ANARQUISMO Y PODER POPULAR

Poder y Anarquismo

¿Aproximación o contradicción?

El debate latinoamericano y Europa

Antes que nada, me gustaría agradecer la invitación de los compañeros de la revista Ekintza Zuzena, que, a través de la lectura del libro Anarquismo y Poder Popular: teoría y práctica suramericana[[VVAA, 2011. (reseñado en E. Z. nº 40)]], se interesaron por el tema allí expuesto y decidieron debatirlo. Para mí y para la corriente anarquista a la que pertenezco, el anarquismo especifista, el debate sobre el poder en general y el poder popular en particular es de suma importancia, no solo para una relectura de los clásicos anarquistas, sino también para la práctica política de carácter revolucionario. Por ello, debemos saludar y felicitar esa decisión.

En América Latina hay alguna polémica en torno a este debate, aunque en diferentes países y para muchos grupos y organizaciones –como por ejemplo es el caso de las nueve organizaciones brasileñas que componen la Coordenação Anarquista Brasileira (CAB) y de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU), por no mencionar otros–, se trate de algo que forma parte, hace algunos años, de un amplio acuerdo. Es importante que ese debate continúe realizándose en Europa, en alguna medida sumándose a otros, como el que se lleva adelante por la Federazione dei Comunisti Anarchici (FdCA) italiana, a partir de las contribuciones de la CAB brasileña.

Los términos del debate

Desgraciadamente, los términos del debate sobre poder y poder popular, tal como fueron presentados en Anarquismo y Poder Popular, son bastante problemáticos, en especial por parte de aquellos que se oponen a la relación que se ha establecido entre anarquismo y poder y entre anarquismo y poder popular. Ello puede constatarse especialmente en las contribuciones de Patrick Rossineri y Rafael Uzcátegui.[[ROSSINERI, 2011; UZCÁTEGUI, 2011. Las críticas que se realizan a continuación pretenden estimular el debate serio, respetuoso y fraterno.]] Existen por lo menos tres problemas fundamentales que complican el debate y que son apuntados a seguir.

En primer lugar, los autores aciertan al sostener que ese debate no se puede producir con la intención de comprobar quien es el más anarquista; tampoco puede, sin mayores argumentos, acusar al otro lado de no ser anarquista. Pero cuando los autores sostienen que la defensa del poder popular implica «una forma de integración al sistema»[[ROSSINERI, 2011, p. 15.]] o afirman que «el término PP [poder popular] es una actualización de aquello que los autoritarios definían, antes de la caída del Muro, como ‘dictadura del proletariado’»[[UZCÁTEGUI, 2011, p. 29.]], están diciendo, entre líneas, que si hay anarquistas que defienden el concepto de poder popular, estarían integrados en el sistema y/o defenderían la dictadura del proletariado, la cual, al constituir una de las principales banderas del marxismo clásico, los aproximaría al marxismo y los distanciaría del anarquismo. Esa descalificación de la posición adversaria, además de carecer de una argumentación consistente, no establece debida y seriamente el debate.

En segundo lugar, una discusión de ese tipo debe tener en cuenta la distinción entre forma y contenido; se trata de diferenciar un fenómeno histórico y/o una posición estratégica de la terminología utilizada para referirse a ellos. Esto es necesario, pues el debate sobre el poder entre anarquistas, tal como se está produciendo, comprende mucho más una cuestión de terminología –o sea, de la validez/relevancia de usar ese concepto– que un debate sobre pensamiento y acción anarquistas. Al fin y al cabo, el término poder, como muchos otros –democracia, libertad, socialismo e incluso anarquismo–, tiene históricamente significados diferentes. Y, conscientemente o no, escogemos en cada momento utilizar/disputar o no el significado de términos y conceptos.

Utilizando el argumento de los autores citados, podría decirse que James Guillaume, uno de los nombres más importantes del anarquismo de primera generación, no debía de ser considerado anarquista, puesto que siempre se mostró contrario a la utilización de ese término y nunca se reivindicó como tal. Parece que la utilización terminológica no puede ser el criterio único para definir si alguien es o no anarquista.

Otro aspecto relevante en ese sentido es que el anarquismo no tiene, obligatoriamente, que ser estudiado por medio de conceptos utilizados históricamente por anarquistas. Se puede, con el debido rigor y sin mayores dificultades, recurrir a otros conceptos –por ejemplo, «identidad colectiva» o «capital simbólico»–, incluso aún cuando éstos no hayan sido utilizados por los anarquistas.
Más allá de eso, se constata que parte considerable del recurso metodológico de Rossineri y Uzcátegui no tiene fuerza argumentativa. Con él es posible, por ejemplo, afirmar que defender la libertad es ser liberal; se define la libertad basándose en un clásico liberal y se asocia al adversario con el liberalismo; lo mismo se puede hacer con el término «socialismo» y la aproximación con el marxismo.

