PROPÓSITOS DE ENMIENDA

El horizonte social de Euskal Herria, con la emergencia intermitente de episodios de movilizaciones fascistas (como en los que se han articulado las respuestas locales contra los paliativos asistenciales a la exclusión social (Bizkaia: centro Hontza en Bilbao, realojos de Sestao, centro de acogida de menores inmigrantes de Urduliz,…), revela la distancia entre las pulsiones de una sociedad vasca acomodada en su situación primer-mundista y postindustrial, y una izquierda radical anclada en un conflicto netamente político.

El asalto iniciado por la derecha española en 1998 a la finca de sus homónimos vascos, rompió el pacto tácito que otorgaba al Partido Nacionalista Vasco la gestión de la fiscalidad autonómica de las Vascongadas. Durante aquellas tribulaciones l@s español@s descubrieron que reprimir con el único objetivo de vender la derrota de la opción independentista vasca daba aún más votos que el mantenimiento de la hipótesis de la negociación, heredada de los gobiernos anteriores. La toma del Palacio de Ajuria-enea pasa desde entonces por la desaparición física de aquello que se llamó el bloque rupturista. Y en el juego de espejos que es la política del espectáculo, remozar la fachada rupturista era así el paso consecutivo.

Pero la desastrosa operación de refundación de la expresión política de la izquierda abertzale, la neonata Batasuna (que pretendía incluir orgánicamente a los sectores atraídos en la repesca exitosa de Euskal Herritarrok) culminó en la exclusión de su seno de unas corrientes (los socialdemócratas de Aralar, el frente nacional de Iparralde, AB, y los izquierdistas de Zutik) que en la actualidad se han articulado alternativamente de cara a la celebración del Aberri Eguna de 2002, y que ha aunado allí al 20% de las fuerzas movilizables. De este primer acercamiento al establecimiento de una nueva oferta electoral abertzale como coalición alternativa, de cara a la convocatoria de elecciones municipales en el 03, por parte de esta alianza, sólo resta el trago del próximo e inestable verano.
Mientras tanto, la izquierda abertzale oficial se empecina desde la ruptura de la tregua en la edificación en solitario de las señas características de un nuevo estado-nación (la creación de unas jerarquías paralelas mediante la potenciación de un órgano supramunicipal de carácter nacional (Udalbiltza) y su documento individualizado de adhesión (ENA), sin valorar que en este camino únicamente ha atraído hasta la fecha a otro 20% de sus movilizables, y que la insumisión cotidiana, en la que reside el potencial de esta estrategia, chocará con un clima represivo con riesgos punitivos, más que disuasorios.

Asimismo, el veterano movimiento pro-amnistía, asesinadas sus expresiones políticas formales (Gestoras, Askatasuna), insiste en la demanda del cumplimiento de las garantías jurídicas para con los prisioneros políticos, intentando así atraer para su causa al contingente social de las fuerzas del otro nacionalismo vasco, dispersadas tras estallido del pacto de Lizarra. Pero su táctica choca tanto con el discurso desobediente que elastifica el mismo concepto de legalidad, como con la conculcante práctica (en cuanto al derecho formal) del acoso armado, profesional o amateur, contra los representantes legales del nacionalismo español.

Su otro eje, la denuncia de la renovada práctica de una tortura selectiva por parte del poder estatal español (desacomplejado éste, desde la muerte del concejal Blanco, de los modales democráticos adquiridos durante la transición), nos devuelve así a aquellos momentos vividos en el postfranquismo, a los de la exhibición de la foto documento, de la denuncia de la prueba de la barbarie. Pero en un mundo en el que el propio estado-guerra mundial, filtra interesadamente sus sesiones de tortura a los llamados “combatientes irregulares” (fotos de la base de Guantánamo), la crueldad carece ya de paradigma.

Las llamadas constantes a la memoria antifranquista quedan, de este modo, en saco roto, instalada la amnesia para con aquellas luchas y abolidos los parámetros comparativos con los otros regímenes democráticos.

La ilegalización, segunda de la serie, del movimiento pro-aministía, ha sido la prueba de fuego de que la sociedad vasca tolerará, y la española aplaudirá, su extensión a las otras organizaciones de la comunidad abertzale. Pero también la no interrupción de sus actividades de solidaridad y su constante transformación formal, son un ejemplo posible del futuro del activismo en los nuevos tiempos que corren.
Siguiendo con los sectores ya ilegalizados, la organización juvenil del bloque rupturista (dedicada por principio a la extensión de los valores de la comunidad y a articular la respuesta militante a las agresiones a la misma), se encuentra con que la utilización de su discurso nacionalista clásico queda relativizado por la implantación efectiva del entramado institucional autonómico vasco, y hueco ante una situación que demanda un verdadero discurso anticapitalista. El actual dubitativamente socialdemócrata, no consigue incidir en la problemática social real del segmento joven de la población vasca (improbable emancipación generacional, bajo las renovadas condiciones de inserción laboral, de reorientación definitiva de la enseñanza obligatoria, de obligada formación continua, de dependencia del imposible acceso al mercado inmobiliario…).

