BIENESTARISMO. LA IDEOLOGÍA DE FIN DE SIGLO

Introducción al bienestarismo

Llamaremos bienestarismo a la ideología doméstica dominante en la sociedad occidental. No hay que confundir este concepto con el concepto político de «Estado de bienestar» o Welfare State, ya que el bienestarismo surge en principio de un conjunto de impulsos vitales, y es luego reelaborado. Es decir, parte de una base orgánica para adoptar después la apariencia de una pseudo-filosofía. Está ahí latente, desde el origen mismo de la humanidad, pero se ha desarrollado extraordinariamente ahora, a finales del segundo milenio, cuando al culto tecnológico y consiguiente elevación del nivel de vida material de las clases medias, se ha unido el abandono de las opciones religiosas y políticas clásicas.

El bienestarismo no es capitalismo, ni socialdemocracia, ni nacionalismo. No es en realidad una construcción ideológica elaborada conscientemente por el hombre, sino que forma parte de él desde el momento mismo en que es concebido (el ejemplo más puro de bienestarismo es el feto humano). Se toma conciencia de él en los primeros estadios de la infancia. Así como el capitalismo o el comunismo no son más que desarrollos político-económicos de un estadio concreto en la evolución de los grupos humanos (y, por tanto, perfectamente explicable desde una visión histórica, sociológica, económica y de teoría política), el bienestarismo debe ser enfocado también desde otras disciplinas, como la psiquiatría, la pediatría o la antropología pues su origen no es grupal, sino individual, casi somático.

En los últimos tiempos, este concepto ha sido objeto de un desarrollo liviano, casi tácito, pero recurrente, que, de hecho, lo ha convertido en la ideología dominante en la sociedad occidental.

El bienestarismo es consecuencia de la elevación a corriente de pensamiento de la pulsión humana por excelencia: el baremo «placer-dolor». No tiene, por tanto, nada que ver con corrientes de pensamiento o filosofías anteriores, como, por ejemplo, la religión cristiana, que por su permanente negación de este baremo natural ha quedado relegada, sobre todo por sus propios seguidores casi a mera expresión folklórica.
Las características de lo que llamamos «bienestarismo» son las siguientes:

– Conversión de la búsqueda del bienestar material, individual en norma de conducta absoluta.
– Indiferencia en el individuo hacia todo lo que no afecte a su propia esfera vital, provocada en parte por una saturación de estímulos de diversa naturaleza (sobre todo, audiovisuales).
– Estrechamiento del espacio afectivo, paralelo al ensanchamiento de las posibilidades de ocio.
– Marginación absoluta de aquellos individuos que no alcancen un nivel mínimo de ingresos.

«Bienestarismo» y pobreza

Desaparecida en la práctica (aunque sus ritos formales continúen) la concepción religiosa judeo-cristiana en la que el pobre tenía una función, una misión que cumplir, en la actualidad se abre paso la creencia social de que el pobre, el marginado, debe desaparecer, pero no resolviendo su situación de necesidad sino escondiéndolo debajo de la alfombra, porque su visión resulta intolerable.

El bienestarismo podría definirse también como un estado colectivo de ensimismamiento individual. El bienestarismo rechaza la existencia de todo elemento que perturbe su concepción del hombre y la vida. Como estamos en una sociedad basada fundamentalmente en la producción y consumo masivos, para él, el que no produce, y no digamos ya el que no consume, es rechazado, y su existencia, ignorada. Los pobres y demás desheredados de la fortuna lo único que consumen son recursos de la beneficencia (asumida ahora en gran parte por la Administración Pública), y la beneficencia, por ahora (sólo por ahora), no es un mercado rentable. Es decir, los pobres consumen recursos comunes de la sociedad bienestarista, pero no ofrecen nada a cambio para su desarrollo (pues carecen de potencial productivo-consumidor). Eso es algo que una sociedad empeñada en el crecimiento económico a ultranza no puede tolerar. Por tanto, los pobres son considerados un lastre para el desarrollo económico, que es condición indispensable para que el bienestarismo, concepción radicalmente materialista, pueda desarrollarse. En lógica consecuencia, los pobres deben ser abandonados a su suerte ya que, después de todo, en este mundo de oportunidades, los únicos culpables de su situación son ellos mismos.

M. de Aranzadi
(Extraído del boletín CCCB)

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