APUNTES POLÉMICOS SOBRE ECONOMÍA Y REVOLUCIÓN

Sobre las clases sociales y el proletariado

Ya en 1848 Marx señalaba que una de las características que definen al modo de producción capitalista es la división de la sociedad en dos clases: burguesía y proletariado. La burguesía es la clase propietaria de los medios de producción, mientras que el proletariado es la clase sin propiedades ni reservas que se ve obligada a vender su tiempo de trabajo como mercancía y sobre cuya espalda recae todo el peso del trabajo social.

Esta división tajante, en teoría, de la sociedad, nunca se ha visto plasmada tal cual en la realidad, por la sencilla razón de que el capitalismo, a pesar de haberse expandido por todo el mundo en apenas dos siglos, nunca ha gozado de plena libertad de acción en su esfera económica. El liberalismo económico, el laisser-faire, nunca ha sido una realidad, sino más bien una tendencia del capitalismo siempre entorpecida, a veces por las luchas de las organizaciones obreras, otras mediante leyes promulgadas por la propia burguesía en defensa de sus particulares intereses capitalistas y nacionales. Así, la pequeña propiedad no ha llegado a desaparecer, y los pequeños propietarios, junto a aquellos que desempeñan lo que se denominaba “profesiones liberales” (en realidad pequeños empresarios) y los estratos de asalariados privilegiados (como los técnicos y los funcionarios), conforman lo que se ha dado en llamar “clases medias”, pequeña burguesía en realidad, clase intermedia entre la burguesía y el proletariado, más cercana por sus ideas a la primera, aunque una sacudida de la economía sea capaz de echar a un buen puñado de sus miembros a las filas del segundo. Defensora de la propiedad privada, porque la tiene, la pequeña burguesía es capaz de protegerla incluso del propio capitalismo, al que ama cuando las cosas van bien y odia cuando le amenaza con la ruina y la proletarización. La pequeña burguesía ha ido forjando su propia ideología política, fundamentada en la defensa de la pequeña propiedad y que, bien bajo la bandera de la socialdemocracia, del fascismo o de cualquier otra, consiste principalmente en ampararse en el Estado frente al capital. Pero el Estado no es otra cosa que la organización política de la burguesía a través de la cual ésta defiende sus intereses de clase.

Así pues, la burguesía y el proletariado coexisten junto a la pequeña burguesía y la conocida como aristocracia obrera. No sólo coexisten, sino que en los países de economía más avanzada, que han disfrutado durante los últimos 50 años de un crecimiento económico casi ininterrumpido, la burguesía, cediendo parte de sus beneficios, ha aumentado los salarios, ha organizado la seguridad social, ha permitido a ciertos sectores del proletariado el acceso a la propiedad y ha generalizado, sino la abundancia, al menos la no carestía. Así se han conformado las “sociedades de clases medias” de corte occidental, que hacen a más de uno pensar que el proletariado ha desaparecido. Pero si las condiciones del desarrollo histórico del capitalismo han permitido convertir sociedades de clases en continuo enfrentamiento en otras más pacíficas de homogéneas “clases medias”, esto ha ocurrido a costa de la continua proletarización de las masas campesinas del resto del planeta, que en busca de un salario llegaban a ciudades ya superpobladas.

Si parecía que el proletariado se había evaporado en algunos lugares al entrar en contacto con el dinero abundante y el crédito fácil, el capitalismo y sus crisis ya nos lo traen de vuelta, sin propiedades, sin reservas para sobrevivir, obligado a vender su tiempo de trabajo. El mismo proletariado de siempre, en definitiva. En cualquier caso, sus filas, durante este tiempo, no han hecho sino crecer continuamente.

Sobre la causa de esta crisis

Efectivamente, una crisis sacude el mundo entero. Es una crisis económica, y la economía… sí, nos lo dicen incluso los presidentes y sus ministros: es una economía capitalista. El capitalismo empieza a estar en boca de todos, y no precisamente para alabarle. Quizá, para encontrar precedentes históricos de tan unánime animadversión hacia él, tengamos que retroceder un siglo, o cuando menos, hasta los años 20 del siglo pasado, cuando, no sólo anarquistas y comunistas, sino también socialistas, fascistas y se declaraban fervientes anticapitalistas.
Cuando uno tiene cubiertas sus necesidades materiales y además es propietario de su casa, tiene otra en campo o en la costa y un mes para recorrer el mundo de vacaciones, recibiendo un trato y unas comodidades que ya hubiera querido para sí el emperador Adriano, entonces el capitalismo no es tan malo. Pero ahora, según lo que nos cuentan quienes antes callaban, la avaricia de banqueros y ejecutivos de las grandes empresas multinacionales, el egoísmo de los ricos, en definitiva, nos ha traído la crisis, y con ella la ruina de los que estaban peor preparados para afrontarla, sobre todo pequeñas empresas y muchos pequeños propietarios (aunque sólo fuera de un par de casas), para quienes el paro no representaba antes más preocupación que una tormenta un día de verano, algo molesto pero pasajero.