Una de sus salidas ha sido su indebida apropiación de la causa de los gaztetxes (favorecida evidentemente por la incapacidad de articulación de un discurso y práctica autónoma), importando incluso la estética catalana de los disturbios. Pero a la hora de la defensa de los espacios desalojados, sus débitos jerárquicos para con la agenda del conflicto nacional han dejado para otras ocasiones el enfrentamiento, dejando el discurso de la autodefensa vacío de prestigio y repleto de falsa retórica.

En la otra acera, las prácticas de desobediencia civil poblaron el mapa social como serpientes de verano, sostenidas por tres sectores diferenciados: por quienes veían en ellas una alternativa insurgente al uso de la lucha armada, por aquellos que trataban de rentabilizar el uso mediático de las acciones-espectáculo, y por quienes sólo hacían un uso de la estrategia de las jerarquías paralelas. Estas prácticas han dado su tope, estrellándose el primero de los sectores (aquel que quiso taparse bajo el paraguas de la fundación Zumalabe) ante la doble presión que suponen las demandas de fidelidad de la comunidad abertzale y la represión estatal conducente a su criminalización, precisamente por su no disociación pública de la vanguardia armada.

Ésta, ETA Militar, continúa con su actividad principal como organización dedicada primordialmente a ejecutar a miembros de rango local de los partido socialista y popular (táctica que originalmente suponía una presión para dichos partidos cara a una inminente negociación, para pasar a ser la herramienta fundamental de cohesión del bloque constitucional español y, por reflejo, del frente nacional vasco), así como secundariamente (mirándose aún en el espejo irlandés) dedicada a arañar también la “city” vasca.

Compuesta ETA-M en la práctica por militantes formados políticamente en la década de los noventa, imbuidos principalmente en la lógica antirrepresiva que culpa a los representantes de los partidos políticos españoles de la no aplicación de la pertinente legislación penitenciaria (acercamiento de los presos a la localidad de origen) como base ideológica y agravio fundamental, se encuentra como vanguardia política ante la esquizofrenia de su discurso incluyente y expansivo correspondiente a los principios generales de las luchas de liberación nacional, y la aplicación sectarizante de su táctica del homicidio político.
Así, los finos analistas de la extrema izquierda observan con lupa los potlach [[Potlach: Forma de intercambio o donación de obsequios que no se basa en la reciprocidad, sino en la esplendidez.]] insurreccionalistas en forma de artesanos y selectivos paquetes bomba, mientras acciones del más puro e histórico uso de la extrema derecha (como la colocación de un coche-bomba a la puerta de unos grandes almacenes en un sábado de rebajas) son incuestionablemente atribuidas a una estrategia de liberación nacional y social.

Con todo, mientras continúe tanto la relación edípica con el tronco madre del nacionalismo vasco, como la sintonía de fidelidad de la expresión política de la izquierda abertzale, la pervivencia de ETA-M está asegurada, pero ni mucho menos se atisba un horizonte de victoria o, al menos, de salida.
Batasuna, de este modo, se enfrenta cada vez más en solitario a un proceso de ilegalización contra el que su articulación como comunidad, ya desde los años ochenta, será el mejor de los antídotos. La existencia de esa identidad abertzale, con su mecanismo de fidelidad y su sentimiento de pertenencia, permitirá la pervivencia del conglomerado como expresión política, pero impedirá aún más, la expansión social de sus lógicas y modos de actuación. La conquista y defensa de espacios de socialización del discurso se convertirá en clave para una fuerza social que podría resultar ser excluida del espacio público, con vistas a una efectiva marginación social y su posterior exterminio político.

De la izquierda institucional

Aires de reilusión soplan por los confines de la antiguamente llamada izquierda extraparlamentaria. Con esta expresión se definía a aquellas fuerzas tardoleninistas que realizaron su apuesta electoral en las primeras elecciones españolas a la impuesta democracia, y a las que falló el apoyo de “sus” masas. Durante los años ochenta, cambiaron el Palacio de Invierno por la casa de cultura, y se quedaron como gerentes de las instituciones de ocio del Estado asistencial. En nuestra década observan gratificados cómo el desenterramiento de la apuesta electoral mediante las recetas participativas de la desplazada a nivel mundial socialdemocracia (aunados en coros como los de Porto Alegre) les posibilita de nuevo su destape como vanguardias.

