LA EUROPA DE LA MENTIRA

Julio de 1996: Un joven de 17 años, original de Val Fourré (ciudad de las afueras de París), encarcelado preventivamente acusado de un delito menor, muere en un incendio en su celda.

Marzo de 1998: Un joven anarquista italiano, también preso en espera de juicio, acusado de ser autor de sabotajes en contra de la construcción del TAV y sin evidencia de prueba alguna «se suicida» en su celda.

Dos asesinatos de estado perpetrados de la manera más cobarde: se encierra al individuo molesto entre cuatro muros y se espera. Las condiciones materiales y psicológicas del cautiverio hacen el resto, sin que nadie tenga necesidad de ensuciarse las manos.

Lo sorprendente no son las muertes en sí: el estado asesina, esto no es un secreto para nadie, ni siquiera él mismo trata de esconder esta realidad. Lo que es insoportable es que hoy pueda, más que nunca, hacerlo a la luz del día sin estremecer ni por un momento la apatía general.

Las estructuras de dominación saben que ciertos individuos -entre ellos algunos anarquistas- tienen un discurso y unas propuestas de acción potencialmente peligrosas para su dominación; por otra parte, la cólera, incluso la esporádica y torpe de algunos explotados, cuando se expresa a través de la violencia de la revuelta, representa también una amenaza que no puede ser vencida únicamente por el control social represivo.

Estas dos amenazas necesitan una represión brutal por una parte, y por otra, la organización del aislamiento y la reprobación general: para el conjunto de la población, los jóvenes de las afueras, así como los anarquistas, deben aparecer como lobos ávidos de sangre, figuras terroríficas movidas por un odio incomprensible y su eliminación física, como una triste necesidad para la seguridad de todos.

La estrategia mediática para justificar la muerte de Edoardo y Soledad (los dos anarquistas «suicidados», uno en la cárcel y otra durante los arrestos domiciliarios), se parece en buena medida a la adoptada por la prensa francesa para conseguir la aceptación de los recientes crímenes de jóvenes inmigrantes en manos de policías o de matones.

Frente a una realidad tan brutal como es la muerte en una celda, el periodista raramente puede utilizar la técnica grosera de la mentira y el disimulo. La muerte de Edoardo, como la de la mayoría de los jóvenes abatidos por policías o muertos en prisión, ha sido primera plana de los periódicos. Pero es el modo en que han presentado estos asesinatos, lo que marca la diferencia. La responsabilidad de la muerte ha sido desplazada por los media: allí donde existe una lógica represiva, dónde la eliminación física es parte fundamental, el periodista utiliza la condena individual de lo que presenta como un accidente aislado, para legitimar así el conjunto de esta lógica.

Las leyes «antiterroristas», como las que sirven específicamente para reprimir a los jóvenes explotados de las grandes metrópolis, están en pleno auge. En ambos caso s son creadas unas incriminaciones, que identifican unos comportamientos potencialmente peligrosos para los dominantes; el ataque a estructuras del estado y del capital, cuando es consciente, viene etiquetado como «terrorismo», para ser calificado de «delincuencia urbana», cuando es la expresión de llamaradas de rabia no teorizadas.

Los medias no cuestionan en ningún momento esas categorías jurídicas que entrañan una represión especial, fundada sobre la voluntad de aniquilar tanto a individuos como comportamientos, mediante la prisión, el trabajo forzado, e incluso la muerte. Es por ello que las basuras politizadas y los periodistas de izquierda pueden mostrar sus indignación y sus quejas en primera plana, ya que sus remordimientos no pasan de ser meras de justificaciones sobre la fatalidad o el error en la aplicación de un sistema, lo que nunca pone a éste en cuestión.

Un ejemplo: En diciembre de 1998 en Toulouse, un joven es abatido en plena calle por una patrulla de policía. En las dos páginas del Parisien dedicadas al asunto al día siguiente del crimen, el artículo sobre esa muerte aparece envuelto por un texto general sobre la creciente inseguridad en las afueras, además de una foto acerca del incremento de las embestidas de automóviles sobre los pequeños comercios, y finalmente un inventario de los desperfectos causados a los particulares por la revuelta que siguió al asesinato.

Segundo ejemplo: Todos los artículos aparecidos después de la muerte de Edoardo y Soledad en la Stampa, vienen rematados con un logotipo que representa una explosión, y los que relatan las acciones de respuesta del movimiento de Turín, dedican un amplio espacio a las recriminaciones de la unión de comerciantes de Turín sobre el salvajismo de los manifestantes.

En los dos casos la transposición de la realidad es flagrante: los individuos atacados por la violencia de estado son presentados como los agresores iniciales, y sobre todo, su cólera es presentada como si constituyera una amenaza para toda la población.

El objetivo de la maniobra es evidente: al crear una reacción de miedo en el lector/espectador, se evita toda solidaridad con aquellos que sufren la violencia estatal, acabando ésta, por parecer necesaria para la protección de toda la población. Para perfeccionar esta estrategia, los media no se contentan con invertir la realidad, además no dudan en sobreentender que existe otra realidad oculta que justifica la represión; haga lo que haga, un anarquista o un joven de las afueras, no parece en sí mismo lo suficientemente amenazante como para que su asesinato no despierte un sentimiento de malestar en cualquier individuo no del todo integrado.

Para que el estado pueda aplastarlos con toda tranquilidad, es necesario que el lector/espectador vea detrás de cada uno de ellos, la sombra amenazante de una violencia, no sólo ciega y sanguinaria, sino también y sobre todo organizada: este será el fantasma del «terrorismo», imagen que el estado intenta, a través de la tergiversación de los medias, aplicar a sus adversarios. En un caso será islamista, en el otro «ecologista».

Aún queda preguntarse el porqué de las similitudes del ataque mediático, respecto a dos tipos de individuos precisos, ataque que no es sino uno de los elementos de una estrategia dominante determinada. ¿Por qué los media tratan casi del mismo modo el asesinato de un anarquista y el de un joven de las afueras? No es, ciertamente, por que representen en sí mismos un peligro similar. Nada hay en común, hoy, entre individuos conscientes de su propia alienación, deseosos de liberarse de ella y jóvenes rabiosos con un conocimiento tan limitado de los responsables de su cólera, que la vuelven a menudo bien contra ellos mismos, o bien contra sus compañeros de galera.

En realidad, el único denominador común entre los compañeros italianos que devastan un palacio de justicia y los jóvenes de Dammarye-les-lys que desde la muerte de uno de ellos hace un año, se enfrentan regularmente a la pasma, es esa rabia que mientras se expresa por el ataque directo contra nuestros enemigos, ofrece en el espacio creado por el enfrentamiento, convergencias y complicidades posibles. Así, la atomización general de la sociedad hace que el discurso de un anarquista que conscientemente defiende la necesidad de atacar a los media tenga muy pocas posibilidades de llegar al joven inmigrante de Toulouse que llora de asco cuando su compañero asesinado es cubierto de lodo por los buitres carroñeros de la información. El capital y sus medios colocan a cada uno en su sitio sabiendo que no hay comunicación posible sin una revuelta común pero ¿permanecerá la gente en ese sitio?

Traducido de “Le loup-garou” nº3
(Contacto: SANS PATRIE c/o TCP 21 Ter, rue Voltaire 75011 Paris )

[related_posts_by_tax posts_per_page="4"]

You May Also Like