Esto merece un poco de atención, aunque sólo sea porque nos lo repiten sin cesar: las grandes empresas, los grandes bancos, los ricos egoístas, los avariciosos especuladores de bolsa, los codiciosos ejecutivos de las grandes corporaciones (el calificativo judío aún no está siendo muy utilizado, aunque presumiblemente lo será pronto)… todo este ataque no sólo tiene por objetivo culpar de la crisis a la avaricia de unos cuantos multimillonarios, sino también exculpar al resto, principalmente a los que siendo igualmente empresarios, propietarios, capitalistas y burgueses, no son ni tan ricos, ni tan “grandes”, ni mucho menos tan codiciosos, claro.

Todas estas filípicas que lanzan los políticos desde las tribunas, los periodistas desde los diarios y que la gente coge al vuelo, traen a la memoria las palabras del historiador, que comenta acerca del periodo 1875-1914[[Eric Hobsbawm, La era del imperio, 1875-1914. Ed. Crítica Pag. 99, 168 y 169.]]: “Hay que mencionar a continuación la coalición, amplia y mal definida de estratos intermedios de descontentos, a los que les era difícil decir a quién temían más, si a los ricos o al proletariado. Era esta la pequeña burguesía tradicional, de maestros artesanos y pequeños tenderos, cuya posición se había visto socavada por el avance de la economía capitalista, […] Era el suyo un mundo definido por el tamaño, un mundo de gente “pequeña” contra los “grandes” intereses, y en el que la misma palabra pequeño, como the little man, le petit commerçant, der Kleine Mann, se convirtió en un lema de convocatoria. […] Esa era también, y por buenas razones, la esfera política de la retórica y la demagogia por excelencia. En los países con una fuerte tradición de un jacobinismo radical y democrático, su retórica, enérgica o florida, mantenía a los “hombres pequeños” en la izquierda […]. En Europa central, su carácter nacionalista y, sobre todo, antisemítico, era ilimitado. Ese antisemitismo iba dirigido hacia los banqueros, empresarios y otros a quienes se identificaba con la destrucción que el capitalismo causaba en los “hombres pequeños”. […] Para el líder socialista alemán Bebel, el antisemitismo era “el socialismo de los idiotas”.

No vamos a detenernos a analizar con detenimiento estos paralelismos históricos, que no carecen ciertamente de significado. Pero sí que podemos afirmar, de momento, que la crisis no la han causado los desmanes de unos cuantos burgueses, y que si bien ésta ha tenido su punto de inicio en el mercado financiero, como otras muchas, no ha sido la codicia de unos pocos el detonante, sino en todo caso el deseo generalizado de enriquecerse rápidamente, y quizá ni siquiera eso. Y es que preguntar por la causa de una crisis capitalista, ¿no es acaso como preguntar por qué la sal es salada o la piedra es dura? Es dura porque es piedra, y si queremos saber por qué las piedras tienen la cualidad de la dureza, tenemos que abrir los libros de ciencias. De la misma manera, las crisis forman parte de la propia naturaleza del capitalismo, y si queremos saber por qué el capitalismo sufre crisis periódicas irremediablemente, hay que estudiar detenidamente la economía capitalista.

Sobre el liberalismo

El liberalismo económico es la doctrina que propugna el libre desenvolvimiento de la economía al margen de trabas legales. El proteccionismo consiste, al contrario, en poner freno mediante leyes al libre desarrollo de la economía y a la competencia que ésta crea. La burguesía, más atenta siempre a su bolsillo que a sus ideas, no es de por sí liberal ni proteccionista, sino ambas cosas, según el viento que sople. En general, será liberal si puede hacer frente a la competencia, y viceversa. Pero incluso el burgués más liberal tiembla y recurre al amparo de la ley en cuanto a sus trabajadores, ejerciendo su libre iniciativa, se les ocurre asociarse y defender sus intereses.

