casi hasta nuestros días. Por tanto, toda idea que está hecha en fenómeno donde tiene vocación si no totalitaria, si totalizadora, acaba a mi parecer frustrando anhelos y esperanzas.

Para que la idea se regenere y siga viva ha de darse tanto contando como cantando, cantando en todos los planos, cantando más allá de la canción, cantando en una lucha por el espíritu y por la rebeldía. Si la rebeldía no es la que conduce el camino hacia la revolución, ésta, una de dos, o no se produce nunca, o si se produce no es la revolución anhelada.

Cuarenta años después, en una parte sustancial, se repitió desgraciadamente el modelo. Durante los años que van desde la muerte del dictador a finales del año 79, el movimiento libertario se convierte, en su diversidad, en el eje de la resistencia a la transición política tal como está diseñada por los poderes políticos, tanto los de antes, es decir, los franquistas, como la oposición política de izquierdas, que pugna en esa transición.

Fenómenos representativos de esa resistencia son las Jornadas Libertarias en Barcelona en el año 77, el mitin de Montjuic en ese mismo año y el mitin de San Sebastián de los Reyes en Madrid como presentación pública en el Estado de la CNT y el movimiento libertario.

El cineasta español Antonio Artero, por aquel entonces secretario del sindicato de Espectáculos Públicos en el Comité regional del Centro y Madrid grabó todo el mitin de San Sebastián de los Reyes. En esa grabación se veía y se puede ver el color y el calor de la gente cuestionando el sistema y el status quo reinante entonces, como ahora. Ese documental ha estado más de 30 años sin acabarse de montar en un cajón de la Fundación Anselmo Lorenzo. Cuando, a raíz de la muerte del insigne Artero, algunos colaboradores suyos decidieron tirar para adelante con el montaje final de la grabación de ese mitin tan importante, y para ello el movimiento organizado de la CNT, como de la FAL aportaron el dispendio necesario, se hizo una presentación con reflexión incluida en el Ateneo de Madrid. Las conclusiones orgánicas eran que allí, en San Sebastián de los Reyes, la mayoría de las gentes que fueron y cantaron contando, no eran propiamente anarquistas, sino rebeldes, hippies, etc., etc., etc. Yo asistí a ese mitin. Y entre otras cosas me ha quedado en la memoria que fue la primera vez que yo vi que en el metro de Madrid toda la gente que venía del mitin entraba sin pagar billete. Poca cosa puede parecer esto, y sin embargo era y es muy representativo de niveles de resistencia vital de la población, encabezada por los más jóvenes entonces.

Parecía, cuando oías hablar treinta años después a los sindicatos orgánicos «defensores de la idea» que todo ese movimiento de esos tres años y medio de rebeldía y de conexión con las diversas resistencias por parte del movimiento libertario, había sido no ya un error, sino un planteamiento casi infantil y de neófitos. Que sólo fue corregido en el congreso dela CNT del año 1979, congreso llamado de la Casa de Campo de Madrid, y donde se volvió a ese predominio fundamentalista de la idea, que venía a decir, «sello y tampón en mano y servicio del orden contundente», que valían más cien militantes concienciados que decenas de miles de jóvenes en la calle cantando canciones rebeldes y revolucionarias. Claro está que se olvidaban los sesudos sindicalistas de que esa gente que cantaba se rebelaba también en otros muchos planos patriarcales y familiares, cuestionando el mundo del trabajo, con otra visión de la libertad y de la vida y, en definitiva, que mientras todo ello estuvo vivo, el sistema y el Estado estaban en jaque.

Pasó la CNT a partir del 79 a tener 27.000 militantes, cuando a mediados del año 77 había llegado a tener 700.000. Pero no importaba esto a los defensores de la idea céntrica y cerrada del anarcosindicalismo: principios, tácticas y finalidades. Es decir, hablando en plata, aquello fue una especie de Concilio de Trento, en este caso, de los sectores llamados revolucionarios.

A partir de ahí, el gueto, la minoría entendida como vanguardia, la casi nula incidencia social y, eso sí, el ideal «aristocrático» de que nosotros somos los verdaderos revolucionarios.

Casi 35 años después se produjo en toda España, esencialmente en Madrid y Barcelona, el estallido del llamado 15-M, que recuperaba una buena parte de esa resistencia libre y libertaria frente al agobio al que nos había llevado el desarrollo de la transición política, incluidas las renuncias y las cesiones que esa Transición había ofrecido cuando las gentes se enfrentaban a ella en la calle en acción directa social.