Todos los conceptos utilizados poseen un significado; no es posible quedarse con la forma sin tener en cuenta el contenido. En el caso en cuestión, si el poder fuese conceptuado en términos de dominación y/o Estado, obviamente se puede decir que los anarquistas estaban y están históricamente contra el poder. Lo mismo vale para los conceptos de libertad y socialismo; si la primera fuera defendida en el sentido liberal y el segundo en el sentido marxista, también es posible decir que los anarquistas eran/son contrarios a ellos. Sin embargo, los anarquistas que defienden el vínculo anarquismo-poder dan a ese término un significado distinto. Así, lo que está en cuestión es la necesidad o relevancia de utilización de la noción de poder.
Es bastante respetable el argumento de que, por variadas razones, es preferible, en un determinado contexto, que los anarquistas no utilicen los términos poder y poder popular; ese fue el caso, durante algún tiempo, de la Federação Anarquista do Rio de Janeiro (FARJ).[[CORRÊA, 2011. Ese texto forma parte del debate sobre el poder que se dio, en aquella época, entre los militantes de la FARJ y que terminó con la decisión de utilizar y defender las nociones de poder y poder popular.]] Sin embargo, parece un absurdo querer asociar la defensa de los anarquistas del poder o del poder popular al marxismo o a otra corriente más o menos de izquierda, simplemente por la preferencia en la utilización de ese concepto.

En tercer lugar, es necesario distinguir la lectura histórica (pasada o presente), de los objetivos y estrategias futuras que son defendidas por los anarquistas. La historia del anarquismo es muy amplia; fuera del foco eurocéntrico, y adoptando la visión global y amplia de los sudafricanos Michael Schmidt e Lucien van der Walt [[SCHMIDT; VAN DER WALT, 2009.]], para discutir teóricamente el anarquismo es necesario fijar una serie de conceptos, ya que, en 150 años no hubo, por parte de los anarquistas, una conceptualización homogénea.

La mayoría de los clásicos anarquistas daba al concepto de poder un contenido restringido de Estado y/o dominación; por eso se declaraban contrarios a él. Bakunin enfatiza que «quien habla de poder político, habla de dominación»[[BAKUNIN, 1998, p. 100.]] ; Kropotkin afirma que «en la medida en que los socialistas constituyan un poder en la sociedad burguesa y en el Estado actual, su socialismo morirá»[[KROPOTKIN, 1970a, p. 189.]] ; Malatesta critica a los socialistas autoritarios afirmando que ellos «se proponen la conquista del poder» para emancipar al pueblo, que eso significa utilizar el «mismo mecanismo que hoy lo tiene esclavizado» y, como propuesta libertaria, sugiere la «abolición del gobierno y de todo poder”»[[MALATESTA, 2008, pp. 183; 200.]]. Aún así, cuando el poder es definido de otra forma – lo que parece más adecuado para establecer una interlocución con otros autores y militantes, para fundamentar el papel de los anarquistas en las luchas sociales y para formular estrategias de intervención adecuadas –, los anarquistas clásicos pueden ser considerados defensores de un cierto tipo de poder, que se tiene llamado «poder popular» o «poder autogestionario»[[CORRÊA, 2012a.]]. En términos históricos, de hecho no es común que el poder sea así definido por los anarquistas. Aunque haya ejemplos, por lo menos desde los años 20, de utilización del concepto en ese sentido, como en el caso del anarquismo coreano[[CRISI, 2012.]] , parece haber sido solamente después de los años 60 cuando ese sentido se difundió más ampliamente entre los anarquistas.

Diferente de esa lectura histórica, sin embargo, es la formulación de estrategias anarquistas, a partir de determinados objetivos. Cuando los anarquistas apuntan en ese sentido, pueden considerar más o menos relevante utilizar un término, dependiendo del contexto en cuestión. En un contexto en que haya una comprensión masiva de que «democracia», por ejemplo, significa democracia representativa, los anarquistas pueden decidir no utilizar ese término; lo mismo pasa con otros términos. Ese fue exactamente el argumento de Guillaume para no denominarse anarquista, dado que la comprensión general de ese término era, en aquel contexto, y desde su punto de vista, engañosa.

Anarquismo y poder

La problemática entre forma y contenido señalada anteriormente no se reduce a los estudios anarquistas. También es apuntada por Tomás Ibáñez en un riguroso estudio del poder.

«El hecho de que los investigadores de las relaciones de poder sigan, después de tantos años, dedicando una parte importante de sus esfuerzos a clarificar y depurar el contenido de la noción de poder, el hecho de que no exista un acuerdo mínimamente generalizado sobre el significado de ese término y de que las polémicas versen más sobre diferencias de conceptualizaciones que sobre operaciones y resultados logrados a partir de esas conceptualizaciones, todo ello indica claramente que la teorización sobre el poder topa, en algún que otro sitio, con un obstáculo epistemológico que le impide progresar.»

[[IBÁÑEZ, 1982, p. 11.]]

Esa falta de significado común en relación al término poder y el obstáculo epistemológico a los que se refiere Ibáñez también son notados por Rossineri y Uzcátegui. Y también se constatan en los escritos anarquistas, complicando el establecimiento de una discusión precisa del poder en el anarquismo.
Como hemos visto, para los anarquistas clásicos, el término poder está, en prácticamente todos los casos, asociado al Estado o a la dominación. Por otra parte, ellos tratan, muchas veces, como sinónimos los términos dominación y autoridad. Sin embargo ¿Debe el poder ser conceptuado solamente como dominación o Estado? ¿Son sinónimos poder, dominación y autoridad? Considero que no, en ambos casos.