Por tanto, es este aspecto los burgueses actúan según su conveniencia, pero ¿qué postura ha de adoptar el proletariado? Si hacemos caso a los partid(uch)os de izquierda y a los sindicatos, el liberalismo, para los trabajadores, es como el infierno para los cristianos. Vamos a ver qué hay de cierto en esto con un ejemplo.

Podríamos hablar del proteccionismo a la industria catalana en el siglo XIX, o de la época de grandes guerras del siglo XX, tiempos de nacionalismo fanático, siempre proteccionista y antiliberal Pero vamos a fijar la vista en el siglo XXI, en el que existe una Unión Europea con su política agraria que consiste en poner aranceles a los productos de fuera mientras se dan subvenciones a los agricultores, que permiten a su vez reducir los precios de los productos exportados. A los agricultores europeos les debe parecer poca ayuda, pero ¿qué pensará el agricultor africano, asiático o sudamericano, cuyas condiciones de vida son bastante peores y para el que no sólo es difícil vender su producto en Europa, sino en su propio continente, debido a los bajos precios de los productos europeos subvencionados? Así pues, unos agricultores estarán a favor del liberalismo y otros en contra. Desde luego a la burguesía europea las cuentas no le salen de momento tan mal, pues la ruina de los agricultores bien puede crearle problemas y la paz social tiene también su precio. Pero ¿tiene aquí algo que decir el proletariado europeo?, ¿pinta algo? Pues igual sí, porque al proletario europeo, que no tiene propiedad, sino un sueldo bajo y que está empieza a habituarse de nuevo a mirar al paro a los ojos; al proletariado europeo, hay una parte de su trabajo que no le pagan, que pasa a engordar los beneficios del capitalista, y hay otra que tampoco le pagan y que se destina a engrosar las arcas públicas, de las que salen las subvenciones con las que se protege de la ruina la pequeña propiedad del agricultor europeo. Ese proletario, si se informa y le preguntan, quizá dijese que preferiría que todo ese dinero, fruto del trabajo de toda su clase, se destinase a cosas mejores que ayudar a que el pequeño propietario no se vea proletarizado, pues una cosa es ser generoso y otra ser bobo. Vienen a cuento aquí las palabras del Manifiesto Comunista: “Los elementos de las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son pues revolucionarios, sino conservadores. Aún más, reaccionarios, pues pretenden volver atrás la rueda de la historia”.

Entonces, ¿en qué casos el liberalismo es contrario a los intereses del proletariado? Llegados a este punto, son necesarias algunas aclaraciones importantes que arrojen luz sobre ciertas paradojas que traen de cabeza a más de un esforzado teórico y que son las responsables también de algunas de las más dramáticas danzas dialécticas que ha ofrecido la historia.

Inciso sobre el proletariado y la revolución

La única mercancía que le interesa proteger al proletariado es su tiempo de trabajo. Es la venta de esta mercancía la que le permite sobrevivir, la que le otorga un papel principal en la economía y la que le arrastra a la lucha económica, a la lucha de clases. Para él, luchar para mejorar sus condiciones de trabajo es luchar por mejorar sus condiciones de vida, y esta lucha en el terreno económico no la puede emprender un proletario aislado por su cuenta, sino que se ha de llevar a cabo mediante la asociación.

Son las propias condiciones de existencia del proletariado pues, el hecho de depender de un salario que tiende constantemente a bajar en circunstancias normales, las que le lanzan a la lucha económica contra la burguesía. No obstante, sabemos que toda victoria en este terreno es efímera, pues las mejoras en las condiciones de vida que se pueden lograr por estos medios son siempre temporales y parciales. El combate verdaderamente revolucionario, donde la victoria ha de ser definitiva, se desarrolla en el ámbito de la política. ¡Oh contradicción! El proletariado se dirige, por su naturaleza, a la lucha económica, pero la victoria se la juega en la lucha política. Además, los proletarios conscientes de la importancia de la lucha política, con conciencia de clase si se quiere, son necesariamente una minoría en las filas de su clase. ¡Oh desgracia! Y para colmo, la lucha en el terreno económico, si no es impulsada constantemente hacia el choque político por esa parte más consciente del proletariado, rápidamente se estanca, se degrada en simple sindicalismo y degenera en reformismo. ¡Oh fatalidad! El proletariado está destinado a la lucha, pero ésta no le garantiza el triunfo final, que depende en gran medida de que la fracción más consciente de sus filas sepa realizar el papel que le corresponde y aprovechar las circunstancias históricas que se le presenten. ¡Los revolucionarios más capaces y lúcidos de los últimos siglos se han estrujado el seso tratando de resolver en la práctica el problema de la relación entre la vanguardia y la clase, que aparece en teoría tan llena de contradicciones! Ciertamente, no se puede salir airoso de tal prueba sin los recursos de la ciencia histórica, estratégica, dialéctica y un buen conocimiento del ser humano.

