ELOGIO DE LO PEQUEÑO

Es algo bien sabido que vivimos en tiempos de globalización (ya se encargan de recordárnoslo cada cierto tiempo); tiempos que han desestabilizado los viejos esquemas, ya que se nos presentan oportunidades y peligros desconocidos hasta ahora. Necesitamos, por lo tanto, nuevas estrategias para poder enfrentarnos a la nueva situación desde un punto de vista emancipador.

Sabemos cuáles son los principales causantes de la globalización: el advenimiento del universo virtual y la revolución tecnológica y, sobre todo, la política de expansión de mercados. Es de sobra conocido que la necesidad de mercados impulsó el nacimiento de las ciudades (que, todo sea dicho, también propiciaron espacios de libertad), y, posteriormente, la búsqueda de mercados aún mayores llevó a la burguesía a crear los estados nación; y ahora, como el sucio dinero no es amante de fronteras, los amos del monopolio de la compraventa se han emperrado en crear bloques supranacionales. Es obvio que una de las características principales de este proceso (junto con la tendencia a la fusión y a la centralización) es la uniformización (reparando en todas las acepciones del término), es decir, la pérdida de pluralidad. Esta tendencia no es precisamente la más adecuada para los que vivimos en hábitats de lenguas y culturas minoritarias, o, mejor dicho, minorizadas.

Como muestra de ello, no hay más que recordar lo que nos supuso la formación de los estados nacionales a las comunidades pre-estatales que hablamos en lenguas minoritarias; nos viene a la memoria el libro de Peter Berresford The Celtic Revolution. A Study in Anti-Imperialism, en el que el autor describe todo lo que acarreó la creación a sangre y fuego del estado moderno de Gran Bretaña: la colonización de la isla de Man, la conquista militar de Gales, Escocia, Irlanda y Cornualles, la muerte de miles de personas y el desarraigo forzoso de muchas más… Proceso, dicho sea de paso, similar al experimentado por Bretaña tras la creación del Estado francés. Lo ocurrido con los pueblos celtas no ha sido una excepción (bien que lo sabemos -no nos ha quedado otro remedio- l@s vasc@s), pero leyendo sus casos y acordándonos de otros más cercanos podemos comprobar las semejanzas que hay en todos los procesos de creación de los estados-nación. Si en esos procesos hay alguna similitud, una de ellas es aquella que destacó Nebrija: siempre la lengua fue compañera del imperio; esto es, el Estado precisa de una única lengua y hay que hacer desaparecer todas las demás.

Desconocemos si los tiempos anteriores a la creación de los estados fueron más felices o no (tampoco somos partidarios de ensoñaciones y de crear paraísos legendarios: seguro que también entonces había problemas e injusticias). Lo que está claro es que los procesos de creación y expansión de los mercados han tenido, como cualquier otro proceso, sus luces y sombras. No cabe duda de que uno de sus puntos más oscuros es el anteriormente citado: la salvaje uniformización como consecuencia de unas políticas de centralización basadas en la imposición y la negación de la pluralidad. Los estados, sin duda alguna, además de actuar de catalizadores de la acumulación de capital y de los procesos de construcción de barreras fronterizas, han fomentado el patrioterismo, sacralizando para ello los himnos y ejércitos propios.

Como el proceso de concentración de capital no tiene descanso, la política de expansión de mercados continúa a un ritmo vertiginoso. Los EEUU, por ejemplo, quieren poner en vigor el tratado ALCA a toda costa; la Unión Europea, por su parte, continúa expandiéndose por el este con el objeto de abrir las puertas a un mercado de 100 millones de consumidores y apropiarse de las riquezas locales, además de facilitar el camino para aprovecharse de mano de obra barata (y como el gigante europeo no precisa de políticas sociales pero sí de guardianes de su mismo tamaño, una de sus primeras creaciones -anterior a cualquier atisbo de Constitución- fue el Ejercito Europeo de Intervención Rápida, formado por 60.000 soldados). La tan cacareada Constitución Europea, evidentemente, no es sino un intento de dar cierta cohesión al macrobloque económico (además de aplicarle algo del maquillaje ya de sobra conocido: retórica europeista, la Europa derriba-fronteras, garante de la Ilustración y de la liberté-egalité-fraternité…).