La posición hegemónica en el anarquismo, por lo menos hasta los años 70, y que aún pervive en la actualidad, por ejemplo en las posiciones de Rossineri y Uzcátegui, es la de que los anarquistas están en contra del poder, entendiéndolo como sinónimo de dominación y/o Estado. Las posiciones de este tipo fueron y aún son relativamente comunes: «toda la teoría anarquista se funda sobre una crítica al poder y los efectos que produce». Es más, “los anarquistas nunca propusieron el poder popular, ni el poder para una clase. […] Cuando existe simetría y reciprocidad en una relación social, es porque la relación de poder dejó de existir.”[[ROSSINERI, 2011, pp. 19-20.]] Sin embargo, posiciones como esas fueron responsables, en algunos momentos históricos, del alejamiento de los anarquistas de la política, de la intervención real en el juego de fuerzas de la sociedad, terminando por condenarlos al papel de observadores críticos de la realidad, sin posibilidad de intervenir en ella; en otros casos, se tradujeron en decisiones estratégicas equivocadas, con consecuencias desastrosas.

Profundizando en el análisis y extrapolando los aspectos de forma, se puede afirmar, como se viene haciendo más enfática y claramente en los últimos 40 años, que no parece aceptable, como señala Ibáñez, «considerar que la relación del pensamiento libertario con el concepto de poder solo se pueda formular en términos de negación, de exclusión, de rechazo, de oposición o incluso de antinomia».[[IBÁÑEZ, 2007, p. 42.]] Es más, él considera que las innumerables definiciones del poder pueden ser agrupadas en tres grandes enfoques: 1.) del poder como capacidad. 2.) del poder como asimetría en las relaciones de fuerza, y 3.) del poder como estructuras y mecanismos de regulación y control. Teniendo en cuenta estos tres enfoques, se pude afirmar: «existe una concepción libertaria del poder, es falso que ésta consista en una negación del poder».[[Ibid. pp. 42-44.]]

Los ejemplos históricos son abundantes en la demostración de que los anarquistas nunca se opusieron a la noción de que personas, grupos y clases sociales poseen capacidad de realizar algo; que la sociedad está compuesta por diversas fuerzas en juego y que, al buscar una transformación social, los anarquistas deben de estimular el crecimiento de una fuerza determinada que se sobreponga a las fuerzas enemigas, preponderantes en el campo social; que, al mismo tiempo en que se oponen a las estructuras y mecanismos de regulación y control autoritarias, los anarquistas proponen otras, de base libertaria, que constituyen los fundamentos de la sociedad futura que proponen.

Bakunin afirma que «el ser humano más ínfimo representa una minúscula fracción de la fuerza social».[[BAKUNIN, 2009, p. 34.]] Kropotkin enfatiza: “fuerza –y una gran cantidad de fuerza– es necesaria para evitar que los trabajadores se apropien de aquello que consideran haber sido injustamente apropiado por unos pocos”.[[KROPOTKIN, 1970b, p. 69.]] Malatesta recomienda:

«Debemos trabajar para despertar en los oprimidos el vivo deseo de una transformación social radical y convencerlos de que, uniéndose, ellos tienen la fuerza necesaria para vencer; debemos extender nuestro ideal y preparar las fuerzas morales y materiales necesarias para vencer a las fuerzas enemigas y organizar la nueva sociedad.»[[MALATESTA, 2008, p. 94.]]

Vencer las fuerzas enemigas implica, para Malatesta, hacer la revolución, socializando la economía y la política con la «creación de nuevas instituciones, de nuevos agrupamientos, de nuevas relaciones sociales»; se trata de iniciar una reconstrucción social que pueda «proporcionar la satisfacción de las necesidades inmediatas y preparar el porvenir», que deberá destruir «los privilegios y las instituciones nocivas y hacer […] funcionar, en beneficio de todos, las instituciones útiles que hoy trabajan en exclusiva o principalmente en beneficio de las clases dominantes».[[RICHARDS, 2007, pp. 147; 154.]]

No es posible, por lo tanto, afirmar, a partir de la triple definición de Ibáñez, que los anarquistas sean contrarios al poder.

Poder: entre la dominación y la autogestión

Cuando los anarquistas afirmaron estar contra el poder, ellos utilizaban la «palabra ‘poder’ para referirse, en realidad, a un ‘determinado tipo de relaciones de poder’, a saber, y muy concretamente, al tipo de poder que encontramos en las ‘relaciones de dominación’, en las ‘estructuras de dominación’, en los ‘dispositivos de dominación’, o en los ‘aparatos de dominación’, etc.»[[IBÁÑEZ, 2007, p. 45.]] La crítica anarquista a la explotación, a la coerción, a la alienación, siempre tuvo como telón de fondo una crítica de la dominación de una manera general, incluyendo la dominación de clase y las dominaciones de género, raza y entre países o pueblos (imperialismo).