Los proletarios revolucionarios, entre otras muchas cosas, han de saber que una cosa son los intereses individuales de los proletarios y otra los intereses comunes del proletariado como clase. Si el proletariado está estratificado y dividido, los intereses individuales prevalecen frente a los comunes, pues es la homogeneización de las condiciones de vida la que provoca la confluencia de los intereses individuales en un interés colectivo de clase. Por lo tanto, a veces se da la circunstancia de que lo que en apariencia perjudica al proletariado, al afectar negativamente a los intereses y las condiciones de vida de los individuos aislados, en realidad le beneficia, pues fortalece el interés común del conjunto de la clase[[Pero en general, en nuestros días, el sistema proteccionista es conservador, mientras que el sistema del librecambio es destructor. Disuelve las antiguas nacionalidades y lleva al extremo el antagonismo entre burguesía y proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad comercial acelera la revolución social. Sólo en este sentido revolucionario, señores, voto yo a favor del librecambio.” Karl Marx, Discurso sobre el librecambio.]].

…y volviendo al tema del liberalismo

El liberalismo, al fomentar la competencia entre burgueses, impulsa la proletarización de las capas más vulnerables de la pequeña burguesía, y va “reduciendo los salarios en casi todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, nivelándose también los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado”[[Karl Marx y Friedrich Engels, El Manifiesto del Partido Comunista.]]. Y esta homogenización de intereses y condiciones de vida favorece “en vez del aislamiento de los obreros por la concurrencia, su unión revolucionaria por la organización”[[Idem.]].

El proletariado, pues, no tiene que defender la protección de ninguna mercancía más que su tiempo de trabajo. Incluso el propio liberalismo y la competencia le garantiza el acceso a las más baratas. Su tarea, pues, en el ámbito de la economía, consiste en luchar por mejorar sus condiciones de trabajo y por un salario lo más elevado posible (incluso hasta arruinar a la empresa, ¿por qué no?), en asociarse y crear cajas de seguro y de resistencia que le permitan sobrevivir en épocas de paro, accidente o represión. Y la tarea de la parte más consciente y organizada del proletariado, que tiene las miras puestas en objetivos más ambiciosos, es tomar parte, como proletarios que son, en esas luchas parciales y efímeras, defendiendo en ellas siempre los intereses del conjunto de la clase, la necesidad de unidad y de organización. Sabiendo siempre que esos combates aislados en el frente económico pueden lograr como mucho mejoras parciales y temporales en las condiciones de vida, pero que aquí el proletariado está luchando todavía a la defensiva. Para pasar a la ofensiva, la lucha ha de dar el salto cualitativo al terreno político, en el que lo que está en liza ya no es una cantidad de salario, sino la propia existencia del salario, donde ya no se combate por mejorar las condiciones de vida del proletariado en un mundo capitalista, sino por la abolición del capitalismo y con él de las condiciones de existencia del proletariado.

Y con estas ideas en la cabeza, ¿Qué tendría el proletariado revolucionario que decir a todo el ejército de demagogos y reformistas que forman las filas de UGT, CCOO, CGT, PSOE, IU y en general de toda la izquierda parlamentaria, extraparlamentaria, alternativa, roja, negra, antiglobalización y okupa que no hay día que no nos prevengan contra el liberalismo, la privatización y el desmantelamiento del estado de bienestar? Pues les tendrían que contestar algo así como: “Señores, dejen ya de gritar tanto. ¿A qué viene ahora eso de armar escándalo y de movilizar a los trabajadores cuando son ustedes los principales responsables de su apatía? Si a la burguesía le da hoy por el liberalismo, con su competencia y sus privatizaciones; si le viene en gana desmantelar la seguridad social y el estado de bienestar que levantó por miedo a nosotros, que lo haga en buena hora. Eso nos pasa por fiar la protección de nuestras condiciones de vida al Estado, que es tanto como decir a la burguesía. En peores situaciones nos hemos visto y bien gordas las hemos armado. No se preocupen tanto por nosotros, que estamos acostumbrados al paro y a los salarios bajos. Y si nos quitan esos servicios sociales que pagamos con nuestro trabajo, descuiden, que en esta vida todo se aprende y sabremos arreglárnoslas solos, levantando nuestras propias organizaciones que se encargarán de gestionar nuestra propia caja de seguros y resistencia, al margen del Estado burgués. Y si lo que ocurre en realidad es que ustedes no están preocupados por nuestra situación, sino que temen por la suerte que pueda correr la pequeña burguesía si la competencia fluye sin freno, díganles a sus representados que no se anden con tanta milonga, que de pobres está lleno el mundo y el proletariado a los únicos que recibe a palos es a los traidores como ustedes”.