Hoy en día, sin embargo (y es que no hay zapato sin horma), desde algunos rincones se están tratando de dejar de lado los estados y macroestructuras[[En nuestro ámbito puede que estemos también a las puertas de un interesante debate. Iñaki Antigüedad (ex parlamentario de EH), por ejemplo, se expresó de la siguiente manera en el número 1.919 de Argia (9-XI-2003): “¿Qué los estados no son una forma adecuada de organización en un futuro? Estoy totalmente de acuerdo. Prefiero una forma de organizarse más horizontal que la vertical del Estado, una organización que garantice a las regiones interiores de la territorialidad una intervención directa en la toma de decisiones. ¿Qué eso puede ser una Euro-región? Vale, entonces estoy a favor de las regiones vasca y navarra, pero, eso sí, siendo todos Euro-región, habiendo desaparecido los estados. Con igualdad de oportunidades.” Una semana más tarde (16-XI-2003), pudimos leer en Berria lo que Joseba Álvarez (miembro de Batasuna) dijo en el Foro Social de París: “Álvarez [narra el periodista] habló con flexibilidad sobre la opinión favorable a crear un estado vasco. (…) según Álvarez, dentro de quince años, Europa acogerá a un nuevo miembro, y en el caso de que predominase la visión izquierdista, si fuese posible una federación de pueblos europea, la izquierda abertzale “no tendría ningún problema en renunciar a la creación de un estado” “.]] y se están creando plataformas que priorizan las comunidades y ámbitos de decisión locales, manteniendo las culturas y modos de vida autóctonos y optando por economías a escala humana.[[Como ejemplo de grupos y redes que no tienen como principal referencia y marco de organización y actuación a los estados (y es que resulta cuando menos paradójico observar la dinámica de ciertos organismos que se reclaman libertarios y antiestatales pero que, con su organización y coordinación a escala estatal -obviando a sujetos pre-estatales como las comunidades lingüísticas-, con su estructura estatal, decíamos, no hacen sino reforzar el Estado), podríamos mencionar la red People’s Global Action (PGA). Esta red solidaria contra la globalización neoliberal se basa, entre otras cosas, en una filosofía de organización cimentada en la autonomía y la descentralización. Tienen también como objetivo la creación de alternativas locales por parte de grupos locales, en contraposición a los planes y políticas de gobiernos y megacorporaciones. Es también muy interesante ver cómo está configurada la red Indymedia.]] Es ahí precisamente donde nosotros quisiéramos situar la lucha por el euskara: no a modo de nostalgia de un pasado medio inventado o a modo de defensa pseudochauvinista de una lengua preindoeuropea, sino como reivindicación de un mundo basado en otros valores y modos de organización[[Joxe Azurmendi formuló perfectamente lo que queremos expresar en el libro Espainolak eta euskaldunak: “La fanfarronería es ignorante. Pero en nuestro caso [se refiere a l@s vasc@s], es tonta además de ignorante. Si pudiésemos, creo, haríamos como los demás; es decir, al igual que toda casta fuerte e inteligente, crecer y enriquecerse a costa de los vecinos débiles. Conquistar, aplastar y saquear otros pueblos. Es un consuelo para nosotros, aunque fuese por imposibilidad, que los que pudieron cometer crímenes no los llegasen a cometer. Nos hemos librado, entre otras cosas, de enorgullecernos patrióticamente de haber cometido esos crímenes, y de embotar nuestra inteligencia para tener que hacerlo [esto es relativo, porque si bien no como estado, es obvio y notorio que individualmente también mucha gente vasca ha llevado a cabo exterminios de vez en cuando, y no hay más reparar en los apellidos que hay detrás de algunas dictaduras latinoamericanas para comprobarlo]. Nosotros no tenemos Imperio y eso es bueno. Lo nuestro es la libertad. Pero l@s niñ@s preguntan quién es el más grande, quién es el más fuerte, quién es el más nosequé, siempre en superlativo: vivimos en la sociedad de los ganadores y vencedores. En la cultura de la fanfarronería. Hay que aprender a ser pequeño. Contra la cultura y escala de valores de nuestra sociedad moderna. Si es que al menos lo que se pretende es no ya agrandar el mundo, sino hacerlo más hermoso -small is beatiful-. Es decir, si quieres colaborar como vasc@ para que el mundo sea más libre y hermoso,.”]].

Por esto mismo precisamente es muy importante impulsar tendencias descentralizadoras: esto es, oponernos a las megaconcentraciones de poder, a los imperios lingüísticos y económicos, a las tendencias uniformizadoras; tratar de despedazarlas y mantener la pluralidad (en lo que respecta también a los modos de organización, las estructuras descentralizadas siempre están más cercanas a la gente), poniendo en tela de juicio el sistema basado en la acumulación y en el mito del eterno crecimiento económico, sistema que, además de ser tremendamente injusto, ha puesto en peligro tanto la supervivencia de todo pueblo, ente y ecosistema pequeño como la propia sostenibilidad del planeta.
Es por ello por lo que hay que fortalecer modos de organización más cercanos, alternativas y ámbitos de decisión locales (para lo que, por consiguiente, se deben de fomentar las culturas y lenguas autóctonas). Y para eso (aunque pueda resultar paradójico), para garantizar la supervivencia de las lenguas y de los modelos organizativos autóctonos, es aún necesaria la compactación y centralización de los mismos. Sintetizando: se trata de debilitar los grandes y fortalecer los pequeños para que la situación se equilibre un poco.