Al defender el federalismo, los anarquistas proponían, según René Berthier, relaciones sociales basadas en una amplia participación en los procesos decisorios, por medio de un sistema en el que no hubiese «ni absorción de todo el poder por arriba (centralismo), ni atomización del poder (autonomismo)»[[BERTHIER, 2011, p. 32.]]. Como señala Frank Mintz, el término «autogestión» surgió sólo en los años 60 para referirse, también, a un modelo organizativo basado en una amplia participación popular[[MINTZ, 1977, pp. 26-27.]]. Aunque haya habido tentativas posteriores de restringir el federalismo al ámbito político y la autogestión al ámbito económico, el hecho es que los términos engloban nociones bastante próximas y han sido comúnmente utilizados por los anarquistas. La defensa anarquista de la socialización de la propiedad privada, de la socialización del poder político, de una cultura que refuerce ese proyecto, y de una articulación de abajo a arriba, se fundamenta en la autogestión generalizada, teniendo en cuenta todos sus aspectos sociales, que contiene a su vez la noción de federalismo.

Dominación y autogestión están directamente relacionadas al concepto de poder que será aquí definido de acuerdo con el segundo enfoque de Ibáñez. Definir el poder de ese modo permite conceptuarlo como una relación que se establece en las luchas y disputas entre diversas fuerzas sociales, cuando una(s) fuerza(s) se impone a la(s) otra(s); poder y relación de poder funcionan, de este modo, como sinónimos.[[CORRÊA, 2012b.]] El vínculo entre dominación, la autogestión y el poder se dan por medio de la noción de participación; considerando que la participación es establecida por las relaciones de poder, ella puede ser mayor, aproximándose a la noción de autogestión, o menor, aproximándose a la de dominación. Dominación y autogestión serían, así, tipos ideales de las relaciones de poder, tomando como base la participación; cuanto más dominador sea el poder, menor participación; cuanto más autogestionario, mayor participación.

«Los extremos constituidos por la dominación y la autogestión marcan, teóricamente, las posibilidades lógicas de límites en los procesos de participación. Independientemente de la posibilidad real o no de llegar a uno de los tipos ideales, extremos, lo que es relevante es concebirlos como un modelo teórico lógico para la comprensión de las diferentes relaciones de poder, de los tipos de esas relaciones, y de las distintas formas de participación que de ellas se derivan. […] Concebir las relaciones de poder dentro de esos dos extremos, a partir del eje de la participación, constituyen un método de análisis para las relaciones en los distintos niveles.”

[[Ibid.]]

De acuerdo con ese modelo, el objetivo de los anarquistas fue siempre sustentar relaciones sociales que incorporasen mayor participación y substituyesen poder dominador –«dominación, jerarquía, alienación, monopolio de las decisiones por una minoría, estructura de clases y explotación» – por poder autogestionario – autogestión, participación amplia en las decisiones, agentes no alienados, relaciones no jerárquicas, sin relaciones de dominación, sin estructura de clases y explotación”.[[CORRÊA, 2012a, p. 98. ]]

Esa manera de concebir el poder rechaza que poder sea sinónimo de dominación y/o de Estado. La dominación, como se sostiene, es un tipo de poder, así como la autogestión; las relaciones de poder pueden establecerse manteniendo mayor o menor participación; así, poder no implica, necesariamente dominación. El Estado es un elemento central del sistema de dominación y, en todas sus formas históricas, implica relaciones de dominación, fundamentalmente las de tipo político-burocrático y la coerción; por otro lado, las estructuras de poder político autogestionario, defendidas por los anarquistas para sustituir al Estado, también representan poder, pero no dominación.

Felipe Corrêa
Militante de la Organização Anarquista Socialismo Libertário (OASL) / Coordenação Anarquista Brasileira (CAB)