En ese debate todavía estamos. Y, esta vez, algunos de los que entonces cerraban puertas, han estado presentes en esa resistencia.

Pero veo claros signos de intentar una vez más coartar mientras se dice que se canaliza. Llevar al cauce político y tener bajo control a todo un movimiento de resistencia y rebeldía.

Si en ese inmediato futuro las ideas no se contaminan de vida en todos sus planos, si la idea no deja de ser la idea central, sino la suma y multiplicación de muchas de ellas bajo el anhelo del corazón y del instinto, volveremos a lo mismo: «Es que eran unos neófitos». En fin.

De la revolución social de 1936-39 y de la guerra civil que acabó abortándola con el triunfo del fascismo se han contado muchas gestas. Efemérides incluidas: 19 de julio, mayo del 37, en fin, gestas y avatares de la idea revolucionaria. Pero se ha hablado vergonzosamente muy poco de otras cuestiones fundamentales en la vida de las gentes de esos años.

En Cataluña, gestionado por el Sindicato de Espectáculos Públicos de la CNT, se dieron más de 500 actos de cultura popular. Solamente en Barcelona se dieron más de 2.800. De todo tipo de arte, cultura y expansión vital: obras de teatro en cantidades importantes, recitales de poesía constantes, canción popular, zarzuela, ópera (sorprende esto ¿no?). En fin, actos de todo tipo artístico, donde los artistas se ganaban un módico sustento para vivir, mientras intentaban generar ilusión entre la debacle de los bombardeos fascistas. Por ejemplo, está por desarrollar el conocimiento de todo lo que en el cine se hizo en ese tiempo. En algunos casos, anticipándose estéticamente a corrientes que en Europa tardarían diez años en desarrollarse. Toda la obra inmensa de esas gentes en su mayoría anónimos del sindicato de Espectáculos Públicos ha quedado prácticamente en el olvido. Olvido, además, que se empieza a entender mejor bajo la cantinela de siempre de que vale más ser revolucionarios consistentes y gestores de la idea, que no entusiastas naif que no saben bien a dónde van. He hablado antes del mitin de San Sebastián de los Reyes. Ahora lo hago de las Jornadas Libertarias de Barcelona en el año 76. Allí sí que se produjo a mi parecer esa conexión entre la idea, las ideas, los sentires, las reflexiones y el arte en todo su poliedro.

Durante unos cortos días se produjo un crisol de experiencias de todo tipo, de hablar libre, de discutir también, en su caso, y de plantearse durante múltiples debates el axioma histórico de «de dónde vengo, dónde estoy, a dónde voy». Todo ello acompañado por una vitalidad social y festiva en la calle, esencialmente en el parque Güell de Barcelona, donde por primer vez el amor libre no se tenía que esconder y las gentes lo hacían en algunos casos directamente en el parque, sin cortapisas. El amor libre, como la homosexualidad, todo lo minoritario y reprimido de lo que llevamos cuarenta años intentando combatir y deshacer sus nudos.

Fue un primer planteamiento a mi creer que no tuvo la continuidad debida, pero muy interesante y cuyo desarrollo si se da en posteriores ocasiones nos dará pautas y emociones de vida.

Si no tuvo la debida continuidad fue porque la envergadura del enfrentamiento que se estaba produciendo daba un temor muy grande (razonable, por otra parte), debido también al poder del enemigo interior y exterior. Es decir, aparatos del Estado procedentes del franquismo que no se desmantelaron nunca y la complicidad con ellos del capitalismo y el conservadurismo internacional. Pero, en vez de decir no podemos, se optó por el “esta gente no sabe en verdad (los resistentes) lo que es verdaderamente el anarquismo”. Se prefirió en demasiados casos mirar al dedo y no a la luna y, en vez de continuar con las experiencias que ampliaban poder popular y autogestionario junto a conocimiento, se prefirió mirar los excesos (“es que están haciendo el amor en parques públicos y eso no es propiamente la idea anarquista”). Y así en tantas otras cosas.

He visto en los años largos de la travesía del desierto en que la todavía estamos y he oído decir a algún conspicuo dirigente histórico anarquista lo siguiente: «tú nunca podrás ser un verdadero anarquista (dicho esto a un joven inquieto en busca de conocimiento y actitud), no lo seras nunca, porque fumas. Y los que fuman no pueden ser verdaderos anarquistas».