Sobre la propiedad privada y el capitalismo

La propiedad privada es un elemento básico, un supuesto de toda economía basada sociedad de clases. Es la propiedad de los medios de producción la que, en efecto, determina esta división social.

Pero el capitalismo es la propiedad privada desarrollada hasta tal grado que permite su superación a nivel mundial, el paso al comunismo no ya en una aldea, sino en el conjunto del globo. La economía capitalista, con la extensión del comercio y el progreso científico, ha logrado por primera vez reunir a toda la humanidad en una unidad, aunque sea la del mercado y a través de los lazos del dinero. Es ella quien crea al proletariado, una clase social que no tiene interés alguno en la conservación de esta sociedad, y quien le pone en situación de organizarse para defender sus intereses, arrojando de su mente la superstición y la religión y abriendo el paso al pensamiento científico y revolucionario. Es, pues, el propio capitalismo el que convierte en realidad las condiciones que hacen posible el comunismo internacional, la organización de la producción social en base a las necesidades de la humanidad, y no la organización de la humanidad en base a las necesidades de la producción privada.

En efecto, bajo el capitalismo[[Todas las citas de los siguientes párrafos proceden de la obra de Karl Marx Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse). Cuaderno I, El dinero como relación social, pag. 84. El tiempo de trabajo como equivalente general, pag. 99. Tiempo de trabajo y producción social, pag. 101. Ed. Siglo XXI.]] “la dependencia mutua y generalizada de los individuos recíprocamente indiferentes constituye su nexo social. Este nexo social se expresa en el valor de cambio, y sólo en éste la actividad propia o el producto se transforman para cada individuo en una actividad o en un producto para él mismo. El individuo debe producir un producto universal: el valor de cambio o, considerado éste en sí o individualizado, dinero. Por otra parte el poder que cada individuo ejerce sobre la actividad de los otros o sobre las riquezas sociales, lo posee en cuanto es propietario de valores de cambio, de dinero. Su poder social, así como su nexo con la sociedad, lo lleva consigo en el bolsillo. […] el valor de cambio crea, por primera vez, al mismo tiempo que la universalidad de la enajenación del individuo frente a sí mismo y a los demás, la universalidad y la multilateralidad de sus relaciones y de sus habilidades. […] El intercambio general de las actividades y de los productos, que se ha convertido en condición de vida para cada individuo particular y es su conexión recíproca con los otros, se presenta ante ellos mismos como algo ajeno, como una cosa. En el valor de cambio el vínculo social entre las personas se transforma en relación social entre cosas.”
“[…] El trabajo, sobre la base de los valores de cambio, supone precisamente que ni el trabajo del individuo ni su producto sean inmediatamente universales, y que este último obtenga su forma universal sólo a través de una mediación objetiva, a través de un dinero distinto de él. […] El carácter colectivo de la producción convertiría al producto desde un principio en un producto colectivo, universal. […] Sobre la base de los valores de cambio, el trabajo es puesto como trabajo general sólo mediante el cambio. Sobre la base de la producción colectiva el trabajo sería puesto como tal anteriormente al cambio; o sea que el cambio de los productos no sería en general el médium que mediaría la participación del individuo en la producción social. […] En este caso es mediado el supuesto mismo; o sea, está presupuesta una producción colectiva, el carácter colectivo como base de la producción. El trabajo del individuo es puesto desde el principio como trabajo social. Cualquiera que sea la forma material del producto que él crea o ayuda a crear, lo que compra con su trabajo no es ya un producto particular y determinado, sino una determinada porción de la producción colectiva. No tiene entonces producto particular alguno para cambiar. Su producto no es un valor de cambio. […] en lugar de una división del trabajo, que se genera necesariamente en el cambio de valores de cambio, se tendrá una organización del trabajo […]”

Así pues, sólo se puede superar el capitalismo en un sentido revolucionario suprimiendo su supuesto indispensable: la propiedad privada. Al eliminar la propiedad privada se transforma todo el modo de producción y desaparece la competencia, la plusvalía y el trabajo asalariado. Y al cambiar de esta forma el modo de producción, se transforma la sociedad toda y desaparecen las clases sociales.

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