BIBLIOGRAFIA

– BAKUNIN, Mikhail. «A Ilusão do Sufrágio Universal». In: WOODCOCK, George (org.). Os Grandes Escritos Anarquistas. Porto Alegre: LP&M, 1998.
– _______. A Ciência e a Questão Vital da Revolução. São Paulo: Imaginário/Faísca, 2009
– BERTHIER, René. Do Federalismo. São Paulo: Imaginário, 2011.
– CORRÊA, Felipe. «Crear un Pueblo Fuerte». In: Anarquismo y Poder Popular: teoría y práctica suramericana. Bogotá / Manresa: Gato Negro / Rojinegro, 2011.
– _______. Rediscutindo o Anarquismo: uma abordagem teórica. São Paulo: USP (Mudança Social e Participação Política), 2012a. [http://ithanarquista.wordpress. com/2013/01/14/felipe-correa-rediscutindo-o-anarquismo-uma-abordagem-teorica/]
– _______. «Poder, Dominación, Autogestión». In: Anarkismo.net, 2012b. [http://www.anarkismo.net/article/22345]
– CRISI, Emílio. «Revolución Anarquista en Corea: la Comuna de Shinmin (1929-1932)». In: Anarskismo.net, 2012. [http://www.anarkismo.net/article/23228]
– IBÁÑEZ, Tomás. Poder y Libertad. Barcelona: Hora, 1982.
– _______. «Por un Poder Político Libertario». In: Actualidad del Anarquismo. Buenos Aires: Anarres, 2007.
– KROPOTKIN, Piotr. «Modern Science and Anarchism». In: BALDWIN, Roger (org.). – Kropotkin’s Revolutionary Panphlets. Nova York: Dover, 1970a.
– KROPOTKIN, Piotr. «Anarchist Communism». In: BALDWIN, Roger (org.). Kropotkin’s Revolutionary Panphlets. Nova York: Dover, 1970b.
– MALATESTA, Errico. Ideologia Anarquista. Montevidéu: Recortes, 2008.
– MINTZ, Frank. La Autogestión en la España Revolucionaria. Madri: La Piqueta, 1977.
– RICHARDS, Vernon (org.) Malatesta: pensamiento y acción revolucionários. Buenos Aires: Anarres, 2007.
– ROSSINERI, Patrick. «La Quimera del Poder Popular: una forma de integración al sistema». In: Anarquismo y Poder Popular: teoría y práctica suramericana. Bogotá/Manresa: Gato Negro / Rojinegro, 2011.
– SCHMIDT, Michael; VAN DER WALT, Lucien. Black Flame: the revolutionary class politics of anarchism and syndicalism. Oakland: AK Press, 2009.
– UZCÁTEGUI, Rafael. «Grupos Libertarios y Poder Popular». In Anarquismo y Poder Popular: teoría y práctica suramericana. Bogotá/Manresa: Gato Negro / Rojinegro, 2011.
– VVAA. Anarquismo y Poder Popular: teoría y práctica suramericana. Bogotá/Manresa: Gato Negro / Rojinegro, 2011.

El anarquismo estadocéntrico del poder popular

A petición de los compañero/as de Ekintza Zuzena, escribimos por segunda vez sobre el concepto «Poder Popular» que, en América Latina, promueven algunas iniciativas que se reclaman libertarias. Pero antes de entrar en materia, describiremos el lugar desde donde se realiza nuestra argumentación y, a grandes rasgos, el contexto que la perfila. Desde el año 1995 participamos en un grupo de afinidad anarquista que, en la ciudad de Caracas, entre otras actividades ha editado el periódico El Libertario, quizás la actividad más conocida. A partir del año 1998 antagonizamos con el proceso político denominado «revolución bolivariana» por tres grandes razones: La primera, la profundización del modelo extractivo-minero en sintonía, y sin contradicciones, con la globalización económica capitalista, lo cual ha incluido -a pesar de la retórica-, amplias garantías a la inversión transnacional energética (por ejemplo, en el año 2009 Repsol anunció el descubrimiento en el golfo de Venezuela de la mayor reserva de gas natural de su historia). La segunda razón, por el proceso de estatización, militarización y fragmentación del movimiento social del país surgido a raíz del levantamiento popular del Caracazo, 27 de febrero de 1989, y cuya capacidad de movilización fue decisivo para el recambio burocrático experimentado en 1998, fecha de la primera victoria electoral de Hugo Rafael Chávez Frías. La tercera es que, a pesar de contar con la mayor bonanza económica de los últimos 30 años, el gobierno bolivariano no ha transformado las causas estructurales de una de las más injustas tasas de reparto de la riqueza en el continente –recordar que el país posee las mayores reservas energéticas de la región-, cuyos datos y testimonios pudimos plasmar ampliamente en el libro «Venezuela: La Revolución como Espectáculo. Una crítica anarquista del gobierno bolivariano» que, en el caso de la península ibérica, fue coeditado y distribuido por la editorial-librería La Malatesta de Madrid. Esta introducción es pertinente porque en el proceso de institucionalización y homogeneización del movimiento social que permitió su victoria en las urnas, el gobierno bolivariano pasó, a partir de marzo del 2009, a denominar por decreto a todas las instituciones con el adjetivo «poder popular». Por ejemplo «Ministerio del Poder Popular para la Defensa», que coordina a las Fuerzas Armadas del país. El caso venezolano sería entonces una evidencia clara de los derroteros estatales del concepto.

La segunda aclaratoria previa tendría que ver con el anarquismo en el cual creemos, pues complejiza el maniqueísmo y simplificación de la discusión que los promotores del Poder Popular «libertario» (PPL) aluden en su discurso. Cultivamos un anarquismo que necesita de sus grupos de afinidad para el intercambio y construcción de lo que nos es más próximo, pero cuyo referente y ámbito de actuación no es otro que los movimientos populares, autónomos, de base y necesariamente plurales, para el cambio en un sentido libertario. Reivindicando y aprendiendo de la historia, así como de las tradiciones de lucha que nos precedieron, nuestro anarquismo debe responder a un contexto en permanente cambio, signado por la globalización económica, informacional y tecnológica, el cual ha dejado atrás el culto a la razón positivista que influyó en los pensadores antiautoritarios de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Además, es un anarquismo que debe ser expresión de las particularidades culturales que nos definen como latinoamericanos, sin perder su perspectiva universal e internacionalista. Esta reflexión hemos intentado plasmarla en nuestra publicación El Libertario, cuya línea editorial actual, en un escenario de estatización y polarización de las iniciativas populares, es la de promover los mayores niveles posibles de autonomía en las organizaciones sociales de nuestro entorno, en el entendido que mientras no exista un espacio de emprendimientos políticos diversos de base, beligerantes e independientes, los valores que defendemos como anarquistas no podrán tener la posibilidad de expandirse y ser vividos por amplios sectores de la población.