Cuando con otros compañeros y compañeras fundamos en un ateneo libertario de Barcelona el Grupo poético León Felipe, con el ánimo de difundir y proyectar la gran poesía ibérica y universal, nos encontramos a veces con próceres históricos de la resistencia libertaria diciéndonos argumentos del tipo «Es que en la poesía que difundís están poetas comunistas y el ateneo libertario está para desarrollar los valores y las actitudes libertarias». Como si hablar y defender la poesía de Miguel Hernández fuera un contrapuesto de dichos valores. En fin, el predominio de la «idea centrípeta».

Durante los veinte años que nuestros grupo poético ha proseguido la labor iniciada entonces, nos hemos encontrado compartiendo energía, luchas y búsqueda del conocimiento con diversos sectores de la rebeldía y el enfrentamiento social. Esencialmente en los centros sociales de todo tipo, desde los autogestionados, la mayoría de ellos, hasta los okupados, también para dicha autogestión. El calor, el respeto y la fraternidad han sido mucho mayores y de mayor receptividad que no en aquella parte de la idea organizada e ideologizada. Pienso y pensamos que la idea se va labrando, ampliando y desarrollando tanto en su cada día como en su horizonte. Y que para ello la búsqueda del conocimiento transversal y poliédrico es esencial.

De no ser así, nos acabamos convirtiendo, casi todos, en una suerte de pequeños talibanes, incluso de las ideas más nobles. Y acabamos pensando que la idea se conquista desde los sobreáticos, sin pasar por los peldaños ni los pisos.

El conocimiento y desarrollo del arte a través de la historia ha sido fundamental para revestirnos de masa crítica y sensibilidad.

Cuando el poeta romántico alemán Friedrich Hólderlin escribió un poema que decía «gusta a la multitud lo que mercado precia, y sólo al violento honra el criado, era más o menos por 1750 y no se había producido todavía ninguna revolución burguesa, ni la inglesa industrial, ni muchos menos la revolución francesa. Y sin embargo, en el poema de Hölderlin se está constatando lo que más tarde se llamará capitalismo. Cuando el Arcipreste de Hita hace el poema «lo que puede el dinero», parece que lo estuviera escribiendo hoy mismo. Si se lee con atención más allá de lo poético, a Góngora o a Quevedo en estos días, se ve claramente una historia de España, así como del poder. Cuando se lee o se representa a Shakespeare, uno está viendo con lupa ampliada los sentimientos humanos de todo tipo: amor, odio, poder, etc. Renunciar a todo ese capital no sólo no nos hace más libres, sino que nos limita. “La conquista del pan” de Kropotkin está precedida de toda la gran novela rusa del siglo XIX, donde se abunda ampliamente en ese combate humano por la libertad y la dignidad. Tosltoi, Dostoievski, Gogol, Gorki, son claros exponentes de ello. Así como en Francia las novelas de Emile Zola explican, pero que muy bien, el sindicalismo y su necesidad.

En mis años de dedicación a preservar la memoria histórica de rebeldes y revolucionarios, he tenido la ocasión de conocer a personas y personajes, la mayor parte anónimos, de ese sentir rebelde, que en su mayoría les llevó a cárceles y exilios. Me sorprendió siempre agradablemente la gran biblioteca que tenían la inmensa parte de ellos. Tu llegabas a visitar a alguien de quien conocías sus avatares personales e históricos, en su mayor parte de biografía revolucionaria, y te encontrabas en muchos casos con hombres y mujeres de un conocimiento vasto y en muchos casos ejemplar de la condición humana. No significaba en ningún caso renuncia a ninguna utopía, sino el saber y conocer de las dificultades extremas que ello comportaba y el buscar un pensamiento y un sentir paralelo que edificara solares construidos en la lucha y la idea social. Pero siempre ésta afirmada y unida por el cordón umbilical de la búsqueda de la felicidad del todos y del cada uno.

En definitiva y concluyendo, no se trata de negar «la idea», sino de alimentarla, conllevarla y también contraponerla con las ideas que van surgiendo en el debate vivo. Negar esto sería absurdo e improcedente. No es mi deseo. Pero sí decir que por más que podamos generar amplitud de libertad, la sensibilidad y la sensorialidad, en definitiva, el humanismo, tendrá que acompañarla y revestirla. Si no, la idea (una vez más, lo repito) estará coja. Y con peligro evidente de estar cerrada.