Que quede claro que el poner en tela de juicio las grandes concentraciones de poder e impulsar la descentralización no supone un intento de volver a la Edad Media ni tampoco un intento de refugiarse en uno mismo: antes al contrario, es el punto de partida de un universalismo basado en el respeto. Antes hemos mencionado los PGA [ver 2ª nota]; el objetivo de éstos es, por un decir, abrirse al mundo confederándose desde centros locales de decisión asamblearios. En lo que respecta a nuestro ámbito, Mario Salegi se expresó como sigue en Berria hace algo más de un año (5-XII-2003): “La solución la veo por el camino de las regiones. Se han hecho reuniones de las regiones de Europa pero nunca se ha constituido un grupo de trabajo permanente para poder presentarse como un proyecto elaborado dentro de la Unión Europea. Un bloque que tuviese su propio parlamento y senado donde las culturas y los problemas de esos pueblos fuesen representados.”

Como se puede apreciar, Salegi tiene demasiada fe en la Unión Europea, en los parlamentos y en los senados. A pesar de ello, se debe de tomar en consideración este factor: aquél que haya hablado con los parlantes de lenguas autóctonas de Frisia, Gales, Escocia, Cataluña, Occitania u otros pueblos sin estado habrá podido comprobar que hay muchas ganas de trocear los estados, que hay mucha gente que quiere dibujar un arco iris multicolor (de todos modos, un punto a discutir sería el de qué tipo de organización habría que poner en marcha una vez troceados los estados). La cuestión es ahora ir dando cuerpo a ese deseo, pues esta coyuntura (como toda coyuntura, ya que afortunadamente la historia no está predeterminada) puede ser muy importante.

Como punto de apoyo que ayude a materializar ese deseo, consideramos estratégico el debilitamiento de los gigantes sistemas de comunicación que funcionan como correas de transmisión de los imperios, fortaleciendo como alternativa los espacios comunicativos basados en lenguas minorizadas. Y es que no deberíamos olvidar que no hay por qué esperar hasta que obtengamos la total soberanía o erijamos otras estructuras organizativas: cada comunidad lingüística puede hacer muchas cosas aquí y ahora, sin esperar a la toma del Palacio de Invierno.

El camino se hace andando, pero para hacer el camino (no deja de ser una gran verdad, aún siendo una perogrullada) se necesitan carreteras, vías de comunicación. En vez de empezar a construir TAVs (paradigmas de la lógica de acumulación y centralización que unen los grandes centros de poder a la par que separan los demás pueblos), para regocijo de l@s constructur@s y de la industria del cemento, es preferible empezar a fraguar la red de carril-bici que garantice a cada lengua su libre circulación, arrinconando de paso los paradigmas glotofágicos. A ver si a fuerza de repetirlo lo dejamos claro; eso es, por lo menos, lo que algun@s quisiésemos para l@s pequeñ@s, aunque otr@s piensen (quieran pensar) de otra manera: que las lenguas sean de verdad una herramienta para comunicarse, un elegante puente entre comunidades, reflejo de la pluralidad de la naturaleza, y no máscara pseudouniversalizante o bastón sobre el que se apoya el imperialismo uniformizador.

Todas éstas no dejan de ser eso, palabras bonitas, y es que es bastante sencillo plasmar en un papel de manera limpia y ordenada ideas que parecen ser perfectas. Pero la realidad no es tan simple, tan rígida, y bien que lo sabemos. Aún así, hablar, empezar a nombrar las cosas es el primer paso para comenzar a reconstruir/cambiar esa realidad (hace ya tiempo que la sabiduría popular se dio cuenta de ésto: izena duen orok izana dauka,[[Dicho vasco que viene a significar: todo lo que tiene nombre existe.]] y, por lo tanto, lo que no es nombrado no existe). Precisamente a eso se debe este esfuerzo por nombrar las cosas: no es sino un intento de que lo nombrado se convierta en puente que va del nombre al ser, fuente de quienes quieran vivir y organizarse de una manera diferente…

Aitor Zuberogoitia

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