Una camisa prestada

El surgimiento de la propuesta del PPL no puede comprenderse de manera separada de lo que algunos analistas denominan «el giro a la izquierda» de América Latina. Incluso afirmamos que el momento de mayor impulso de esta propuesta coincidió en el tiempo que los gobiernos autocalificados como «progresistas» generaban amplias expectativas entre los sectores de izquierda y revolucionarios de todo el mundo. El razonamiento de fondo era, simplificando, que era necesario mimetizarse con las mayorías que apoyaban a las izquierdas en el poder, haciendo alianzas con algunos sectores y, desde adentro, «radicalizar» dichos procesos con la propuesta del PPL. Tras varios años en la presidencia, el entusiasmo por estos gobiernos ha disminuido, por un lado. Por el otro, han sido suficientemente conocidas sus contradicciones así como todos los mecanismos desplegados para criminalizar a los líderes populares que, refractarios a sus políticas, han continuado movilizándose. Los gobiernos de Argentina, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Uruguay y Nicaragua ya poseen un expediente de sindicalistas, líderes indígenas y barriales de diferentes ámbitos asesinados, encarcelados y sometidos a juicios bajo leyes antiterroristas influenciadas por, paradójicamente, los organismos multilaterales que tanto adversan en las palabras. Lo curioso es que son iniciativas «libertarias» de países con gobiernos conservadores (Colombia y Chile, por ejemplo), los que han intentado «capitalizar» este pretendido giro progresista y han tenido mayor protagonismo mediático en la difusión de los postulados del PPL. Ni ayer ni hoy el debate generado alrededor de este tema ha sido central en el universo ácrata latinoamericano, aunque sus apologistas hayan intentado, grandielocuentemente, presentarlo así. («Este debate es uno de los núcleos fundamentales de la izquierda latinoamericana», según la Federación Anarquista Uruguaya).

Los promotores del PPL se han diseminado en varios países latinoamericanos, aunque no son un grupo homogéneo ni coinciden en los énfasis de sus estrategias. Como el resto de la familia, han sufrido sus propias divisiones, disoluciones, fragmentaciones y tensiones por el protagonismo de un alegato apenas en construcción, siendo dos de sus nodos intelectuales más visibles Brasil e Irlanda (sí, Irlanda). Un inventario de los grupos, publicaciones y literatura demuestra que ni cualitativa ni cuantitativamente, hasta ahora, ha sido el sector «predominante» en el anarquismo suramericano, a lo sumo y generosamente una tendencia más. Sin embargo, han intentado sobredimensionarse en internet reduciendo la diversidad del movimiento en la región en dos bandos, ellos y, en la otra acera, la tendencia insurreccionalista («un grupo minoritario y aislado de la base», como la simplifica Felipe Correa de la Federación Anarquista de Río de Janeiro). Por estas artes del lenguaje, los PPL serían el «anarquismo organizado» (como en algún momento se definió la Red Libertaria de Buenos Aires) vinculado a los sectores excluidos, antagonizando a un anarquismo autorreferencial, de clase media, disociado de su contexto y anclado en el pasado, que seríamos el resto. Y este debate tramposo expresa a su vez la naturaleza de las alianzas que el PPL desea establecer con ciertas izquierdas: Mercadearse como el «anarquismo bueno».

Ni Dios, Ni Amo, Ni Coherencia

Para los teóricos del PPL la noción del «poder popular» sería un concepto «en disputa», y su trabajo sería resignificarlo a la luz de una interpretación anarquista. A pesar de algunos malos intentos de corte y costura para demostrar que clásicos como Bakunin y Malatesta lo que querían era decir «poder popular» en todos sus escritos (prolijamente refutado por Patrick Rossineri en sus textos para el periódico Libertad! de Buenos Aires), ante la ausencia de una genealogía antiautoritaria del término reconocen, a regañadientes, que su origen no proviene del campo ácrata. Se ha convertido en un lugar común de su literatura las citas al Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) de Chile como pioneros en su uso del término en 1970, haciendo malabares históricos para demostrar que esta organización marxista-leninista era, en el fondo, bastante anarquista. No importan 4 décadas de uso, interpretación e implementación autoritaria del término, así como la capitalización política y legitimación burocrática de varios gobiernos progresistas del continente (Sólo el venezolano gastó oficialmente según su Ley de Presupuesto 65.304.634 dólares en propaganda en el 2013): mientras 4 gatos anarquistas lo reivindiquen seguiría siendo «un concepto en disputa». Todo un detalle que sea este y no otro la nomenclatura en litigio. Si por ejemplo democracia significa «gobierno del pueblo y para el pueblo», ¿no deberían utilizar las mismas energías para reconceptualizarla anárquicamente? Felipe Correa llega al extremo en esta tesis, pues hasta «anarquismo» sería, según él, un «concepto en disputa».