Pensemos en la represión desde el año 36 en los lugares conquistados por el fascismo, que se produjo en todo aquello que representara educación, conocimiento y cultura. Millán Astray (fundador de la Legión) decía aquello de «cuando oigo la palabra cultura, saco ya la pistola». Por otra parte, el General Mola, en Navarra, y tengamos en cuenta que Mola fue el verdadero ideólogo del golpe de Estado, dio unas consignas claras: «Que no quede ni un maestro vivo». Se dirá, es que los maestros en su mayoría eran progresistas (y sí, en su mayoría eran progresistas), pero en el celo de dicha represión, también se dio paredón mediante juicio llamado «de ley» de otros maestros conservadores. Cuando la mujer de uno de esos maestros de derechas fue a quejarse directamente a Mola, a quien conocía, del fusilamiento de su marido, éste le contestó «Yo lo siento, mujer, pero has de comprender que tu marido era maestro». Ahí está el gran relato de Manuel Rivas, en «La lengua de las mariposas» y la película consiguiente de esa obra por parte del cineasta José Luis Cuerda.

Las ideas máximas de libertad, de colectivismo, de autogestión necesitan del engranaje constante del conocimiento, de la formación y también del arte. La obra de Bertold Brecht (aunque fuera comunista), de Shakespeare, de Cervantes, de Góngora, de Quevedo, de la novela rusa del XIX, del romanticismo alemán en toda su vertiente, sobre todo poética, del cine en toda su variedad compleja, desde las Hurdes de Buñuel (con la ayuda financiera inestimable del anarquista Ramón Acín), pasando por el Acorazado Potenkim, por el «Viva Zapata» de Brando (esa película puso mucho más en valor la vida y la actitud de Zapata, que no la ideología entonces al respecto en torno a él). Piénsese, yo así lo hago, en el «Poeta en Nueva York» de Lorca. Y en el análisis extraordinariamente poético pero mucho más allá de él, y la denuncia de los valores capitalistas brutales. Me parece que en el planteamiento de Lorca había mucho más allá de valores exclusivamente literarios. Estaba allí ensamblada toda una visión del mundo. Del diálogo Norte-Sur, diálogo avasallador por parte del norte y de los nortes, que han impuesto su brutalidad economicista a todos los “sures del mundo”. Véase estos últimos veinte años en el mundo. El trato dado a Grecia, y a todos los refugiados de la brutalidad en el mundo están siendo el exponente máximo de a dónde conduce el economicismo y la brutalidad de los poderes.

Enfrentar esto sola y simplemente con las ideas no es posible de ninguna manera. Solamente con una ética y moral rearmadas puede darse algún combate que nos haga más libres, pero para ello es menester estar mejor formados, tanto en el pensar como sobre todo en el sentir. Ahí el conocimiento del arte es absolutamente imprescindible. Conocer a Albert Camus en vida y obras, volver a repensar el existencialismo y la canción francesa que lo prosiguió. Escuchar con pensamiento y emoción las canciones de Brassens, de Brel, de Leo Ferré. En fin, tanto y tanto y tanto.

Para acabar, recuerdo un gran amigo mío y compañero en lo libertario que vivió años en México y a su vuelta, veinte años después, me hablaba con entusiasmo de las guías sobre anarquismo y anarquistas que compañeros españoles que vivían allí estaban haciendo y desarrollando. Le pregunté con alguna ironía educada «Pero ¿en la sociedad mejicana inciden de alguna manera?». Como mi amigo Ignasi de Llorens es un hombre honesto y cabal, comprendió la pregunta y no se rebeló ante ella. Me dijo «efectivamente, no se incide en lo más mínimo, simplemente se mantiene la llama de la idea».

Y ahí está el quid de todo para mí. La incidencia y la transformación de los valores que nos aprisionan y van sepultando, necesitan del conocimiento y del canto en todos sus planos y diversidades. Desde el arte, que por otra parte es individual y a la vez colectivo, me parece (estoy seguro) que será alimento imprescindible de la idea como tronco y de las ideas como ramas. En ello estoy y desearé que estemos muchos.

Adolfo Castaños Garrofé

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