Pero el fácil espejismo del ciudadanismo (cuyos límites a nivel europeo han quedado explicitados por las miserias realistas de los verdes alemanes), sustentado en banalidades sobre la democracia participativa, se hace en Euskal Herriak trizas, en unos territorios donde una no pequeña parte de sus municipios están regidos por una fuerza de izquierda, Batasuna (o agrupaciones locales próximas a ésta), que siempre ha sido abanderada de la “participación popular”. Los experimentos acometidos de co-gestión popular han sido numerosos, al igual que sus fracasos, no siendo capaces de generar áreas de contrapoder popular, para pasar a ser, la mejor de las veces, ejercicios de un nuevo despotismo ilustrado.

El ciudadanismo basa su impostura en la separación artificial del binomio Estado-mercado de su forma política última, la Democracia. Aislada falsamente este modo, la forma política “Democracia” pretende ser utilizada para subvertir, a través de las posibilidades ampliadas del ejercicio de la participación electoral, las tendencias nocivas del mercado y los abusos del Estado. Esta fórmula, ignora conscientemente que, la democracia y su estado de derecho no son sino un correlato de la situación de las relaciones de fuerza sociales.

La readaptación meteórica del sistema jurídico español a los nuevos aires de excepcionalidad que soplan tras los derrumbes de septiembre del 01, debería hacer recapitular a estos liberales radicales (en cuyas filas se encuentran desde municipalistas libertarios a todo tipo de sectas post-estalinistas).

Pero sus ilusiones han de enmarcarse en su adscripción interesada al denominado “partido del Estado”. Defensores de una forma política (el Estado) en proceso de minimización (salvo para la aplicación punitiva de la exclusión social o política), la recuperación política de la figura del integrante de derecho pleno del estado-nación, el/la ciudadan@, ha de verse como el canto del cisne de aquellos que desde ambos lados de la trinchera espectacular (a un lado, el intelectual mediático defensor del gran-nacionalismo español; al otro, el izquierdista que se reclama resistente del estado-providencia y avanzadilla de la democracia participativa) claman ante la desaparición de su estatus social: la clase media universitaria.

Y desde este prisma, sus exigencias de mediación en las instancias políticas y económicas deben contemplarse como el grito del perdedor, que clama desde sus foros por la cesión de espacio para su tercer sector (el asociativo; ni público, ni privado).

Pero se trata de un sector del cual es gerente y beneficiario, y que pretende subsistir a costa de los otros dos; de este modo, exige un puesto de consulta tanto en organismos públicos como en empresas privadas, en el cual representará el papel de conciencia y de izquierda “sostenible”.

Si por un casual no hay constituido un segmento poblacional (al que pueda representar como agraviado y reconocido como tal por estado y mercado), él mismo lo delimitará y organizará. Así, la receta alegre y porteña se complementa con la exitosa experiencia “movimentista” de la extrema izquierda.

Escapados del sepulcro merced a los ciudadanistas, reaparecen así los restos de la devacle leninista, reinventando algunos el clásico proletariado (reconstituido éste en precariado), otros fabricando nuevos conceptos a su medida (como el padovano de las élites masificadas, esas multitudes creadas a partir de la reunión de los saberes creados o adquiridos por los trabajadores sociales, de las cuales ellos son parte significada) o simplemente gestionando los viejos compartimentos de la izquierda frentista de los setenta pero unificándolos gracias al concepto de globalización.
Sin embargo, estas fracciones del “partido del Estado”, sólo buscan hozar (meter sus hocicos siguiendo su vieja estrategia “entrista”) en los organismos de la gestión económica mundializada, bien ocupando el sillón de la conciencia, bien arrogándose la representación ética de las “resistencias emergentes”.

Contemplarse en la izquierda italiana es atractivo: municipios regidos por la extrema izquierda, el millón de trabajadores manifestantes contra la reforma laboral, antiguos activistas de los noventa profesionalizados a políticos de nómina… Es suficiente para quienes siguen soñando con auparse a la representación de las famosas masas, con las miras puestas… en la negociación. La recuperación de los generales leninistas vendrá con seguridad, con su inclusión como independientes en las listas locales de la muy hUndida Izquierda parlamentaria, cara a la mencionada cita de las municipales del 03.

Respecto a la relación con los grupos ilegalizados de izquierda, su reacción será la esperada. El pistoletazo de salida de su repudio a la violenica revolucionaria, comenzó con el nuevo milenio en el estado español, con la paradigmática persecución contra la revista Ardi Beltza y las muestras emitidas de solidaridad o distanciamiento; y la tendencia es ya imparable tras la nueva ofensiva del estado-guerra mundial.