Esta pérdida de personalidad al utilizar un discurso de otros para expresar valores que tienen términos nítidamente libertarios, como autogestión por citar un caso, tiene como objetivo no espantar a sus nuevos «compañeros de ruta». Y no es un problema de etiquetas. Esta difuminación de lo que específicamente nos hace «anarquistas» hace que algunas iniciativas del PPL hagan demasiadas concesiones en su apuesta por una plataforma política de actuación. Por ejemplo, el de las publicaciones «libertarias» con alegorías en portada a cualquiera de los santos del panteón marxista latinoamericano –cuando ya hay tantas publicaciones ajenas que lo hacen- o los llamados al «voto crítico» por candidatos presidenciales nacionales o regionales «de izquierda». El resultado, como lo demuestran una vez quienes en Venezuela se hacen llamar «anarcochavistas», es una pérdida absoluta de la identidad política y la asunción de una nueva impuesta desde arriba que intenta ser hegemónica. Esto genera múltiples consecuencias, algunas tan graves como la ausencia de cualquier atisbo de crítica a viejos y nuevos gobiernos «de izquierda» en la región, como el cubano, el boliviano o el venezolano, cuando no el apoyo velado o explícito a organizaciones autoritarias como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Poder Popular: Dos problemas

Como lo ha sugerido Rossineri, la ofensiva comunicacional del PPL tiene como objetivo naturalizar el uso del término «poder» entre los anarquistas. Las mejores argumentaciones de sus entusiastas aluden a su naturaleza polisémica y su división entre el «poder hacer» (capacidad de realizar cosas) y el «poder sobre» (dominio sobre otros). Sin embargo, salvo consignas, no hay un mayor desarrollo de cómo impedir que capacidad se transforme en dominio. En este punto es importante recordar que un sector del marxismo latinoamericano, conocido como autonomista (John Holloway quizás el más conocido), han abandonado dicha pretensión y han afirmado, a secas y sin medias tintas, que el mundo debe ser cambiado «sin tomar el poder». Y esto es porque la falsa tensión entre el «poder hacer» y el «poder sobre» no ha sido resulta en 40 años de uso autoritario de poder popular porque, sencillamente, aluden a dos situaciones diferentes. Este es el primer problema del PPL, a que tipo de «poder» se refiere: Poder en política siempre aludirá a «poder sobre». En castellano, un idioma generoso, no existen sinónimos literales sino palabras diferentes que matizan situaciones. Pensemos en un carpintero que domina las técnicas de construcción en madera. Si usted se refiere a él como un «carpintero con poder» la mayoría le entenderá -salvo los del PPL- como alguien con dinero o influencias políticas, y no como diestro en el arte de la construcción con madera.

Así, los del PPL zanjan esta discusión con tres consignas y con afirmaciones aventureras: «Los anarquistas no estamos contra el poder sino contra la dominación», sin importar que más de 100 años de historia libertaria demuestren que estamos contra ambas cosas. El 98% de quienes en América Latina utilizan en su estrategia política el concepto “poder popular”, buscan legitimar hoy la racionalidad que ayer se contenía en el concepto «dictadura del proletariado», el arribo de una nueva burocracia en los estamentos de mando.

El segundo problema tiene que ver con la noción «popular», un término que según la lógica PPL también debería estar «en disputa». ¿Qué es popular y qué no lo es?, ¿cuándo algo deja de serlo? Lo considerado «popular», ¿es intrínsecamente bueno? Lula da Silva, ¿fue un presidente del «poder popular»? Rafael Leonidas Trujillo, ¿fue un militar del «poder popular»? La anterior mitificación parecía superada tras los aportes, entre tantos otros, de Michael Foucault. Sin embargo lo que nos sugiere su uso es que mientras un sector del marxismo latinoamericano evoluciona asumiendo posturas libertarias -los autonomistas-, como singular contrapeso otro sector del anarquismo regional involuciona reivindicando lógicas propias de los partidos comunistas más stalinistas de este lado del mundo.

Nuestra agenda

La estrategia del «poder popular», como demuestra el caso venezolano, no conduce a otro destino sino al Estado, a oxigenar la gobernabilidad democrática en tiempos de crisis de la representatividad y globalización económica. Además, posee dentro de su lógica la estrategia de «acumulación de fuerzas» que debe negociar con el resto de los aliados de su plataforma planteamientos radicales y de fondo en aras de la convivencia y, valga la redundancia, «popularidad». Fieles a la vocación de poder, de mercadearse ante el mundo y especialmente ante sus aliados como el «anarquismo bueno», algunas de las iniciativas más conocidas del PPL reproducen en micro lo que cualquiera detesta de la gran política: las componendas, conspiraciones y descalificaciones contra quienes asumen eclipsar y neutralizar: En primer lugar no al gran capital sino a los otros anarquistas. Cuando aclaraba que esta era la segunda vez que reflexionábamos sobre el tema buscaba reflejar lo siguiente: muchos hemos optado por no caer en las luchas intestinas en los contornos planteados por el PPL, una estrategia pensada, entre otras cosas, para legitimarse ante sus aliados «de izquierda» en el continente. Nuestros esfuerzos siguen estando en la construcción de una alternativa social libertaria, donde –insistimos- los valores que defendemos como antiautoritarios sean vividos por la mayor cantidad de personas.

Es falso que el anarquismo latinoamericano pueda dividirse, únicamente, en las tendencias plataformista (donde se ubicaría el PPL) e insurreccionalista. En el medio de ambos extremos hay una diversidad de grupos, emprendimientos e individuos, con escasa o nula relación orgánica entre sí, que por la diversidad de temas y situaciones que enfrentan sí podrían ser calificados como el sector «mayoritario» del movimiento, pero que sencillamente no tienen ánimo ni tiempo para pensarse en esos términos.

Si hay algún tema medular hoy en Latinoamérica, que no es el PPL, es el extractivismo y la lucha por los bienes comunes, que cualquiera que revise el mapa de los actuales conflictos sociales en la región podrá constatar que es la causa de las movilizaciones indígenas y campesinas contra gobiernos «progresistas» y conservadores que actualmente se llevan a cabo. Dentro de las luchas por la defensa del Tipnis (Bolivia) y el Yasuni (Ecuador), contra las Minas de Conga (Perú), la explotación del carbón en la Sierra del Perijá (Venezuela) y el Fracking en los acuerdos Chevron-YPF (Argentina), por recordar los más conocidos, hay mucha gente libertaria poniendo el pecho, que ha posicionado el debate sobre otros modelos de desarrollo dentro de coaliciones sociales diversas sin perder identidad, intentando que las iniciativas no tengan como referente al Estado sino a la expansión de las propias capacidades colectivas autogestionarias. Pero también existen otras búsquedas y espacios de confrontación contra los poderes establecidos, de las cuales me limitaré a describir las que nos son más cercanas.

En Venezuela la recuperación de los niveles de autonomía y beligerancia de los movimientos sociales tiene uno de sus principales contrarios al poder popular estatizado y militarizado promovido por el gobierno bolivariano. Y ante la capacidad propagandística del «socialismo petrolero» (como una vez lo definió el propio Hugo Chávez) no hay alternativa sino pensar en otros referentes. Como anarquistas acompañamos, participamos y difundimos en diferentes luchas, como el movimiento contra la impunidad y el abuso policial y militar desarrollado en el estado Lara, en donde han surgido organizaciones independientes de víctimas que han denunciado la complicidad de altos y medianos funcionarios en los crímenes del gatillo fácil. De este conflicto es Mijaíl Martínez, el videoactivista asesinado en el año 2009 por sicarios contratados por la Policía de Lara. En esta zona se desarrolla la experiencia cooperativa más grande y antigua del país, Cecosesola, 30 años y 20.000 afiliados, cuyo funcionamiento asambleario y horizontal la convierte en la experiencia concreta de inspiración libertaria más importante del país, y que por autogestión ha construido un hospital de tres pisos en la zona oeste de Barquisimeto, corazón de los sectores menos privilegiados de la ciudad, siendo uno de los emprendimientos nacionales emblemáticos de participación comunitaria en el ejercicio del derecho a la salud. A la lucha contra la explotación del carbón en el estado Zulia, que ha dejado como saldo el asesinato del líder yukpa Sabino Romero, se suma nuestra intervención activa en la recomposición del movimiento indígena venezolano, tras años de cooptación, que pasa por la recuperación de sus organizaciones tradicionales sobre la base de la autonomía. En años anteriores estos mismos esfuerzos se colocaron en el sector sindical, donde surgió un intento de refundación del gremialismo venezolano en el Frente Autónomo en Defensa del Empleo, el Salario y el Sindicato (FADESS), que no prosperó en la dirección deseada debido a la electoralización de su agenda y el canibalismo de los viejos partidos políticos. El FADESS denunció los 17 meses de cárcel contra el sindicalista Rubén González, la criminalización de la protesta en el país y los asesinatos de los sindicalistas Richard Gallardo, Luis Hernández y Carlos Requena, en el 2008, que hoy se mantienen en impunidad.

Los retos que los anarquistas latinoamericanos tenemos por delante son múltiples y exigentes. Fortalecer nuestros grupos de afinidad y organizaciones específicas. Participar en conflictos reales y movimientos sociales para elevar sus niveles de autonomía, independencia y capacidades autogestionarias, reactualizar nuestros postulados reinventando lo que haga falta y expandir nuestros valores, que no nuestras etiquetas, entre amplios sectores de la sociedad que paulatinamente están descubriendo que los gobiernos progresistas son la misma opresión de siempre con diferente fachada, y que fieles al espíritu rebelde de la naturaleza humana, buscarán otras alternativas. Entre nosotros el eclipse del «progresismo» en el poder abre similares oportunidades, de orden teórico y práctico, que para los movimientos emancipatorios europeos tuvo el desplome del Muro de Berlín. Y para esto es necesario no el esteticismo pseudolibertario de lo caduco, sino la apuesta por una cultura política nueva basada en la justicia social y la libertad.

Rafael Uzcátegui
(Venezuela)

[related_posts_by_tax posts_per_page="4"]

You May Also Like