El contingente de cobardes que en aquellas ocasión maximizó las distancias que le separaban de la orientación ideológica de la citada revista (distancias que no fueron óbice a la hora de acostarse en la cama redonda de la anti-globalización) comenzó así su oposición a izquierda civilizada, cuestión en la que conseguirían el aprobado al condenar la táctica violenta en la contracumbre de Génova, y en el que se graduarán cum laude en las próximas ilegalizaciones.

De este modo, el neologismo “hiritarra” (ciudadano) que se ideara hace un par de siglos en la Navarra afrancesada, definía en su origen a un individuo sujeto de derecho, pero también sujeto armado: ciudadano era aquel que tenía la capacidad de ejercer la autodefensa mediante sus propias milicias.

Hoy, el ciudadano que la vieja extrema izquierda rediviva pretende, es aquel que anuncia expresamente su indefensión al Estado, otorgándole a éste, a cambio de pequeñas participaciones, su defensa de la amenaza del Otro. El ciudadano será el sujeto de pleno derecho, el Otro será el objeto del derecho de Excepción.

Nosotras, en conflicto

El repliegue de los grupos e individualidades autónomos y libertarios en los noventa, tras una intervención continuada en la década previa de activismo y militantismo hacia posiciones en las que se prescindía de una identidad política pública, para no interferir en las propias dinámicas sociales, se ha revelado con el paso del tiempo como una táctica errónea.

Emboscada en proyectos de corte culturalista (locales de distribución alternativa, revistas de miscelánea…) para así procurar mediante esas infraestructuras el mutuo conocimiento y la coordinación de las tareas, las/los seguidores de esta estrategia han conseguido lo contrario: las infraestructuras culturalistas se han convertido en los únicos referentes ideológicos de las nuevas generaciones de rebeldes sociales.
La coordinación informal (una de aquellas tácticas asumidas, basada en el previo conocimiento mutuo y la confianza resultante de éste), ha potenciado una figura que se pretendía extinguir: la del militante. Bajo este tipo de coordinación se ha cultivado la figura de los personajes-llave, que por fuerza se encuentran entre quienes durante más tiempo o con más intensidad se han dedicado a las labores militantes, con un marcado componente masculino de género, y vehiculando las comunicaciones sobre éstos, se ha potenciado su progresivo liderazgo sobre el resto, a resultas de ese añadido e involuntario monopolio de las relaciones.
La crítica a la intervención de los falsos movimientos sociales devenidos en lobis mediáticos, junto con la denostación tradicional de la figura del intelectual orgánico, y el distanciamiento de los medios de comunicación de masas izquierdistas, ha posibilitado la desaparición espectacular de una comunidad de pensamiento, pero también ha debilitado el ejercicio continuado de análisis y la práctica inmediata de la denuncia.

La renuncia a la creación de una nueva tradición ideológica, mediante la difusión principalmente de luchas ejemplares inmediatamente pretéritas, ha creado una magnificación de aquellos momentos anteriores (movimientos asamblearios de la transición) y, por ende, una revalorización de las tendencias ideologizantes de aquellos momentos históricos.
Al dejar el campo ideológico vacío, repulsa lógica resultante de la contemplación del cadáver del anarquismo, de la barbarie estalinista y de su posterior transmutación en las sectas tardoleninistas, este hueco ha posibilitado la efervescencia de nuevas modas (el deificado situacionismo) o el blanqueamiento de los viejos sepulcros, y que esos zombis, como antes hemos descrito, se nutran, mediante la captación en las contracumbres u otros eventos previsibles, de la nueva sabia joven.

Actualmente se impone, por tanto, la enmienda imediata sobre esta estrategia fallida. Es el momento de volver a proponer públicamente una estrategia de acción, organización y análisis.

Acción en el marco de movimientos fuera de las lógicas garantistas, que conquisten o recuperen espacios de creación o procuren momentos de destrucción de lo existente.
Organización que posibilite la incorporación de nuevos integrantes o nuevas generaciones en condiciones de igualdad en cuanto a experiencias y conocimientos, lejos de pretensiones de representación, contando sólo con las propias fuerzas, y que nos cohesione ante la aplicación represiva de las legislaciones de excepción.

Análisis, que nos permita comprender las relaciones sociales que nos circundan y de las que formamos parte, y que difunda otra forma del actuar y del pensar, desde el ejercicio impenitente de una opinión sin complejos y sin cortesías.
Una vez más, contra la inercia.

Un irredento

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